XII
Anoche te aferraste a mis nalgas imperfectas y bebiste de mis
senos la lluvia. Un grito perenne, la envidia de las aves, fue
la cama.
Te miré cuando inventaste la última sonrisa y yo te ansíe en
mis ojos para escribirte una plegaria.
XIII
Me bañas toda con tu agua. Colmas mi ombligo de pequeños
frutos. Sostengo tu extravío y la sal de tu lengua en mis manos
agrietadas. He fallecido en mi angosta desnudez con una
criatura que se resiste a volver a su casa y me ve con ojos de
limosnero, débil en su andanza y compasivo.
La habitación acoge nuestra mudez y desde la ventana un vaho
fulgurante nos arrulla el final más tibio.
XIV
Tengo la vulva al borde de tus piernas. Estoy recostada para
un Dios que nunca he visto en el espejo. Soy siempre la
hembra que está sentada a la derecha de alguien, pensando lo que
se puede hacer debajo de la cobija.
XV
Voy montada en ti, serena y armoniosa como una libélula.
Escucho el sonido ambiguo de la calle para explicar el fondo de
mi cuerpo. Tengo a tu crío flotando en el rincón de mi vientre,
en el instante preciso.
XVII
Te has quedado callado en mi vientre.
¿Acaso te aterra la mirada de esta mujer?
-Yo miro así desde hace tiempo-
Te quedaste callado en mi vientre y este ruido en la cabeza
no se detiene.
XVIII
Renuncié a mí misma en este camino de orfandades. Me observo en
el espejo con pupilas prestadas. Yo hice un tejido de
oscuridades a orillas de una tumba.
Te dije: no permitas que me vaya ahora que aprendí a mentir en
la cama.
XXIII
Yo estoy en donde no estoy.
Finjo un lugar para mí:
uñas postizas, pintalabios,
cremas y una camisa.
Yo no soy la que era:
tengo alas de plomo
y en la lengua, un cuaderno.
En el párpado hay una anciana
que se agita en una silla.
Aparento los años
en un cuerpo muy joven,
aquí donde la lluvia se mete
a fluir con la sangre. |