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Tierra,
aire, fuego y...AGUA. La mayor parte del planeta y los seres vivos que en
él habitan están hechos de agua. Es tan abundante que resulta casi una
jugarreta que sólo el 6% de ella sea agua dulce y, que de esta porción, la
mayoría se encuentre bajo tierra o en glaciares, haciendo casi imposible su
utilización por nosotros. De hecho sólo contamos con 9.000 kms cúbicos
de agua dulce al año para satisfacer los requerimientos de toda la humanidad;
cantidad que sería suficiente si no fuera porque las aguas pluviales no se
reparten equitativamente, sino que se concentran en las zonas templadas y en los
trópicos húmedos. Así, van quedando zonas del mapa donde la escasez,
por un lado, y el mal tratamiento del agua, por otro, producen 15 niños
muertos por hora. El agua, por mucha que sea, es ahora un bien limitado.
Las guerras que se vienen no serán por los combustibles fósiles, serán por el
agua.
Una
de las principales causas de la escasez del agua es el mismo derroche que se
produce de ella, no utilizándose en forma efectiva para el regadío o evaporándose
simplemente acumulada en las represas. Sabían ustedes que las represas
tienen un ciclo de vida efectivo que, cuando este termina por la acumulación de
detritos y basuras de distinto calibre en el fondo de ellas, al igual que en una
piscina, es más rentable para las empresas abandonar estas megaconstrucciones
que limpiarlas. De esta forma, luego de muchos años, se altera para
siempre el entorno habiendo inundado grandes extensiones de terreno y dejando
que la naturaleza vuelva a tomar el cauce que desee.
Y
qué decir de su potabilización si hoy es necesario tratar el agua para
ingerirla. Fabricar un vaso de agua potable requiere tres horas promedio
de trabajo humano, recursos económicos, materiales y procesos tecnológicos de
alto costo: hay que tratar el agua extrayendo de ella piedras, ramas,
trapos y todo tipo de desechos que, de manera inconsciente, porfiamos en lanzar
río abajo.
Rió
abajo. El mismo río que recibe al sauce o que mueve los juncos. Que
mantiene húmeda la memoria que alimenta los recorridos de las palabras.
El agua y el río han estado en las cabezas de los escritores, acurrucándose
como refugio de la niñez o en el goce del adulto. La voz de gotera de
Neruda, por ejemplo, o la temática abordada por tantos otros como Carlos Pezoa,
Juvencio Valle, Gabriela Mistral y un largo, largo etcétera.
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Encontré
un escrito acerca del agua de Guy de Maupassant que parece datar de 1881, en él
dice:
"Vosotros,
los habitantes de las calles, no sabéis lo que es un río. Pero escuchen
como un pescador pronuncia esa palabra. Para él es la cosa misteriosa,
profunda, desconocida, el país de los espejismos y de las fantasmagorías,
donde de noche se ven cosas que no son, donde se oyen ruidos que no se
conocen, donde se tiembla sin saber por qué, como al cruzar un cementerio:
y en efecto es el cementerio más siniestro, aquel donde no se tiene tumba...El
río sólo tiene profundidades negras en cuyo limo nos pudrimos. Sin
embargo, es bello cuando brilla al sol que se levanta y cuando chapotea
suavemente entre sus orillas llenas de cañas que murmuran".
El
agua presente acá como depositaria de los temores y de los misterios.
Gabriela
Mistral se refiere a ella como el refugio de la infancia y la identificación
americanista al reconocerse indígena en el poema "Beber" incluido en
el libro "Tala" de 1938.
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Beber
(Extractos).
Recuerdo
gestos de criaturas
y
eran gestos de darme el agua.
En
el campo de Mitla, un día
de
cigarras, de sol, de marcha,
me
doblé a un pozo y vino un indio
a
sostenerme sobre el agua,
y
mi cabeza, como un fruto,
estaba
dentro de sus palmas.
Bebía
yo lo que bebía,
que
era su cara como mi cara,
y
en un relámpago yo supe
carne
de Mitla ser mi casta.
A
la casa de mis niñeces
mi
madre me traía el agua.
Entre
un sorbo y el otro sorbo
la
veía sobre la jarra.
La
cabeza más me subía
y
la jarra más se abajaba.
Todavía
yo tengo el valle,
tengo
mi sed y su mirada.
Será
esto la eternidad
que
aún estamos como estábamos.
Recuerdo
gestos de criaturas
y
eran gestos de darme el agua.
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En
el mismo libro, Gabriela Mistral incluye un breve poema, sencillo y lúdico, en
donde describe al agua incansable en su flujo e infinita como apaciguadora de la
sed:
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El
agua
¡Niñito
mío, que susto tienes
con
el agua adonde te traje,
y
todo el susto por el gozo
de
la cascada que se raparte!
Cae
y cae como mujer,
ciega
en espuma de pañales.
Ésta
es el agua, ésta es el agua
santa
que vino de pasaje.
Corriendo
va con cuerpo bajo,
y
con espuma de señales.
En
un momento se allegó
y
en un momento queda distante.
Y
pasando se lleva el campo
y
lleva el niño con su madre...
¡Beben
del agua dos orillas,
bebe
la sed de sorbos grandes,
beben
ganados y yuntadas
y
no se acaba, el agua amante!
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Por
otra parte, Juvencio Valle, con el tópico recurrente en su obra de la
naturaleza sureña de Chile y en especial del agua, trata a esta como el
elemento que nace de cada rincón del cuerpo de su amada, diluyéndose hasta
verterse en un poema delicado y exquisito:
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Canto al
agua
El
agua azul y limpia y cristalina
nace
desde las lindes de tu pelo
y
baja libre, hasta tus uñas finas.
Al
agua canto y sobrellevo en vilo,
al
agua azul que desvelada crece
desde
tus plantas en delgado hilo.
Al
agua, al agua limpia canto y digo:
desde
mi oscuro abismo te presiento,
aguacopa,
aguacielo y agua lirio.
Bebe,
María, bebe el agua fría,
pon
tu boca, en su boca, pon tu vida
sobre
el deleite de esa rosalía.
Desde
tu pie dormido hasta tu pelo
súmate
al agua en flor -lágrima viva-,
dilúyete
en cristalino terciopelo.
Baja
tu frente hasta tocar la piedra, busca llorando la raíz del agua,
búscala
de rodillas en la tierra.
(El
hijo del Guardabosque, 1951)
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Años
antes, Carlos Pezoa Véliz, había escrito "Tarde en el hospital",
donde describe con profunda melancolía, reflejada en el agua mustia, la
soledad a la que se ve enfrentado luego del terremoto de 1906 que lo dejó inválido
de ambas piernas. A pesar de su corta vida y su escueta obra, Carlos Pezoa
Véliz debe considerarse como un precursor inmediato de muchos poetas contemporáneos.
Tal es así que varias tendencias literarias posteriores a 1930 se siente
reflejadas en este escritor y lo tomaron como referente válido; ejemplo de esto
es el grupo "Los poetas de la claridad", donde se encontraban Óscar
Castro y Nicanor Parra, antes este último de entrar a la Antipoesía; o,
actualmente, Mauricio Redolés que lo ha llamado "el primer poeta rock de
Chile".
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Tarde en el hospital
Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia;
llueve...
Y
pues, solo en amplia pieza,
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.
Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto sobresaltado:
llueve...
Entonces, muerto de angustia,
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso. |
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Retomando
lo trazado por Pezoa Véliz, Jorge Teillier publica "Para ángeles y
gorriones" en 1956 inaugurando su propuesta dentro de la lírica chilena
que él denominó poesía de los lares o poesía lárica.
Otros
nombres son inscritos en este movimiento, tales como Alberto Rubio, Pablo guiñez,
Efraín Barquero, pero Teillier es, sin duda, el máximo representante del
larismo.
La
poesía lárica se caracteriza por tratar la infancia como paraíso
perdido al mismo tiempo que habitado por el recuerdo y la comunidad con
la tierra; también posee un concepto del humano con su entorno actual,
que en el caso de Teillier es la ciudad de la cual reniega pero que es
donde vive.
Coincide
con la antipoesía de Parra en el "acto de demolición en donde
todas las palabras y todos los registros lingüísticos caben a priori
en la poesía". Es también un acto de usar el lenguaje
cotidiano, humilde, sin ironías y con una cadencia a veces hacia el
gran lirismo, pero siempre alejado de las retóricas y ejercicios
conceptuales de la vanguardia originada por Vicente Huidobro y seguida
después por los surrealistas chilenos.
Sin
embargo, como bien señalan Niall Binns y Federico Schopf, la poesía de
Teillier no es una poesía de los lares ya que el poeta se no se encuentra en
ellos, sino que es una poesía que no puede volver al lugar idílico y es más,
cuenta con la tragedia inexorable de la desaparición de los lares. Es aquí
que existe un aparente contrasentido en Teillier: este nunca escribe
acerca del drama de los habitantes de la tierra, los pueblos originarios que van
siendo sistemáticamente despojados de ella y obligados a vivir en reducciones
indígenas. Esta ausencia no puede atribuirse a un descuido del poeta, que
era un gran estudioso de la historia, sino a la condición poética necesaria
para que se cumpla en el poema el paraíso perdido inalcanzable del que hacíamos
referencia antes, donde hombre y naturaleza coincidan en armonía.
En
este contexto, Jorge Teillier también usa el agua como el paisaje que acompaña
su poesía y así lo leemos en los versos que siguen y con los que terminamos
este artículo.
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Lluvia inmóvil
No
importa que me hayas cortado siete espigas
yo
he roto todos los espejos
he
cerrado todas las ventanas
y
estoy condenado a permanecer
inmóvil
en este pueblo
donde
entre la lluvia y la vida hay que elegir la lluvia
donde
el Hotel lo he bautizado Hotel Lluvia
donde
los plateados élitros de la Televisión
relucen
sobre tejados marchitos.
Tu
me dices que todo se recupera
y
que mi rostro aparecerá
en
un río que he olvidado
y
hay un camino para llegar a una casa nueva
creciendo
en cualquier lugar del mundo
donde
nos espera un niño huérfano
que
no sabía éramos sus padres.
Pero
a mi me han dicho que elija la lluvia
y
mi nuevo nombre le pertenece
un
nuevo nombre que no puede borrar ninguna mano
sino
la de alguien que me conoce más que a mi mismo
y
reemplaza mi rostro por un rostro enemigo.
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Miguel Moreno Duhamel, escritor, músico, dibujante y editor.
Director de la revista virtual de literatura Lakúma-Pusáki.
La
selección de textos hecha por el autor de este artículo está mediada
por la injusticia que proporciona el espacio disponible y el gusto
personal, dejando de lado millares de obras que bien pudieron ser
incluidas en estas líneas.
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