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"Trabajaba
en el diario La Opinión. A veces hacía policial.
Reporteaba crímenes en las calles. Tomábamos esos carros que
costaban 20 centavos y nos íbamos a reportear a los barrios
peligrosos. Yo escribía mucho en esa época. A las siete venían
mis amigos a buscarme. Primero íbamos al café Iris. Tomábamos
leche con vainilla. A veces, cuando andábamos con plata,
comprábamos una malta para dos. Siempre andábamos muertos de
hambre, flacos como espárragos, ojerosos y demacrados; todos
vírgenes y dolientes, esa era la onda de la juventud en esa
época. Éramos darianos, de Rubén Darío. Leíamos al Neruda de
Residencia en la tierra. La explosión total fue la
aparición de Jean Paul Sartre. Quedó la escoba, todos nos
hicimos existencialistas. En ese tiempo nadie piteaba, todos
éramos universitario felices".
Llegan los dos
cafés en una bandeja de aluminio. Ahora Stella echa cenizas en
el platillo del café. Hablamos de otras cosas, del sur de
Chile, de ser de izquierda o de derecha, de poesía.
Cuando se ha tomado
la mitad del café escarba en su cartera y saca una petaca de
pisco de 35, la abre y llena la taza.
"Lo
más importante era El Bosco. Ahí nos juntábamos los
poetas y los escritores. Llegaba todo el mundo. Conversábamos
toda la noche. Había grupos: la mesa de pintores, la de los
poetas, la de los ingenieros, la de los periodistas. Villanueva
era un mozo que atendía y que medía dos metros, era un ropero
con las puertas abiertas. Cuando Teillier se pasaba, Villanueva
lo sacaba del cuello. A mí también me echaron varias veces.
Toda esta fama de que yo repartía combos vino después. A las
otras mesas llegaban hombres de plata y, como yo era regia, me
invitaban. Entonces pedía comida, malaya, pollos y hacía comer
a mis amigos que siempre andaban muertos de hambre. Claro que
después los pijes me pedían que me fuera con ellos. Yo decía
que no y daba el primer combo. Era sólo el primero, después
arrancaba…A Lafourcade también le pegué, pero eso fue años
después y por otro asunto. También le pegué a Tomic. Le pegué
a harta gente en realidad".
Stella se repite la
taza, ahora con pisco solo. Afuera ya está oscuro. Pienso en
la micro que me sirve para volver a mi casa. Ella, al parecer,
hace lo mismo, porque me dice que va a Villa Olímpica, que
cualquier micro que baje por Vicuña Mackenna le sirve.
Nos vamos caminando
hasta un paradero frente a Marcoleta. Como vamos riéndonos
ninguno de los dos se da cuenta y chocamos con un ciego que
camina por la vereda. Nos reímos y toda la gente protesta por
el ciego. Yo pido disculpas por los dos, pero Stella considera
que la culpa la tuvo el ciego.
Le entrego mi brazo
y cruzamos la calle. Antes de llegar al paradero Stella se
suelta y me dice que puede andar sola. Cruza marchando como en
un desfile. No sé qué hacer. La gente la queda mirando desde
arriba de las micros. A mí no me importa que nos miren. Hago
parar la micro. Stella me dice que fue un gusto y yo le digo
exactamente lo mismo, nos despedimos. Sube a la micro y se
confunde con las demás gentes. Quiero hacerle señas desde
abajo, pero ella no vuelve a mirar y la micro desaparece por
Vicuña Mackenna hacia el sur.
Los primeros libros
de la Díaz fueron Razón de mis ser (1949); Sinfonía
del hombre fósil (1953) y Tiempo medida imaginaria
(1959). Los dones previsibles se publicó más tarde, en
1986. Mientras publicaba trabajó en los diarios La Opinión, El
Extra y El Siglo, pero la acusaron de espía y la echaron del
Partido Comunista por trotskista. Entremedio tuvo úlcera, se
casó, tuvo un hijo. Después del ’59 siguió escribiendo, pero en
un arranque de lata lo botó todo.
(*) Una vez que la Stella estuvo en nuestra casa nos contó que
su pololeo con Jodorowsky es un mito. Según su propia
palabra : "nuncamente". (Nota de L.P)
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