W. H . HODGSON

Horror en el fondo del mar

 

 

A menudo los autores de obras de ficción no cuentan con la popularidad que merecen.  Tal es el caso de William Hope Hodgson, sobre todo en los países de habla hispana, sin embargo es uno de los autores más importantes del siglo XX en el campo de la literatura fantástica.  Lovecraft proclamó la admiración que sentía hacia su obra y subrayó su importancia:  "Pocos autores saben, como él, bosquejar con palabras el acercamiento de las fuerzas innombrables y el asalto de los entes monstruosos".

 

Pero, ¿quién era Hodgson?  Su biografía cabe en pocas líneas.  Nació en 1875, en Inglaterra, hijo de un pastor del condado de Essex.  Tenía una docena de hermanos y hermanas.  Cuando todavía era muy joven abandonó a su fastidiosa familia y se embarcó…

 

Estuvo navegando durante ocho años, y la vida marinera marcó profundamente su imaginación.  En el transcurso de sus tres vueltas al mundo, recibió la medalla de la Royal Human Society por haber salvado la vida de un náufrago.

 
 

 
 

 

 

William Hope Hodgson se sintió muy pronto atraído por la literatura.  En 1907 publicó Las canoas de Glen Carrig.  El éxito que obtuvo fue considerable, y le permitió emprender La casa del confín del mundo (1908) y Los piratas fantasmas (1909), novelas que, junto con la primera, componen una trilogía dominada por el mar y por los entes terroríficos que de él pueden surgir.

 

Dentro del mismo estilo, publicó después El reino de la noche (1912) y La cosa en las algas (1914).  También aparecieron unas cuantas narraciones cortas y varios poemas.  Cuando estalló la primera guerra mundial, W. H. Hodgson se encontraba en el sur de Francia con su esposa.  Regresó a Inglaterra para alistarse y partió hacia el frente como oficial de artillería, formando parte de la 171ª brigada de la Royal Field Artillery.  Su valentía le distinguió en los combates de Ypres, en Bélgica.  Murió en Abril de 1918, a consecuencia de la explosión de un obús, a la edad de 43 años.  Pueden hacerse cábalas acerca de lo que hubiera sido su obra:  lo cierto es que había escrito todos sus libros en menos de diez años…

 

El mar, que desempeñó un papel tan importante en su vida, estuvo siempre presente en su obra.  Para él, el mar era el generador de miedo por excelencia.  Hay "cosas" agazapadas entre las algas, en las profundidades del mar de los Sargazos, pozo de tantos terrores.  Para W. H. Hodgson, el marinero es el héroe ejemplar:  suele encontrarse solo, perdido en medio de los elementos desencadenados, o de pronto extrañamente silenciosos, demasiado tranquilos, mientras que, a su alrededor, el mar de los Sargazos hormiguea de presencias innombrables.  En cualquier momento la "Cosa" intrínsecamente maléfica puede surgir y apoderarse del desgraciado marinero.

 

 

 

El mar es lo desconocido, el gran creador de terrores y de angustias.  Perdido en él, el hombre se enfrenta con aberraciones monstruosas y con entes surgidos de los abismos.  El mar acoge además en su seno lo que no debería existir.  Se transforma en otro universo, lleno de abominaciones inefables.  Este tipo de obsesiones hacen que Hodgson se acerque a Lovecraft, también él angustiado por las criaturas llegadas del mar.  Su estilo, tan eficaz como el del recluso de Providence, posee el mismo hechizo y deja en la memoria la misma inquietud subconsciente:  los lectores de Hodgson y de Lovecraft no tienen más remedio que mirar al mar con otros ojos…

 

Avasallados por el horror, los personajes de Hodgson logran, sin embargo, luchar y resistir.  No toda la esperanza está perdida.  Los restos del naufragio pasan a ser el símbolo de una tierra de nadie a caballo entre el mundo de lo real y el universo de lo fantástico.  En La casa del confín del mundo aparece, precisamente, una casa que sirve de puerta de acceso a otro mundo.

 

Las aventuras de Carnacki, "cazador de fantasmas" que merece un puesto en la casta de los "Sherlock Holmes de lo sobrenatural", junto a los héroes más lúcidos de Lovecraft o junto al John Silence de Algernon Blackwood, dan testimonio de la existencia concreta de un mundo ajeno al hombre.  Carnacki se enfrenta sin cesar con temibles fuerzas síquicas.  Su arsenal para la lucha lo extrae de la magia: los siete círculos concéntricos, el pentagrama, un ritual desconocido, un manuscrito misterioso.

 

Pero Carnacki sabe asimismo  aprovecharse de las adquisiciones de la ciencia moderna, lo que permitirá triunfar sobre el "verraco", terrible monstruo del exterior.  Sabe, asimismo, detectar las supercherías de los humanos que quieren presentarse como seres sobrenaturales.

 

 

 

Las influencias de Hodgson sobre los escritores anglosajones del género fantástico ha sido considerable.  Algunos de sus relatos cortos han sido publicados en la famosa revista americana Weird Tales.

 

Maestro de lo insólito y de lo fantástico, W. H. Hodgson puede considerarse como uno de los precursores de la ciencia ficción.  En El reino de la noche, novela-río de más de mil páginas que se desarrolla en un futuro muy lejano, miles de millones de años después de nuestra época, la humanidad se halla encerrada en una pirámide y se aventura en el reino de la noche…

 

Obsesionado por los horrores que vienen del mar, perdido en el dédalo de sus pesadillas y de sus fantasmas, Hodgson no podía creer en una victoria duradera sobre las fuerzas de las tinieblas.  Carnacki, su protagonista, nos precisa:  "De momento, estamos sólo especulando en las fronteras de un país que desconocemos y que permanece lleno de misterios".

 

Narrador de lo fantástico, William Hope Hodgson conocía todo lo que el mundo puede encubrir.  Sus libros constituyen una advertencia, un sublime consejo.  Son el espejo en que el lector podrá contemplar hasta el infinito sus propios terrores.

 

 

 

 

 

 

 
 

Sobre estas líneas una ilustración de Nicollet para Las canoas del Glen Carring, la primera narración de W. H. Hodgson.  Una sucesión de horrores surgidos del fondo de los mares.  Al lado, dibujo de Philippe Druillet para una obra de Hodgson.

 

 


 

 

 

 


Extraído de Maestros de lo insólito, publicado en 1981 en el semanario Lo inexplicado.