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T I E N E L A P A L A B R A
R O Q U E D A L T O N
p o r
E r n e s t o G o n z á l e z B e r m e
j o
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Salvadoreño, 37 años, comunista desde los primeros, Roque Dalton
es el más destacado poeta vivo de su país. Recorrió el exilio:
México, Cuba, Praga; ganó el premio poesía “Casa de las
Américas” (“Taberna y otros poemas”); escribió más de una decena
de libros de poesía, ensayos, testimonio; hizo periodismo
(actualmente trabaja en Radio Habana Cuba). Intelectual
comprometido con su tiempo y el hombre; conciencia lúcida y
dolorida de su pequeño país, que Gabriela Mistral, “con ser una
gran poeta”, llamó, “sin mala intención”: “Pulgarcito de
América”, grácil, ingenua metáfora sobre un país “desconocido y
terrible”.
Usted dice que su país es tan desconocido que es casi invisible.
¿Cómo definiría a El Salvador?
Yo lo definiría como un país en el que acaba de haber una
intervención norteamericana y nadie lo sabe; como un país que es
el pivote de uno de los proyectos de asimilación imperialista
más operativo del continente y que nadie lo sabe; como un país
donde la aviación enemiga bombardea la capital, mata quinientos
civiles en una tarde y nadie lo sabe; como un país donde la
oposición ha ganado las elecciones de este año, el régimen
militar se las robó y nadie lo sabe. Esta definición antiprensa
creo que basta para que un mínimo de conciencia
latinoamericanista despierte interés sobre lo que pasa en este
país.
¿Por qué lo llama un país terrible?
Algunos datos de la historia reciente de El Salvador pueden
justificar el adjetivo. En 1932, como reflejo de la crisis
mundial del capitalismo, en el país se crea una situación
revolucionaria. El Partido Comunista, con dos años de
existencia, llama a las masas a la toma del poder. El general
Maximiliano Hernández Martínez, con el peso de la fuerza
militar, domina la insurrección. Después comienza una matanza
sistemática que no terminó hasta llegar a los 30 mil muertos; la
cifra se alcanzó en 15 días. El PC desapareció, prácticamente.
Desde entonces se crearon en el país condiciones especiales, que
lo hacen muy diferente. Desde esa época la oligarquía y el
imperialismo se enfrentaron a la posibilidad de la lucha armada,
encabezada por los comunistas. Desde esa fecha se crean
milicias populares anticomunistas, que con diferentes nombres
(sobre todo en la zona rural) vinieron subsistiendo hasta hoy.
Tecnificadas, por su puesto, con el aporte de la CIA, la AID, la
ayuda militar norteamericana. Desaparecen todas las
organizaciones sindicales del país: los sindicatos, asociaciones
estudiantiles; prácticamente lo único que existían eran clubes
deportivos. Hernández Martínez impone una larga dictadura de
trece años.
Que con otros nombres y alguna ligera diferencia de métodos
parece haberse perpetuado hasta hoy.
En los últimos 40 años El Salvador no debe haber tenido más de
seis meses de liberalidad e interrupción de los gobiernos
dictatoriales militares. Dos o tres meses que siguen a la caída
de Martínez, en 1944, y tres meses, a partir de octubre de 1960,
en que gobierna una junta cívico-militar progresista. Los
sucesivos gobiernos (Castañeda Castro, Osorio, José María Lemus,
el directorio Cívico-Militar, el coronel Julio Rivera, Fidel
Sánchez Hernández y el actual coronel Arturo Armando Molina) no
han hecho más que fluctuar entre el terror y situaciones
ambiguas, donde los derechos democráticos no pasaban de ser una
apariencia.
¿De qué dependía una u otra forma?
Del precio del café. Cuando el precio internacional subía la
represión bajaba y viceversa. El café llegó a constituir el 96
por ciento de las exportaciones; después fluctuó entre un 70 y
un 80 por ciento. |
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¿Cómo se ejerce el control imperialista sobre el país?
Las tradicionales dictaduras de Martínez, Castañeda Castro, de
Osorio, de Lemus, eran regímenes fundamentalmente apoyados por
la oligarquía cafetalera y que respondían a sus intereses. El
imperialismo controlaba el comercio exterior, particularmente el
café. En ese periodo no hay grandes inversiones directas. Pero
es a partir del gobierno de Rivera que se da una situación nueva
en el país y es la integración forzada del país al Mercado Común
Centroamericano (MCC).
¿Cómo definiría al MCC?
Como un proyecto de dominación y explotación imperialista de la
zona centroamericana basado en la integración económica.
¿Mediante qué mecanismos?
El proyecto no deja de ser hábil. Explota un sano sentimiento
unitario de los países centroamericanos que nacieron a la
independencia como federación. Pero esta es una unidad de signo
negativo, determinada por el imperialismo. ¿Para qué? Para
impedir las reformas estructurales –fundamentalmente agrarias- ,
que el propio desarrollo capitalista de nuestros países
demandaba con urgencia. El imperialismo, en lugar de crear los
mercados internos de cada país mediante las reformas
estructurales, lo que hizo fue dejar intocadas las estructuras
de cada nación y yuxtaponer cinco mercados pobres, haciendo una
ampliación cuantitativa donde son más rentables sus inversiones
y más factible la invasión de sus productos.
Además la integración es antinatural, porque se trata de
economías no complementarias, sino competitivas: todos estos
países producen café, azúcar, algodón, bananos; tienen
contradicciones a nivel de ganadería, incluso.
El desarrollo industrial relativo tropieza con el mismo
fenómeno: cada burguesía compite por la ampliación de su mercado
y se han dado contradicciones que llegaron a nivel de una guerra
entre El Salvador y Honduras.
La mal llamada “guerra del futbol”, de 1969. ¿Cuáles fueron sus
causas profundos?
“Guerra del futbol” la llamaron las agencias norteamericanas,
con ese desprecio profundo que sienten por nuestros pueblos.
Pero esa guerra dejó cerca de 500 militares muertos por cada
bando y unos seis mil muertos civiles, mayoritariamente
hondureños. Fue un suceso trágico que envolvió a dos países
hermanos y comprometió su destino.
Existían contradicciones entre las burguesías industriales
salvadoreña y hondureña; contradicciones entre el sector
industrial y el agrario e incluso contradicciones
intermonopolistas: la United Fruit, en Honduras, no estaba en
absoluto interesada en el desarrollo industrial; es una empresa
explotadora, de tipo tradicional agraria, a la que no conviene
la competencia sobre la mano de obra barata que supone la
aparición de la industria, auspiciada por otros monopolios
norteamericanos.
El detonante fue el intento hondureño de impulsar una reforma
agraria (para no tocar a las compañías norteamericanas ni a los
latifundistas) a costa de 350 mil pequeños propietarios
salvadoreños radicados en Honduras. Se les comenzó a desalojar
masiva y brutalmente.
La oligarquía salvadoreña –aunque lo proclamara- no tenía el
menor interés en la repatriación de esos miles de compatriotas
que vendrían a presionar sobre un mercado de trabajo que tiene
de por sí un ancho margen de desocupados. Pero fue la chispa
que encendió el chovinismo –una trampa en la que incluso cayeron
las fuerzas de izquierda- y se llamó a la “guerra nacional”. La
burguesía salvadoreña invadió Honduras y apoyada en una marcada
superioridad militar obtuvo un triunfo rápido; fue prácticamente
un paseo. Pero si no hubiera sido así las balas salvadoreñas se
hubieran dirigido sobre los propios repatriados: impedir su
reingreso a El Salvador –y no protegerlos de las hordas
hondureñas- era el propósito verdadero. |
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¿Cuáles fueron las principales consecuencias de la guerra?
En lo inmediato: consolidación de ambas dictaduras militares que
invocaron la “unidad nacional” frente el enemigo.
Otro resultado fue el odio que quedó latente entre los dos
pueblos, que si bien entre los sectores más claros se ha
diluido, persiste en otros y puede ser hábilmente manipulado.
Otro factor: la consolidación del aparataje militar del
imperialismo cuando convence al gobierno hondureño de la
necesidad de fortalecer su ejército e inicia así una carrera
armamentista con El Salvador.
Todo, por fin, enmarcado dentro de la estrategia actual del
imperialismo en Centroamérica: el desarrollo capitalista
dependiente de la zona, asegurado militarmente.
Y el reciente golpe de López Arellano en Honduras, cierra el
círculo.
Evidente.
Decíamos que la postguerra trae una fractura de esa falsa
“unidad nacional” en ambos países, ¿qué sucede entonces en El
Salvador?
El cierre del mercado hondureño agudiza la crisis económica; se
levanta un enorme movimiento huelguístico; se constituye un
aparato de oposición que al finalizar el mandato de Sánchez
Hernández, en febrero de este año, escoge la vía electoral para
expresarse, con el desacuerdo de las fuerzas de izquierda más
consecuentes. El frente constituido por la pequeña burguesía
radicalizada (Partido Demócrata Cristiano), el Movimiento
Nacional Revolucionario, la Unidad Democrático Nacionalista y el
Partido Comunista (que sufre una escisión) va a las elecciones y
las gana. El candidato triunfante de la coalición es un hombre
de prestigio en El Salvador: el demócrata cristiano José
Napoleón Duarte. El triunfo sale anunciado en los periódicos,
pero dura cinco minutos: el Ejército, las oligarquías y los
imperialistas norteamericanos desconocen el resultado.
¿La escisión en el Partido Comunista se produjo a propósito de
la coyuntura electoral?
En el fondo es un problema de vías: si la pacífica o la armada
harán la revolución en El Salvador. El sector que se escinde no
cree en las elecciones y en la necesidad de participar en ellas.
¿Y el éxito de la coalición no prueba que la posición que asumió
el PC fue correcta?
No, creo que no. Podría serlo si esa línea tuviera una
continuidad; si hubiera sido un escalón de una estrategia; pero
es que esa línea –cuando se desconoce el resultado electoral-
prueba en los hechos que terminaba ahí. Eso permitió al
gobierno robar olímpicamente las elecciones: al día siguiente
salieron otras cifras y otro “vencedor”, el presidente “electo”
era Arturo Armando Molina, secretario privado del mandatario
saliente. La coalición triunfadora no tenía en el terreno de la
confrontación real fuerza suficiente como para poder defender su
victoria. Peor aún: se desmovilizó al pueblo, se le mandó a su
casa; se le propuso la “salida inteligente”; había que “evitar
la violencia”, cuando la violencia existe en el país desde la
conquista española, para no hacer arqueología.
Un mes después, en marzo, se produce un intento de golpe de
Estado contra el fraude, ¿qué características tuvo este intento?
Creo que fue más que un intento. El golpe efectivamente se da.
Un grupo de militares se alza contra el gobierno y lo derroca.
Capturan incluso al presidente. Es que dentro del ejército –y
esa sería otra consecuencia de la guerra El Salvador-Honduras-
hay también gente honesta y patriota, que ha tomado conciencia
de que estaba sirviendo de instrumento a la oligarquía y al
imperialismo. Se levantan dos cuarteles importantes del país,
ambos de la capital: el Cuartel de Artillería “El Zapote” y el
Cuartel “San Carlos”. Momentáneamente controlan la situación.
¿Qué actitud toman las fuerzas de oposición?
Llamar al pueblo –que estaba desmovilizado- a apoyar el golpe;
pero no se sabía quién y por qué daba el golpe; la supuesta
vanguardia no cumplió su papel. En todo caso siempre hubo el
temor de armar al pueblo. |
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El golpe es sofocado, ¿cómo?
Fue una operación norteamericana. La primera noticia sobre el
golpe la da el Departamento de Estado norteamericano desde
Washington. Inmediatamente informa a la prensa mundial el
agregado militar de la embajada salvadoreña en EEUU, Guzmán
Aguilar, el cual, como si estuviera ante una pizarra
electrónica, señala el curso de las operaciones: dice que en
realidad no ha caído el gobierno, que sólo se sublevaron dos de
las dieciocho guarniciones militares y que las restante unidades
se van a movilizar de tal y cual forma. Aviones identificados
como guatemaltecos y nicaragüenses aparecen sobre la capital y
desde gran altura, con mucha precisión bombardean las unidades
rebeldes. Eran evidentemente pilotos muy expertos, como no hay
en Centroamérica. En una sola tarde, en Salvador, mueren 500
personas. Fueron arrojadas bombas sobre orfelinatos de niños;
en barrios populares; sumaron centenares y centenares los
civiles muertos. En esos momentos en la base
guatemalteco-norteamericana del Pacífico está en guardia
permanente el presidente de Guatemala, coronel Carlos Arana
Osorio, encerrado con el embajador salvadoreño, Eduardo
Casanova. Y en Nicaragua el que da la noticia de que la
situación salvadoreña ha sido controlada es nada menos que el
jefe de la aviación militar nicaragüense, coronel Orlando
Villalta. Hay que agregar que se le pidió a López Arellano, de
Honduras, que no se aprovechara de la situación y permitiera el
avance de las fuerzas salvadoreñas fronterizas desde la
capital. Por si fuera poco, tanto Guatemala como Nicaragua
emplazaron tropas en la frontera con El Salvador. Bueno, ¿y
dónde están los norteamericanos? Es que este es el aparato
norteamericano de la guerra especial contra los pueblos de
Centroamérica. Acordémonos de lo que pasó en Vietnam: al
principio no se veían los norteamericanos.
Esto hay que tenerlo claro: es el aparataje norteamericano de
la guerra especial en Centroamérica que aplastó el golpe de los
militares salvadoreños contra el régimen fraudulento de Molina.
¿Qué consecuencias trajo el contragolpe?
Represión y destierro de los sublevados. Toque de queda. Ley
marcial: hubo un promedio de 25 muertos diarios en todo el
país. Presos políticos, perseguidos, desaparecidos; ese fue el
cuadro.
¿Y actualmente?
Molina es ungido presidente “legal”. Su primer acto de gobierno
es la toma militar de la universidad de El Salvador: 700 presos
en una sola razzia; captura de todas las autoridades
universitarias. A esto se suman los golpes contra el movimiento
obrero; la desaparición práctica de los partidos políticos de
oposición. Toda esta situación lleva a caracterizar al gobierno
actual como un régimen en proceso de fascistización creciente.
Las fuerzas democráticas de El Salvador se enfrentan a esta
nueva situación. Hay que decir que en el seno de la izquierda
nacional han surgido nuevas fuerzas, que han estado impulsando
un proceso que puede marchar hacia la unidad de todas las
tendencias de la izquierda. Hay discrepancias todavía
–problemas de métodos de concepción, de origen, de vías-, pero
hay un hecho concreto: toda la izquierda –y la oposición
progresista- se enfrenta a una misma represión; un régimen
fascista en desarrollo, políticamente huérfano de masas, apoyado
por una camarilla militar oligárquica (apoyada a su vez en el
aparataje represivo norteamericano). Por eso la tendencia a la
unidad es la palabra de orden para toda la oposición en este
momento.
Hemos hablado bastante de política y a usted se le conoce
fundamentalmente como poeta, ¿qué tiene que ver un poeta con
todo esto? o, ¿cómo entiende usted la poesía?
Platón echó a los poetas de su mundo: Lenin, no. Yo no creo que
los poetas seamos personas especiales, esos entes maravillosos
que flotan sobre la lucha de clases. Los grandes poetas que en
el mundo han sido fueron gente comprometida con su calidad
humana y, por lo tanto, con su raíz social. A nosotros, que
venimos de estos pueblos oprimidos, silenciados, humillados por
años, desconocidos, nos cabe la obligación moral, política,
total, de recoger la voz de nuestros pueblos.
¿Basta la poesía?
No, compañero: hay que militar.
Esta entrevista apareció en la edición número 29 de la revista
"Chile Hoy", en enero de 1973, realizada por el escritor
uruguayo Ernesto González Bermejo.
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