V A L L E J O ,   R E A L I S T A  

                                          Y      A R B I T R A R I O

p o r   S a ú l   Y u r k i e v i c h

   

 

 

Saúl Yurkievich practicó con gran talento el ejercicio de la poesía y la crítica literaria.  Estudioso apasionado de los autores que cambiaron este género en Latinoamérica es responsable de Fundadores de la nueva poesía Latinoamericana, libro que reúne diversos ensayos sobre la obra de Vallejo, Neruda, Huidobro, Paz, Borges, Girondo y Lezama Lima.  Un texto que es un clásico dentro de los estudios literarios.

 

El entregar en esta edición la transcripción de Vallejo, realista y arbitrario, publicado en Visión del Perú en julio de 1969, nos sirve para seguir valorando la obra compleja y renovadora tanto del poeta peruano como de Yurkievich.

 

Saúl Yurkievich nació en La Plata, Argentina, 1931. Poeta, prosista, ensayista, colaboró con numerosas publicaciones. Residió en París desde 1966. Para él la creación y la crítica literaria eran actividades complementarias, caras de una misma moneda, dos tratamientos igualmente creativos de la palabra que imagina o dilucida mundos. Catedrático de la Universidad de París, enseñó en diversas universidades americanas y europeas. Publicó en francés y en español quince poemarios, entre ellos, "Envers" (Seghers, 1980), "Embuscades" (Fourbis, 1996), "Résonances" (1998) y "Le simulacre des absents" (Fata Morgana, 2004) algunos de los cuales han sido traducidos a otros idiomas. Falleció en un accidente de auto en el sur de Francia en julio de 2005.


 

 

 

Vallejo descubre la arbitrariedad de la existencia humana, la arbitrariedad del mundo y por ende la arbitrariedad del signo lingüístico.  Por otra parte, revoluciona los medios tradicionales de representación verbal; no sólo los significados, sino también los significantes, desde la disposición gráfica hasta la sintaxis (disolución de la columna tradicional, abandono de la verosimilitud sintáctica), pasando por la fonación, el vocabulario, las categorías gramaticales.  Las innovaciones formales del ultraísmo puestas por Vallejo al servicio de una conciencia trágicamente conflictual, expresan pasión y patetismo que nunca son monódicos, unitonales.  Todo es en esta poesía quiebra (igual a quebranto), fisura, altibajo; la angustia se entrecruza con el humor, la parodia, las inclinaciones lúdicas, lo trivial con lo supremo, el arrebato lírico con un prosaísmo intencionalmente pedestre, como para tener en vilo al lector, sacudirlo, inquietarlo, desasosegarlo.

 

Por los versos de Vallejo se avanza a los tumbos, se salta, se pierde pie, se retrocede, se gira en el vacío como una polea loca.  El sentido se enturbia, el desarrollo se vuelve incoherente; de pronto, un destello de claridad, un significado que se precisa, que emerge del revoltijo en ebullición y que luego se disuelve en el vértigo de esa desesperada búsqueda de la verdad vital, de esos manotazos de ahogado que quiere asirse a algún risco, de algún sostén contra el oleaje arremolinado que lo arrastra hacia la perpetua tiniebla, hacia el fondo de las aguas negras, a la disolución en el infinito Cero, en el No definitivo.

 

 

 

 

 

Y Vallejo no acepta los paraderos que nos hemos inventado, por proyección intelectual e imaginativa de nuestro deseo, para adjudicarnos el poder de sobrevivir a la muerte.  Invalida las presunciones románticas acerca de la gracia poética, del don de la belleza con acceso al reino de las realidades puras y eternas; los presupuestos del idealismo filosófico acerca de una concepción razonada y armónica del universo, con todos sus implícitos:  todas las formas de trascendencia paradisíaca, todos los cielos prometidos; desde el carnal, con la supervivencia del cuerpo dedicado a los gozos edénicos, hasta el más sutil, más aéreo, el de la supervivencia del espíritu sumido en la contemplación de las esferas divinas y en el pensamiento de las normas omnipotentes.

 

Vallejo rompe con el continuo lógico, es decir con la coherencia discursiva, con la normalidad lingüística, porque nos propone otros módulos de captación y de conocimiento de la realidad.  Todo se vuelve móvil, polivalente, proteico, inestable, azaroso, irracional.  El mundo representado en su percepción original, no acepta los códigos de clasificación habituales, desborda las dimensiones establecidas para ordenarlo, las categorías valorativas, las discriminaciones jerárquicas; rechaza la reflexión abstracta que intenta organizarlo y delimitarlo para que resulte más inteligible.  A mayor configuración, a imagen más nítida y unívoca, mayor artificio y más apartamiento de la percepción primaria, de la captación en vivo, de la experiencia directa de la realidad.

 

Mientras el poeta puro se abstrae del tiempo y del espacio inmediatos –los únicos reales, aunque caóticos, discontinuos, atomizados, relativos-, Vallejo no quiere o no puede volar, porque la verdad humana la encuentra ahí abajo, a ras de suelo; le es inasible y por ende intransmisible, a menos que la comunique con todo su desorden, su embrollo, su sin sentido y su nonada.  Lo otro es ilusorio, y como Vallejo establece una fusión indisoluble entre poesía y realidad, entre verdad y poesía, lo desecha.

 

 

  A través de sus malabarismos idiomáticos que, insisto, responden a una visión del mundo, su poesía se adhiere a lo inmediato, al aquí y al ahora, a su circunstancia.  Vallejo es un poeta alucinado pero no fantástico.  Sus obsesiones, sus fijaciones lo atrapan y lo anudan a un tiempo y un espacio concretos, donde realiza esa sucesión de actos anodinos, los actos de la tribu, de la especie, que no lo distinguen de sus semejantes; donde vive su transcurso en habitaciones, en calles y en cafés que son los de todos, que son de esta tierra en que existimos, como él, constreñidos por perturbaciones corporales y económicas, por las cavilaciones pasajeras, por las limitaciones que nos enajenan, por estructuras sociales inhumanas, por regímenes policíacos.  ¿Cómo no sentirnos identificados con esta poesía que delata nuestra auténtica situación, que no nos ilusiona, que no nos invita a la evasión, sino a cobrar conciencia desnuda, agónica, de nuestro destino?  

 

 

La concepción de Vallejo es la contraria del idealismo romántico, del esteticismo espiritualista.  La poesía no es el apoyo ontológico, aquella que, al nominar, otorga el ser, la que detenta el verbo esencial, la dadora de absoluto, la escala a lo sublime, la que transmuta lo que toca en belleza, sino una mediadora entre el mundo y la conciencia, o sea el instrumento expresivo a través del cual se objetiva la experiencia; no mero espejo ni sismógrafo, sino una instancia verbal que responde también a sus propias exigencias, que reclame se respete su naturaleza intrínseca.  Y de ahí esa paradoja de Vallejo, que es propia de toda creación artística: la búsqueda de la mayor proximidad, de la mayor fidelidad posible entre signo y cosa significada, entre palabra y realidad vivida; y por otra parte, la convicción de que lo real no es un principio de razón suficiente de la palabra, que las palabras no son imágenes neutras de las cosas, sino que el discurso conserva siempre un margen especial de autonomía.  La verdad poética no está sujeta a prueba ni verificación, sino a sus propios procesos, a sus relaciones pertinentes.

 

 

Vallejo no sólo respeta la singularidad de la materia verbal que moldea con incomparable pericia; no sólo reconoce la arbitrariedad del signo lingüístico, sino que aprovecha de ella para acrecentar su libertad de escritura: arbitrariedad de elección, que equivale a libertad de asociación; arbitrariedad de dirección, que implica libertad de desarrollo (el discurso se desenvuelve según orientaciones aparentemente caprichosas); arbitrariedad de expansión o sea libertad de detenerse o de dilatarse, de imponer la extensión que se desee.  Aquí juega la antítesis que opera en el seno de toda obra de arte: por un lado los fines expresivos imponen determinados medios, estableciendo una determinación funcional; por otro, no le basta al artista el imperativo de la motivación y urde una configuración formal que quiere sea por sí misma válida.  Verdad y artificio se coaligan según una urdimbre concertada que potencia la eficacia de la obra.

 

 

 

Ningún poeta manifiesta como Vallejo una experiencia tan común, tan frecuente, aunque intensificada hasta el delirio; ningún poeta es, en este sentido, tan general o genérico, y a la vez ninguno tan singular en su expresión, en sus medios verbales.  El estilo de Vallejo no constituye una manera, de ahí que resulte inimitable.  Si analizamos Trilce y Poemas Humanos, descubrimos que cada poema tiene una forma única, que la suma de todos acumula un despliegue estilístico de variedad incomparable dentro de la lengua española.  No obstante, Vallejo no postula la ideología de la creatividad individual.  Su expansión de recursos expresivos representa una expansión de la realidad abarcable.  Sin censuras, sin diferencias de dignidad entre lo significativo y lo insignificante, se ha propuesto comunicar totalmente su angustiosa experiencia; para ello, pone en juego todos los recursos a su alcance.  Así, restringiendo al mínimo el inmenso territorio de lo indecible, ha expandido como nadie las fronteras de lo que la poesía puede decir.