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Daniela Sol es poeta y académica. Profesora de Filosofía y
Licenciada en Educación por la Universidad Católica del Maule, y
Magíster en Estudios Latinoamericanos (mención Letras Latinoamericanas)
por la Universidad Nacional Autónoma de México. Doctora en Filosofía y
Letras por la Universidad de Alicante, España.
Mi primer encuentro con Ludwig Zeller tuvo lugar en la ciudad de
Talca, allá por el año 2009. En dicha ocasión, el vate visitaba
–al igual que yo, que por aquél entonces residía en México- el
país de origen promocionando su libro Preguntas a la Médium y
otros poemas (Cuarto Propio, 2008).
Aunque yo ya sabía, vagamente, quién era este Señor, nuestro
encuentro fue más bien un reencuentro: nos vimos, nos abrazamos
y nos quisimos desde el momento en que nos saludamos. Ese sería
el inicio de una bella amistad que se alimentó durante los años
siguientes, con cariño, poesía y sueños.
Me adentré al Universo Zeller como quien regresa a su casa
natal. Durante ese mismo año, ya ambos en México, tierra abierta
y vasta para cualquier amante del surrealismo, pude visitarlo en
reiteradas ocasiones en su casa de San Andrés Huayaman, Oaxaca.
Zeller, de 86 años en ese entonces, una lucidez increíble y
además un estado de salud impecable, me esperaba en la entrada
del Callejón de la Luna, siempre desde unos quince minutos antes
de mi llegada en un auto colectivo que me transportaba desde la
ciudad de Oaxaca. Adentro, en casa, Susana Wald esperaba con la
cocina encendida, siempre con algo rico en una mesa amplia que
en su centro tenía un girador de madera donde se ponía el pan y
los ingredientes que se le echaba al mismo.
Por muchos años me recibieron cálidamente en su casa, una
construcción de los años noventa diseñada por ellos mismos. La
casa del poeta. La casa de dos artistas. Un refugio con calor,
bibliotecas y una apoteósica galería de arte. La casa Wald
Zeller tiene piso de madera, dos baños que en su interior
lucían obras de arte surrealista setentero, joyas para cualquier
coleccionista o museólogo. Cada pared exhibe los impresionantes
retablos de Wald, aquellas fotografías que soñaba Zeller y que
ella, con maestría, las convertía en óleos. En la planta baja,
una biblioteca llena de tesoros: primeras ediciones, textos
descontinuados, textos inéditos. En la misma biblioteca, un
espacio de sillones con maniquíes femeninos, que escuchaban
atentamente las declamaciones de todo aquel que se sentara a
leer poemas a petición del vate. Frente a ese espacio, un
escritorio con tijeras, lupa, pegamentos y una carpeta llena de
recortes antiguos. En el mismo lugar, desde el techo, dos
papalotes que cuelgan: un barco y una mariposa, y bajo ellos al
menos 20 collages en un atril. Zeller los mira con cariño
y comienza a preguntarme cuál me gusta más.
Ludwig Zeller no mide su generosidad, él cede su arte como
entregándose a sí mismo. A veces, sin medida, aunque provocando
un sentimiento profundo de gratitud de quien recibe sus trabajos
escritos o visuales. Nueve años después, estando a miles de
kilómetros, me sigo acompañando de su herencia bibliográfica
similar a la madera, aquellas publicaciones únicas de Oasis
Publications en papel rústico y con olor a tinta.
Hay una puerta que conduce a una galería, un espacio que los
Wald Zeller otorgan para artistas que deseen exponer sus
trabajos. El espacio se abre para quien quera llegar ahí, se
amplía para tertulias, sesiones de poesía y cadáver exquisito,
porque su vista da a los jardines de la gran casa, lleno de
árboles, pájaros y flores.
La casa es un nido de animales amigables. Hay perros fieles que
corren y juegan por el pasto. Hay bichos que cantan e iluminan
por la noche. Y están los pájaros, que han sido por años los
heraldos del Poeta. Zeller brinda a los pájaros la
responsabilidad de mensajeros de sueños, pues ellos aparecen en
el plano onírico para luego manifestarse como poemas, caligramas
o collages. Mientras Ludwig Zeller sueña con pájaros,
Susana Wald los visualiza y los pinta. No es extraño ver en casa
de ellos retablos magníficos de esta relación entre las aves y
el poeta. Pareciera que ellos representan lo transhumano, lo
intuitivo, incluso lo que Julia Kristeva denomina como lo
chorático, pues Zeller experimenta una especie de
desdoblamiento y proyección sobre objetos y personajes que son
él mismo y a la vez, una otredad que se aleja.
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Ludwig y los pájaros,
por Susana Wald. Óleo sobre tela, 1989. |
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La presencia de los pájaros es una constante, tanto para la obra
de Zeller como para la de Wald. Ambos han logrado reivindicar la
vida de las aves como luces en tiempos precisos. Tanta ha sido
la influencia de los volátiles que en reiteradas ocasiones han
protagonizado títulos y motivos de su obra.
Para el año 1981, Ludwig Zeller escribía en Toronto
el libropoema El Faisán Blanco, dedicado a su amiga
personal, la escritora y traductora Estela Lorca. En 1987, el
poeta cumplía 60 años.
Para su celebración se publica A Celebrations, The
WhitenPheasant: Flaying in multiple languajes an visual
interpretaciones, un compendio que reunió a más de 100
artistas y escritores que festejaban la vida del Poeta,
traduciendo e ilustrando este reconocido poema. El Faisán Blanco
fue traducido a más de 50 idiomas e ilustrado por connotados
artistas de la talla de Nemesio Antúnez, Eugenio Granell,
Edouard Jaguer, Artur Cruzeiro Seixas, Susana Wald, entre otros.
Esta publicación se edita bajo la alianza Mosaic Press – Oasis
Publications, Toronto, en dirección de Beatriz Hausner y Susana
Wald.
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El Faisán Blanco
A Estela Lorca
Todas las puertas dan hacia la noche
Todas las aves vuelan hasta el árbol del llanto,
La nieve cae, si te vuelves cae y semeja el plumaje
Del silencio, ese rostro cerrado de la bruma.
Ahora te abres, se separan tus párpados y tu alma hace
posible
La realidad de esas bandas del sueño, los ramos de
lavanda
Que llevan desde una vida a otra los versículos de una
oración
Sólo conocida por ti, sobre los ríos delirantes del
tiempo.
Toda ventana se abre haca el torrente que remontan las
barcas
Por los desfiladeros de la luna esas venas del cuarzo
Espejo donde brilla un instante la piedad en tus pupilas
Cuando en silencio lloras y la nieve es más tibia.
Todos los rostros se aren a una máscara, siempre
La misma, dolorida, hirviente imagen donde el dolor
Resuena como un tambor, el corazón golpea, pide aire:
Dame a beber tus lágrimas ese perfume de tristeza muda.
Todo está quieto aquí. ¿Somos fantasmas olvidados
En una casa gris en donde nadie llama? ¿No nos escucha
nadie?
Las huellas en la nieve las va borrando el viento. ¿No
eres tú
El faisán blanco y tus ojos los mismos que me miran en
sueño? |
El poema es, sin duda alguna, una cartografía
onírica. Hay elementos que se asocian a la frialdad y a la
soledad, como la nieve, las plumas blancas, la casa gris, la
bruma. Se experimenta en él la asociación del abandono y el
desconcierto, y de cierta manera pudiera asociarse a lo que el
poeta ha comentado en reiteradas ocasiones: la sensación de
sentirse ajeno en un país como Canadá, donde cae la nieve y
nadie habla con su acento, “¿no nos escucha nadie?”. En un
ambiente hostil, triste, silencioso y paralizante como el
invierno canadiense, aparece esta ave blanca que le observa
desde cierta distancia, ¿quién es? Nos atrevemos a decir que es
otro con poder sobre el autor, con algo de omnipotencia, pues el
poeta requiere de su actuar (“Dame a beber tus lágrimas ese
perfume de tristeza muda”) y le atribuye facultades sobre él
(“tu alma hace posible la realidad de esas bandas del sueño”).
Un ser que a pesar de su distancia, por momentos también se
ablanda y alivia el corazón de quien escribe (“Espejo donde
brilla un instante la piedad en tus pupilas/ Cuando en silencio
lloras y la nieve es más tibia”). Zeller se pegunta si este Otro
es el Faisán Blanco que lo mira en sueño.
¿Será, efectivamente un Otro?, ¿o será él mismo?
Los pájaros también se manifiestan en la obra visual
del poeta. Podemos apreciar las visitas fugaces que las aves le
hacen en sueños, y cómo de manera magistral el Poeta hace magia
convirtiendo estos episodios en caligramas:
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Veo al ave enigmática arcaica renovada
en el verbo que en llamas cubre la superficie
dime entonces gorjeante tus follajes eternos
tu secreto plumaje que vive con los sueños
el firmamento negro rayado de meteoros
Ludwig Zeller, Caligramas recortados en Papel
(1698 -1986). |
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Ludwig Zeller también es el poeta Eros, el poeta del deseo. En
su obra lo acompaña la locura, compañera inspiradora y leal, y
tal como ya lo hemos comentado, también camina junto a lo
chorático, lo intuitivo, lo metacognitivo. Corresponde,
entonces, preguntarnos ¿de dónde proviene la intuición de
Zeller? Desde esta pregunta hacemos el obligatorio ejercicio de
remontarnos a los orígenes, pues su obra se instala dentro de lo
que pudiéramos señalar como un éxtasis creador/destructor
relativo a su raíz: su madre, su padre, sus hermanos y Río Loa,
su pueblo natal.
Este contacto con la raíz, sobre todo con la línea paterna
proveniente de Europa, lo dirige a los románticos alemanes, a
quien traduce en su etapa de juventud, pues dichos autores
llegan al joven Zeller de la mano de su padre, con quien siempre
mantuvo una relación tensa y trepidante. De esta manera, y a
través de la lectura y traducción de autores como
Novalis, Hoffmann y Hölderlin, se configura una reivindicación
de la raíz, que además simboliza un apego, una pérdida y
conflictos no resueltos con el padre. Estas tensiones se pueden
reconocer en su libro De éxodo y otras soledades (1957),
donde el ejercicio del despojo se interpreta como un pilar
visible a lo largo de toda su extensión. Desde la falta de
afecto durante sus primeros años hasta su relación con La
Mandrágora, que en sus primeros años fue conflictiva y con el
tiempo logró establecer lazos importantes con sus integrantes,
una vez estando el colectivo disuelto.
En la plaquette Nómades en el Mandala (1976) se deja
entrever el dolor de un ser humano que sale de su tierra y se
adentra en un país donde no puede comunicarse en su idioma
oriundo; y la pérdida forzosa de las costumbres culturales. La
incertidumbre es otro elemento visible en la publicación,
abriendo la puerta a la constante idea de un posible retorno.
Zeller poetiza sobre la sed del retorno, como un ansia
dirigida a la sed del cuerpo, que también es político y social
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(…) Y hay que cruzar el agua y la oscuridad y la niebla
Cuando los pasajeros se apretujan para partir como
animales asustados
Arremolineados por las roncas bocinas contra las
alambradas de púas
Y alguien que quiere subir aún es lanzado a las aguas
Y grita en el silencio y aprieta sus manos sobre el remo
Sangrante que lo golpea.
¡Atrás! ¡Atrás!
Otro mundo se superpone al vuestro otras imágenes
A las presentes y estamos meciéndonos en el agua
Nuestra memoria es cercenada la tierra es gastada por la
sal
(Tierra del viento aullador se llama) pero nuestras
mentes
Están cerradas y nuestra vida es la puerta de una tumba
Por la que vamos hacia abajo adelante en el desconocido
Negro fluir donde se escucha el ruido del moscardón
Y el tiempo pasa sobre nuestros huesos arruga la piel
Cambia el brillo del ojo
(…) |
Nómades en el Mandala
perpetúa un camino incesante de búsqueda y estabilidad. Hay
muchos exilios, algunos forzosos y otros voluntarios, sin
embargo la sensación de pérdida y no pertenencia se presenta
como una constante a lo largo del libropoema. Ya hablamos
anteriormente que en cuanto a los conflictos políticos del año
73 en Chile, Zeller y su familia abandonan el país antes del
golpe de Estado, pero más allá de la concepción de este
“autoexilio” también hay otros destierros que el poeta
experimenta desde su infancia: la pérdida de la memoria a causa
de una meningitis a muy temprana edad, la despedida de sus
padres, la pérdida de la identidad de un pueblo que desapareció
frente al progreso de las oficinas salitreras, etc. En palabras
del académico Albert Moritz (1996).
Zeller mira muchas cosas desde su punto de trascendencia e
inclusión, pero quizás lo más esencial es aquello con lo que
comenzamos: el exilio humano, la dura labor de arrastrarse a
través del desierto argado de imágenes desde un hogar
desaparecido hacia una meta quizás ilusoria. La imagen completa
del exilio y del vagar sin hogar observados “desde arriba”
ocurre a través de todos los poemas, como por ejemplo, en
Nómades en el Mandala (Moritz en Zeller).
En el mismo libropoema se distingue una clara conexión entre
elementos alusivos al exilio y la memoria que trae a la luz
episodios de la infancia. Imágenes nítidas de los padres, en
especial de una mujer protectora que el niño aclama desde su
sitio de fiel creyente:
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(…)
No por agua por fuego nos consumimos y enterramos
A nuestros Padres bajo las brasas inscripción en manchas
solares
Los pies tropiezan entre ídolos y huesos pero la mente
no descansa
Bajo el arco iris azul real se aposenta la lluvia
Principio y fin de todo centro hueco la sangre se
entremezcla
Con la harina que cae del costado de la Señora-huaco
Señora de los Cien Ríos se llama Señora de los Cien Ríos
es su nombre
Tú dadora de lágrimas escúchanos bajo seis pies
De tierra te llamamos te venimos cantando venimos
Clamando desde siempre las semillas del poema bajo la
lengua
Hacen crecer el verso mascado por los dientes
Por la injusticia araña trituradora de aquél centro
Desde el que viene la luz
(…) |
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Collage de Ludwig Zeller, 2008. |
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La figura femenina a la que el poeta se dirige se relaciona,
casi automáticamente, a la madre, que en ocasiones se establece
como persona divina. Sin embargo, si quisiéramos ser más
minuciosos, podríamos deducir que aquella señora es una amante o
esposa, o tal vez una hermana, e incluso una desconocida que
fascina al autor. Aun así, creemos que la figura de la madre, y
propiamente la mamá de Ludwig Zeller, es el objeto de escritura
de este poema, pues en él hay mucho de ella: el rol de traer el
agua en el desierto, la casa abolida donde antaño presidía y que
aún deambula, las puertas cerradas a las cuales ella llamaba
inútilmente, la sonrisa, la actividad incesante de la vida
diaria, el sacrificio, la música y la primavera (Moritz, p. 19).
Esta madre cuya presencia parpadea intermitente en Los
Espejos de Circe, Nómades en el Mandala o A la
Sonámbula, un poema muy temprano de la obra de Zeller.
En lo que respecta a la imagen paterna, Zeller percibe la
presencia y la relación con su padre centrada constantemente en
una tensión vertiginosa, dual. Por un lado nos encontramos con
las severas exigencias de este papá estricto, los dejos de
imágenes en que ambos competían por el amor de la madre, los
desacuerdos o la dificultad de este hijo para obtener la
aprobación de su padre. Por otro lado, y en un ejercicio
superior en lo emocional, el poeta descubre y trae a la luz el
afecto, la gratitud, la compasión, el fuerte sentido de
identificación, como lo expresa en el poema VI de Ejercicios
para la tercera mano (1998):
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Por el camino veo que mi padre se acerca
Con los brazos abiertos. Él está muerto, pienso ¿cómo
Puede encontrarse aquí? Ríe él de mis dudas, chupando
humo
De la pipa de ámbar, salen figuras y el tabaco
Que arde suspende en lo alto luces como signos
Que al reflejarse pulen los espejos de aquel ojo
interior
Yo me río también. Estos son los paisajes que he soñado
Esa cuidad invisible en la que vago escuchando las
voces,
Recorriendo las calles desoladas en ese cotidiano
laberinto
Que rodea la arena.
Mi padre tiene que
partir.
Me abraza. Saca un pájaro que habla desde el pecho
Golpea con un báculo y los caminos se abren:
Escucho ahora que sobre mi hombro izquierdo, un ave
misteriosa,
Transparente, ha empezado a cantar. |
La nostalgia y la ausencia de un padre que en vida no siempre
estuvo presente. El sueño se desarrolla en la ciudad invisible
de calles desoladas, aquella que tampoco está. La percepción que
siempre tuvo Zeller frente a su padre era la de un vaivén
constante: El padre lo introdujo al arte visual, a las letras,
pero el mismo padre lo interpelaba al verlo recortando “monitos”
para pegarlos en un papel, “¿Qué clase de arte son aquellos
garabatos?”.
El tiempo, la memoria, el pasado, los fantasmas, el espejo,
etc., son los espectros que conforman el imaginario zelleriano.
Si además agregamos que todos ellos se revelan en el sueño,
podemos situar al poeta dentro de una sensibilidad operante que
también incorpora elementos como el placer, el deseo y la
angustia.
Ya establecido en Canadá, su gestión como editor de Oasis
Publications lo conduce a un rol de partero. El ejercicio de
mayéutica se presenta en la editorial, pues Ludwig Zeller
encarga de asistir alumbramientos de poetas emergentes o que
publican textos inéditos. Ya desde Chile, en Casa de la Luna,
por el año 1968 y posteriormente con Oasis Publications, espacio
en el que da vida a textos inéditos de Jorge Cáceres, Rosamel
del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Enrique Gómez Correa,
Braulio Arenas y Eugenio Granell. Vemos, desde esta veta, a un
poeta que también es referente, maestro, guía, conocedor de
otros.
San Andrés Huayapam, febrero de 2011.
La mañana húmeda, un desayuno servido y la sonrisa de Susana
Wald, que en un acto de extendida misericordia, prende los
cuatro quemadores de su cocina y los deja encendidos para que se
caliente toda la casa. Me advierte de que debo acostumbrarme al
invierno oaxaqueño, me ofrece un “chicozapote”, una fruta muy
propia de la sierra, con un gusto similar a la lúcuma. El
desayuno es la obertura a una jornada llena de estímulos,
texturas y palabras.
A las 10 am comenzaba a abrirse el cielo y Ludwig Zeller, con
abismante mirada, me invita a su biblioteca. Allí leemos a
Milosz y revisamos antiguas ediciones de Novalis. Con auténtica
sonrisa, me prepara para la escritura, me conduce a la galería
con vista al patio inabarcable. Allí me regala un cuaderno color
marrón y me señala que ha sido un regalo que “alguien” le
otorgó, pero que a partir de ahora sería mucho más útil en mis
manos. “Vamos a escribir”, me dijo esa voz profunda. De esta
manera comienza mi primera incursión formal en la escritura, en
la creación personal surrealista, en los poemas en serio, que
comenzaban a alejarse de los garabatos esbozados en la
adolescencia. En aquella ocasión revisamos los sueños,
“¿Recuerdas algo que hayas soñado anoche o esta madrugada? He
ahí un poema. Todo sueño es un poema”. Dice Zeller que la clave
para un buen poema que no sea automático, sino más bien un quipu
bien tejido y pensado, es reconocer los elementos presentes en
el estímulo (sueño, paisaje, situación, persona). Hay elementos
y características físicas muy fáciles de reconocer, tangibles.
Nosotros estábamos frente a un enorme patio, lleno de árboles,
algunos animales y al fondo una cadena inexorable de cerros,
como si estuvieran pintados. Zeller se propone hacer una lista
de los elementos reconocidos por él. Me invita a hacer mi propia
lista “Dos poetas que miren el mismo paisaje, jamás harán un
poema igual”. Me pide, posteriormente, que reconozca cuáles son
las sensaciones, emociones o sentimientos que me provoca cada
elemento de la lista. Yo reconocí la nostalgia en un viejo árbol
que estaba a punto de perecer. El Poeta dijo que el desafío
mayor era convertir en versos aquella comunión entre el elemento
reconocido y la sensación que provocaba dicho concepto. El verso
debe ocupar, casi religiosamente, alguna figura retórica. Ya no
se traba, entonces, de una creatividad aislada, sino de un
manejo y familiaridad con las palabras y su significado.
De aquella primera sesión de poesía, los resultados fueron
éstos: Un poema tan básico por mi parte, un ejercicio suficiente
de observación e interpretación. Poema primerizo que
soberbiamente publiqué en el poemario “Sonidos Errantes”, y que
ahora leo con cierta vergüenza. Un poema iluso, pero la partida
y motivación para seguir escribiendo.
El poema de Zeller, en cambio, una proclama mayor, un himno que
nada tuvo que ver con las básicas percepciones físicas que yo
hice del jardín. Letras que fácilmente estremecen a cualquier
lector y que acuden a figuras literarias mayores, un nivel
elevado de recepción de los estímulos que se transforman en
conocimiento nuevo e imágenes activas.
Durante la tarde noche, después de la merienda y en absoluto
silencio, acompaño al poeta nuevamente a su biblioteca. Al fondo
y casi llegando a una ventana, entre libros y pinturas de Susana
Wald, hay un amplio escritorio lleno de papeles en blanco.
Frente a ellos, una columna de revistas antiguas, donde aparecen
bellas damas promocionando artículos farmacéuticos, jabones,
ropa, perfumes. También hay algunos hombres, siempre de atuendos
formales. Paralelamente, frente a las mismas revistas, hay
viejos silabarios con animales y objetos diversos.
El poeta me invita a participar, me pide que elija algunas
figuras. Yo, tímidamente lo miro, y le indico algunos rostros.
Me asombro ante la habilidad de sus manos para recortar, cual
niño voraz rodeaba con el instrumento de puntas redondas
cualquier silueta. Pliegue por pliegue, trazo a trazo, su corte
era perfecto. Me impresioné tanto, que hasta sentí nervios,
pensé que mi presencia en un proceso tan íntimo sobraba. El
Poeta percibió mi ansiedad y me sugirió terminar de recortar y
dejar “en reposo” a los personajes recortados. Tal vez si
descansaban, podrían acomodarse de mejor manera en otro momento,
para así ser pegados y situados de forma definitiva en la
memoria.
En lugar de continuar el proceso, comenzó a mostrarme algunos
collages ya realizados. Empezamos a mirar de uno en uno, a
comentar, a verbalizar las imágenes. En un momento se detuvo, me
miró, respiró y me dijo: “Éste es para ti”.
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Ludwig Zeller, Adorada, invisible presencia,
2008. Collage. Colección personal de quien
escribe estas líneas. |
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Un encuentro de mujeres. Posibilidades infinitas de vida y voces
latentes. El poeta reafirma a la mujer como sujeto manifestado
en diversas formas, pero en este collage añade un nuevo
elemento: la colectividad. La mujer frente a otra, que es igual
y diferente, que se mira y retrata en ella, que se abre y
expande hacia el espejo.
Quisiera detenerme, ahora, en la magnífica labor de Zeller en
cuanto a sus caligramas, ya que en ellos se escribe un profundo
sentir, pero además esa emoción es transcrita de manera
armónica. La tipografía es muy bien diagramada y logra, de
manera sublime, atrapar al lector en los laberintos de las
letras que conducen a una frase final.
El Caligrama de Zeller es un mantra simétrico que se desnuda en
las manos. Opera como un caleidoscopio que deja al descubierto
novedades a medida que se lee desde diferentes perspectivas. No
es un simple poema con forma definida, sino un verso, una
cartografía de la realidad que conduce a otros caminos. Al igual
que el collage, el caligrama zelleriano también habla en
el espacio en blanco, en el silencio del que tanto habla Albert
Moritz.
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“Prohibidos los sueños Prohibidos”, Caligramas
recortados en Papel (1968 – 1986). |
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“El Poeta canta en el confín del sueño”, de la serie
Caligramas recortados en papel (1968-1986). |
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“Como en el fondo de la noche el sueño como el agua
Javier gorjeando a pájaros en vuelo”, de la serie
Caligramas recortados en papel (1968 -1986). |
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De esta manera podemos interpretar que para Zeller, la noción
creadora pudiera otorgar la libertad sobrepasando la condición
humana total, pero esta libertad de movimiento necesariamente
nos conduce a pensar que existe otro nivel, aún más alto y
determinante de nuestra condición, desde donde podríamos
visualizar que el “despertar” o la revelación se manifiesta sólo
en sueños. La mente racional duda por momentos, aunque en
quietud regresa a la certeza de la sabiduría del estado onírico
hasta afirmar que quedan “Prohibidos los sueños prohibidos”.
“Desde el despertar hasta el despertar, por despertares que
nunca despiertan, podemos entender esto en parte como una
transición poética y filosófica del [amor y el] dolor humano que
se requiere siempre para actuar en ausencia del saber
definitivo” (Moritz, p. 23). Entre las imágenes que resurgen en
este Universo Zeller están el dolor del despertar y la angustia
del insomnio, por no poder cruzar el umbral del sueño,
manifestado en las infinitas posibilidades de un lenguaje
irracional, en revelaciones breves que también son compartidas
en sus ejemplares poéticos visuales, también denominados
Libro/objetos, como Fósforos, Los aforismos del labio
superior irritan a los inferiores (1997), que consiste en
una caja de cerillos con 99 revelaciones oníricas en forma de
aforismos, separadas entre sí, que el autor llama “Luces”.
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“Prohibidos los sueños Prohibidos”, Caligramas
recortados en Papel (1968 – 1986). |
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Algunos de estos fósforos permiten leer las siguientes verdades:
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- En el candelabro cubierto de abejas chisporrotea la
locura.
- Razón del gato: amar las plumas pero odiar el vuelo.
- Los sonámbulos no conocen el vértigo, practican caída
libre.
- La mujer cambia, el juego de tatuajes se repite.
- La perla en su lujuria es una lágrima pulida por la
sed.
- Explícame el milagro, dijo el ave: he aquí un huevo
con ruedas.
- Tapiar también es un placer erótico.
- Aviso para ciegos: “Prohibido charlar en el
laberinto”.
- Si lo invisible existe, sólo la ceguera nos permite
vivir.
- El padre grita, la mujer solloza, los hijos ríen.
- La muerte lleva un traje que la torna invisible.
- La tempestad y la lujuria arrancan los botones.
- Llevas una ventana a las espaldas, a la que nunca te
has asomado.
- Si crías cuervos, cuida primero de arrancarles los
ojos.
- Primero el cuerpo, luego las luces, después los paños.
- Los animales son imaginarios, las bestias una
monstruosa realidad.
- En casa ajena hasta los crían cuernos.
- El Más Allá permite a los muertos visitarnos en
sueños.
- El Islam es lisiado, le falta un profeta hembra.
- Una mujer enciende con sus ojos la hoguera del día.
- Un solo cuchillo basta para cortar pan y rebanar el
cuello.
- Abrió las piernas y por las bisagras vi subir las
mareas.
- El cigarrillo sufre del cáncer que nosotros quemamos.
- Masturbarse joven evita las añoranzas del paraíso
perdido.
- La mujer se mastica, no los huesos helados del
matrimonio.
- La nieve es la ceniza del “Otro Reino”.
- Napoleón era calvo, por eso lo recluyeron en Santa
Helena.
- La pesadilla tiene patas, un tic-tac de langostas en
la almohada.
- Ostra y mujer tienen que abrirse para saborearse.
- La muerte baila con quienes ama, con los otros siega
el campo.
- Con el delirio que mides los locos que te escuchan te
juzgarán.
- Sueño y Realidad son fantasmagorías paralelas.
- Es necesario cambiar la vida, pero ante todo vivirla.
- Poner diamantes en los dientes del caballo.
- Una mujer hace delicioso el verano, tres producen un
huracán.
- No tenemos pan, pero nos sobran piedras.
- En el infortunio hasta las campanas suenan de madera.
- A los chinos en redondo hay que multiplicarlos al
cuadrado.
- No esconder hormigas en los pies sino cortar las uñas.
- Los gritos de Ulises hacen abrir las piernas a las
sirenas.
- Los golosos siempre encuentran manera de hacer hervir
el agua.
- Cerrada y palpitante como el cordón de fiebre de una
monja.
- Los dientes mudan, no las deliciosas intenciones.
- No hay que golpear en el mortero las perlas del ojo.
- Leche y mujer sólo cuajan a la luz de la luna.
- No busques que la muerte del otro lado espejo.
- Dios creó a los erizos para deleite de los fakires.
- Si el gallo canta hay que apretarle la garganta al
zorro.
- Una cosa es ser izquierdista, otra haber nacido zurdo.
- En agua bendita sólo se bañan incautos, los demás son
salvavidas. |
El Universo Zeller también es el universo Wald, un diálogo en el
que conviven las creaciones de ambos artistas, muchas veces
trabajadas en equipo. Zeller escribe sobre Wald y Wald pinta los
sueños de Zeller. El taller de Susana Wald contiene una
infinidad de pinceles y lienzos en los que hablan elementos como
la identidad, los orígenes, el tiempo, el sueño. El taller
inunda, por momentos, de olores oleosos la casa: la trementina,
los aceites de linaza, los diluyentes, las paletas de colores
que por sí solas son obras automáticas. Durante mi última visita
a la casa de los Wald- Zeller, dormí en el taller, en una
colchoneta pequeña. Aquella vez, la casa recibía a visitas de
Canadá que venían a apoyar a Susana Wald en la elaboración de un
mural sobre el grupo Mandrágora, que en junio pasado fue
inaugurado en la Intendencia de la ciudad de Talca, Chile. Fui
testigo de todo el proceso de creación y fluidez de ideas de ese
mural. Con energético entusiasmo, Wald dibujaba rondas,
danzantes, e incorporaba caligramas de Zeller. Dormir en el
taller durante esos días fue un ejercicio emocional muy fuerte:
todas las noches me soñé pequeña, junto a mis abuelos, en casas
desaparecidas por terremotos. Mi pelo volaba mientras mi abuelo
me mecía en el columpio. El olor de los óleos ahora es olor a
tierra.
Daniela Sol, 2018
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