C U A T R O P O E M A S.. D E S Y L V I A P L A T H. |
El universo poético estaba encerrado en una vieja maleta de viaje, una cáscara endeble que se sometía a la vida de las apariencias, a los cánones establecidos, al engaño para demostrarse feliz. Pero poco era cierto. La única gran verdad era esa tremenda voz lírica que se escabullía de sus poros y su trastorno bipolar. En ese lenguaje habitaba la poesía, también la prosa y los ensayos, pero era la poesía sobre todo la que le daba esa fuerza devoradora, testimonial y estremecedora. Su voz lírica es una de las más poderosas en el idioma inglés del siglo XX; su voz personal una de las más típicas, esperables, condescendientes, tan pequeña que su muerte, con sólo un libro publicado, pasó casi desapercibida. Una muerte perfecta. Suicida desde temprano, dividió por tánatos su existencia en tres partes, cerca de los 10 años, con el deceso de su padre, hecho que le dejó una marca a fuego en su paso por esta tierra. En la veintena, ya en la universidad de Smith College, un primer intento de suicidio. Resultado, la internaron en una clínica siquiátrica hasta su aceptable recuperación. Finalmente en sus treinta, ya separada de su infiel marido, el también poeta Ted Hughes, pasó ocho meses sola con sus dos pequeños hijos. Durante ese tiempo, la poesía la inundó de tal manera que entonces escribió lo mejor de su obra, la que muy pocos leyeron o escucharon, con la cual muy pocos se sorprendieron. Atrapada por los malditos celos, enfermizos aunque con asidero, buscó la perfección en su despedida, la teatralidad y el cuidado. Arropó a sus hijos en la cama, los dejó limpios y con la leche del desayuno dispuesta sobre los veladores, luego se fue a la cocina y tapó cada rendija por donde pudiera colarse la muerte y atacar a los niños, entonces abrió la llave del gas y esperó nada más a la nada, a la gran puta vacía que se desviste con maestría y te abraza para quitarte el aliento. |
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De sus hijos, el llamado Nicolás, profesor universitario y maniaco depresivo, siguió sus pasos y se quitó la vida en 2009.
Su obra fue recopilada por su viudo, el poeta Hughes, y publicada post mortem. Casi toda. Hughes tuvo la precaución de quemar la parte del diario de vida en que ella escarba más profundo la relación entre ambos. Pero entonces, por ese pago literario, la mujer que fue sometida a los convencionalismos, a la vida común y corriente, a la dueña de casa felizmente casada, con un hogar bien constituido y con hermosos hijos, pudo por fin volar como un ave gigantesca y terrible, para azotarnos con sus palabras, ¿ o no, daddy?, sabes que "Hay una estaca en tu negro, burdo corazón, /A los aldeanos nunca les gustaste. /Están bailando y zapateando sobre ti, /siempre supieron que eras tú/Papacito, papito: escúchame bastardo, acabada estoy".
Tal fue el paso de Sylvia Plath, la muchacha de portada de magazzine, la delgada, la hermosa, la trágica. Esa poeta testimonial y poderosa que sólo conocimos después de su muerte.
p o r M i g u e l M o r e n o D u h a m e l c o n d i b u j o s d e A l b e r t o B e n a v e n t e
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TRES MUJERES
SEGUNDA VOZ:
Cuando por primera vez vi la pequeña mancha roja, no pude creerlo.
Observé a los hombres caminar a mi alrededor en la oficina. ¡Eran tan planos! Había algo en ellos como de cartón, y ahora lo comprendo, esa plana, plana vulgaridad de la que ideas, destrucciones, niveladoras, guillotinas, cámaras blancas de chillidos proceden, proceden sin fin; y los fríos ángeles, las abstracciones. Me senté ante mi escritorio con mis medias, mis tacones altos,
y el hombre con quien trabajo se echó a reír: "¿Ha visto algo horrible? se ha puesto tan blanca, de repente". Y no dije nada. He visto la muerte en los árboles desnudos, una privación. No podía creerlo. ¿Es tan difícil para el espíritu concebir un rostro, una boca? Las cartas proceden de estas negra teclas, y estas negras teclas proceden de mis dedos alfabéticos, ordenando partes.
Partes, fragmentos, engranajes, brillantes mecanismos. Me muero al sentarme. Pierdo una dimensión. Rugen trenes en mis oídos, ¡salidas! ¡salidas! El plateado camino del tiempo se vacía en la distancia. El cielo blanco se vacía de su promesa igual que una copa. Estos son mis pies, estos ecos mecánicos. Tap, tap, tap estacas de acero. Me descubro deficiente.
Esta es una enfermedad que me llevo a casa, es una muerte. De nuevo, esto es una muerte. ¿Es el aire, las partículas de destrucción que aspiro? ¿Soy un pulso que disminuye y disminuye, enfrentándose al frío ángel? ¿Es éste mi amante, entonces? ¿Esta muerte, esta muerte? De niña amé un nombre mordido por el liquen. ¿Es éste el único pecado, entonces, este viejo amor muerto de la muerte?
Traducción de Jonio González y Jorge Ritter |
SOY VERTICAL
Pero preferiría ser horizontal. No soy un árbol con las raíces en la tierra absorbiendo minerales y amor maternal para que cada marzo florezcan las hojas, ni soy la belleza del jardín de llamativos colores que atrae exclamaciones de admiración ignorando que pronto perderá sus pétalos. Comparado conmigo, un árbol es inmortal y una flor, aunque no tan alta, es más llamativa y quiero la longevidad de uno y la valentía de la otra.
Esta noche, bajo la luz infinitesimal de las estrellas, los árboles y las flores han derramado sus olores frescos. Camino entre ellos, pero no se dan cuenta. A veces pienso que cuando estoy durmiendo me debo parecer a ellos a la perfección – oscurecidos ya los pensamientos. Para mí es más natural estar tendida. Es entonces cuando el cielo y yo conversamos con libertad, y así seré útil cuando al fin me tienda: entonces los árboles podrán tocarme por una vez, y las flores tendrán tiempo para mí.
Traducción de Eli Tolaretxipi |
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MÉNADE
Una vez, fui corriente: sentada bajo el algarrobo de mi padre comía los dedos de la sabiduría. Los pájaros daban leche. Cuando tronaba me escondía bajo una losa.
La madre de las bocas no me amaba. El viejo se encogía hasta volverse muñeca. Oh, soy demasiado grande para volver a atrás: la leche de pájaro es plumas, las hojas del algarrobo son inertes como manos.
Este mes no da para mucho. Los muertos maduran entre las hojas de vid. Hay una lengua roja entre nosotras. Madre, no te acerques a mi corral, me estoy convirtiendo en otra.
Cabeza de perro, devoradora: dame de comer las bayas de la oscuridad. Los párpados no se cerrarán. El tiempo desata del gran ombligo solar su brillo infinito. Debo tragarlo todo.
Señora ¿quiénes son esos de la vasija lunar- ebrios de sueño, con los miembros desparejados? Bajo esta luz, la sangre es negra. Dime mi nombre.
Traducción de Eli Tolaretxipi |
ESPEJO
Soy de plata y exacto. No tengo prejuicios. Todo lo que veo lo trago de inmediato tal y como es, sin la turbiedad del amor o de la antipatía. No soy cruel, sólo veraz – el ojo de un diosecillo, con cuatro esquinas. La mayor parte del tiempo medito sobre la pared de enfrente. Es rosada, con manchas. La he mirado tanto que creo que forma parte de mi corazón. Pero se mueve. Caras y oscuridad nos separan una y otra vez.
Ahora soy un lago. Una mujer se asoma sobre mí, buscando en mi extensión lo que ella es en realidad. Luego se vuelve hacia esas embusteras, las velas o la luna. Veo su espalda y la reflejo con fidelidad. Me recompensa con lágrimas y gesticula con las manos. Soy importante para ella. Viene y va. Cada mañana es su cara lo que sucede a la oscuridad. En mí ha ahogado a una muchacha, y desde mí una mujer mayor se eleva hacia ella día tras día, como un pez terrible.
Traducción de Eli Tolaretxipi |
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