U N   R O M A N C E   D E   A   T R E S

Y   U N   P O E T A   M I S T E R I O S O


 p o r   R o n a l d   G a l l a r d o   D u a r h t t

   

 

 

 

/personaje  protagonista del cuento, Andrea Aravena/.

Fotografía:  Álvaro Hoppe

Nos bañábamos en champaña, dormíamos los tres juntos, andábamos en pelota todo el día,

encendíamos velas de madrugada sobre la calle oscura de José Joaquín Pérez, convencidos de

que le robábamos negrura a la avenida de la muerte.

 

 

 

 

(del libro Ciudad Nómade, 2012)

 

Choqué de frente con Doris Elter, una alemana que venía desde Stuttgart, y nos hicimos amigas ese mismo día. Al poco tiempo nos instalamos en Cerro Navia, en una casa muy loca, llena de recovecos, con mansarda, azotea, tragaluz y placas solares donde hacíamos hervir agua y cocíamos el pan. Al poco tiempo se sumó la pareja de ella, Pato Heim, y los tres vivimos una historia extraordinaria. Increíble. Nos bañábamos en champaña, dormíamos los tres juntos, andábamos en pelota todo el día, encendíamos velas de madrugada sobre la calle oscura de José Joaquín Pérez, convencidos de que le robábamos negrura a la avenida de la muerte.

 

Fue un espacio que la calle le robó a mi vida, una oportunidad que no dejé ir. A propósito de un encuentro latinoamericano de estudiantes de Sociología, donde presenté una ponencia, fui aceptada en la Universidad Nacional de Bogotá. Y entonces empecé a preparar un viaje que acabó siendo asombroso, junto a mis cómplices y concubinos Doris y Pato. Vendí mi televisor y una lavadora, hice 200 dólares y partimos en un Fiat 600 hasta Arica.

 

 

USTED ES UNA SIRENA

 

 

En Pichicuy, cerca de La Ligua, quedamos en pana, pensando que el problema era menor. Buscamos un mecánico y encontramos a un argentino con su taller en la entrada de Pichicuy, quien dijo - “Hay que entrar a picar, viste”. Finalmente, el tipo se volvió loco y dejó al Fito como una chatarra con la boca abierta pidiendo auxilio, sin asientos, sin motor, sin esperanza. Lo que pudo haber sido un pequeño accidente se había convertido en una aventura de factura mayor, como si hubiésemos quedado detenidos en el túnel del tiempo y las circunstancias.

 

Pero decidimos relajarnos, armamos una carpa en la playa y pensamos que en algún momento se nos iba a olvidar hacia dónde íbamos y de dónde veníamos, que pasarían los años, que la gente nos empezaría a alimentar porque ya llevábamos una semana y seguíamos en Pichicuy. Así fue, una familia de pescadores se nos acercó para ofrecernos ayuda y acabamos alojados en su casa repleta de camas, en un solo ambiente.

 

Una mañana partimos a cambiar dólares a La Ligua y nos cobijamos del calor en un bar llamado "El Parrón". Me puse a hacer barquitos a vapor con las servilletas, y en eso estaba cuando se me acercó un hombre. Tenía unas cejas extremadamente largas, como antenas, y me dijo - “Usted, señorita, es una sirena, ya que sólo las sirenas pueden hacer barcos a vapor. ¿Puedo acompañarla? Mi nombre es Jorge. ¿Y el suyo?”. Andrea - respondí, medio hipnotizada. Estábamos al lado de un Teletrak y cada cierto rato se acercaba gente preguntándole por datos de carreras de caballos. Él me invitó a caminar por las calles de La Ligua, tomamos helado de barquillo en la plaza, me contó algunas historias muy románticas ocurridas en ese pueblo, nos abrazamos y besamos como adolescentes, mientras la tarde comenzaba a dejarnos.

 

Fue muy raro, me sentí absolutamente atraída por ese hombre bastante mayor a quien acababa de conocer en un bar. Desde la parte trasera y abierta de una camioneta me llamaron a gritos, eran la Doris y Pato que me apuraban a partir. La despedida fue un beso eterno, ya sobre la camioneta, Pato Heim me dijo - “Ey, negra, te pasaste, te pololeaste a don Jorge Teillier, el poeta”. Me quedé helada. Juro que yo no lo sabía. ¡Era Jorge Teillier! Pero él jamás lo dijo.

 

 

MUERE DORIS

 

 

Con mi corazón hinchado de amor volvimos a Pichicuy, y comenzamos a armar una nueva estrategia para salir de ahí y seguir nuestro viaje. Partimos hacia La Serena. Ya nos quedaba muy poco dinero y todavía estábamos lejos de la frontera. Entonces, decidí empezar a cantar y fui a ofrecer mi espectáculo a los bares y cantinas de la ciudad. Pato hacía de manager y yo cantaba. Empezaron a aparecer los almuerzos y cenas gratis, y unos cuantos billetes que nos hicieron muy bien. Entusiasmados, fuimos recorriendo el norte presentando mi espectáculo en las más diversas localidades de la zona nortina, hasta que por fin llegamos a Arica.

 

De ahí seguí mi camino sola: llegué a Tacna y luego a Lima. Yo sentía que estaba haciendo algo súper importante en mi vida, ya que viajaba a pesar de mí misma y de la adversidad. No conocía Perú ni Ecuador, y menos Colombia, país al que llegué una mañana de abril llena de sol. No tenía idea dónde bajarme, ni qué bus tomar; no tenía idea de nada, pero comprendí que si no era capaz de hacer eso en la vida no iba a ser capaz de hacer nada jamás.

Pero lo hice y volví a Chile medio año más tarde, con toda esa experiencia en mi mochila. Motivada por mí, Doris viajó a Colombia, un año después. Enviaba postales desde Ecuador y Colombia. Cuando viajaba a Chile de visita, el avión se estrelló en Arequipa y ella murió. Fue tremendo. Era el final simbólico y dramático de una larga e intensa etapa. Desde entonces, con Pato nos hemos encontrado un par de veces en algún bar de Santiago, y nos quedamos mirando, y por respeto a nuestras vidas no tocamos el tema.

 

 


 

 

 

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