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(del libro Ciudad Nómade, 2012)
Choqué
de frente con Doris Elter, una alemana que venía desde
Stuttgart, y nos hicimos amigas ese mismo día. Al poco tiempo
nos instalamos en Cerro Navia, en una casa muy loca, llena de
recovecos, con mansarda, azotea, tragaluz y placas solares donde
hacíamos hervir agua y cocíamos el pan. Al poco tiempo se sumó
la pareja de ella, Pato Heim, y los tres vivimos una historia
extraordinaria. Increíble. Nos bañábamos en champaña, dormíamos
los tres juntos, andábamos en pelota todo el día, encendíamos
velas de madrugada sobre la calle oscura de José Joaquín Pérez,
convencidos de que le robábamos negrura a la avenida de la
muerte.
Fue un espacio que la calle le robó a mi vida, una oportunidad
que no dejé ir. A propósito de un encuentro latinoamericano de
estudiantes de Sociología, donde presenté una ponencia, fui
aceptada en la Universidad Nacional de Bogotá. Y entonces empecé
a preparar un viaje que acabó siendo asombroso, junto a mis
cómplices y concubinos Doris y Pato. Vendí mi televisor y una
lavadora, hice 200 dólares y partimos en un Fiat 600 hasta
Arica.
USTED ES UNA SIRENA
En Pichicuy, cerca de La Ligua, quedamos en pana, pensando que
el problema era menor. Buscamos un mecánico y encontramos a un
argentino con su taller en la entrada de Pichicuy, quien dijo -
“Hay que entrar a picar, viste”. Finalmente, el tipo se volvió
loco y dejó al Fito como una chatarra con la boca abierta
pidiendo auxilio, sin asientos, sin motor, sin esperanza. Lo que
pudo haber sido un pequeño accidente se había convertido en una
aventura de factura mayor, como si hubiésemos quedado detenidos
en el túnel del tiempo y las circunstancias.
Pero decidimos relajarnos, armamos una carpa en la playa y
pensamos que en algún momento se nos iba a olvidar hacia dónde
íbamos y de dónde veníamos, que pasarían los años, que la gente
nos empezaría a alimentar porque ya llevábamos una semana y
seguíamos en Pichicuy. Así fue, una familia de pescadores se nos
acercó para ofrecernos ayuda y acabamos alojados en su casa
repleta de camas, en un solo ambiente.
Una mañana partimos a cambiar dólares a La Ligua y nos cobijamos
del calor en un bar llamado "El Parrón". Me puse a hacer
barquitos a vapor con las servilletas, y en eso estaba cuando se
me acercó un hombre. Tenía unas cejas extremadamente largas,
como antenas, y me dijo - “Usted, señorita, es una sirena, ya
que sólo las sirenas pueden hacer barcos a vapor. ¿Puedo
acompañarla? Mi nombre es Jorge. ¿Y el suyo?”. Andrea -
respondí, medio hipnotizada. Estábamos al lado de un Teletrak y
cada cierto rato se acercaba gente preguntándole por datos de
carreras de caballos. Él me invitó a caminar por las calles de
La Ligua, tomamos helado de barquillo en la plaza, me contó
algunas historias muy románticas ocurridas en ese pueblo, nos
abrazamos y besamos como adolescentes, mientras la tarde
comenzaba a dejarnos.
Fue muy raro, me sentí absolutamente atraída por ese hombre
bastante mayor a quien acababa de conocer en un bar. Desde la
parte trasera y abierta de una camioneta me llamaron a gritos,
eran la Doris y Pato que me apuraban a partir. La despedida fue
un beso eterno, ya sobre la camioneta, Pato Heim me dijo - “Ey,
negra, te pasaste, te pololeaste a don Jorge Teillier, el
poeta”. Me quedé helada. Juro que yo no lo sabía. ¡Era Jorge
Teillier! Pero él jamás lo dijo.
MUERE DORIS
Con mi corazón hinchado de amor volvimos a Pichicuy, y
comenzamos a armar una nueva estrategia para salir de ahí y
seguir nuestro viaje. Partimos hacia La Serena. Ya nos quedaba
muy poco dinero y todavía estábamos lejos de la frontera.
Entonces, decidí empezar a cantar y fui a ofrecer mi espectáculo
a los bares y cantinas de la ciudad. Pato hacía de manager y yo
cantaba. Empezaron a aparecer los almuerzos y cenas gratis, y
unos cuantos billetes que nos hicieron muy bien. Entusiasmados,
fuimos recorriendo el norte presentando mi espectáculo en las
más diversas localidades de la zona nortina, hasta que por fin
llegamos a Arica.
De ahí seguí mi camino sola: llegué a Tacna y luego a Lima. Yo
sentía que estaba haciendo algo súper importante en mi vida, ya
que viajaba a pesar de mí misma y de la adversidad. No conocía
Perú ni Ecuador, y menos Colombia, país al que llegué una mañana
de abril llena de sol. No tenía idea dónde bajarme, ni qué bus
tomar; no tenía idea de nada, pero comprendí que si no era capaz
de hacer eso en la vida no iba a ser capaz de hacer nada jamás.
Pero lo hice y volví a Chile medio año más tarde, con toda esa
experiencia en mi mochila. Motivada por mí, Doris viajó a
Colombia, un año después. Enviaba postales desde Ecuador y
Colombia. Cuando viajaba a Chile de visita, el avión se estrelló
en Arequipa y ella murió. Fue tremendo. Era el final simbólico y
dramático de una larga e intensa etapa. Desde entonces, con Pato
nos hemos encontrado un par de veces en algún bar de Santiago, y
nos quedamos mirando, y por respeto a nuestras vidas no tocamos
el tema. |
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