En torno a Vicente Huidobro

por Teófilo Cid.

 

Algunas instituciones de carácter literario, según he sabido, se aprestan para rendirle homenaje a Vicente Huidobro con motivo de cumplirse el 2 de enero de 1958 diez años de su muerte.  No es mi ánimo de interferir de manera hostil, con amargas consideraciones, en estos preparativos, ni tampoco restarle importancia al homenaje.

 

La verdad es que, con todo, cabe hacerse la siguiente pregunta:  ¿qué hicieron las aludidas sociedades literarias cuando el poeta murió?  No debe haber sido nada de monta, ya que la memoria se resiste a recordarlo.  Me parece que tales agrupaciones guardaron el silencio que convenía, porque el asunto "mas valía non meneallo".  Es por todos sabida la acrimonia que el autor de Altazor tenía por esas aborregadas instituciones, en donde se practica el ascenso  sindical literario con pujos dignos de una asamblea rural democrática.  Insisto en que no quiero "echarle pelos a la leche", como se dice.  Pero no podemos olvidar, los que fuimos amigos del poeta, la frialdad con que fue acogida su muerte por parte de aquellos círculos.

 

Por otra parte, la prensa guardó hacia el artista desaparecido una igual hostilidad, bien que enlucida por el respeto que aquí en Chile inspira el hecho de pertenecer a una familia acaudalada.  Hubo un diario, muy insolente por cierto, que llegó, en su exceso, a declarar que los aficionados al jugo de la vid estaban de duelo, y esto tan sólo porque el poeta era accionista familiar de la conocida Viña Santa Rita.

 

Otro diario, actualmente desaparecido, daba la noticia de su muerte, consignándola como una pérdida para la "sociedad chilena", vale decir, para los salones de Santiago...No he visto cosa más ridícula ni más inoportuna.

 

Las instituciones literarias mantuvieron prudente silencio, haciéndose cómplices de la necesidad, y tratando, por todos los medios posibles, de soslayar su desaparición.  Ninguna voz, que yo sepa, ninguna autoridad del mundillo literario ambiente, se elevó para clamar contra la ignominia que se estaba cometiendo por quienes, ya por ignorancia o por malicia, hacían tan displicente caudal de su muerte.

 

Pocos días después, ocurrida ésta, en la Sala Dédalo, de propiedad del buen amigo Fernando Undurraga, se celebraba un homenaje íntimo, de tono casi hermético, en donde unos cuantos amigos del poeta nos referimos a su vida y su obra.  En aquella ocasión hablaron Humberto Díaz Casanueva, Eduardo Anguita, Alfonso Bulnes y el que escribe estas líneas.  Se tocaron además trozos escogidos de la música 

preferida por Huidobro, procurando que la velada mantuviera el carácter de aquellas muy inolvidable que pasábamos en su casa.  El mínimo ademán retórico, la más escueta fidelidad.  Nada de homenajes públicos, por lo general empalagosos y áridos.

 

Comprendo que la situación haya variado en las sociedades literarias y que éstas, junto con recibir la inyección de nuevas generaciones, hayan tonificado su añeja línea.  Es posible que las abastezca un juicio nuevo sobre la obra huidobriana, su importancia y su trascendencia, virgen como se encuentran los jóvenes de las manchas grotescas dejadas por las rivalidades de antaño.  ¡Pero, con todo, es admirable!

 

Hace años llegué a decir que Huidobro estaba llamado a convertirse en el más grande de los poetas chilenos.  La especie actual, de un Huidobro homenajeado por sociedades que nunca le supieron comprender ni estimar, no entraba en juego en esa frase zahorí.  Creí siempre que Huidobro iba a ser como él lo pretendía; "el barco ebrio", que navegaba en mentes extraviadas, no el búcaro que adorna las cómodas familiares.  Ahora incluso se le estudia en forma gramatical y no falta un ensayista ingenuo que para hablar de su poesía tenga que emplear términos como la "fenomenología", de los que el poeta tenía un profundo, aunque injustificado, asco.  Así es la vida.

 

Ya no puedes decir verdades, Vicente. Los que temblaban ante ti pueden regalonearte sin peligro alguno.  Porque hay muchos interesados en lucir los homenajes preparados en su apostura cívica de escritores "nacionales".  La verdad es que dan ganas de encogerse de hombros.  ¿Qué más se puede hacer?

 

Estas son mis reservas con motivo de los societarios loores que se preparan.  No sé hasta que punto servirán para dar cuenta veraz de la vida de un hombre que, moviendo su imaginación como una girándula de vivos colores, esparció luz en muchos espíritus, procurándoles un conocimiento anticipado de lo que es la sórdida realidad.

 

Bien por la juventud.  Ella tiene derecho a beber de estas aguas que manan del poema Altazor.

 

Mal por aquellos que, ahítos de envidia, las rechazaron cuando el poeta las ofrecía de viva voz.

 

 

La Nación, Santiago, 15 de diciembre de 1957, p.4.