S O B R E   D I R E C T I V Í   A B A K U A

D E   S A M U E L   I B A R R A

p o r   M o r o   M a x w e l l   I l a b a c a

 

 
 

 

 

 

 

 

 

Impresiones / texto espacial / georreferenciado

 


 

 

 

 

 

El consultorio

 

 

En el consultorio del Barrio Yungay estoy leyendo unos escritos materialistas, fruto de una copiosa inmersión en la vida… y en la materia, son la escucha del mundo-ruido. Y todo pa’ dentro. Devorando el mundo, devorando al otro. Al conquistador, al migrante, al esclavo. Todo pa’ dentro. La antropofagia de Oswald de Andrade, de Tarcilia do Amaral, el antídoto contra la invasión. Deglución, con saliva, vengan los europeos, vengan los afrodescendientes, vengan los amerindios, vengan los gringos con su fanfarronería, vengan los migrantes, vengan los exploradores con short y cucalón, aquí cultivamos el primitivismo, pero crítico. Antropofagia crítica, "Tupy, or not tupy that is the question. (...) Sólo me interesa lo que no es mío. Es la ley del antropófago", y todo para el mito, materiales de construcción del mito, mi mito, nuestro mito. El matriarcado de Tera, la comunidad de los primitivos. No crean que nos civilizaron, seguimos siendo los bárbaros, pero los bárbaros críticos. Abanico de interpretaciones. Todas válidas. En la antropofagia no hay, por lo tanto conquista posible, todo pa’ dentro, el otro yo, pa’ dentro, somos el otro, con el otro. Todas las lenguas, en un consultorio de barrio Yungay, a las 6:30, cambiando de canal, haciendo zapping... Lleno de antenas, la parabólica, lleno de cámaras, Directivi televisión satelital, tus mejores series, podís pasarte las medias películas. TV or not To be. Chile acontece en la tele, en el matinal. Y seguimos, del reguetón a la cumbia villera. De la poesía de Nicolás Guillén, al medusario de Echavarren y Perlonguer. A las Congas y Comparsas de Cuba. Aquí está Cecilia Valdés, y Macunaíma, el héroe sin ningún carácter. Nos comemos todo, lo incorporamos, lo digerimos, y seguimos adelante, como uno de esos seres de Miyasaki.

 

 

Paseo Ahumada

 

 

¡De allá pa' acá Paseo Ahumada! La veo brillando en el escaparate, vamos a vitrinear al centro. Es todo lo que no soy, todo lo que se me ha arrebatado, todo lo que quisiera ser. Mi completud. La marca tiene un secreto. El carácter fetichista de la mercancía tiene su secreto. Ese es el paseo. El Paisaje urbano del nuevo paseante. No son los pasajes del París del Segundo Imperio, de Napoleón III, de Haussmann, es la anarquía arquitectónica posmoderna criolla, del retail, de los Mall. Un buen Mall no tiene memoria. Para Benjamín el surrealismo no sólo era un movimiento artístico o poético. En sus inicios la intención fue llevar la creación literaria hasta los extremos de lo posible, "en los escritos de este círculo no se trata de literatura, sino de otra cosa (...) de lo que se habla literalmente es de experiencias, no de teorías”. El surrealismo es un impulso rebelde de “superación creadora de la iluminación religiosa”, que necesariamente debe conducir hacia una “iluminación profana de inspiración materialista, antropológica", que orienta la mirada del artista hacia el mundo de la vida y reconoce en él su creación, forzándolo a reconciliar el arte con la praxis vital -con la producción social de la vida, dijo Marx, que estaba escuchando la conversación–, lo que es lo mismo que su politización, continúa Benjamín. El surrealismo descubre las energías revolucionarias que se manifiestan en los objetos, en las construcciones, en los edificios, en lo “anticuado”. Benjamín ve que “Nadie mejor que estos autores pueden dar una idea tan exacta de cómo están estas cosas respecto de la revolución. Antes que estos visionarios e intérpretes de signos nadie se había percatado de cómo la miseria (no sólo social, sino la arquitectónica, la miseria del interior, las cosas esclavizadas y que esclavizan) se transpone en nihilismo revolucionario”. Este hallazgo de Benjamín en el surrealismo se puede extrapolar a Directiví Abakuá: hacer que las cosas hablen es la tarea del artista o del revolucionario (que sólo en este caso son lo mismo), de sí mismas, del pasado, de las vidas que en ellas duermen y que hay que despertar. Pero ya no son exactamente las cosas, son las ideas de las cosas, los nombres de las cosas. Hay que hacer “que exploten las poderosas fuerzas de la Stimmung escondidas en las mercancías”. ¿Es eso materialismo histórico? ¿Es redención del pasado? Por mientras Apollinaire declama: “Abríos tumbas, vosotros, muertos de las pinacotecas, cadáveres de detrás de los biombos, en los palacios, en los castillos y en los monasterios; aquí está el fabuloso portero, que tiene en las manos un manojo de llaves de todos los tiempos, que sabe cómo hay que escaparse de los más encubiertos castillos y que os invita a avanzar en medio del mundo actual”. Samuel parece estar en contacto, parece que posee un secreto, parece que maneja el código, parece que tiene la llave, parece que cacha la hueá. El secreto del fetiche son las vidas que alberga. “Y entre la noche negra —desesperadas—corren y sollozan las almas de los obreros muertos”. Pero ya vinieron los surrealistas. Ya vino Juan Rulfo, el médium, ya vivimos en un pueblo poblado de fantasmas. Ahora quieren convencernos que no hay historia. Animismo de la marca, del concepto, del holding, que se convierte en sujeto. Samuel adjetiva las marcas, la chevrona es como mi comadre. Parado sobre el tótem de la comunidad perdida, del rehue que nos conecta con las energías del cosmos, Samuel, más que brujo, más que chaman, el mago blanco, más que machi, es el Machife, el que habla la lengua de la mercancía, traduce al fetiche, lo sabe escuchar, diserta la trasnacional su tradición oral. Samuel comienza a hablar en lengua, poseído. El viento trae la voz de los Pulonco / de los gnen. De la corporación como Sujeto colectivo, al LOF como comunidad. Es el ser genérico de la especie, desparramado por la división social del trabajo, ontología de las relaciones sociales, la corporación toyotista, el ponte la camiseta, la muerte de la conciencia de clases, que vuelve como zombie, vuelve como fantasma. Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de la conciencia de clases muerta, viene junto con el fantasma de Dios, que murió un siglo antes. ¡Pero nadie muere en el animismo, carajo! Pasamos a otro plano, en la teoría de cuerdas, todos presentes.

 

La escritura, entonces, como evento de posesión demoníaca. Como en Pessoa. Los espíritus van dictando, los Pillanes sobrevolando las llanuras del desvarío. Pero ahora hablan en chino, en Hindi, en filipino, en japonés, en mapudungun, en yoruba, en una lengua incomprensible, fragmentaria. Samuel sabe bucear en ese océano, el hechicero de la tribu, el bueno, el real, el que nos guía, el poeta, el lunático, el clarividente. Que trae consigo a los antepasados. De Violeta Parra a Carmen Berenguer. Todas la voces todas. Allá va Samuel, de la mano con El divino Anticristo, por el Paseo Ahumada, como si él fuese todos los personajes del cuadro de Paul Klee, el tornado, el ángel y los escombros. Todo pa’ dentro. Despreocupado por las cacofonías, enarbolando las rimas consonantes afiladas, no importa tener el clavecín bien temperado, comiéndose la lira popular, deglutiendo la nueva canción chilena, el canto nuevo, la nueva ola, el cancionero poscolonial, decolonial. La canchaniagua, la del platero, su Nicanor Molinare y el charango chillón. Los extremos se juntan. La posfordista y la tía Juana, la pasturrienta y la primera dama.

 

 


 

     

 


 

 

En la farmacia

 

 

Ella. La distópica, la que coquetea con la Unidad Popular y el zafarrancho de la sociedad del Espectáculo, que despliega con maestría el neón Cyberpunk de Blade Runner y de Brazil, transustanciado, importado, conviviendo con varias edades y capas geológicas vivas, donde se pasa de la General Motors, a la bomba Petrobras, a Lo Valledor, a Doña Carne. Todo mezclao, como en el Son 16: “Estamos juntos/ desde muy lejos,/ jóvenes, viejos,/ negros y blancos,/ todo mezclado;/ uno mandando y otro mandado,/ todo mezclado/ Santa María,/ San Berenito, Santa María, ¡todo mezclado!”. Xangó, Ogún, Oxossi. Todos sedados, todos drogados. Repartiendo pepas, pa’ los grandes pa’ los chicos. La farmacopea, la biopolítica, la farmacopolítica, el Neuromárketing, de la red social, el giro digital. Ahora somos postfordistas, toyotistas, vendedores ambulantes. Como en la Matrix, vemos cosas antiguas, pero no sabemos si son recuerdos implantados. Deja vus electrónicos, los perros vagos. El ruido constante. Deja vus la Suite de Cello en Re menor de Bach. Mientras la posmodernidad electrónica es en otro idioma, quedamos lingüísticamente afuera, el barroco fue en francés, la modernidad fue en español, el capitalismo fue en inglés. Ahora hay que aprender chino. Se me acaba la batería, vuelvo a ser análogo.

 

 

La Catedral

 

 

Samuel nos trae los pedazos, lo que ha quedado del lenguaje, lo que ha quedado del Golem. La machi dice que las enfermedades son palabras mal colocadas; y nuestro lenguaje ha sido pisoteado, por botas, por mocasines, por charol lustrado. De la farmacia a la Catedral. El lenguaje machacado, diría Nelly Richard; el lenguaje como campo minado por la dictadura, diría, Eugenia Brito; el lenguaje torturado y degradado de Diamela Eltit; el lenguaje impotente ante el estado de excepción de Zurita. El lenguaje que no alcanza a dar cuenta del horror, de TS. Eliot. De Primo Levi saliendo mudo del lager, del campo de concentración. Pero el nuestro es un lenguaje porfiado, el porfiado lenguaje latinoamericano, que no muere, lenguaje de zombies. “El pájaro tralalí canta en las ramas de mi cerebro. Porque encontró la clave del eterfinifrete!”. Las de Samuel más que neologismos, son palabras compuestas, descompuestas, recompuestas, las del nigromante, las del rabino que conjura, que permuta, que perdió la clave y ensaya la combinación de letras para devolverle la vida al Golem, para comunicar la experiencia del desenfreno.

 

Hay una lengua que resuena allá afuera, viva, independiente, que se escucha de lejos, a través de las paredes. Inasible, indómita. Samuel con las hojas de canelo en la mano construye un puente, o un algoritmo, un pasaje, un conectivo lógico, un portal que va de la calle al lenguaje, y del lenguaje de la calle a la “poesía”, al delirio, a su psique en shock. Y el subsuelo religioso cascabeleando en la performance, y lo que llaman santería, y lo que llaman sincretismo, pero neocolonial, de neón, neóncolonial.

 

Deseo de-colonial, frente al museo colonial, que pese al deseo sigue siendo colonial, pero resignificado, en el tiempo efímero de la performance.

 

 

Plaza de Armas

 

 

Allá afuera sigue la gusanera, me invitan a un TV Party, con parabólica, trabajando incansable en el sin respeto, en el acoso, ahí va la gusanera, la caminata coca cola, hablando el lenguaje de la Doctrina Monroe, la del patio trasero, o simplemente del trasero… La Helms Burton, la que se baila diciendo que sí. Petróleo y sangre. Are you redy con la distopía?? Cuando la única política que nos queda es el vudú. América Latina como un espejismo. El realismo mágico de la CIA. América Latina como una maqueta, como un laboratorio, como un experimento. Llega entonces esta exhortación contra el hombre blanco, esta interpelación, reivindicativa de la negritud, de lo chicano, de lo indio, de lo mestizo. Aullando fuerte. Afuera el mundo salvaje, sediento de sangre, ardiendo, agitándose con la necesidad de sacrificio. Allá están ellos, los soberanos, decidiendo sobre el Estado de Excepción. Vienen de la mano con los fantasmas de los asesinos, todos los dictadores latinoamericanos, los conquistadores, las trasnacionales. Empeñados en su guerra, su violencia, los conspiradores, los amos, los déspotas. La violencia se enseñorea, extrae jugos. Pero sigue la música, así es aquí, baila tu patio 29.

Todo mezclado con el Son Número 6, Yoruba soy. Todo mezclado, todo pa’ dentro. El cantor de micro de los años 80, junto al torturador. Cómo dar cuenta de este sentimiento si no es el tango, la milonga triste, la guitarra, onomatopeyas pegajosas, recién salidas de la industria cultural. Vamos pagando con la machi card que todavía nos da crédito.

 

Pero qué bueno se puso el reguetón, shopimaniaca. Y llegamos al punto más orgásmico del consumo... el paroxismo extático del mercado... como droga, como catarsis deconstructiva, como el ditirambo de Nietzsche. La máxima enajenación y la máxima lucidez, al mismo tiempo.

 

“Salí a buscarte”, alguien tomó la iniciativa, pasó a la acción, pero ya no hay un afuera, no se puede salir, como en Truman Show. Veo que hay un afuera, pero el órgano percipiente también está preso, así que la sensación está adentro. Total, en la disco no sale el sol. También le pidió amor, pero ya se había marchado. Amor: en este contexto se convierte en un vocablo oscuro, extemporáneo, incorrecto, imposible. Ya se ha marchado.

 

El peliento, el kuma, el flaite, con bling bling, bailando wawancó. Y es tan importante la música, el ritmo, como en Caicedo, la carnavalera, que parece África. Allá viene el Alacrán. Tera la cogotera... ácana con ácana... allá en el monte adentro… y el todo el Son Entero. Todo resumido en la Plaza de Armas. Se levanta de entre los escombros el guerrero de la memoria, armado de sus mememas, sus geomemas, desempolvando el archivo, la historia, levantando un memorial. Nos trae Directiví Abakuá.

 


 

Moro Maxwell Ilabaca es escritor, sociólogo, magíster en literatura y músico.