F r a n c i s c o   V e j a r

E S C R I B I R   P O E S Í A

            E S   U N A   A C T O   D E   R E B E L D Í A


p o r   S a n d r a   M a l d o n a d o   H .

 


Francisco Vejar nació en 1967 en Viña del Mar. Es Poeta, Ensayista, Crítico Literario y Antologador.  Actualmente trabaja como cronista del diario el Mercurio.

 

Ha publicado varios libros, entre ellos:  "Fluvial" 1988; "Música para un álbum personal", 1991; "Continuidad de viaje", 1994; "A vuelo de poeta", 1996; "Canciones imposibles", 1998; "País insomnio", 2000; "El emboscado", 2003; "La fiesta y la ceniza", 2008.  También ha escrito muchos artículos en la revista Libros del diario El Mercurio, como "Rimbaud en la poesía chilena", 2004 y "Teófilo Cid, el último romántico",  2004. En sus crónicas, plasma todos los conocimientos de grandes maestros del arte de la literatura, ejemplo de ello es "Los Inesperados", publicado en al año 2009, donde reúne la vida y obra de catorce poetas, incluso de amigos que partieron.

 

Un hombre que creció  rodeado de naturaleza, con el canto de los pájaros y el sonido de los trenes, con la figura de un padre que desde muy niño lo llevó a conocer el eterno mundo de la literatura y en particular de la poesía. Gracias a él descubre el poeta que reside dentro y que quiere revelar toda esa magia de los versos.

 

El Jazz y el cine son otras fuentes que llenan su escritura.  La música síncopa que lo impulsa a revelarse y la imagen en movimiento que lo lleva a explorar la belleza del celuloide de la mano de autores como Tarkovski

Vejar es un poeta con prestancia y severo, sus versos brotan espontáneos, transparentes, siempre resplandece en ellos la belleza de la naturaleza, la libertad y el ser humano.  Vejar escribe desde una madurez emocional fruto de la experiencia y eso lo lleva a pulir el poema, a revisar las palabras hasta que quedan limpias, hasta que quedan exactas.

 

Sin duda el niño y el adolescente que aún viven en un rincón del alma de Francisco Vejar se asoman por la ventana de sus sentidos,  le permiten oler y visualizar la vida con el mágico encanto con que lo hizo en aquellos dulces y primeros años, reflejando toda esa  belleza en su poesía.


 

Tú eres poeta, ensayista, antologador y crítico. ¿ Con qué te sientes más identificado?

 

Me siento cómodo en diversos géneros literarios. Por lo mismo, alterno la poesía con el periodismo cultural y por supuesto, como antologador, he publicando la Antología de la Joven Poesía Chilena (Editorial Universitaria, 2003) e Imágenes Quebradas (Dolmen Ediciones, 1998). Ésta última dedicada a la obra completa de Armando Uribe, pero de manera  fragmentaria. Ahora bien, partí escribiendo en el diario La Época y más tarde en Revista de Libros de El Mercurio. Entonces me interesé en la corriente secreta de la poesía chilena, desde Carlos Pezoa Veliz, pasando por Boris Calderón, Jaime Rayo, Teófilo Cid y Carlos de Rokha, entre tantos otros. La idea es conocer sus raíces y después lo universal, me refiero en términos literarios y culturales.

 

¿En qué momento de tu vida., comenzaste a escribir poesía?

 

Ahora bien, comencé a escribir a temprana edad. Leía mucho desde que estudiaba en la enseñanza básica. Lo curioso es que al principio quería ser arqueólogo, luego historiador. Pero finalmente caí rendido ante la poesía. Me acuerdo de casas de tías en el sur de Chile, con enormes bibliotecas. Además, mi padre –de quien heredé todos mis valores-, me llevaba de excursión a la cordillera. Ahí vi ríos cristalinos, termas que brotaban espontáneamente a través del recorrido. Aprendí a nadar a los 5 años en Dichato. ¿Qué será de esa casa de veraneo? Recuerdo los versos del poeta griego, Yannis Ritsos, en su poemario La casa muerta. Allí apunta: "Ahora ya nos quedamos aquí, como en las manos / quedan manchas amarillas de polen / cuando se cortan flores en el jardín al atardecer, / muchas flores / para los jarrones del comedor y los dormitorios / de los muertos". La poesía es espíritu y también misterio. "Que sería de mí sin mis palabras" (Enrique Lihn dixit).

 

Pero lo cierto es que ahí comenzó todo, es decir, a nivel de inconsciente. Eso es lo sustancial del surrealismo, liderado por André Breton y el gran descubrimiento de Sigmund Freud. Entonces ahí fueron quedando esos recuerdos que más tarde serían mis materiales poéticos. Y por supuesto, la comunión con la naturaleza. El problema del hombre occidental es haberle dado la espalda a la naturaleza (valga la redundancia), y los daños están a la vista.

 

Háblame de tu amistad con tellier, he leído de que él te abrió a este mundo de la literatura?

 

Conocí a Jorge Teillier a fines de los 80. Yo volvía de Venezuela, después de casi tres años de vivir en el Trópico. Venía de separarme de Mónica Arancibia que fue una de las mujeres más importantes en mi existencia. También gran lectora, devorábamos libros de Simone de Beauvoir. Por ejemplo su célebre libro, titulado El Segundo Sexo o Los problemas del marxismo de Jean Paúl Sastre. En ese libro venía un capítulo dedicado a la película La infancia de Iván de Andréi Tarkovski. Leíamos todo lo que caía a nuestras manos. Fue una época maravillosa. Ya de vuelta y decidido  transformarme en escritor y autodidacto como Francis Scott Fitzgerald, busqué mi propio camino. Publiqué mi primer libro cuyo nombre es Fluvial (Ediciones Literatura Alternativa, 1988). Ese fue mi pasaporte para entrar al mundo de Teillier. Me acuerdo cuando entre por primera vez a La Unión Chica. Ahí estaba de cuello y corbata y me dijo: "Toma asiento. Si tengo tribuna escribiré sobre tu libro. Lo encontré fresco y vegetal".

 

Ahora bien, yo me refugié en el Molino del Ingenio, lugar ubicado entre la Ligua y Cabildo y trabé una amistad que duró hasta el día de su muerte. A través de él conocí a Armando Uribe, Miguel Serrano, Claudio Giaconi, José Donoso, Raúl Ruiz, entre muchos otros. En síntesis, fue mi universidad que le llamamos L'école Buissonniére que se traduce como Escuela de la Cimarra. A Jacques Prévert que lo admirábamos, practicó dicho deslumbramiento. No era para flojear, sino para descubrir y andar. De hecho Prévert plasmó dicha experiencia, en sus collages, admirados hasta por Philippe Soupault y Picasso.

 

A parte de Tellier, ¿cuáles son tus referentes poéticos?

 

Me identifico con poetas como Marx Strand, Charles Simic, Malcolm Lowry, Thom Gunn y de Chile: Óscar Hahn, Armando Uribe, Enrique Lihn, Pedro Lastra y de los "jóvenes": Jaime Luis Huenún, Mario Meléndez, Leo Lobos, entre una larga lista. En Chile, mi preferido es Pablo Neruda con sus Residencias. Pero no soy un lector con anteojeras, es decir, leo y me fascinan diversas tradiciones poéticas.

 

Cuéntame de tu experiencia como Becario de la Fundación Pablo Neruda

 

Lo de la Fundación Pablo Neruda fue decisivo en que me dedicara a la poesía. En La Chascona cuando subía las escaleras, imaginaba que iba con mi padre, subiendo el cerro Ñielol, en Temuco. Ver su biblioteca y ahí a sus preferidos; Vladimir Maiakovski y Jean Arthur Rimbaud. En fin, estaba becado, me daban un pequeño estipendio, lo que fue un real estímulo. Al año siguiente fui becario del Instituto Chileno Francés de Cultura para estudiar un año la obra de Rimbaud.

 

Empezaste con Fluvial en 1988 y has continuado hasta hoy  publicando diversos textos ¿Cuál te gusta más?

 

Mis textos preferidos son La fiesta y la ceniza (Editorial Universitaria, Colección El Poliedro y El Mar, 2008) que reúne lo mejor que he escrito hasta entonces, en materia poética. Y Por supuesto, Los Inesperados (Tajamar Editores, 2009). A partir de ese texto quiero explorar la narrativa, específicamente el género cuento. El libro tiene ya un título tentativo: Geraldine. Si me referí anteriormente a La fiesta y la ceniza, es porque ahí se decanta mi mundo poético, donde están las constantes de mi obra: la naturaleza, el amor, el mar, la ciudad, la muerte y el jazz. 

 

¿Qué piensas de la poesía en Chile?  

 

Con respecto a la poesía chilena, pienso que goza de buena salud. Tenemos a Nicanor Parra y a Gonzalo Rojas, y a una larga lista de jóvenes poetas que tienen mucho que decir. Conversando con Jesús Munárriz en Madrid. Me decía que tenemos enormes poetas en ambas orillas. Y que era impresionante que en un país tan pequeño, como el nuestro, tengamos una tradición que parte a principios del siglo XX, con Carlos Pezoa Veliz y que dura hasta el día de hoy.

 

¿Qué le dirías a los jóvenes de esta generación?

 

A los jóvenes les diría que no nacimos de la nada. Nos ha determinado la lengua castellana, la geografía y el misterio de que haya tanta editorial alternativa y tanto poeta de talento, en esta larga y loca geografía. Asimismo dan recitales, etc. Están vivos de una manera singular, fuera de los caprichos del Mercado, y su propuesta siempre será un acto de rebeldía que se contrasta ante un mundo que agoniza de alegría artificial.

 

Señalas que tu escritura está signada fundamentalmente por la experiencia.  ¿ Cómo defines tu creación?

 

Bueno, yo escribo a partir de la experiencia, transfigurada por cierto a través de la poesía. Por lo mismo, no prescindo de lo cotidiano. Tal vez por eso me gusta la poesía inglesa contemporánea, pues muchos de los textos son pequeñas historias. Entonces si leo a Ted Hughes, me estoy conectando conmigo mismo y con él. A modo de ejemplo, transcribiré los siguientes versos de Hughes: "Encontré esta mandíbula en la orilla del mar: / Allí, los cangrejos y lijas / partidos por las olas o forzados / a luchar sin descanso y volverse corteza / prolongan el origen". Cabe decir que mi libro Fluvial (1988) es totalmente vivencial. Yo estaba descontento con el presente que me tocaba vivir que eran las postrimerías de la dictadura en Chile. Por eso me vuelco al pasado y vuelvo a viajar con mi padre hacia el sur de manera idílica.

 

Me llama la atención un artículo que escribió el argentino Hugo Mujica en el cual  señala que la belleza y muerte son una misma para ti.

 

Eso lo señala Hugo Mujica, poeta, ensayista y filósofo argentino. Y dice que me di cuenta que belleza y muerte son una misma cosa. Pues en mi poesía convive el resplandor y la ruina. Pero no en el sentido de la búsqueda del feísmo, sino de algo más profundo. Léase: Allí duerme mi padre, Estación Leopoldo María Panero o Los amigos ya no son originales ante la muerte.

 

Por lo que hemos conversado te encanta el Jazz ¿Cúal es la relación entre el Jazz y la Poesía?

 

El jazz forma parte de la respiración interna de mis textos. Cuando escribí las crónicas sentía que el teclado del ordenador era un piano, entre Erroll Garner o Keih Jarret. El jazz me acompaña siempre y a veces lo siento en el oleaje de la playa grande de Quintay. Además, dicho estilo musical nace con los cantos espirituales en Estados Unidos, por allá por el siglo XVIII. Eran los cantos religiosos de los esclavos en Estados Unidos, ahí nace el blues, como un acto de rebeldía. Ya se ha hablado mucho de la influencia afro en la evolución del jazz. Yo me identifico plenamente con ese mundo.

 


 


A L G U N O S   P O E M A S   D E 

F R A N C I S C O   V E J A R


 

LA FIESTA Y LA CENIZA


 

Somos la fiesta y la ceniza,

espacios de luz que se debaten entre tinieblas

o el anhelo de pertenecer a algún lugar.

 

Alguien desplazándose a solas

de una a otra estación del Metro

pensando en amantes de años venideros.

 

La misma luna resplandecerá para ellos

en azoteas y plazas de estacionamiento

donde difícilmente hallarán refugio.

 

Nosotros seremos esos amantes

en callejeos invernales, universales

y a veces terrestres.

 

 

 

LO QUE TE OFREZCO


 

Nada de lo que te ofrezco

es imposible:

un cielo surcado de pájaros, caricias como nubes

-los inimitables latidos de tu corazón-.

Todo eso es posible

sin siquiera recurrir a la fantasía.

 

No somos más que las huellas plateadas

que dejan los caracoles en los lugares

visitados en sueños.

Ya nadie preguntará en qué día

ni en qué mes estamos.

 

Una cuña de luz entrando en el tiempo

es lo que debemos ahorrar.

La ilusión de estar el uno con el otro.

 

Nada de lo que te ofrezco

puede ser imposible:

pensamientos que vuelan como pájaros,

un puente entre ambos mundos.

 

 

 

 

 

 

Los amigos ya no son originales 

ante la muerte


 

La muerte es la ceniza del poema

La muerte anda en todas partes

La muerte es huésped predilecta

La muerte es anáfora y puñal

La muerte garabatea páginas a diario

(y desordena los cuartos de hoteles

que abandonamos al amanecer).

 

La muerte se impacienta

y somos sus fieles cautivos.

Nos aguarda en la ciudad

con gentíos sombríos

que se buscan entre la muchedumbre

y comentan los juegos de azar

cerca de puentes y avenidas.

 

Por eso, lo nuestro es guarecernos en la noche

para llegar a la eterna conclusión.

los amigos ya no son originales ante la muerte.

 

 

 

 

Allí duerme mi padre


 

Visito el cementerio:

allí duerme mi padre

sobre polvo y más polvo

donde no hay más que el silencio sordo de otras

                        voces,

lápidas casi borradas por las tempestades;

débiles huellas sobre el mármol.

 

El viento desordena el entorno.

Camino sobre pétalos resecos

que se unen a la tierra,

sobre pedazos de labios

 

que se juntaban para amarse.

Pero no hay respuesta.

 

Un día espíritu y carne

fueron fuertes,

vagaban sin prisa,

releyendo en el aire señales de vida.

 

Estoy de pie en este mundo,

mirando cómo muere la tarde,

sintiendo la enarbolada sensación de contener

            en un segundo otros ecos.

 

Hay pasos que oyen,

hay ojos disueltos que observan,

también el destello de la nada.

 

Allí duerme mi padre

frío y delicado como la nieve.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estación Leopoldo María Panero


 

Estación Leopoldo María Panero

todo lo que escribo y diviso

se va al fondo de la sangre.

Fumo para mirar la vida que pasa

mientras el cenicero acumula

voces e ideas de locos rematados.

 

El dipsómano baja urgente en la estación

a beberse un  Nevermore.

 

Nuestra suerte sigue en manos de los ciegos

y lo que escribimos tal vez sea leído por parejas del 2050

en el follaje de un bosque agitado por el viento.

Hay luces harapientas, tumbas sin sosiego,

niebla sobre el césped de la calle Miguel de Cervantes.

 

El dipsómano sale urgente de la estación

a beberse el crepúsculo Nevermore.

 

Aquí dejamos latas de cervezas,

colillas que se acumulan en ceniceros,

cenizas que se acumulan en cementerios.

 

Observamos el funcionamiento del camión de la basura

mientras el dipsómano vuelve urgente a la estación

a beberse el crepúsculo Nevermore.

 

Es tan bella la ruina, tan profunda

que ni siquiera el tiempo nos puede destruir.

 

Niebla en la calle Miguel de Cervantes,

niebla en la estación Leopoldo María Panero.