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G o n z a l o M i l l á n
E L D I Á
L O G O T R U N C O
p o r
S e r g i o B a d i l l a C a s t i l l o |
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"La lucidez poética está unida a la idea de
fragmentación, en la existencia, en la reflexión
filosófica o en el discurso expresivo, donde no debe faltar el careo con
el otro".
Estas fueron algunas
frases que surgieron espontáneas, durante
la última conversación, despejada y amigable,
que tuve con Gonzalo Millán, en mayo de 2006, una vez que hube
regresado de Estados Unidos, donde había permanecido por un mes en virtud
de un premio literario. Meses antes, casi ya pasado un año, Gonzalo había
sido copartícipe, con los escritores Luis Vargas Saavedra y Omar Pérez
Santiago,
en la presentación de mi libro Poemas transreales y algunos
evangelios, en la Biblioteca Nacional;
en esa oportunidad,
nos comprometimos a volver a tener nuestras añosas y fragmentarias
parlas, porque aún
quedaban muchos diálogos y razonamientos inconclusos de otras épocas.
En realidad, habían
transcurrido muchos años de encuentros y desencuentros, en nuestra larga
y fragorosa cincuentena. Nos
habíamos conocido muy temprano, el
año 71, cuando apenas comenzábamos los veinte. Ambos habíamos nacido el
mismo año. Él, estrictamente, a comienzos del 47, yo, casi al final. Por
eso, siempre dejábamos en claro, ese año ficticio de diferencia entre
nosotros.
Desde las primeras lecturas que hice de su libro Relación personal,
de enero
de 1968; me
llamó la atención la singularidad de su verso:
lacónico, comprimido, con un dejo a Pound donde Millán se inmersa en un
profundo y diáfano ejercicio de vida, con el uso de la imagen
repentina a manera de fogonazo cáustico o destellante, sin rebordes de la
jerga detallada o el relave de un exceso figurativo como lo hacían
algunos de sus compañeros, más culteranos,
de la llamada generación
del 60.
LOS
AÑOS INCIPIENTES
Nos
encontramos, las primeras
veces, generalmente, en la Sociedad de Escritores de Chile, o en la
buhardilla de Tito Valenzuela, en el barrio Lastarria, luego de que
Gonzalo regresara de Concepción. No
recuerdo haber tenido un diálogo duradero con él, a lo más de cinco
minutos. En ese período inicial, siempre
se trató de apostillas fragmentarias y sucintas sobre algún suceso
literario, o alusiones truncadas sobre un epítome poético. Sin embargo,
las veces que yo venía a Santiago, intentábamos
compartir espacio con otros poetas, en una que otra velada retraída y
ebria; aunque Gonzalo, al cabo de algunos sorbos de más, podía indisponerse
de ánimo y desaparecer, imprevisto y sombrío, en la penumbra de la
calle.
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Y
después de ir con los ojos cerrados
Por la oscuridad que nos lleva,
abrir los ojos y ver la oscuridad que nos lleva
Con los ojos abiertos y cerrar los ojos
Millán
era una alma esquiva. No se daba fácilmente con aquellos que conocía
poco. Era un gato montés incluido en la ciudad por aversión a la gleba.
Yo, por mi parte, nunca fui un eremita en mis orígenes porteños,
sin embargo, los años fueron laborando el instinto biológico hacia el
retraimiento. Serían las tormentas, miradas desde el faro Punta Ángeles,
en la infancia, las que a fuerza de estrellarse
contra los arrecifes de la adultez, desencadenaron
estas inaguantables apatías.
Cómo
definir entonces mi amistad con Gonzalo, la que, aún con esos encuentros
adustos, eran de una cordialidad austera, de viejos batracios sigilosos.
Logramos mantener ese ecuanimidad atmosférica, así,
durante décadas, en calidad de tertulias admisibles con sesgo de
suspenso.
Los años de la dictadura nos hizo partir en diferentes direcciones. Él
partió a Panamá primero, después pasó un año en Costa Rica y
posteriormente, lo que podría resultar inverosímil para un poeta
arraigado a su lengua, vivió un tiempo alargado en Canadá. Yo, de Argentina a Rumania y de allí, largos años en Suecia, a
las orillas del Báltico.
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EL AÑO DEL
ENCUENTRO DE LA DIÁSPORA
Nos volvimos a
reencontrar en Rótterdam, en el Primer encuentro de poesía chilena en la
diáspora, el año 1981. El venía de Canadá, de Montreal, donde había
publicado ese fascinante libro: La ciudad ; yo había hecho un
viaje largo en tren con mis amigos poetas, Sergio Infante y Carlos Geywitz,
a través de Dinamarca, donde Infante perdió sus pantuflas cumpleañeras,
y Alemania. Llegamos muy temprano en la mañana a ese puerto holandés,
con los vestigios de las últimas botellas de güisqui que nos quedaban en
las alforjas. En la Casa Chile, en las estación Blaak , nos esperaba el
anfitrión, Hugo Bascuñan y
también, aquellos que habían llegado en la madrugada: Mauricio Redolés,
Tito Valenzuela, Walter
Hoefler, Cecilia Vicuña y entre ellos, Gonzalo.
Los tres días de ese
primer reencuentro, fueron de una intensidad aluviónica, para todos
nosotros. Lecturas, ponencias, saludos (entre ellos el de Lihn)
e indudablemente una secuela interminable de brindis y convites
alcohólicos, como acicate para enmendar aquellas conversaciones que
quedaron interrumpidas por la dictadura y por la diáspora postrera. Comenzamos muy
bien esa jornada de reminiscencias y de enmiendas, hasta que poco a
poco se empezó a restituir la memoria gastada,
y surgieron las excoriaciones, los viejos tutelajes manipuladores,
fundamentalmente, de parte de algunos advenedizos e importunas, que luego
harían compilaciones burdas y mistificadoras de los personajes, de su
obra y del grupo de poetas.
Recuerdo que con Grillo Mujica y con Antonio Arévalo, organizamos una seance
que consistía en que cada poeta debía hacer una imitación
gestual y del timbre cadencioso de voz de Neruda. Uno a uno fueron pasando
los convocados, en la medida en que yo los iba nombrando. Recuerdo que
Cristóbal Santa Cruz, hacía
un acompañamiento al
piano y Radomiro Spotorno, escoltaba al exhortado desde su asiento hasta
el proscenio. Más de una docena de poetas, homenajeó de esta forma, a
nuestro Nóbel, hasta que llamé a Gonzalo a subir al estrado. Hasta ese
momento había estado silencioso y escuchaba a los histriones, desde la
lejanía, mordiendo un cigarrillo, después de cada bocanada profunda.
Caminó con la escolta hasta el tablado, cogió el micrófono y con voz
rugiente y cavernosa prorrumpió: "¡ ...Maricones...hijos de puta...cabrones
de mierda!". Luego se retiró concentrado en su frenesí y desapareció del
local, hasta el día siguiente, cuando enmarañado y marchito, nos contó
que se había perdido en la vastedad de la noche de Rótterdam y sus
bares.
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ESTOCOLMO:
LECTURAS A ORILLAS DEL BÁLTICO
Luego nos volvimos a reunir en Estocolmo, Suecia, cuando en octubre de
1989 organicé, con el valioso aporte de la escritora sueca Sun Axelsson,
el cónclave poético La reconstrucción del tiempo para reunir por
primera vez, en la postrimerías del exilio, a los poetas del éxodo con
sus congéneres del Chile
Interno. De
Chile acudieron, Carmen Berenguer, Teresa Calderón, Andrés
Morales, Diego Maquieira y Elicura Chihualaf y, por nuestro lado, de los
que permanecían en Europa, acudieron una gran parte, de los que residían
entre España y el Polo Norte. Gonzalo estaba pletórico de ideas y
proyectos, porque ya planeaba
su retorno a Santiago.
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Durante las memorables
jornadas bálticas, en la trapisonda de coloquios y lecturas mientras nacía
en un hospital de las cercanías, mi hija Rebecca, volvimos a
dejar una estela de diálogos inconclusos, ya sea,
en el Museo de Arte Moderno, la
Universidad de Estocolmo, o
en el Café 44 , en la isla de Södermalm. Esta vez no hubo ninguna puesta
en escena de algún remedo poético, aunque el uruguayo Roberto Mascaró,
intentó, poner en ambiente, su propia performance, en conjunto con el argentino,
Cristián Kupchick .
Ya
de regreso, en su primera o segunda vuelta a Santiago, a comienzos de los
noventa, lo visitamos con Juan Cameron
en el barrio Bellavista; Gonzalo vivía, en esos días, una etapa
seráfica.
Conversamos
de su revista El espíritu del valle , recuerdo que también
aludimos a las dificultades del retorno, la escasa lectura de poesía y
acerca de las nuevas generaciones de poetas.
Una vez que ambos nos
radicamos en Santiago, participamos en una serie interminable de
actividades literarias y académicas. Gonzalo no era de aquellos que le
gustara sostener una conversación telefónica; yo tampoco, sin embargo,
su casilla postal zonaglo@.... ( su propio nombre enmascarado) solía
servir para algún escueto intercambio de mensajes.
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LAS
REFLEXIONES DE LOS AÑOS CUERDOS
La última vez que
hablamos largo, en mayo de este año, me pareció que su lenguaje retraído,
pausado y consistente, era
menos esquivo y reservado que en otras ocurrencias. En aquella ocasión
dialogamos de nuestras manías, de nuestros miedos y de cómo enfrentábamos
la escritura en esta época reflexiva. Me dijo que trabajaba,
generalmente, sobre una mesa espaciosa, nutrida de libros, recortes y léxicos,
donde componía con actitud de albañil, las arcillas que completarían el
poema que creaba. "Nunca me contento sino hasta completar,
decantadamente, con cada una de las partes de la edificación imaginaria"
–me dijo- frunciendo el seño
y mirando hacia un punto desconocido. Para él, el poeta no era un
mero articulador de representaciones sensoriales, sino un orfebre que
cincelaba sus imágenes con denuedo.
Recuerdo
que en esta última plática, me llamó poderosamente la atención su
calma y la ponderación atenta para definir los temas que le interesaban.
Yo presentí - tal vez lo digo ahora con un aliento rezagado de taumaturgo
tardío - que preparaba sus últimas tareas y recuerdo haber anotado
algunas de sus enunciaciones, cuando advertía que "el aliento poético
es propagación absoluta de infinidad,
plasmación de clarividencia". "En la poesía, de manera
absoluta -me insistió con voz aún resonante-
existe una motivación de carácter polifónico, rítmico. donde
hay una distancia
descentrada que forcejea por lograr un ajuste con el extraño raciocinio
incierto de la realidad".
Habría
que decir, para finalizar este texto,
como expresa Waldo Rojas, de la poética de Gonzalo Millán: "La
poesía de Gonzalo Millán es una constante interrogación sobre su relación
con el otro y con el mundo de las cosas y los seres". |
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L a
C i u d a d
( F r a g m e n t o )
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48.
El
río invierte el curso de su corriente.
El
agua de las cascadas sube.
La
gente empieza a caminar retrocediendo.
Los
caballos caminan hacia atrás.
Los
militares deshacen lo desfilado.
Las
balas salen de las carnes.
Las
balas entran en los cañones.
Los
oficiales enfundan sus pistolas.
...
La
corriente penetra por los enchufes.
Los
torturados dejan de agitarse.
Los
torturados cierran sus bocas.
Los
campos de concentración se vacían.
Aparecen
los desaparecidos.
Los
muertos salen de sus tumbas.
Los
aviones vuelan hacia atrás
Los
"rockets" suben hacia los aviones.
Allende
dispara.
Las
llamas se apagan.
Se
saca el casco.
La
Moneda se reconstituye íntegra.
Su
cráneo se recompone.
Sale
a un balcón.
Allende
retrocede hasta Tomás Moro.
Los
detenidos salen de espalda de los estadios.
11
de Septiembre.
...
Las
fuerzas armadas respetan la constitución.
Los
militares vuelven a sus cuarteles.
Renace
Neruda.
...
Víctor
Jara toca la guitarra. Canta.
...
Los
obreros desfilan cantando
¡Venceremos! |
Gonzalo
Millán (1947-2006)
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