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El consultorio
En el consultorio del Barrio Yungay estoy leyendo
unos escritos materialistas, fruto de una copiosa inmersión en
la vida… y en la materia, son la escucha del mundo-ruido. Y todo
pa’ dentro. Devorando el mundo, devorando al otro. Al
conquistador, al migrante, al esclavo. Todo pa’ dentro.
La antropofagia de Oswald de Andrade, de Tarcilia do Amaral, el
antídoto contra la invasión. Deglución, con saliva, vengan los
europeos, vengan los afrodescendientes, vengan los amerindios,
vengan los gringos con su fanfarronería, vengan los migrantes,
vengan los exploradores con short y cucalón, aquí cultivamos el
primitivismo, pero crítico.
Antropofagia crítica, "Tupy, or not tupy that is the question.
(...) Sólo me interesa lo que no es mío. Es la
ley del antropófago", y todo para el mito, materiales de
construcción del mito, mi mito, nuestro mito. El matriarcado de
Tera, la comunidad de los primitivos. No crean que nos
civilizaron, seguimos siendo los bárbaros, pero los bárbaros
críticos. Abanico de interpretaciones. Todas válidas. En la
antropofagia no hay, por lo tanto conquista posible, todo pa’
dentro, el otro yo, pa’ dentro, somos el otro, con el otro.
Todas las lenguas, en un consultorio de barrio Yungay, a las
6:30, cambiando de canal, haciendo zapping... Lleno de antenas,
la parabólica, lleno de cámaras, Directivi televisión satelital,
tus mejores series, podís pasarte las medias películas. TV or
not To be. Chile acontece en la tele, en el matinal. Y seguimos,
del reguetón a la cumbia villera. De la poesía de Nicolás
Guillén, al medusario de Echavarren y Perlonguer. A las Congas y
Comparsas de Cuba. Aquí está Cecilia Valdés, y Macunaíma, el
héroe sin ningún carácter. Nos comemos todo, lo incorporamos, lo
digerimos, y seguimos adelante, como uno de esos seres de
Miyasaki.
Paseo Ahumada
¡De allá pa' acá Paseo Ahumada! La veo brillando
en el escaparate, vamos a vitrinear al centro. Es todo lo que no
soy, todo lo que se me ha arrebatado, todo lo que quisiera ser.
Mi completud. La marca tiene un secreto. El carácter fetichista
de la mercancía tiene su secreto. Ese es el paseo. El Paisaje
urbano del nuevo paseante. No son los pasajes del París del
Segundo Imperio, de Napoleón III, de Haussmann, es la anarquía
arquitectónica posmoderna criolla, del retail, de los Mall. Un
buen Mall no tiene memoria. Para Benjamín el surrealismo no sólo
era un movimiento artístico o poético. En sus inicios la
intención fue llevar la creación literaria hasta los extremos de
lo posible, "en los escritos de este círculo no se trata de
literatura, sino de otra cosa (...) de lo que se habla
literalmente es de experiencias, no de teorías”. El surrealismo
es un impulso rebelde de “superación creadora de la iluminación
religiosa”, que necesariamente debe conducir hacia una
“iluminación profana de inspiración materialista,
antropológica", que orienta la mirada del artista hacia el mundo
de la vida y reconoce en él su creación, forzándolo a
reconciliar el arte con la praxis vital -con la producción
social de la vida, dijo Marx, que estaba escuchando la
conversación–, lo que es lo mismo que su politización, continúa
Benjamín. El surrealismo descubre las energías revolucionarias
que se manifiestan en los objetos, en las construcciones, en los
edificios, en lo “anticuado”. Benjamín ve que “Nadie mejor que
estos autores pueden dar una idea tan exacta de cómo están estas
cosas respecto de la revolución. Antes que estos visionarios e
intérpretes de signos nadie se había percatado de cómo la
miseria (no sólo social, sino la arquitectónica, la miseria del
interior, las cosas esclavizadas y que esclavizan) se transpone
en nihilismo revolucionario”. Este hallazgo de Benjamín en el
surrealismo se puede extrapolar a Directiví Abakuá: hacer que
las cosas hablen es la tarea del artista o del revolucionario
(que sólo en este caso son lo mismo), de sí mismas, del pasado,
de las vidas que en ellas duermen y que hay que despertar. Pero
ya no son exactamente las cosas, son las ideas de las cosas, los
nombres de las cosas. Hay que hacer “que exploten las poderosas
fuerzas de la Stimmung escondidas en las mercancías”. ¿Es eso
materialismo histórico? ¿Es redención del pasado? Por mientras
Apollinaire declama: “Abríos tumbas, vosotros, muertos de las
pinacotecas, cadáveres de detrás de los biombos, en los
palacios, en los castillos y en los monasterios; aquí está el
fabuloso portero, que tiene en las manos un manojo de llaves de
todos los tiempos, que sabe cómo hay que escaparse de los más
encubiertos castillos y que os invita a avanzar en medio del
mundo actual”. Samuel parece estar en contacto, parece que posee
un secreto, parece que maneja el código, parece que tiene la
llave, parece que cacha la hueá. El secreto del fetiche son las
vidas que alberga. “Y entre la noche negra —desesperadas—corren
y sollozan las almas de los obreros muertos”. Pero ya vinieron
los surrealistas. Ya vino Juan Rulfo, el médium, ya vivimos en
un pueblo poblado de fantasmas. Ahora quieren convencernos que
no hay historia. Animismo de la marca, del concepto, del
holding, que se convierte en sujeto. Samuel adjetiva las marcas,
la chevrona es como mi comadre. Parado sobre el tótem de la
comunidad perdida, del rehue que nos conecta con las energías
del cosmos, Samuel, más que brujo, más que chaman, el mago
blanco, más que machi, es el Machife, el que habla la lengua de
la mercancía, traduce al fetiche, lo sabe escuchar, diserta la
trasnacional su tradición oral. Samuel comienza a hablar en
lengua, poseído. El viento trae la voz de los Pulonco / de los
gnen. De la corporación como Sujeto colectivo, al LOF como
comunidad. Es el ser genérico de la especie, desparramado por la
división social del trabajo, ontología de las relaciones
sociales, la corporación toyotista, el ponte la camiseta, la
muerte de la conciencia de clases, que vuelve como zombie,
vuelve como fantasma. Un fantasma recorre el mundo, el fantasma
de la conciencia de clases muerta, viene junto con el fantasma
de Dios, que murió un siglo antes. ¡Pero nadie muere en el
animismo, carajo! Pasamos a otro plano, en la teoría de cuerdas,
todos presentes.
La escritura, entonces, como evento de posesión
demoníaca. Como en Pessoa. Los espíritus van dictando, los
Pillanes sobrevolando las llanuras del desvarío. Pero ahora
hablan en chino, en Hindi, en filipino, en japonés, en
mapudungun, en yoruba, en una lengua incomprensible,
fragmentaria. Samuel sabe bucear en ese océano, el hechicero de
la tribu, el bueno, el real, el que nos guía, el poeta, el
lunático, el clarividente. Que trae consigo a los antepasados.
De Violeta Parra a Carmen Berenguer. Todas la voces todas. Allá
va Samuel, de la mano con El divino Anticristo, por el Paseo
Ahumada, como si él fuese todos los personajes del cuadro de
Paul Klee, el tornado, el ángel y los escombros. Todo pa’
dentro. Despreocupado por las cacofonías, enarbolando las rimas
consonantes afiladas, no importa tener el clavecín bien
temperado, comiéndose la lira popular, deglutiendo la nueva
canción chilena, el canto nuevo, la nueva ola, el cancionero
poscolonial, decolonial. La canchaniagua, la del platero, su
Nicanor Molinare y el charango chillón. Los extremos se juntan.
La posfordista y la tía Juana, la pasturrienta y la primera
dama.
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En la farmacia
Ella. La distópica, la que coquetea con la Unidad
Popular y el zafarrancho de la sociedad del Espectáculo, que
despliega con maestría el neón Cyberpunk de Blade Runner y de
Brazil, transustanciado, importado, conviviendo con varias
edades y capas geológicas vivas, donde se pasa de la General
Motors, a la bomba Petrobras, a Lo Valledor, a Doña Carne. Todo
mezclao, como en el Son 16: “Estamos juntos/ desde muy lejos,/
jóvenes, viejos,/ negros y blancos,/ todo mezclado;/ uno
mandando y otro mandado,/ todo mezclado/ Santa María,/ San
Berenito, Santa María, ¡todo mezclado!”. Xangó, Ogún, Oxossi.
Todos sedados, todos drogados. Repartiendo pepas, pa’ los
grandes pa’ los chicos. La farmacopea, la biopolítica, la
farmacopolítica, el Neuromárketing, de la red social, el giro
digital. Ahora somos postfordistas, toyotistas, vendedores
ambulantes. Como en la Matrix, vemos cosas antiguas, pero no
sabemos si son recuerdos implantados. Deja vus electrónicos, los
perros vagos. El ruido constante. Deja vus la Suite de Cello en
Re menor de Bach. Mientras la posmodernidad electrónica es en
otro idioma, quedamos lingüísticamente afuera, el barroco fue en
francés, la modernidad fue en español, el capitalismo fue en
inglés. Ahora hay que aprender chino. Se me acaba la batería,
vuelvo a ser análogo.
La Catedral
Samuel nos trae los pedazos, lo que ha quedado
del lenguaje, lo que ha quedado del Golem. La machi dice que las
enfermedades son palabras mal colocadas; y nuestro lenguaje ha
sido pisoteado, por botas, por mocasines, por charol lustrado.
De la farmacia a la Catedral. El lenguaje machacado, diría Nelly
Richard; el lenguaje como campo minado por la dictadura, diría,
Eugenia Brito; el lenguaje torturado y degradado de Diamela
Eltit; el lenguaje impotente ante el estado de excepción de
Zurita. El lenguaje que no alcanza a dar cuenta del horror, de
TS. Eliot. De Primo Levi saliendo mudo del lager, del campo de
concentración. Pero el nuestro es un lenguaje porfiado, el
porfiado lenguaje latinoamericano, que no muere, lenguaje de
zombies. “El pájaro tralalí canta en las ramas de mi cerebro.
Porque encontró la clave del eterfinifrete!”. Las de Samuel más
que neologismos, son palabras compuestas, descompuestas,
recompuestas, las del nigromante, las del rabino que conjura,
que permuta, que perdió la clave y ensaya la combinación de
letras para devolverle la vida al Golem, para comunicar la
experiencia del desenfreno.
Hay una lengua que resuena allá afuera, viva,
independiente, que se escucha de lejos, a través de las paredes.
Inasible, indómita. Samuel con las hojas de canelo en la mano
construye un puente, o un algoritmo, un pasaje, un conectivo
lógico, un portal que va de la calle al lenguaje, y del lenguaje
de la calle a la “poesía”, al delirio, a su psique en shock. Y
el subsuelo religioso cascabeleando en la performance, y lo que
llaman santería, y lo que llaman sincretismo, pero neocolonial,
de neón, neóncolonial.
Deseo de-colonial, frente al museo colonial, que
pese al deseo sigue siendo colonial, pero resignificado, en el
tiempo efímero de la performance.
Plaza de Armas
Allá afuera sigue la gusanera, me invitan a un TV
Party, con parabólica, trabajando incansable en el sin respeto,
en el acoso, ahí va la gusanera, la caminata coca cola, hablando
el lenguaje de la Doctrina Monroe, la del patio trasero, o
simplemente del trasero… La Helms Burton, la que se baila
diciendo que sí. Petróleo y sangre. Are you redy con la
distopía?? Cuando la única política que nos queda es el vudú.
América Latina como un espejismo. El realismo mágico de la CIA.
América Latina como una maqueta, como un laboratorio, como un
experimento. Llega entonces esta exhortación contra el hombre
blanco, esta interpelación, reivindicativa de la negritud, de lo
chicano, de lo indio, de lo mestizo. Aullando fuerte. Afuera el
mundo salvaje, sediento de sangre, ardiendo, agitándose con la
necesidad de sacrificio. Allá están ellos, los soberanos,
decidiendo sobre el Estado de Excepción. Vienen de la mano con
los fantasmas de los asesinos, todos los dictadores
latinoamericanos, los conquistadores, las trasnacionales.
Empeñados en su guerra, su violencia, los conspiradores, los
amos, los déspotas. La violencia se enseñorea, extrae jugos.
Pero sigue la música, así es aquí, baila tu patio 29.
Todo mezclado con el Son Número 6, Yoruba soy.
Todo mezclado, todo pa’ dentro. El cantor de micro de los años
80, junto al torturador. Cómo dar cuenta de este sentimiento si
no es el tango, la milonga triste, la guitarra, onomatopeyas
pegajosas, recién salidas de la industria cultural. Vamos
pagando con la machi card que todavía nos da crédito.
Pero qué bueno se puso el reguetón, shopimaniaca.
Y llegamos al punto más orgásmico del consumo... el paroxismo
extático del mercado... como droga, como catarsis deconstructiva,
como el ditirambo de Nietzsche. La máxima enajenación y la
máxima lucidez, al mismo tiempo.
“Salí a buscarte”, alguien tomó la iniciativa,
pasó a la acción, pero ya no hay un afuera, no se puede salir,
como en Truman Show. Veo que hay un afuera, pero el órgano
percipiente también está preso, así que la sensación está
adentro. Total, en la disco no sale el sol. También le pidió
amor, pero ya se había marchado. Amor: en este contexto se
convierte en un vocablo oscuro, extemporáneo, incorrecto,
imposible. Ya se ha marchado.
El peliento, el kuma, el flaite, con bling bling,
bailando wawancó. Y es tan importante la música, el ritmo, como
en Caicedo, la carnavalera, que parece África. Allá viene el
Alacrán. Tera la cogotera... ácana con ácana... allá en el monte
adentro… y el todo el Son Entero. Todo resumido en la Plaza de
Armas. Se levanta de entre los escombros el guerrero de la
memoria, armado de sus mememas, sus geomemas, desempolvando el
archivo, la historia, levantando un memorial. Nos trae Directiví
Abakuá.
Moro Maxwell Ilabaca es escritor, sociólogo, magíster en
literatura y músico.
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