S t e l l a    D í a z   V a r í n :

Y   S u    V o z    R o n c a    V o l v i ó     A    L a     T i e r r a.

P o r   M i g u e l    M o r e n o   D.

 

"Haga usted el favor, alcánceme mis cigarrillos y

deme otro topacio para saborear la médula de ese poeta

recién muerto"

Stella Díaz Varín, "Tiempo, Medida Imaginaria", 1959.

 

 

La primera vez que vi a Stella Díaz Varín fue en una sala de la Biblioteca Nacional junto a otros dos escritores, una de ellas una amiga a quien tengo en estima.  Sin embargo, lo que más me impresionó en esa ocasión, fue la potente y ronca voz que salía de la garganta de esa vieja.  Una voz que reunía todo el polvo del tiempo y la tierra acumulada en su sonido, una voz con toda propiedad telúrica.  La suerte quiso que meses después "La Colorina", que a la sazón ya cargaba con una corona blanca sobre su cabeza, estuviera en mi casa bebiendo y hablando toda la noche; una entrevista que logró Sandra, mi esposa, pero que mientras se desarrollaba, la Stella nos pidió que nunca la publicáramos.  Nosotros, fieles a su solicitud, jamás lo hicimos y no guardamos ningún registro de esa jornada, salvo los recuerdos.

 

Era una mujer poderosa, parte de la historia literaria de este país y también de la otra.  Sobreviviente a la dictadura, ya que los milicos le echaron encima una camioneta con la cual le hicieron mierda las piernas y le volaron los dientes, la dieron por muerta y despertó en la morgue rodeada de cadáveres.

 

Esporádicamente nos seguimos encontrando y sabiendo de ella a través de los testimonios de sus pares que la conocían y  nos contaban cómo era:  la recordaban linda, alegre, eléctrica, con un pelo rojo incansable, la que movía la parranda en Il Bosco, en el Bar de la Unión o donde los encontrara la bohemia.  Pero también era temible:  un solo aletazo de ella, cuando rápidamente terminaban las divagaciones verbales, era capaz de dejarte tirado en el suelo con toda tu triste humanidad.

 

Una frase con desparpajo de su boca y, cosa que vi, toda una audiencia podía abuchearla y retirarse indignada ante el descalabro que lograba.  Decía lo que quería, fuera o no lo correcto...

 

¡¿Y qué le podía importar eso a esta niña terrible?!.

 

Una vez escuché decir que la Stella Díaz Varín era la más vital de las poetas jóvenes de Chile, y comparto totalmente esa verdad, porque si la juventud está compuesta de rebeldía, inconformismo, desfachatez e irreverencia, quién mejor que ella para llevar la juventud eterna en su forma de vida.  Y era una más de esos jóvenes hermosos.

 

Alguno cualquiera dirá que todos los muertos son buenos.  Yo digo que no.  Estar al lado de la Stella y no comprenderla o al menos aceptarla, te hacía candidato seguro a ser víctima de su ira y, entonces, aguantarse las consecuencias no más o salir huyendo como Lafourcade de la SECH para tener a buen recaudo la integridad personal.

 

Creo que la última vez que recitó en público fue en el diario La Nación en uno de los viernes de tertulia y carrete cultural que se hacían en ese lugar.  Era una noche particularmente concurrida donde habían escritores, pintores, músicos y toda una fauna variopinta chileno-argentina que se había reunido.  Cuando el 

barítono Pedro Linares interpretaba "El brindis" de "la Traviata", se escuchó una voz profunda que decía "¡cállate, huevón!", "¡este huevón no sabe cantar!" y un montón de otras cosas que ni recuerdo.  El barítono se sintió tan humillado que terminó su actuación aduciendo que situaciones como esa matan al artista que es un ser todo sensibilidad cruda, a lo cual la Stella Díaz Varín siguió ofendiéndolo y mandándolo a buena parte.  El público en general apoyó a Linares y echó de la sala a la poeta, pero ella volvió al poco rato, pidió dignas disculpas y se lanzó a recitar un pequeño poema, ¡potente el desgraciado!, como esos que quisieran muchos de nosotros escribir.

 

En fin, su voz dura, su roja cabellera y su vitalidad irresponsable, ahora están muertas.  Se apagaron en una fría sala de la Posta.  Dicen que de cáncer, yo creo que de cuerda cortada.

 

La que no está muerta es su poesía y ¿cómo podría estarlo mientras haya uno que la recuerde y recite sus versos?.  ¡Salud para Stella Díaz Varín!  ¡Salud con vino ocre!  ¡Salud por sus disparates y larga vida a sus poemas!

 

V i n o    R e c u e r d o s.

 

Stella Díaz Varín es una voz propia en la Poesía.

 

Cuando su sonido interrumpe el silencio de la orquesta

la vejez, si es que quiere,

puede ser la más lúcida de la palabras.

Puede ser un relámpago en medio de tanta muerte

o un frágil quejido de vino en el vaso del sexo.

 

Una gruesa voz húmeda en el humo

aleja tanto como el color de la sangre.

 

El aroma ocre del vino dentro de la boca te lleva a los recuerdos:

 

Puede ser que al borde de unos tragos aparezca la cara de mi padre

antes de que el oficio del '73 lo devorara

y él recuerde también sus escapadas al cine para ver "El hombre invisible",

"Yo acuso" o las semanales de "Flash Gordon".

 

Cuando el "Cojo Trincado" no mataba aún a su hija por no haber nacido hombre

o aún no se escuchara el ciego grito homosexual con Ibáñez.

 

Mis recuerdos son otros,

pero tienen textura.

 

Yo era un niño en medio de ese vino maricón que sumergía al papá

o era un crepúsculo cuando el vino era la llave para que tocaran "Las guitarras viajeras".

Lindas mujeres - que ahora están gordas y flácidas -

cuando el vino se tomaba en el "Bim Bam Bum".

Regias pelucas y plumas artificiales en regias noches de insomnio

desapareciendo lentamente con el frío brillo del "fierro".

 

La sombra de mi padre temblando después de años de beber

el bigoteado en las quintas de recreo,

como yo después de haber tomado el mejor pipeño barato en Talcahuano.

 

Son horas dejadas de lado que algún día

me pasarán la cuenta,

me penarán lo suficiente como para adorar el estiércol

y sin olerlo beber lentamente otro vaso.

 

Este vino de ahora no es cualquier trago.

Es un trapo de terciopelo que te envuelve los labios y la lengua.

Tiene aroma, es un cuerpo fragmentado, marea según diga la luna.

Es la excusa tangible para tomar la voluntad de los otros

y escuchar a la Stella.

 

Cuando veo la roja lágrima de una vela encendida

entre vasos de vidrio

y rastrojos de cigarro

creo que la propia voz, es la Stella Díaz Varín en la Poesía.

 

Miguel Moreno Duhamel, 2002.

 

 

 

Poemas de Stella Díaz Varín

 

 

 

 

 

 

 

 

C U A N D O    L A     R E C I É N    D E S P O S A D A.

 

Cuando la recién desposada

desprovista de sinsabor

es sometida a la sombra.

Sí.  A su sombra...

Enciende la bujía y lee.

 

¡Ah!  Entonces no es nada

la venida del apocalipsis,

los hijos anteriores enterrados

y un hilo de sangre desprendido del techo.

No es nada ya el océano y su barco

ni la muerte que intuye la libélula

ni la desesperanza del leproso.

 

Cuando la recién desposada:

Ya no estaré tan sola desde hoy día.

He abierto una ventana a la calle.

 

Miraré el cortejo de los vivos

asomados a la muerte desde su infancia.

Y escogeré el momento oportuno

para enterrarla.

 

 

B R E V E    H I S T O R I A    D E    M I    V I D A.

 

          Comando soldados.

Y les he dicho acerca del peligro

de esconder las armas

bajo las ojeras.

Ellos no están de acuerdo.

Y como están todo el tiempo discutiendo

siempre traen perdida la batalla.

 

Uno ya no puede valerse de nadie.

Yo no puedo estar en todo;

para eso pago cada gota de sangre

que se derrama en el infierno.

 

En el invierno, debo dedicarme

a oxidar uno que otro sepulcro.

Y en primavera, construyo diques

destinados a los naufragios.

 

          Así es, en fin...

Las cuatro estaciones del año

no me contemplan, sino trabajando.

 

          Enhebro agujas

para que las viudas jóvenes

cierren los ojos de sus maridos,

y desperdicio minutos, atisbando

a la entrada de una flor de espliego

de una simple abeja,

para separarla en dos,

y verla desplazarse:

la cabeza hacia el sur

y el abdomen hacia la cordillera.

 

          Así es

como el día de Pascua de Resurrección

me encuentra fatigada,

y sin la sombra habitual

que nos hace tan humanos

al decir de la gente.