O R I E N T E Y O C C I D E N T E U n a m i r a d a d e s d e e l Z e n |
Daisetzu
Teitaro Suzuki (1870-1966) discípulo
de Kosen. Enseñó en Europa y EE.UU. dando charlas en las
universidades, en las que acudía a paralelos entre el zen y las
tradiciones místicas occidentales más afines, en particular con el
pensamiento de Meister Eckhart, discípulo de Santo Tomás de Aquino; con
el pensamiento existencial cristiano de orientación sicoanalítica que
desarrolló Paul Tillich, y con el pensamiento propiamente sicoanalítico,
en su proyección humanista, tal como lo desarrolló Erich Fromm. A esto
sumaba frecuentes referencias literarias, y en particular de la poesía
occidental. |
Se llegó a convertir en el gran difusor del zen en Occidente. Como prolífico escritor y conferencista, atrajo hacia su esfera a algunos de los más creativos intelectuales de este siglo, entre ellos John Cage, Erich Fromm, Karen Horney, Aldous Huxley, Carl G. Jung, Thomas Merton, Arnold Toynbee, Allen Ginsberg y Jack Keruac.
El siguiente artículo es la trascripción de una charla dictada por D.T. Suzuki en California, Estados Unidos tal como fue publicada en 1983 en la revista "La Bicicleta" por el periodista Eduardo Yentzen. |
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Basho (1644-1694), un gran poeta japonés del siglo XVII, compuso una vez un poema de 17 sílabas conocido como haiku o hokku. La versión española sería:
Cuando miro con cuidado ¡Veo florecer la nazuna Junto al seto!
Es probable que Basho fuera caminando por el campo cuando observó algo junto al seto. Se acercó entonces, lo miró detenidamente, y descubrió que era nada menos que una planta silvestre, insignificante y generalmente inadvertida por los caminantes. Este es el hecho simple que el poema describe, sin que se exprese en ningún momento un sentimiento específicamente poético, a no ser quizá en las dos últimas sílabas, en japonés kana. Esta partícula, ligada con frecuencia a un nombre, un adjetivo o un adverbio, significa cierto grado de admiración, elogio, tristeza o alegría, y puede verterse en en ocasiones justamente a otras lenguas mediante un signo de admiración. En este haiku todo el verso termina con este signo.
El sentimiento que prevalece en las 17, o más bien 15 sílabas, y el signo de admiración al final quizá no sea comunicable para quienes no conocen el idioma japonés. Trataré de explicarlo lo mejor posible. El poeta mismo podría no estar de acuerdo con mi interpretación, pero esto no importa mucho si sabemos que cuando menos hay alguien que lo entiende lo mismo que yo.
En primer lugar, Basho era un poeta de la naturaleza, como lo son la mayoría de los poetas orientales. Aman tanto la naturaleza que se sienten uno con ella, sienten todos los latidos de las venas de la naturaleza. La mayoría de los occidentales tienden a separarse de la naturaleza. Piensan que esta y el hombre nada tienen en común a no ser algunos aspectos deseables y que la naturaleza sólo existe para ser utilizada por el hombre. Pero para los orientales la naturaleza está muy cercana. Este sentimiento por la naturaleza surge al descubrir Basho una planta nada llamativa, casi despreciable, que florece junto al viejo seto descuidado, al lado del remoto camino campestre, tan inocentemente, tan sin pretensiones, sin desear ser advertida por nadie. Y sin embargo, cuando se la mira, ¡que tierna, que llena de gloria y de esplendor divinos aparece, más gloriosa que Salomón! Su humildad misma, su belleza sin ostentación, provoca la admiración sincera. El poeta puede leer en cada pétalo el más profundo misterio de la vida o del ser. Basho pudo no tener conciencia de ello, pero estoy seguro que en su corazón, en ese momento, vibraba un sentimiento parecido a lo que los cristianos llaman amor divino, que alcanza las mayores profundidades de la vida cósmica. |
Tal es el Oriente. Veamos ahora qué puede ofrecer Occidente en una situación semejante. Escojo a Tennyson. Puede que no sea un típico poeta occidental, que debe ser seleccionado para compararlo con el poeta del Lejano Oriente. Pero el corto poema que citamos tiene algo muy cercano al de Basho. El poema dice así:
Flor del muro agrietado, Te arranco de las grietas; Te tomo, con todo y raíces, en mis manos, Florecilla, pero si pudiera entender Lo que eres, con todo y tus raíces, y, todo en todo, Sabría qué es Dios y qué es el hombre. |
Hay dos puntos que quiero subrayar en estas líneas:
1.- El hecho de que Tennyson arranca la flor y la sostiene en sus manos, "con todo y raíces" y la mira, quizá intensamente. Es muy probable que experimentara un sentimiento parecido al de Basho, quien descubrió una flor de nazuna en el seto, al borde del camino. Pero la diferencia entre los dos poetas es que Basho no arranca la flor. La mira simplemente. Está absorto en sus pensamientos. Siente algo en el espíritu, pero no lo expresa. Deja que un signo de admiración diga todo lo que quiere decir. Porque no tiene palabras para expresarlo; su sentimiento es demasiado profundo y no quiere conceptualizarlo.
Tennyson, en cambio, es activo y analítico. Primero arranca la flor del lugar donde crece. La separa de la tierra a la que pertenece. A diferencia del poeta oriental, no deja quieta a la flor. Tiene que arrancarla de la pared agrietada, "con todo y raíces", lo que significa que la planta debe morir. No le importa, al parecer, su destino; su propia curiosidad debe quedar satisfecha. Como algunos científicos, quiere hacer la disección de la planta. Basho ni siquiera toca la nazuna, simplemente la mira, la mira con "cuidado". Eso es todo. Se mantiene inactivo, en contraste con el dinamismo de Tennyson.
Quiero subrayar este punto aquí, y puede que tenga ocasión de volver a referirme a ello. Oriente es silencioso, mientras que Occidente es elocuente. Pero el silencio oriental no significa sencillamente ser mudo y quedarse sin palabras o sin habla. El silencio es, en muchos casos, tan elocuente como las palabras. Occidente transforma la palabra en carne y hace que esta encarnación se muestre algunas veces demasiado burda y voluptuosamente en sus artes y religión.
2.- ¿Qué hace después Tennyson? Mirando la flor arrancada, que probablemente empieza a marchitarse, se formula interiormente la pregunta: "¿Te entiendo?" Basho no se muestra inquisitivo en absoluto. Siente que todo el misterio se revela en su humilde nazuna, el misterio que ahonda en la fuente de toda existencia. Se siente embriagado por este sentimiento y lo expresa en un grito inefable, inaudible. |
A diferencia de esto, Tennyson sigue con su reflexión : "Si pudiera entender lo que eres, sabría qué es Dios y qué es el hombre". Su llamado al entendimiento es característicamente occidental. Basho acepta, Tennyson resiste. La individualidad de Tennyson permanece aparte de la flor, de "Dios y el hombre". No se identifica ni con Dios ni con la naturaleza. Permanece siempre aparte de ellos. Su conocimiento es lo que ahora llaman "científicamente objetivo". Basho es completamente "subjetivo". (Esta no es la palabra adecuada, porque siempre se opone el sujeto al objeto. Mi "sujeto" es lo que me gusta llamar "subjetividad absoluta"). Basho permanece en esta subjetividad absoluta, en la cual contempla la nazuna y la naturaleza contempla a Basho. No hay empatía, ni simpatía ni identificación.
En Tennyson, hasta donde yo puedo juzgarlo, no hay en primer lugar una profundidad de sentimiento: es todo intelecto, lo que resulta típico de la mentalidad occidental. Es un partidario de la doctrina del logos. Tiene que decir algo, tiene que abstraer o intelectualizar su experiencia concreta. Tiene que salir del campo de los sentimientos al campo del entendimiento y debe sujetar la vida y el sentimiento a una serie de análisis para satisfacer el espíritu occidental de investigación. |
He seleccionado a estos dos poetas, Basho y Tennyson, como ejemplos de dos puntos de vista básicos y característicos sobre la realidad. Basho pertenece a Oriente y Tennyson a Occidente. Al compararlos descubrimos que cada uno expresa su trasfondo tradicional. Según esto, la mentalidad occidental es: analítica, selectiva, diferencial, inductiva, individualista, intelectual, objetiva, científica, generalizadora, conceptual, esquemática, impersonal, legalista, organizadora, impositiva, auto-afirmativa, dispuesta a imponer su voluntad sobre los demás, etc. Frente a estos rasgos occidentales los de Oriente pueden caracterizarse así: sintética, totalizadora, integradora, no selectiva, deductiva, no sistemática, dogmática, intuitiva (mas bien, afectiva), no discursiva, subjetiva, espiritualmente individualista y socialmente dirigida al grupo, etc.
Chuang Tzu, del siglo III a.C. relata la historia de Konton (huntun), Caos. Sus amigos debían muchos de sus logros a Caos y querían agradecérselo. Discutieron entre sí y llegaron a una conclusión. Observaron que Caos no tenía órganos sensoriales para distinguir el mundo exterior. Un día le dieron los ojos, otro día la nariz, y en una semana lograron transformarlo en una persona sensible como ellos. Mientras se felicitaban por su buen éxito, Caos murió.
Oriente es Caos y Occidente es el grupo de amigos agradecidos, bien intencionados, pero incapaces de distinguir claramente las cosas.
En muchos sentidos, Oriente parece ser indudablemente como tonto y estúpido, porque los orientales no son tan analíticos ni tan demostrativos y no dan tantas señas tangibles, visibles, de inteligencia. Son caóticos y aparentemente indiferentes. Pero saben que sin este carácter caótico de la inteligencia, su propia inteligencia natural no tendrá mucha utilidad para vivir juntos al modo humano. Los miembros individuales fragmentarios no pueden laborar armónica y pacíficamente juntos a no ser que estén en relación con el infinito mismo que, en realidad, subyace a cada uno de los miembros finitos. La inteligencia pertenece a la cabeza y su labor es más notable y quisiera lograr mucho, mientras que Caos permanece silencioso y tranquilo tras toda la turbulencia superficial. Su verdadera significación nunca llega a ser reconocible para los participantes. |
El Occidente, de mentalidad científica, aplica su inteligencia a inventar todo tipo de artefactos para elevar el nivel de vida y ahorrarse lo que considera esfuerzo o trabajo desagradable o innecesario. Trata, pues, de "desarrollar" los recursos naturales a los que tiene acceso. A Oriente, por otra parte, no le importa dedicarse a un trabajo doméstico o manual de cualquier tipo; aparentemente se siente satisfecho don el estado "subdesarrollado" de la civilización. No le gusta pensar únicamente en máquinas, convertirse en esclavo de la máquina. Este amor al trabajo es quizás característico de Oriente. La historia de un agricultor, tal como la cuenta Chuang Tzu, es muy significativa y sugestiva en muchos sentidos, aunque se supone que el incidente debió tener lugar hace más de dos mil años en China.
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Un campesino cavó un pozo y utilizaba el agua para irrigar su finca. Empleaba una cubeta ordinaria para sacar agua del pozo, como lo hace casi toda la gente primitiva. Un paseante, al verlo, le preguntó al campesino por qué no utilizaba una palanca para ese fin; es un instrumento que ahorra esfuerzo y puede realizar un mayor trabajo que el método primitivo. El agricultor dijo: "Sé que ahorra trabajo y es precisamente por esta razón por la que no utilizo ese instrumento. Lo que temo es que el uso de ese instrumento me haga pensar sólo en la máquina. La preocupación por las máquinas crea en uno el hábito de la indolencia y la pereza".
Los occidentales se preguntan a veces por qué los chinos no han desarrollado muchas más ciencias y útiles mecánicos. Esto resulta extraño, afirman, ya que los chinos son conocidos por sus descubrimientos e investigaciones como el magneto, la pólvora, la rueda, el papel y otras cosas. La principal razón es que los chinos, y otros pueblos asiáticos, aman la vida por un canal muy diferente. Les gusta el trabajo por el trabajo mismo aunque, objetivamente, el trabajo significa realizar algo. Pero al trabajar gozan su trabajo y no tienen prisa por terminarlo. Los instrumentos mecánicos son mucho más eficientes y realizan más. Pero la máquina es impersonal y no creadora, y no tiene significado.
Mecanización significa intelección y, como el intelecto es principalmente utilitario, no hay esteticismo espiritual ni espiritualidad ética en la máquina. La razón que inducía al campesino de Chuang Tzú a no preocuparse por las máquinas está aquí. La máquina lo apura a uno a terminar el trabajo y alcanzar el objetivo para el que está hecha. El trabajo o labor no tiene valor por sí mismo salvo como medio. Es decir, la vida pierde aquí su carácter creador y se convierte en un instrumento, el hombre es ahora un mecanismo productor de bienes. Los filósofos hablan de la importancia de la persona; como lo vemos ahora, en nuestra edad tan industrializada y mecanizada, la máquina lo es todo y el hombre queda casi completamente reducido a la servidumbre. Esto es, me parece, lo que temía Chuang Tzu. Por su puesto, no podemos hacer girar la rueda del industrialismo hacia atrás, hacia la era de la artesanía primitiva. Pero es bueno que tengamos en cuenta la importancia de las manos y también los males que surgen de la mecanización de la vida moderna, que acentúa demasiado al intelecto, a expensas de la vida como un todo. |
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