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La historia es más o menos así: una nave fabulosa, casi una
ciudadela, que se mantiene flotando entre densas nubes sobre un
planeta inhóspito y gaseoso. En ella cae una cápsula de escape
con un humano a bordo. El cuarentón Pedro había sido elegido
para ser sacrificado y expulsado de su astronave, junto a otros
dos desafortunados, mediante un burdo sorteo. Ya se habían
desecho de todo el sobrepeso que amenazaba con dejar atrapar la
embarcación sideral en el campo gravitacional de su funesto
destino, pero aún no era suficiente. Tres debían ser inmolados
cayendo entre tormentas eternas, vientos huracanados y
temperaturas infernales. Uno de ellos murió en la caída. Otro,
Bob, corrió con mejor suerte, maltrecho y atrapado en una nube
casi sólida. Aunque Pedro fue quien mejor se las llevó. En
aquella nave, no sólo encontró refugio y un clima calmo, también
halló a Laura, la única descendiente de un grupo de terrícolas
de una malograda misión anterior. Junto a ella, son capaces de
dominar las corrientes eólicas en un planeta que es un caos
perpetuo. Unas entidades invisibles que habitan en el viento son
los espíritus superiores de ese planeta y son los que deciden
quien sobrevivirá o no. Esto es parte del argumento del cuento
de Hugo Correa “Alguien mora en el viento”.
Por supuesto, el relato no se queda ahí, continúa con unos giros
que hacen de él una historia apasionante. Desde que fue
publicada en 1959 y, aún hoy, a más de 60 años, se lee con
atención y disfrute. Es sabido que uno de los problemas de la
literatura de ciencia ficción o de anticipación, es que sus
relatos suelen compararse con los avances tecnológicos de la
humanidad en la medida en que avanza el tiempo, tratando de
probar qué tan acertadas fueron sus predicciones y terminando en
ser consultada casi con un afán arqueológico. Pero es así en
donde muchas veces nos sorprendemos.
Pero volvamos a Hugo Correa, el pionero de la literatura de
ciencia ficción en Chile. Nació en Curepto en 1926, una
localidad del sur de Chile cercana al río Llico, lugar de
reunión de brujos según la tradición. La suya fue una niñez
intelectual, aislada y solitaria. Acostumbraba a contar
historias en voz alta e ir inventándolas sobre la marcha.
Confesó que esa habilidad la perdió con el tiempo, estaba
convencido de que, cuando se empieza a escribir, se va perdiendo
el don del habla. Llenaba sus cuadernos con aventuras e
historietas que siempre quedaron inconclusas, como material
trunco o, quizás, de reserva para futuras creaciones. De hecho,
su novela “Los Altísimos” contiene párrafos e ideas imaginadas
en su niñez. Cursó sus estudios básicos en el Liceo de Curicó,
para luego trasladarse a Santiago, al Internado Nacional Barros
Arana. Después, estudió Derecho en la Universidad de Chile,
carrera que abandonó para sumergirse en su pasión que era la
literatura fantástica. Claro que de eso no podía vivir, así que
se ofició de periodista trabajando en medios escritos como los
diarios El Mercurio, La Nación o como redactor de la revista
Ercilla.
Siempre se inclinó por la literatura fantástica, de ciencia
ficción, como dijimos, de la cual fue su gran defensor contra
quienes la consideraban un subgénero, un arte menor. Se
olvidaban que en la literatura sólo existen escritores malos,
mediocres, regulares, buenos y excelentes, sin importar el
tópico a tratar. Algunos aún la ven a distancia como una
escritura sólo de consumo. Quizá porque esté muy asociada a la
cultura norteamericana. Mal que mal, sus grandes luminarias son
Ray Bradbury e Isaac Asimov (aunque este último fue de origen
ruso nacionalizado estadounidense). Se “olvidaban”, en su
liviana crítica, de los europeos Verne y Wells, por ejemplo.
Hacia mediados del siglo XX, Correa conoció al poeta Miguel
Arteche, con el que trabó una gran amistad y a quien reconoció
siempre como maestro. Arteche siempre estuvo seducido por lo
fantástico. A él le entregó el manuscrito de su primera novela
“Los Altísimos”, la cual trabajaron en conjunto puliéndola. Esta
novela ganaría el premio Alerce de la Universidad de Chile en
1959.
En 1961 viaja a Estados Unidos. El mismo Ray Bradbury conoce su
obra y la apoya. Algunos de sus cuentos son publicados en las
importantes revistas del género “The Magazine of Fantasy and
Science Fiction” e “International Sciece Fiction”. Bradbury es
muy entusiasta con la literatura de Hugo Correa, se crea una
amistad entre ellos que se mantendrá por años de manera
epistolar. En España, por su parte, la revista “Nueva
Dimensión”, que reúne lo mejor de esta literatura en lengua
castellana, le dedica el número 33 completo a su obra. No cabe
duda, Hugo Correa ha logrado posicionarse como un autor
importante de la ciencia ficción a nivel mundial. Sus libros han
sido traducidos a 10 idiomas, incluido el japonés.
Siempre se confesó quitado de bulla. Sin pasta de héroe o
aventurero, cuando le preguntaban, en el hipotético caso, si le
gustaría viajar a la luna, lo rechazaba de inmediato. Lo suyo
era el ejercicio intelectual, el crear historias que nos
llevaran a otras eras, mundos, dimensiones paralelas, a ucronías
que se separaban de la realidad. Se excusaba diciendo que “Ray
Bradbury, el visionario de mecanismos avanzados no sabía manejar
y prefería la bicicleta”, ¡qué se le podía pedir a él! Pero como
buen cultor de la anticipación, podemos reconocer en sus obras
escritas hace más de cuarenta años, ciertas tecnologías que
ahora se nos hacen comunes, como el “dron”, que ocupa en su
relato “Cuando Pilato se opuso” como medio de comunicación que
sobrevuela las cabezas de unas criaturas extraterrestres cuyo
idioma más parece chillidos. En este relato, Correa nos sitúa
en un planeta que puede significar la salvación de la raza
humana. La tierra se está extinguiendo, sus recursos naturales
están prácticamente agotados y los hombres han decido conquistar
un nuevo hogar que les permita la supervivencia, aun
significando, con eso, el asesinato de todos sus habitantes
naturales, los “dumis”. Estas, unas monstruosas criaturas,
mezcla de reptiles y de insectos, han sido subyugadas por
avanzadas de tropas terrestres. La nave “Tierra” se yergue como
una gran torre que domina todo el territorio. Los “dumis”
carecen de toda tecnología, a pesar de poblar su planeta por
millones de años; tampoco tienen conceptos morales: son
caníbales, promiscuos y abyectos; no tienen armas. Una raza
inferior destinada al exterminio. Sin embargo, entre ellos surge
un mesías, un “dumi” que se declara hijo de Dios que lleva
predicando 30 años, antes de la llegada de los humanos. Este
“Jesús” alienígena es arrestado por la masa embravecida y
llevado a la presencia de los terrícolas para que decidan, como
romanos del Cosmos, si el mesías debe ser o no ejecutado. No
contaré el resto del relato, es una historia apasionante, traten
de buscar en la web el cuento, o mejor aún, encontrarlo en
alguna librería de viejos.
Hugo Correa, hacia mediados de la década de 1960, fue el
presidente de “UFO Chile”. Una agrupación que se dedicaba a la
recolección de información detallada y veraz del fenómeno OVNI.
Creían que los avistamientos eran reales y se hacía necesario un
estudio serio. Correa, pensaba que los OVNIS, más que máquinas
siderales, podían ser entidades biológicas a quienes la
evolución natural les había provisto de todo lo necesario para
su particular comportamiento. O que podían ser el resultado de
la adhesión de distintas materias orgánicas del universo. Esto
explicaría las diversas formas que tienen y las maniobras
imposibles que realizan, tal como lo han declarado numerosos
testigos.
Publicó varios libros. La novela “El que merodea en la lluvia”
en 1960, un relato sobre un cohete espacial, proveniente de una
misión científica a la luna, que se estrella en un campo en
Chile. En su interior viene un ente selenita que toma vida con
el agua o la humedad, más encima la historia se desarrolla en la
estación lluviosa. El ente causa estragos.
También las colecciones de cuentos “Los títeres” en 1969 y
“Cuando Pilatos se opuso” en 1971. Más tarde aparecerían “El
nido de las Furias” en 1981 y “Donde acecha la serpiente” en
1988. Pero también se atrevió con otros géneros, escribió tres
obras teatrales y la novela costumbrista “La corriente
sumergida” en 1992.
Durante los años ochenta, fue director de la Fundación Nacional
de la Cultura; entidad privada creada por Lucía Pinochet
Hiriart, la hija del dictador Augusto Pinochet.
Con todos los reconocimientos que tuvo, sus libros traducidos y
sus amistades internacionales, nunca pudo vivir de la
literatura. Se quedó en este país que reconocía mezquino con sus
escritores. En la década de 1990 comenzó a caer en el olvido. De
vez en cuando algún joven periodista o escritor lo entrevistaba,
convirtiéndose de esa forma en figura de culto para una minoría
“iluminada”. Lo real es que sus libros son muy entretenidos, muy
documentados y bien escritos. No por nada solía decir: “Corrijo
mucho, corrijo enormemente. Un cuento mío de dieciocho páginas
quedó convertido en un cuento de siete. Siempre acorto. A menudo
a cualquier original le reduzco aproximadamente el veinticinco o
treinta por ciento”.
Hugo Correa, falleció el 23 de marzo de 2008, a los 81 años de
edad.
Miguel Moreno Duhamel, escritor, músico, dibujante y editor.
Director de la revista virtual de literatura Lakúma-Pusáki.
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