C e n t e n a r i o   d e   Ó s c a r   C a s t r o   Z ú ñ i g a

E n   P l e n o   B i c e n t e n a r i o   d e   C h i l e


p o r   E u g e n i o   B a s t í a s   C a n t u a r i a s

 

 

 

Eugenio Bastías Cantuarias es Diplomado en Gestión Cultural, músico, escritor y miembro de la Sección Folclore dependiente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

 


 

 

En medio de las malezas de este bicentenario, siempre con minúsculas, el que debiera recordarnos más bien nuestras faltas, carencias, ausencias, metidas de patas, negaciones, traiciones y expolios, hay un centenario que, como su dilecto cumpleañero lo hizo en vida, ha pasado total y absolutamente inadvertido para la masa informe que debate su cerebro entre la televisión, la prensa amarillista y el mercadeo general de nuestra "cultura". Ese celebrado casi anónimo es el rancagüino poeta Óscar Castro Zúñiga, quien, como repetición monótona de cualquier biografía de alguien con talentos y sueños parecidos, se vio empujado por su pobreza a caer en la vorágine de mil oficios. El más curioso fue ser dueño y vendedor en una tienda de libros, que fracasó justamente porque el vendedor no era muy aficionado al negocio, sino más bien a recomendar el mejor ejemplar al cliente...que podría hallar en la librería de la otra cuadra.

 

Óscar Castro, niño soñador y poeta humilde, que vivió su existencia y transitó sólo por su ciudad natal, ya que nada más se limitó a recorrer algunas veces el trayecto hacia Santiago, entre 1910 y 1947, que fue el escuálido lapso de su estadía en esta tierra, hizo su aprendizaje en los clásicos del siglo de oro español: Góngora, Quevedo, Garcilaso. Llegó a ser un maestro de la versificación en la antiquísima escuela del romance español (ver "El romancero, la poesía que cuenta canto y canta cuentos", este sitio). Coinciden los testimonios de amigos y conocidos del poeta en revelar que desde sus inicios fue un perfeccionista que no permitía salir de su fábrica un solo verso que no sufriese la más alta compulsión del control de calidad. Contó su viuda, quien aún con noventa años a cuestas vive en la ciudad de Rancagua, al autor de estas breves líneas, que cuando su marido le preguntó por un poema y ella le respondió con la frase "¡qué lindo!", el poeta sencillamente destrozó frente a su cara la hoja de papel que contenía los versos que, para él, no podían ser simplemente "lindos", sino que debían ser iguales a su alta ambición de artista.

 

Mientras tanto, la vida seguía su curso, y las necesidades del día a día llamaban a su puerta. En este ir y venir, trabajó como repartidor de leche montado en una carreta y sobre las ancas del alba, que no dejó de retratar en sus libros; también laboró en el molino de su cuñado, pero esos pianos no eran para sus dedos finos, hechos sólo para la perfección poética. Sin embargo, sus caminos se fueron cruzando con sus personajes, sus paisajes, sus colores y sonidos, que se fueron mezclando y metiendo en su epidermis, para nacer y renacer en su poesía y en su prosa.  

 

Al toque de sus dieciséis años comienza a publicar sus primeras obras, mas sólo protegido bajo el nombre de Raúl Gris, y alguna vez, incluso, bajo el de su hermana Elba. Como a toda alta y fina sensibilidad, es necesaria una máscara para cubrirse de la vista de los demás. Sin embargo, en su camino se va encontrando con profesoras y profesores que lo alientan a perseverar en su andanza, y más de algún director de la prensa local se hace aficionado a sus versos y los publican. Ya a los 19 años de edad sale el primer poema publicado con su nombre, la obra se llama "Poema a su Ausencia". Aquí comienza la frenética carrera de este mercurio alado que no sabía de su breve estadía de 37 años en este mundo, pero que sí sentía el mandato de su sangre y de su carne para vivir y crear lo que entraba por sus ojos, oídos y piel.

 

Mucho debió importar a su alma lo que le contaba su hermano mayor, legendario andariego de los caminos del mundo en la inspiración del poeta, sobre sus mil aventuras. De allí salieron cuentos y poemas inolvidables. Javier, el hermano mítico y el de carne y hueso, murió bajo el rigor de un arma de fuego, por rara paradoja, en la propia Rancagua.

 

Bastante se le ha relacionado con el folclore y con el retrato fiel del hombre del campo chileno. Sin embargo él, que tanto luchó por ser reconocido tanto por su prosa como por su estro lírico, logró evolucionar, hacer un camino no exento de escollos hacia la reconquista del hombre. Su poesía inicial se acomodó perfectamente al molde métrico y retórico de la más pura tradición hispana, que bebió en deliciosas sesiones cuando estaba a cargo de la biblioteca del Liceo de Hombres de Rancagua. La masonería rancagüina también lo puso al frente de una biblioteca popular, donde seguramente ha hecho otro ejercicio de lectura intensa y sabrosa.  

 

Rancagua, un puerto sin litoral y pleno de actividad presidida por el ánima del comercio y la minería, no es el mejor escenario para la actividad artística. Sin embargo hay un grupo de porfiados idealistas, estimulado y cuasi dirigido por nuestro autor, que no se resigna a su suerte y van creando paso a paso revistas literarias ("Verbo", "Nada" y "Actitud"), organizando veladas bufas, fiestas de la primavera y todo otro género de actividad cultural que hasta el día de hoy perdura, de la mano de un organismo que aún late, creado al alero de Óscar Castro y sus compañeros: el Grupo "Los Inútiles".

 

La potencia de su canto da su primera nota al mundo en noviembre de 1936 con el envío de su "Responso a García Lorca" a una velada en homenaje al poeta gitano asesinado en España. Es en esa noche en la que todo un Augusto D’Halmar siente venir la estrella de Belén sobre "este Valparaíso, donde tan rara vez se piensa en el arte, acaso porque su ambiente es naturalmente artístico... Y en esta semiatmósfera intelectual, estallaron, restallaron de súbito, las estrofas de un responso a Federico García Lorca. Se dijo que lo enviaba como adhesión, desde un pueblo sureño llamado Rancagua, un poeta desconocido. No importa, iniciados o profanos, sentimos pasar  por nuestra frente el hálito del misterio, de ese misterio de la inspiración, más misterioso que nada". Más tarde, el mismo D’Halmar, el Hermano Errante, pasa montado en un tren por ese pueblo sureño del poeta y le anuncia personalmente la buena nueva de la excelente acogida de su primer vástago literario, dado a la luz pública en Santiago en 1938 por la editorial y librería Nascimento.

 

No obstante esta inicial cosecha de triunfos líricos, el mismo año la revista Leoplán de Buenos Aires le publica algunos cuentos que aparecerán muy pronto en su volumen titulado "Huellas en la Tierra". Así que ya tenemos a un escritor consagrado y, como habitualmente sucede, siendo profeta en otras tierras.  

 

Su poesía vaga por caminos olorosos a tierra, "tierra escupida de blasfemias", esa "tierra humilde y reseca del patio de la casa", bañada en noches y albas acompañadas del gozoso zumbido de la abeja, de la sombra bajo el parrón de esa misma casa, del sonido del picaporte en la mañana, que trae la agradable caricia de la madre, que él goza haciéndose el dormido. Allí esta la niña del alba que lleva los gallos al mercado entre los dulces nidales de sus senos; por allá aparece el caballo piafante del negro Chaves, o la pequeña epopeya del caballo mártir, el "Lucero" y su sacrificio inolvidable. Nace y muere el canto del vendedor de canciones que nadie compra ni nadie oye, en la alta noche de las acequias cantarinas. Y viene también la historia, la pequeña y la grande, de Chile, con el romance del guerrillero y la niña a quien solamente llama "Primavera"; junto con el relato del amor del cacique Guaglén por una mujer de piel blanca, de cuyo lecho nupcial nace Rancagua.

 

Pero hay más, el poeta quiere más, y va caminando al encuentro de la perfección en la búsqueda, no sólo del paisaje y de los hombres de la tierra, sino que también de la veta del espíritu de su generación, de sus dolores y anhelos. Busca al hombre en un volumen que poco se conoce, "Reconquista del Hombre", donde pone pie en la cumbre de su sentir como observador y protagonista de las luchas de su época. Por eso es que se sacude de la rigidez de la métrica y utiliza en veces el verso libre y fecundo, u otras estructuras clásicas, pero llenas de su elocuencia de siempre, para decir, por ejemplo, en versos perfectamente alejandrinos:  

 

Pido la voz del trigo para cantar, ahora

estrofa de oro santo sobre los campos puros.

Grácil alejandrino de verdad y milagro.

El trigo es el poema tembloroso del mundo.

 

O bien para cantar fecundando los espíritus:

 

Jadeo sobre ti, doloroso y gozoso.

Compañera, es el agua y el sudor de mi gleba.

Compañera, es mi duro corazón que galopa.

En él, loca de estambres, reventará la tierra.

 

Así nos muestra su nueva retórica, un nuevo intento de redefinir el mundo visible:

 

Digo anillo de oro, pero no lo defino.

Digo viento celeste, pero no lo aprisiono.

Digo estampa bendita, mas no fijo su marco.

Dejo caer mis párpados y se para en mis ojos.

 

Y en el mismo volumen aparece ya su deseo formal y temático de ir derivando hacia las playas del hombre y sus luchas:

 

Sé que los hombres sufren.

Los he visto

pesados de sudor, entre ardientes banderas,

gritando su designio. Los he visto llorar

arañando la tierra, malditos animales

ennegrecidos, sin fronteras, duros,

sin risa de jacintos, con espadas hundidas en el pecho,

trizados por el sol que los calcina,

comiéndose su sangre como quien come arena.  

 

Y va también en demanda de la gran plaga de su siglo que es la guerra:

 

(Estoy diciendo un canto para después de la guerra.

Venid a mí los hombres, escuchadme.

Juro que en este instante yo soy puro.

Juro ante Dios, llorando, que vosotros sois puros.

Ningún río de sangre nos podrá separar).

 

Corresponde a este nuevo hombre, al nuevo poeta que se aleja del hogar de su bucólica poesía, el derecho de asomar su cabeza al ancho mundo, a los grandes y pequeños hechos de la especie humana:

 

Una tarde creí sorprenderlo

en la medalla dura de Los Andes.

Otra vez era un valle dormido en su verdor.

Otra vez una fábrica de poleas febriles.

Otra vez era el mar. Otra vez era el sol.

Le pregunté: "¿Quién eres?". Y respondió: "Walt Whitman".

 

Entonces comprendí.  

 

Tampoco escurre el bulto para hablarle a sus hermanas de la noche, aún estando en el lecho más embadurnado por la soledad, la podredumbre y el dolor del amor rentado, allí donde el ángel no mancha sus alas:

 

Vengo mandado por un ángel

a vivir con vosotras y a contaros el mundo,

hermanas mías tristes, galopadas

hasta la extenuación y el exterminio.

Con un farol de luna, ciego el débil gemir

de los niños frustrados,

lleno vuestro regazo con huillis de mi monte

y deseo escucharos

entre los cobertores de vuestras pobres camas,

mientras estáis durmiendo

con un banquero al lado, un estudiante,

un militar desnudo e indefenso

que mira los botones colgados de una silla

y la fría pistola sobre el mármol...

 

 

El poeta finalmente es derrotado en su carne por la tuberculosis, la excelsa fiebre de los nocherniegos que buscan su vida entre cuartillas en blanco, guitarras y vasos de frutoso vino, que es la tinta que hace posible sus líneas. Es en la casa de las guitarras donde este hombre mora y en donde experimenta lo que muchas veces menciona como la "alta noche" y la "luna inmóvil", o los fríos que posan sus pies en los techos de las silenciosas casas.

 

Esta es la calle, ésta es la casa en donde lloran viejas guitarras,

bajo una luna inmóvil. Este es el polvo gris

que arrastran los zapatos de los hombres. El vino vive aquí.  

 

Las oleadas de la nostalgia se confunden con la experiencia de la líbido:

 

El horno era de barro como tu casa y tu cuerpo.

Mercedes, hay duraznos en tu beso casi alegre.

perfúmame las manos en la huerta de tu pecho.

bebe conmigo, amiga. Yo recuerdo mi infancia

con mañanas de leche, entre mugidos

que venían de lejos. Yo recuerdo.....Estoy alegre

contigo. Tus besos saben a durazno.

 

Pero cuando el poeta ya no estaba más en su cama del hospital Salvador, donde compuso sus últimos, dolorosos y nostálgicos poemas, sale a la luz su obra póstuma "Rocío en el Trébol", donde tensa al máximo la cuerda de su instrumento para cantar:

 

Yo me pondré a vivir en cada rosa

y en cada lirio que tus ojos miren

y en todo trino cantaré tu nombre

para que no me olvides.  

 

No deja de visitar en postrera despedida su valle iluminado, sus trigales, la casa de su compadre Rosendo Montes, "donde hasta el viento baila de punta y taco". Aquí ha vuelto a su patria chica, a su Ítaca, matriz de donde fue parido y a la cual regresa antes de abrir sus alas al viaje infinito.

 

En el frescor profundo de este valle tranquilo

se podría morir de verdad y silencio.

Reintegrarse a la tierra como la hoja dorada

y subir hasta Dios en olvido perfecto.

 

La despedida siempre está llena de la tierra que tanto amó en toda la acepción de la palabra, hasta hacerle el amor con su pluma y con su carne.

 

Yo te digo, al marcharme, que no tengo

ni la tierra que cubro con mi cuerpo.

Pero esta noche me hallaré en las manos

el aroma de tierra de tus pechos.

 

Ya en su cama de hospital, el hombre y el poeta se despiden del mundo, tal vez en las últimas líneas que escribiera bajo la sombra de la muerte y entreviendo el mundo nuevo al cual estaba destinado, con las aparentes formas y presencias de éste, pero con los colores grises con que pintaban sus ojos que se iban hacia sus adentros, cual si fuera un San Juan en su Apocalipsis grávido de símbolos.

 

La aldea tiene un pobre cementerio sin flores,

junto al camino viejo que cruzan los ganados,

y en la tarde le cae la sombra de dos montes

de cuya cima bajan dos arroyos livianos.

 

Aquí la muerte es simple como el caer de un fruto,

el abrirse de un surco y el rodar de una lágrima.

.................................................................

(línea inexistente en el original)

y lo amortaja el día de grandes manos claras.

 

Óscar Castro Zúñiga, nacido un 25 de marzo de 1910, duerme en el cementerio Nº1 de Rancagua, donde lo visitan cada primero de noviembre los pocos amigos que aún le sobreviven, sus hermanos en la poesía y sus miles de lectores que hasta el día de hoy lo reviven. Su viuda vive para ver cada una de las reediciones de sus obras y la Fundación que cautela su legado transita los caminos anchos y azules que trazó el poeta que le hizo el amor a la tierra, a su tierra con olor a vendimias, aquella que, seguramente, se le entregó morena y perfumada.  

 

 


 

Bibliografía Esencial:

 

Poesía (primeras ediciones)

 

¨      Camino en el alba, prólogo de Augusto D’Halmar, Santiago, Ed. Nascimento, 1938.

¨      Viaje del alba a la noche, Santiago, Imp. Talleres de El Imparcial, 1940.

¨      Las alas del Fénix. Romances de una ciudad heroica, Santiago, Ed. Talamí, 1943.

¨      Reconquista del hombre, Santiago, Ed. Talamí, 1944.

¨      Glosario gongorino (sonetos basados en la obra de Góngora, edición póstuma), Santiago, Ed. Talamí, 1948.

¨      Rocío en el trébol (edición póstuma), Santiago, Ed. Nascimento, 1950

 

Poesía (ediciones compilatorias)

 

¨      Romances de Óscar Castro en Rancagua. Edición a cargo de Isolda Pradel, Rancagua, Intendencia de la Sexta Región, 1992.

¨      Los mejores poemas, Santiago. Ed. Los Andes, 1993.

¨      Raíces de la poesía y prosa de Óscar Castro, Santiago, Fundación Óscar Castro Zúñiga, 1999.

¨      Obra Reunida. Volumen 1 y 2, Santiago, Fundación Óscar Castro Zúñiga, 2004.

 

Cuento

 

¨      Huellas en la tierra, Santiago, Ed. Zig-Zag, 1940.

¨      La sombra de las cumbres, Santiago, Ed. Zig-Zag, 1956.

 

Novela

 

¨      Comarca del jazmín y sus mejores cuentos, Santiago, Ed. del Pacífico, 1968.

¨      Llampo de sangre, Santiago, Ed. del Pacífico, 1950.

¨      La vida simplemente, Santiago, Ed. del Pacífico, 1964.

¨      Lina y su sombra, Santiago, Ed. Zig-Zag, 1958.

 

Estudios sobre Óscar Castro

 

¨      Drago, Gonzalo. Óscar Castro. Hombre y poeta. Epistolario, Santiago. Ed. Orbe, 1970.

¨      González Labbé, Raúl. Luz en su tierra. Santiago, Ed. del Pacífico, 1973.

¨      Agoni, Luis. Óscar Castro. Aproximación en el recuerdo, Rancagua, Imp. Alerce, 1984.