T A B E R N A S. P O E M A S D E J O R G E T E I L L I E R. s e l e c c i ó n d e M i g u e l M o r e n o D u h a m e l |
Es bien sabida la afición por las tabernas, las amistades y el vino que tenía el poeta lárico. Desde sus míticas ciudades chilenas, allá en el sur de fábula que añoró e inventó, hasta sus paseos por el destierro que le significó la ciudad de Santiago. Tenía ciertos reinos inamovibles, uno de ellos es el Bar Unión, lugar que aún se mantiene porfiado. En él encontrarán una placa que recuerda su constante visita.
Esta breve selección de poemas de Teillier tiene como puntos de comunión el vino, las cantinas, los mesones; y está acompañada por el agudo lente del fotógrafo Christian Alarcón Tapia.
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Mientras no cesan los golpes de los dados tres bicicletas relucientes y frías esperan pacientes y cabizbajas afirmadas en la pared de la cantina.
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Fuego bajo las cenizas. Y en el muro la sombra de los amigos muertos.
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Veinte años después ha resultado que los mejores alumnos son los de la escuela de la cimarra.
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Un vaso de cerveza, una piedra, una nube, la sonrisa de un ciego y el milagro increíble de estar de pie en la tierra |
P E Q U E Ñ A C O N F E S I Ó N
En memoria de Serguei Esenin
Sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones. Me amaron las doncellas y preferí a las putas. Tal vez nunca debiera haber dejado El país de techos de zinc y cercos de madera.
En medio del camino de la vida Vago por las afueras del pueblo Y ni siquiera aquí se oyen las carretas Cuya música he amado desde niño.
Desperté con ganas de hacer un testamento -ese deseo que le viene a todo el mundo- Pero preferí mirar una pistola La única amiga que no nos abandona.
Todo lo que se diga de mí es verdadero Y la verdad es que no me importa mucho. Me importa soñar con caminos de barro Y gastar mis codos en todos los mesones. |
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Es mejor morir de vino que de tedio Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas. Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano Cuando se gastan los codos en todos los mesones.
Tal vez nunca debí salir del pueblo Donde cualquiera puede ser mi amigo. Donde crecen mis iniciales grabadas En el árbol de la tumba de mi hermana.
El aire de la mañana es siempre nuevo Y lo saludo como a un viejo conocido, Pero aunque sea un boxeador golpeado Voy a dar mis últimas peleas.
Y con el orgullo de siempre Digo que las amadas pueden ir de mano en mano Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron Y yo gasto mis codos en todos los mesones.
Como de costumbre volveré a la ciudad Escuchando un perdido rechinar de carretas Y soñaré techos de zinc y cercos de madera Mientras gasto mis codos en todos los mesones. |
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En el pueblo donde algunos me conocen como el poeta cuyo nombre suele aparecer en los diarios, paseo por la Calle Comercio que ahora se llama Avenida Bernardo O’Higgins (Como en Santiago).
He comulgado con la tierra. Voy a la Sidrería. Allí están los parroquianos de siempre y me saludan mis viejos compañeros de curso que sueñan con ser alcaldes o regidores o comprarse una citroneta. Ha cerrado el cine. Aún quedan afiches que anuncian películas en sepia. A lo largo de los cercos las ortigas siguen hablando con su indestructible lenguaje. En el techo de mi casa se reúne el congreso de los Gorriones. Pienso por primera vez que no pertenezco a ninguna parte, que ninguna parte me pertenece. |
M I R É L O S M U R O S
Miré los muros de las Cervecerías Unidas si un tiempo fuerte hoy desmoronados. Miré desechos flotando en el Canal San Carlos, recordé steamers desafiando el Cabo de Hornos.
Recordé en la Avenida Kennedy un camino de ripio por donde cruzaban extraviados piños. Y polluelos picoteando entre los durmientes y cuántos Tom Collins bebí en La Ermita.
Recordé en la Librería Inglesa una muchacha rapada como Ingrid Bergmann en Por quién doblan las campanas. Me contó que no sabía quién le había contagiado la sarna y luego susurró una canción de Chuck Berry mientras hojeaba un libro sobre Arte Mochica.
Me puse a pensar que me hubiese gustado tener plata para comprar ostras y ciboulet, pero apenas me quedaba un boleto de Metro para llegar a un bar donde encontraría amigos para comentar los partidos de la Copa Libertadores. |
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N U E V A Y O R K 1 1
Aturdidos, ciegos vagabundos de la nada. ¿Cómo están mis mejores y únicos amigos? ¿Cesantes como yo? ¿Debo leer avisos económicos? ¿Ir a sentarme al Parque o jugar una fija el domingo?
Tal vez estudiar Meditación Trascendental: son fáciles los viajes al Oriente. Pero Santiago está en primavera y tú en las cunetas y en el futuro las embajadas o el Hogar de Cristo.
¿En quién confiar? ¿En mujeres de sal? ¿O que alguna vez cante el Zorzal Criollo? Ya ni siquiera sabes cuando la tierra viste de túnica amarilla o escoge ponerse el sayal franciscano.
No es fácil contar sólo con una sonrisa rota y tras cartón decirle a la gente que ya bajó el telón y te vas con los tuyos los gaznápiros, los aturdidos, los ciegos vagabundos de la nada. |
I I
Bebo un vaso de vino con los amigos de todos los días. Gruñe desganada la estufa. El dueño del Hotel cuenta las moscas.
Los desteñidos calendarios dicen que no se debe hablar. “No se debe hablar”, “no se debe hablar” repiten las moscas, la estufa, la mesa donde nos agrupamos como náufragos. Pero bebemos mal vino y hablamos de cosas sin asunto. |
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C U A N D O T O D O S S E V A Y A N
A Eduardo Molina Ventura
Cuando todos se vayan a otros planetas yo quedaré en la ciudad abandonada bebiendo un último vaso de cerveza, y luego volveré al pueblo donde siempre regreso como el borracho a la taberna y el niño a cabalgar en el balancín roto. Y en el pueblo no tendré nada que hacer, sino echarme luciérnagas a los bolsillos o caminar a orillas de rieles oxidados o sentarme en el roído mostrados de un almacén para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre los mismos hilos de su red caminaré sin prisa por las calles invadidas de malezas mirando los palomares que se vienen abajo, hasta llegar a mi casa donde me encerraré a escuchar discos de un cantante de 1930 sin cuidarme jamás de mirar los caminos infinitos trazados por los cohetes en el espacio. |