E S A   A G U A   N E C E S I D A D

p o r   M i g u e l   M o r e n o   D u h a m e l

 
 

 

 

 

 

 

 

 

Tierra, aire, fuego y...AGUA.  La mayor parte del planeta y los seres vivos que en él habitan están hechos de agua. Es tan abundante que resulta casi una jugarreta que sólo el 6% de ella sea agua dulce y, que de esta porción, la mayoría se encuentre bajo tierra o en glaciares, haciendo casi imposible su utilización por nosotros. De hecho sólo contamos con 9.000 kms cúbicos de agua dulce al año para satisfacer los requerimientos de toda la humanidad; cantidad que sería suficiente si no fuera porque las aguas pluviales no se reparten equitativamente, sino que se concentran en las zonas templadas y en los trópicos húmedos.  Así, van quedando zonas del mapa donde la escasez, por un lado, y el mal tratamiento del agua, por otro, producen 15 niños muertos por hora. El agua, por mucha que sea, es ahora un bien limitado. Las guerras que se vienen no serán por los combustibles fósiles, serán por el agua.

 

Una de las principales causas de la escasez del agua es el mismo derroche que se produce de ella, no utilizándose en forma efectiva para el regadío o evaporándose simplemente acumulada en las represas. Sabían ustedes que las represas tienen un ciclo de vida efectivo que, cuando este termina por la acumulación de detritos y basuras de distinto calibre en el fondo de ellas, al igual que en una piscina, es más rentable para las empresas abandonar estas megaconstrucciones que limpiarlas. De esta forma, luego de muchos años,  se altera para siempre el entorno habiendo inundado grandes extensiones de terreno y dejando que la naturaleza vuelva a tomar el cauce que desee.

 

Y qué decir de su potabilización si hoy es necesario tratar el agua para ingerirla. Fabricar un vaso de agua potable requiere tres horas promedio de trabajo humano, recursos económicos, materiales y procesos tecnológicos de alto costo: hay que tratar el agua extrayendo de ella piedras, ramas, trapos y todo tipo de desechos que, de manera inconsciente, porfiamos en lanzar río abajo.

 

Rió abajo.  El mismo río que recibe al sauce o que mueve los juncos.  Que mantiene húmeda la memoria que alimenta los recorridos de las palabras.  El agua y el río han estado en las cabezas de los escritores, acurrucándose como refugio de la niñez o en el goce del adulto.  La voz de gotera de Neruda, por ejemplo, o la temática abordada por tantos otros como Carlos Pezoa, Juvencio Valle, Gabriela Mistral y un largo, largo etcétera.

 

Encontré un escrito acerca del agua de Guy de Maupassant que parece datar de 1881, en él dice:

 

"Vosotros, los habitantes de las calles, no sabéis lo que es un río. Pero escuchen como un pescador pronuncia esa palabra. Para él es la cosa misteriosa, profunda, desconocida, el país de los espejismos y de las fantasmagorías, donde  de noche se ven cosas que no son, donde se oyen ruidos que no se conocen, donde se tiembla sin saber por qué, como al cruzar un cementerio:  y en efecto es el cementerio más siniestro, aquel donde no se tiene tumba...El río sólo tiene profundidades negras en cuyo limo nos pudrimos. Sin embargo, es bello cuando brilla al sol que se levanta y cuando chapotea suavemente entre sus orillas llenas de cañas que murmuran".

 

El agua presente acá como depositaria de los temores y de los misterios.

 

Gabriela Mistral se refiere a ella como el refugio de la infancia y la identificación americanista al reconocerse indígena en el poema "Beber" incluido en el libro "Tala" de 1938.

 


 

 


 

 

Beber  (Extractos).

 

Recuerdo gestos de criaturas

y eran gestos de darme el agua.

 

En el campo de Mitla, un día

de cigarras, de sol, de marcha,

me doblé a un pozo y vino un indio

a sostenerme sobre el agua,

y mi cabeza, como un fruto,

estaba dentro de sus palmas.

Bebía yo lo que bebía,

que era su cara como mi cara,

y en un relámpago yo supe

carne de Mitla ser mi casta.

 

A la casa de mis niñeces

mi madre me traía el agua.

Entre un sorbo y el otro sorbo

la veía sobre la jarra.

La cabeza más me subía

y la jarra más se abajaba.

Todavía yo tengo el valle,

tengo mi sed y su mirada.

Será esto la eternidad

que aún estamos como estábamos.

 

Recuerdo gestos de criaturas

y eran gestos de darme el agua.

 

 


 

En el mismo libro, Gabriela Mistral incluye un breve poema, sencillo y lúdico, en donde describe al agua incansable en su flujo e infinita como apaciguadora de la sed:

 


 

 

El agua

 

¡Niñito mío, que susto tienes

con el agua adonde te traje,

y todo el susto por el gozo

de la cascada que se raparte!

Cae y cae como mujer,

ciega en espuma de pañales.

Ésta es el agua, ésta es el agua

santa que vino de pasaje.

Corriendo va con cuerpo bajo,

y con espuma de señales.

En un momento se allegó

y en un momento queda distante.

Y pasando se lleva el campo

y lleva el niño con su madre...

¡Beben del agua dos orillas,

bebe la sed de sorbos grandes,

beben ganados y yuntadas

y no se acaba, el agua amante!

 

 


 

Por otra parte, Juvencio Valle, con el tópico recurrente en su obra de la naturaleza sureña de Chile y en especial del agua, trata a esta como el elemento que nace de cada rincón del cuerpo de su amada, diluyéndose hasta verterse en un poema delicado y exquisito:

 


 

 


 

 

Canto al agua

 

El agua azul y limpia y cristalina

nace desde las lindes de tu pelo

y baja libre, hasta tus uñas finas.

 

Al agua canto y sobrellevo en vilo,

al agua azul que desvelada crece

desde tus plantas en delgado hilo.

 

Al agua, al agua limpia canto y digo:

desde mi oscuro abismo te presiento,

aguacopa, aguacielo y agua lirio.

 

Bebe, María, bebe el agua fría,

pon tu boca, en su boca, pon tu vida

sobre el deleite de esa rosalía.

 

Desde tu pie dormido hasta tu pelo

súmate al agua en flor -lágrima viva-,

dilúyete en cristalino terciopelo.

 

Baja tu frente hasta tocar la piedra, busca llorando la raíz del agua,

búscala de rodillas en la tierra.

 

(El hijo del Guardabosque, 1951)

 

 


 

Años antes, Carlos Pezoa Véliz, había escrito "Tarde en el hospital", donde describe con profunda melancolía, reflejada en el agua mustia, la soledad a la que se ve enfrentado luego del terremoto de 1906 que lo dejó inválido de ambas piernas.  A pesar de su corta vida y su escueta obra, Carlos Pezoa Véliz debe considerarse como un precursor inmediato de muchos poetas contemporáneos.  Tal es así que varias tendencias literarias posteriores a 1930 se siente reflejadas en este escritor y lo tomaron como referente válido; ejemplo de esto es el grupo "Los poetas de la claridad", donde se encontraban Óscar Castro y Nicanor Parra, antes este último de entrar a la Antipoesía;  o, actualmente, Mauricio Redolés que lo ha llamado "el primer poeta rock de Chile".

 


 

 


 

 

Tarde en el hospital

 

Sobre el campo el agua mustia

cae fina, grácil, leve;

con el agua cae angustia;

llueve...

 

Y pues, solo en amplia pieza,

yazgo en cama, yazgo enfermo,

para espantar la tristeza,

duermo.

 

Pero el agua ha lloriqueado

junto a mí, cansada, leve;

despierto sobresaltado:

llueve...

 

Entonces, muerto de angustia,

ante el panorama inmenso,

mientras cae el agua mustia,

pienso.

 

 


 

Retomando lo trazado por Pezoa Véliz, Jorge Teillier publica "Para ángeles y gorriones" en 1956 inaugurando su propuesta dentro de la lírica chilena que él denominó poesía de los lares o poesía lárica.

 

Otros nombres son inscritos en este movimiento, tales como Alberto Rubio, Pablo guiñez, Efraín Barquero, pero Teillier es, sin duda, el máximo representante del larismo.

 

La poesía lárica se caracteriza por tratar la infancia como paraíso perdido al mismo tiempo que habitado por el recuerdo y la comunidad con la tierra; también posee un concepto del humano con su entorno actual, que en el caso de Teillier es la ciudad de la cual reniega pero que es donde vive.

 

Coincide con la antipoesía de Parra en el "acto de demolición en donde todas las palabras y todos los registros lingüísticos caben a priori en la poesía".  Es también un acto de usar el lenguaje cotidiano, humilde, sin ironías y con una cadencia a veces hacia el gran lirismo, pero siempre alejado de las retóricas y ejercicios conceptuales de la vanguardia originada por Vicente Huidobro y seguida después por los surrealistas chilenos.

 

Sin embargo, como bien señalan Niall Binns y Federico Schopf, la poesía de Teillier no es una poesía de los lares ya que el poeta se no se encuentra en ellos, sino que es una poesía que no puede volver al lugar idílico y es más, cuenta con la tragedia inexorable de la desaparición de los lares.  Es aquí que existe un aparente contrasentido en Teillier:  este nunca escribe acerca del drama de los habitantes de la tierra, los pueblos originarios que van siendo sistemáticamente despojados de ella y obligados a vivir en reducciones indígenas.  Esta ausencia no puede atribuirse a un descuido del poeta, que era un gran estudioso de la historia, sino a la condición poética necesaria para que se cumpla en el poema el paraíso perdido inalcanzable del que hacíamos referencia antes, donde hombre y naturaleza coincidan en armonía.

 

En este contexto, Jorge Teillier también usa el agua como el paisaje que acompaña su poesía y así lo leemos en los versos que siguen y con los que terminamos este artículo.

 


 

 

 


 

 

Lluvia inmóvil

 

No importa que me hayas cortado siete espigas

yo he roto todos los espejos

he cerrado todas las ventanas

y estoy condenado a permanecer

inmóvil en este pueblo

donde entre la lluvia y la vida hay que elegir la lluvia

donde el Hotel lo he bautizado Hotel Lluvia

donde los plateados élitros de la Televisión

relucen sobre tejados marchitos.

 

Tu me dices que todo se recupera

y que mi rostro aparecerá

en un río que he olvidado

y hay un camino para llegar a una casa nueva

creciendo en cualquier lugar del mundo

donde nos espera un niño huérfano

que no sabía éramos sus padres.

 

Pero a mi me han dicho que elija la lluvia

y mi nuevo nombre le pertenece 

un nuevo nombre que no puede borrar ninguna mano

sino la de alguien que me conoce más que a mi mismo

y reemplaza mi rostro por un rostro enemigo.

 

 


 

Miguel Moreno Duhamel, escritor, músico, dibujante y editor. Director de la revista virtual de literatura Lakúma-Pusáki.

La selección de textos hecha por el autor de este artículo está mediada por la injusticia que proporciona el espacio disponible y el gusto personal, dejando de lado millares de obras que bien pudieron ser incluidas en estas  líneas.