S O B R E   R I B E R A   N O R T E

D E   S A M U E L   L E A L

p o r   S a m u e l   I b a r r a   C o v a r r u b i a s

 
 

 

 

 

 

 

Ladrillos, lo usado, el claroscuro y un libro rojo

 

Bajo un andar que medita y escruta,  la poesía de Samuel Leal (1960) toma lugar de manera delicada pero contundente. Su poemario Ribera Norte (Marciano Ediciones) aparece luego de años de silencios y escrituras resguardadas en el sigilo personal de la intimidad. Hoy aparecen y toman lugar en un escenario distinto al que los vio emerger. Hoy como ayer la ciudad está amenazada por el derrumbe, uno interno y otro de piel. El evidente, el que se ve, exhibe en su superficie voces escritas, grafías cargadas. Verdaderos gritos. El marasmo interno cruza a sus habitantes con alegrías y espantos. Aires de cambio pero a un muy alto precio aparecen. En ese contexto de espacios remecidos, de antiguos y nuevos fantasmas la poesía de Leal hace su lugar. Hay mensajes para desconfiar de lo que se pretendía inamovible, hay memoria como herramienta para salvarse del extravío y hay duda, finitud y muerte.

Así es la escritura: un pacto con alegrías y derrumbes.


 

 

 

 

 

En el prólogo de Ribera Norte se enuncia que tu producción poética se ha mantenido mayoritariamente en silencio y lejos de la hipervisibilización. ¿ Por qué has hecho esa opción ? ¿Por qué, entonces, publicar hoy?

 

En los años 80 publiqué textos en algunas revistas y participé en las actividades de ese entonces con los escritores jóvenes en la SECH. Siempre tuve la intención de publicar un libro, pero en esa época no era fácil ya que había menos recursos, no como ahora que existe una cantidad importante de editoriales independientes. Por otro lado, hubo situaciones tanto de carácter político como personal que hicieron alejarme de la esfera literaria y darle más tiempo y energía a la contingencia.

 

Reconozco que la vuelta fue un poco larga…, pero en fin, tal como digo en el libro, siento que la deuda ya está pagada.

 

En varios de tus poemas reflexionas sobre el desgaste. Ese movimiento del tiempo que va horadando todo aquello que se proponía eterno e infranqueable. ¿Qué crees tiene que decir la poesía sobre el ser y estar finito en el mundo?

 

Creo que la poesía es una especie de fotografía de lo que somos en los diversos momentos de la vida. Es un registro que nos desnuda ante el mundo con absoluta libertad. La mirada hacia los objetos que envejecen junto a nosotros. Hay un hermoso verso de Brecht que dice: “De todos los objetos, los que más amo/ son los usados”.

 

En Paseo Peatonal, grupo de poemas que componen tu libro. Describes imágenes y sensaciones que te evocan elementos variados de la ciudad. Desde construcciones, señaléticas o propagandas comerciales. ¿Cómo definirías tu relación con la ciudad y sus espacios? ¿ Como la mira tú poesía ?

 

Soy absolutamente citadino. La ciudad me nutre y estimula. También me gusta la naturaleza y lo salvaje, sin embargo, es en la ciudad donde me siento cómodo. Aunque en estos últimos meses ha sido la ciudad el escenario de la revuelta y el estallido social, la ciudad herida como símbolo del pueblo herido y maltratado. Un ciudadano que clama por una ciudad justa e integrada. Una ciudad cuyos muros se han llenado de arte y poesía.

 

Radio Pekín, son trece poemas insertos también en el libro.  Una cuidada y profunda unidad que indaga en la figura de una chinidad de tu escritura, es decir toma los elementos basales de esa cultura y se aproxima a experimentar y leer la existencia. ¿Qué importancia tiene ese aspecto en tu vida creativa?  Logras imágenes muy emotivas cuando construyes un paraje de la memoria ancestral tomando la figura de tu abuelo, ("con su mirada cavando un túnel hacia el otro extremo del planeta" ) ¿Quién fue él?

 

Mis primeros años de vida estuvieron rodeados de símbolos de la cultura china por todos lados: la comida, la música que escuchaba mi abuelo en su radio de onda corta, los cuadros bordados de seda y sobre todo el libro rojo de Mao que me encantaba mirar sin entender nada -por cierto estaba escrito en chino-, pero la imagen de Mao al comienzo tras una hoja transparente para mis ojos de niño era todo un misterio.

 

Después de más grande me acerqué a la poesía china, la escritura, el cine y también las artes marciales. La cultura permanece aunque ahora con la globalización ha perdido parte de su misterio.

     


 

 


 

"Cantan los albañiles" reúne poemas que hablan de materiales y edificaciones.  Se activa una poética constructiva que homenajea también al poeta turco Nazim Hikmet del que tomas el título, para como el hacer hablar la materia con la mayor libertad imaginativa posible. ¿ Qué te interesa de la imagen del proceso de construcción? ¿De los trabajadores levantando estructuras ? ¿Qué ves en esa acción?

 

Esto tiene que ver con mi experiencia de haber trabajado durante mi juventud en varias construcciones tanto de edificios como casas realizando instalaciones eléctricas y de climatización. El mundo de la construcción es una cultura llena de códigos muy particulares que, cuando los conoces y te haces parte de ellos, le tomas mucho cariño. Hace años que ya no entro a una construcción y no sé cuánto habrá cambiado esa cultura con las nuevas generaciones. Por otro lado, a mí me tocó vivir la experiencia de que en los años 60 y 70 eran los propios dueños de casa quienes o construían o agrandaban sus casas, así es que el hecho de mezclar cemento o mojar ladrillos es parte de una experiencia que viví siendo cabro chico junto a mi padre.

 

¿Qué te interesa transmitir en los poemas agrupados en Los Puentes del Mapocho.? En 1700 Sor Tadea en su Relación de la inundación que hizo el Río Mapocho de la ciudad de Santiago de Chile describe extasiada y horrorizada el potencial de violencia natural del Río. El Mapocho es un hito fundamental desde siempre para la ciudad y su habitante. En un par de poema hablas de "carnaval revuelto de esperpentos" o de la "sucia guerra de sus aguas". ¿Qué significa ese torrente para ti? ¿Cómo entra a tu poesía?

 

El Mapocho es parte de la identidad de esta ciudad , pero a veces me parece que es un río invisible o invisibilizado. Junto a él se yergue todo un mundo que es básicamente pobre. El río Mapocho es un río pobre, no es como los grandes ríos de otras ciudades del mundo. Eso siempre me ha llamado la atención. En la época que escribí esos textos, vivía en Conchalí, por lo que debía pasar todos los días al menos una vez por sobre el río. El río Mapocho es una gran metáfora de lo que somos también como sociedad, nace de la cordillera cristalino y a medida que baja por la ciudad, pierde su transparencia y se vuelve oscuro. El claroscuro tan marcado de nuestro país, entre los que viven bien y lo que viven a medio morir saltando.

 

Participaste en talleres literarios con Gonzalo Millán. ¿Cómo nutrió esa experiencia tu formación intelectual y poética? ¿Cómo lo recuerdas? ¿Cómo te relacionas con su obra?

 

El libro está dedicado a Gonzalo Millán y a dos queridos y grandes amigos poetas: Tote España y Omar Tomé, este último murió prematuramente a los 24 años totalmente inédito.

 

De Gonzalo tengo recuerdos imborrables de largas conversaciones de cuando él vivía en el bario Bellavista y yo lo visitaba los días domingo en la mañana. Era una persona muy acogedora de quién aprendí mucho y que tuvo la generosidad de publicar un extenso poema mío en el segundo número de la revista Espíritu del Valle. Recuerdo a Gonzalo como mi maestro y este libro está muy influenciado por su poesía.

 


 

Samuel Ibarra Covarrubias es performancista, escritor y periodista.

Fotografías: Juan Moreno Duhamel.