S I N   D A Ñ O   A   T E R C E R O S :

E L   R E N A C E R   D E L   P O E T A

E D U A R D O   R O B L E D O   E N   P I E L   N U E V A


p o r   P a z   M o l i n a   V e n e g a s

 

 

 

 

 

Paz Molina, poeta y novelista, nació en Santiago en 1945. Realizó estudios de Artes y Teatro en la Universidad de Chile y ha participado en diversos talleres literarios, dirigidos por los escritores Miguel Arteche, Pía Barros, Martín Cerda y Jaime Quezada, entre otros. Ella misma ha dirigido talleres y ha desempeñado labores en la Fundación Neruda. Molina es miembro de una generación de escritoras y poetas femeninas que surgió en la década de los 80. Publicó su primer libro de poemas, Memorias de un pájaro asustado, en 1982. Le siguen Noche Valleja en 1992 y Cantos de Ciega en 1994. Es también autora de dos novelas inéditas: Paradero 28, obra que obtuvo el segundo lugar del premio Pedro de Oña en 1980, y Apuntes para una sombra, mención en Juegos Literarios Gabriela Mistral en 1982 y mención honrosa Andrés Bello en 1983.

 


 

 

 

Desde su comienzo, este libro del poeta Eduardo Robledo nos aconseja con sabiduría acerca de la condición de autenticidad que obliga al creador en su arte. Y es que "Sin daño a terceros" no sólo se configura como una verdadera arte poética, sino como un Ars Vivendi de hombre poeta: "Se puede escribir un poema que no genere el monopolio de la palabra [...] Se puede escribir un poema sin trampas ni artilugios. La poesía no es carrera de caballos". Sorprende y emociona el verso sencillo y coloquial, la palabra fresca como de nueva vertiente, pese a que ya nos ha dado a conocer obras anteriores, como el "Ajedrez Paralapidario". Es como si de alguna forma el poeta hubiese comenzado a cantar a través de una nueva voz, y desde esta perspectiva nueva reconfigura su sitial poético. Sin duda, Eduardo Robledo muda su piel de poeta y logra conservar la sabiduría otorgada por los años del quehacer. Lo que observamos en este nuevo libro es la madurez de un oficio llevado a cabo con responsabilidad y elegancia, con donaire y franqueza; con pasión y con fuerza.

 

Cuando habla de Carlos Pezoa Véliz lo hace con contenida emoción y reverencia, y cuando mira a Teófilo Cid "con su capote tirillento y su alma brillante contemplando las estrellas", hace una verdadera oración al alma del vibrante poeta sentado en un escaño. Grácil, leve, es un hermoso título para el poema "Grácil y leve". En general, en este libro los poemas parecen dibujados grácilmente, con una preocupación despreocupada por la forma que surge natural, densa y lúcida en su contenido. En "Memoria" dice entristecido "Después nosotros/ los históricos infelices/ de siempre/ nos lavamos las manos/ con sangre traslúcida de amanecida". Hay imágenes brutales y oscuras, que a pesar de todo trasuntan destellos de dulzura y claridad frente al panorama observado. En "Mendigo de la madrugada" se habla de la mendicidad del alma humana: "Ahora dormiré la fatiga de vagar/ frente al altar donde un hombre/ yace crucificado./ Treinta monedas frente a frente/ el sudor vendido".

 

 

Este libro es rico en experiencia y en configuración de un mundo poético, inteligible y sensible; habla de muchos caminos recorridos y por descubrir, revelándose ante nosotros con cierto lujo de lenguaje. Por ejemplo, en "Textillo", el poeta dice: "No quiero que una estrella se vaya al espacio/ quiero que llegue a un pueblo pobre/ a la soledad rancia de una cárcel sin perdón/ a una guerra sin nombre/ a un suicida fracasado". Las palabras han sido dispuestas no sólo con técnica, sino que con el fin de transmitir una cierta desazón, la congoja ante el deseo de un mundo nuevo que se añora a pesar de su poca certidumbre.

 

 

 

Cierta ingrávida melancolía tiñe los versos de escepticismo y soledades conocidas estrechamente por el alma del poeta, y asimismo conmueve su observación del dolor ajeno. Como puede leerse en "Bruma de noche": "A la hora del alba la ciudad compone sus vómitos/ los vagabundos se cobijan en las mamparas de las iglesias/ arreglan nuevamente sus camas/ para continuar soñando una historia que no es de este mundo". Ciertamente no hay daño a terceros en este nuevo libro del poeta Eduardo Robledo; sí hay un hallazgo, el de encontrarnos frente a frente con la luz nítida y emotiva de la buena poesía de hoy, con sus desgarramientos, sus agonías y sus valles repletos de sorpresas radiantes.

 

El vagabundo puede ser cada uno de nosotros sorprendido en su miseria más privada, acomodando los cartones para poder dormir una noche más a la intemperie de los sentimientos, en la calle abandonada por los otros, los más felices, los menos concientes quizá. Porque en estos poemas de Eduardo Robledo hay una toma de conciencia, un himno a la fraternidad humana. "Hoy estoy lejos de las hienas/ y detrás del espejo/ la ventanilla de un barco/ percutiendo/ un horizonte alucinado". Alucinación que inunda la mente y el alma del poeta y a quien lo lea con admiración, memoria y cercanía.

 

Una fina ironía recorre las páginas de este libro, ironía que es muchas veces autoironía. El hablante, personaje épico y urbano se auto desacraliza y desmitifica, echando por tierra la imagen del vate de salón, recorriendo las calles inhóspitas, desesperado pero fiel a su propia verdad que es la de muchos otros como él. Intransigente, irrenunciable, el poeta es antihéroe de la ciudad que lo atrapa, aunque sea lejos de las hienas "De esta cuidad pálida/ guiño un ojo/ al descuido/ de una montaña/ que con su ojo de laja/ descuelga sollozos". Del mismo modo, en el poema "Segunda vez" podemos apreciar la gran ternura que el vate siente por sus semejantes, dice así: "Sus pies descalzos iban mordiendo la noche/ con estrellas sobre su cara/ No eran buenos tiempos/ pero él seguía riendo/ y levitaba como los delfines/ Sus ropas no eran más que unos paños cenicientos/ que alumbraban las calles/ cuando el sol estaba en la China./ Golpeaba las puertas/ y no se abrían las bisagras./ Nadie le brindó un vaso de agua/ ese hombre que levitaba como los delfines/ era Cristo que se equivocaba/ por segunda vez".

 

El hondo dramatismo del poema "Un condenado" se muestra contenido, ceñido por la fuerza del lenguaje que aprisiona el alma del lector. Está la profunda emoción: "Al otro lado de los barrotes/ se encuentra el sentenciado…/ Ella no lo sabe/ quizás no recuerda/ muchos años han vuelto de nuevo/ pero en fin/ saldrá en la noticia de la mañana". Sutilmente desgarrador, la unidad de este poema subyace en lo abrumador de su discurso, que se refleja en la coreografía consciente o inconsciente de haberlo escrito y poder leerlo; la unión entre poeta y lector en una desolación compartida.

 

En "El arrebol del ocaso" se nos presenta una perfecta síntesis poética. Señala: "Quería recoger la tarde en un bostezo/ y escribir mensajes en las alas/ de unos los pájaros que tartamudeaban/ la próxima migración". Este poema refleja el logrado arte escritural de Eduardo Robledo, sin pretensiones ni falsas modestias. Claramente vemos que "se puede escribir un poema que no de en el blanco/ ni pase por tarima encebada en busca de medalla./ Se puede escribir un poema que mañana/ pueda entrar por la puerta de otro poeta".  "Sin daño a terceros" es precisamente lo que logra este libro. No hay daño, sino lucidez, comprensión y visión de los otros.