H U G O   C O R R E A

M A E S T R O   D E   L A  C I E N C I A

F I C C I Ó N   E N   C H I L E

p o r   M i g u e l   M o r e n o   D u h a m e l

 
 

 

 

 

 

 

 

La historia es más o menos así: una nave fabulosa, casi una ciudadela, que se mantiene flotando entre densas nubes sobre un planeta inhóspito y gaseoso. En ella cae una cápsula de escape con un humano a bordo. El cuarentón Pedro había sido elegido para ser sacrificado y expulsado de su astronave, junto a otros dos desafortunados, mediante un burdo sorteo. Ya se habían desecho de todo el sobrepeso que amenazaba con dejar atrapar la embarcación sideral en el campo gravitacional de su funesto destino, pero aún no era suficiente. Tres debían ser inmolados cayendo entre tormentas eternas, vientos huracanados y temperaturas infernales. Uno de ellos murió en la caída. Otro, Bob, corrió con mejor suerte, maltrecho y atrapado en una nube casi sólida. Aunque Pedro fue quien mejor se las llevó.  En aquella nave, no sólo encontró refugio y un clima calmo, también halló a Laura, la única descendiente de un grupo de terrícolas de una malograda misión anterior. Junto a ella, son capaces de dominar las corrientes eólicas en un planeta que es un caos perpetuo. Unas entidades invisibles que habitan en el viento son los espíritus superiores de ese planeta y son los que deciden quien sobrevivirá o no.  Esto es parte del argumento del cuento de Hugo Correa “Alguien mora en el viento”.

 

Por supuesto, el relato no se queda ahí, continúa con unos giros que hacen de él una historia apasionante. Desde que fue publicada en 1959 y, aún hoy, a más de 60 años, se lee con atención y disfrute. Es sabido que uno de los problemas de la literatura de ciencia ficción o de anticipación, es que sus relatos suelen compararse con los avances tecnológicos de la humanidad en la medida en que avanza el tiempo, tratando de probar qué tan acertadas fueron sus predicciones y terminando en ser consultada casi con un afán arqueológico. Pero es así en donde muchas veces nos sorprendemos.

 

Pero volvamos a Hugo Correa, el pionero de la literatura de ciencia ficción en Chile. Nació en Curepto en 1926, una localidad del sur de Chile cercana al río Llico, lugar de reunión de brujos según la tradición.  La suya fue una niñez intelectual, aislada y solitaria. Acostumbraba a contar historias en voz alta e ir inventándolas sobre la marcha. Confesó que esa habilidad la perdió con el tiempo, estaba convencido de que, cuando se empieza a escribir, se va perdiendo el don del habla.  Llenaba sus cuadernos con aventuras e historietas que siempre quedaron inconclusas, como material trunco o, quizás, de reserva para futuras creaciones. De hecho, su novela “Los Altísimos” contiene párrafos e ideas imaginadas en su niñez. Cursó sus estudios básicos en el Liceo de Curicó, para luego trasladarse a Santiago, al Internado Nacional Barros Arana. Después, estudió Derecho en la Universidad de Chile, carrera que abandonó para sumergirse en su pasión que era la literatura fantástica. Claro que de eso no podía vivir, así que se ofició de periodista trabajando en medios escritos como los diarios El Mercurio, La Nación o como redactor de la revista Ercilla.

 

Siempre se inclinó por la literatura fantástica, de ciencia ficción, como dijimos, de la cual fue su gran defensor contra quienes la consideraban un subgénero, un arte menor. Se olvidaban que en la literatura sólo existen escritores malos, mediocres, regulares, buenos y excelentes, sin importar el tópico a tratar.  Algunos aún la ven a distancia como una escritura sólo de consumo. Quizá porque esté muy asociada a la cultura norteamericana.  Mal que mal, sus grandes luminarias son Ray Bradbury e Isaac Asimov (aunque este último fue de origen ruso nacionalizado estadounidense). Se “olvidaban”, en su liviana crítica, de los europeos Verne y Wells, por ejemplo.

 

Hacia mediados del siglo XX, Correa conoció al poeta Miguel Arteche, con el que trabó una gran amistad y a quien reconoció siempre como maestro. Arteche siempre estuvo seducido por lo fantástico. A él le entregó el manuscrito de su primera novela “Los Altísimos”, la cual trabajaron en conjunto puliéndola. Esta novela ganaría el premio Alerce de la Universidad de Chile en 1959.

 

En 1961 viaja a Estados Unidos. El mismo Ray Bradbury conoce su obra y la apoya. Algunos de sus cuentos son publicados en las importantes revistas del género “The Magazine of Fantasy and Science Fiction” e “International Sciece Fiction”. Bradbury es muy entusiasta con la literatura de Hugo Correa, se crea una amistad entre ellos que se mantendrá por años de manera epistolar. En España, por su parte, la revista “Nueva Dimensión”, que reúne lo mejor de esta literatura en lengua castellana, le dedica el número 33 completo a su obra.  No cabe duda, Hugo Correa ha logrado posicionarse como un autor importante de la ciencia ficción a nivel mundial. Sus libros han sido traducidos a 10 idiomas, incluido el japonés.

     


 

 


 

Siempre se confesó quitado de bulla. Sin pasta de héroe o aventurero, cuando le preguntaban, en el hipotético caso, si le gustaría viajar a la luna, lo rechazaba de inmediato. Lo suyo era el ejercicio intelectual, el crear historias que nos llevaran a otras eras, mundos, dimensiones paralelas, a ucronías que se separaban de la realidad. Se excusaba diciendo que “Ray Bradbury, el visionario de mecanismos avanzados no sabía manejar y prefería la bicicleta”, ¡qué se le podía pedir a él! Pero como buen cultor de la anticipación, podemos reconocer en sus obras escritas hace más de cuarenta años, ciertas tecnologías que ahora se nos hacen comunes, como el “dron”, que ocupa en su relato “Cuando Pilato se opuso” como medio de comunicación que sobrevuela las cabezas de unas criaturas extraterrestres cuyo idioma más parece chillidos.  En este relato, Correa nos sitúa en un planeta que puede significar la salvación de la raza humana. La tierra se está extinguiendo, sus recursos naturales están prácticamente agotados y los hombres han decido conquistar un nuevo hogar que les permita la supervivencia, aun significando, con eso, el asesinato de todos sus habitantes naturales, los “dumis”. Estas, unas monstruosas criaturas, mezcla de reptiles y de insectos, han sido subyugadas por avanzadas de tropas terrestres. La nave “Tierra” se yergue como una gran torre que domina todo el territorio. Los “dumis” carecen de toda tecnología, a pesar de poblar su planeta por millones de años; tampoco tienen conceptos morales: son caníbales, promiscuos y abyectos; no tienen armas. Una raza inferior destinada al exterminio. Sin embargo, entre ellos surge un mesías, un “dumi” que se declara hijo de Dios que lleva predicando 30 años, antes de la llegada de los humanos. Este “Jesús” alienígena es arrestado por la masa embravecida y llevado a la presencia de los terrícolas para que decidan, como romanos del Cosmos, si el mesías debe ser o no ejecutado. No contaré el resto del relato, es una historia apasionante, traten de buscar en la web el cuento, o mejor aún, encontrarlo en alguna librería de viejos.

 

Hugo Correa, hacia mediados de la década de 1960, fue el presidente de “UFO Chile”. Una agrupación que se dedicaba a la recolección de información detallada y veraz del fenómeno OVNI. Creían que los avistamientos eran reales y se hacía necesario un estudio serio. Correa, pensaba que los OVNIS, más que máquinas siderales, podían ser entidades biológicas a quienes la evolución natural les había provisto de todo lo necesario para su particular comportamiento. O que podían ser el resultado de la adhesión de distintas materias orgánicas del universo. Esto explicaría las diversas formas que tienen y las maniobras imposibles que realizan, tal como lo han declarado numerosos testigos.

 

Publicó varios libros. La novela “El que merodea en la lluvia” en 1960, un relato sobre un cohete espacial, proveniente de una misión científica a la luna, que se estrella en un campo en Chile. En su interior viene un ente selenita que toma vida con el agua o la humedad, más encima la historia se desarrolla en la estación lluviosa. El ente causa estragos.

 

También las colecciones de cuentos “Los títeres” en 1969 y “Cuando Pilatos se opuso” en 1971. Más tarde aparecerían “El nido de las Furias” en 1981 y “Donde acecha la serpiente” en 1988. Pero también se atrevió con otros géneros, escribió tres obras teatrales y la novela costumbrista “La corriente sumergida” en 1992.

 

Durante los años ochenta, fue director de la Fundación Nacional de la Cultura; entidad privada creada por Lucía Pinochet Hiriart, la hija del dictador Augusto Pinochet.

 

Con todos los reconocimientos que tuvo, sus libros traducidos y sus amistades internacionales, nunca pudo vivir de la literatura. Se quedó en este país que reconocía mezquino con sus escritores. En la década de 1990 comenzó a caer en el olvido. De vez en cuando algún joven periodista o escritor lo entrevistaba, convirtiéndose de esa forma en figura de culto para una minoría “iluminada”. Lo real es que sus libros son muy entretenidos, muy documentados y bien escritos. No por nada solía decir: “Corrijo mucho, corrijo enormemente. Un cuento mío de dieciocho páginas quedó convertido en un cuento de siete. Siempre acorto. A menudo a cualquier original le reduzco aproximadamente el veinticinco o treinta por ciento”.

 

Hugo Correa, falleció el 23 de marzo de 2008, a los 81 años de edad.

 


 

Miguel Moreno Duhamel, escritor, músico, dibujante y editor. Director de la revista virtual de literatura Lakúma-Pusáki.