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A pesar de la estrecha
vigilancia armada, decenas de personas acompañaron al poeta
Pablo Neruda hasta su sepulcro en el Cementerio General en lo
que fue un multitudinario adiós y también la primera
manifestación masiva en el comienzo de la dictadura cívico
militar chilena. Edmundo Herrera, entonces Presidente de
la Sociedad de Escritores de Chile , fue el primero en tomar la
palabra en aquel acto. El texto de ese discurso muy pocas veces
se ha reproducido íntegramente; sólo en 1998, y casi 30 años
después, la La Hoja Verde lo hizo.
Facilitado
por el mismo autor entregamos aquí este documento.
Traigo
esta mañana las palabras de la Sociedad de Escritores, para quien viviera
desvelado por ella. Uno de sus forjadores, uno que supo poner el
corazón alerta al servicio de la dignidad del escritor y del hombre de
Chile. Pero hoy el frío de la soledad nos azota despiadadamente.
Aquí
estamos los escritores desgarrados porque el hermano mayor emprende el
camino sin regreso. Pero aquí están los barcos a la orilla del
mar, en medio de la tempestad. Aquí están los viejos barcos
amigos, agitando sus pañuelos.
Sólo
podemos traerte esta mañana todas las manos de Chile que quisieran llegar
a tu lado, para que sepas que el fuego que tú encendiste está vivo en
cada corazón. Toda tu vida, tu trabajo, fue siempre en favor de
Chile, de sus hombres, en favor de la vida del hombre. Una lección
que no olvidaremos. Más allá de las líneas estéticas, tu aporte
a la cultura nacional es inmenso. La proyección de tu obra ya la
han señalado los estudiosos. Yo no vengo a dictar cátedra; vengo a
decirte, compañero Pablo que un dolor grande, un viento doloroso golpea
el centro de nuestras vidas.
Un
doloroso viento azota el rostro de Chile. Hemos llegado a traerte
las manos fraternales de todos los que hemos crecido a tu sombra. No
hay edades que nos separen, sólo nos une el dolor; Chile está azotado
hoy y vientos negros corren por la patria. Pero tú y tu poesía, la
poesía de Chile, se alzan para decirte que tu ejemplo ciudadano, tu voz
de poeta pleno, lleno de humanidad por el hombre, nos alienta a seguir en
el combate que por el hombre y la belleza tú diste con ejemplar
veracidad.
Vientos
negros nos azotan esta mañana. Te traigo los copihues de Chile, las
piedras de Chile que tanto amaste. Los ríos te traigo, te traigo la
sencilla semilla de la creación. Te traemos, compañero Pablo
Neruda, muchas voces y llantos de toda la gente que trabaja.
El
más oscuro poeta, pero amigo y compañero tuyo, viene con sus banderas a
traerte la palabra de la Sociedad de Escritores.
Aragón
te lo dijo alguna vez: "Un agua amarilla golpea los muros de mi
casa" desde hace muchas noches, hay un dolor de Chile que tú has
sentido en las últimas horas golpeando el viento del sur y del norte, de
mar a cordillera.
Una
vez más, compañero Pablo, volvemos a reunirnos para que sepas que aquí
están los escritores que tú abrazaste, que tú señalaste con tu cordial
amistad, para decirte que eras el hermano mayor que amábamos y que por tu
trabajo y tu lealtad al hombre mereció el afecto y la amistad más
limpia. Emprendes un viaje largo, sin rumbo conocido, y saludarás
otras primaveras; otros otoños cruzarán tu rostro; otras lluvias
vendrán a inundarte; otras luces acudirán a tus ojos. Cuando
iniciábamos recién la primavera, el dolor llegó presuroso a la vida del
hombre. Tú caminas ahora, dejándonos la tarea de buscar la
esperanza que casi vemos perdida. Aquí están los rostros de los
viejos y de los nuevos escritores para decirte que un viento de dolor nos
sacude y que tenemos que detener las lágrimas que nos vienen corriendo
por las venas; aquí están las manos de los trabajadores de Chile, aquí
están los rostros de los estudiantes que quieren decirte lo que
representas para el hombre de Chile, para el hombre de América, para el
Hombre. Tú lo dijiste, hay una sola enfermedad que mata a la
muerte: esa es la vida. Tú vas silencioso por otros caminos.
Poeta del dolor, del combate, de la vida. Poeta de todos los
quehaceres del hombre. Sólo vengo a decirte, hermano, que hoy hay
un gran vacío en nuestras vidas, hay un gran vacío en nuestra sangre,
porque hoy te alejas como esos planetas que nunca más veremos a la luz
del día. Pero dejas la puerta abierta de tu vida para que en ella
bebamos la ejemplar tarea de ser hombres terrenales, hombres abiertos a
todos los vientos que acuden, hombres alertas a la luz de todas las
ventanas. Te traigo el viento de los hombres de Chile, el dolor que
hoy tenemos donde la cicatriz permanece asida a nuestra sangre. Una
tempestad nos sacude ahora. Tu presencia amiga, ciudadano, se
detiene. |
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