C a r l o s   M o n d a c a   ( 1 8 8 1  - 1 9 2 8 )

L A   E T É R E A   F R A G I L I D A D   D E

U N   A G R I D U L C E   F R U T O   E L Q U I N O


p o r   E u g e n i o   B a s t í a s   C a n t u a r i a s

   

 

 

 

Eugenio Bastías Cantuarias es Diplomado en Gestión Cultural, músico, escritor y miembro de la Sección Folclore dependiente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

 


 

 

 

"Adorabas en él al dios creador", le decía en forma póstuma Amanda Labarca a su amigo ya ido, Carlos Mondaca, quien subió al tren de la muerte para no regresar más, que no al paciente ferrocarril elquino de trocha angosta, casi una miniatura del mundo ferroviario, que pasaba bufando entre sus humaredas por la estación de Vicuña. La frase se la sugirió a la gran educadora la reverencia y el embeleso, cuasi inclinación ante un milagro divino, con que el poeta del Valle del Elqui se relacionaba con su pequeño hijo.

 

Pero el que engendró al pequeño dios creador, llegó al mundo en una frágil embarcación corporal al atardecer de un 29 de noviembre de 1881, mientras muchos miles de chilenos dejaban su sudor, su sangre y hasta la vida en las resecas llanuras y valles del sur, del centro y la sierra del otrora orgulloso Virreinato del Perú en una guerra entablada, como tantas otras, por culpa de algún oro con cierto color, en este caso, blanco.

 

Sus años adolescentes los consume en el Seminario de La Serena, la capital que abraza a todos los elquinos que bajan al mar, como el río de su valle lo hace, para entregarse al casi eterno mar de la vida. Pero la aventura por las costas de la religión se detuvo cuando el futuro sacerdote, a sus diecisiete años hizo su análisis de consciencia: "yo sentía el efluvio de los claveles, las madreselvas, los floripondios de los jardines cercanos. Los aspiraba con una voluptuosidad propia del amor, de la pasión y yo comprendí con dolor, con angustia de réprobo y con desesperación, que yo no podía renunciar a su llamado". Declaración de principios de todo poeta cuyo instrumento vibra al canto de sirena entonado por el color, el sabor, el aroma y el tacto. Aquí vino su primera rebeldía, porque hubo de hacer trizas las esperanzas de su madre de verlo de sotana, asperjando sus latinazgos rituales, lejos de la comarca bullente de sus poemas. A los oyentes de esta anécdota les parecía oír el crujir de sus huesos, al relatar cada vez la contrariedad nacida de la defraudación de su madre por la renuncia del hijo a la vida diocesana.

 

 

 

Una vez instalado en Santiago, saboreaba en su juventud a los post-parnasianos, los recurrentemente llamados poetas malditos, el incombustible dúo Verlaine y Beaudelaire, o los de tono menor como Mallarmé o Samain. Pero también conversó en la tranquilidad de las noches con otros buenos amigos predilectos: Amado Nervo, Juan Ramón Jiménez, Francis James, todo un Darío. Y fue su juventud la marca de inicio para una gran amistad entre dos poetas inseparables en la vida y en la gloria: Carlos Mondaca y Max Jara.

 

Y ya que mencionamos esta unión inconmovible de estos dos poetas del centenario, digamos que Mondaca sufrió el embate de la muerte muy pronto, antes de la cincuentena, y también cuando el siglo sólo recién terminaba su primer tercio; no así Jara, quien logró sobrevivir a dos tercios de dicho siglo, y su trabajo, aunque realizado completamente antes de la primera mitad de la centuria, le permitió recibir el Premio Nacional de Literatura. Podemos motejar a Mondaca, entonces, como un creador de alto vuelo, caracterizado por la brevedad de su obra, pero en cuya concisión se expresa el esfuerzo por lograr una alta calidad artística. Lo mismo sucede con Pezoa Véliz, con la diferencia de que su obra caló muy hondo en el pueblo chileno, en proporción inversa a la brevedad de la misma y, más aún, la de su vida.

 

Nuestro poeta elquino muestra en sus composiciones, en cuanto a métrica, ritmo y correspondencia de la rima, el esplendor de la forma modernista, y expresando también muchos de los motivos de esta escuela expresiva: idealización de un paisaje mítico o exótico; pone en el centro la figura de la mujer virtuosa con características platónicas, aunque con una exacerbada propensión al lamento, la desesperanza, el dolor irremediable que se deja fluir libremente. Una laxitud y una sensación permanente de desfallecimiento impulsan al autor, como tajante paradoja, a actuar en las lides de la poesía.

 

Una irremediable sensación de soledad lo lleva a aferrarse a la fe. El sentimiento religioso quedó en él desde su más primigenia infancia. La figura que la madre le enseñó sobre el Redentor de la humanidad, le acompañó en sus más duros momentos. Siempre, según su amigo Jara, recordó el "Mes de María" de la iglesia de su natal Vicuña, allá por el mágico valle de Elqui. Su poética se toma de la mano con la oración, el ruego, la súplica, que son las acciones que calman sus ansias.

 

 

 

El amor humano le parece falto de altura, así como en el paso del tiempo sólo ve una aplanadora que todo destruye. Aquí están dos flores que nunca dejan el ojal de la solapa de los poetas: amor y eternidad, dos caras de la trascendencia, del anhelo de perpetuarse más allá de la existencia carnal. Otra forma de trasgredir la mortalidad es una idea expresada a su hijo: "Tú eres mi afirmación que lancé al infinito" (compárese con esta otra línea: "flecha que se escapó de mi arco hacia el futuro", diz Óscar Castro Zúñiga).

 

Mira a lo alto y busca la explicación al dolor, a la muerte, al ansia de no saber qué vendrá mañana. Pero también distrae su alma mirando el mundo que lo rodea: su calle, el centro, el suburbio. Su calle en Santiago fue, y es aún hoy, la que es llamada Chiloé (cercana a calle San Diego), que en su tiempo tenía un claro y limpio aire provinciano, con casas bajas y muchas acacias de "incensarios blancos", como sacerdotes asperjando sus aguas. Tal vez en estos días no luce tan diferente, salvo porque somos nosotros los que hollamos sus veredas con nuestras aceleradas plantas. Pero después de recorrer su calle, su barrio, vuelve la angustia y la nostalgia. En él, su amargura se llama "paladeo voluntario de la salmuera esencial de la vida", o bien y mejor, el puro "dolor de estar vivo".

 

¿Pero, cómo entabla Mondaca su proceso de escritura? Se lo consultaremos a la potente y ya citada educadora Amanda Labarca: "Escribías como quien oficia un sagrado rito. Te empeñabas en alcanzar lo perfecto; escribías un borrador y otro y otro hasta sentir con delectación que habías hallado el ritmo secreto más evocador, más significativo, más bello. No, no querías que te traicionara la facilidad de palabra. Eras un artífice y nada de lo vulgar podía empañar el límpido caudal de tus poemas".

 

Y veamos, como siempre, una leve muestra de este agridulce fruto de Elqui adentro.

 

 

 
 

Las Cantinas (fragmento)

 

Me causan las cantinas una extraña impresión.

Pesan enormemente sobre mi corazón.

 

Yo no sé lo que siento. - Atracción; repugnancia.-

No lo sé; pero siento que se llena de un ansia

grande mi corazón.

 

-        Yo vine a la cantina,

como han venido todos; porque una voz divina,

como una mar profunda, promete paz y olvido!

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Por eso a la cantina

vamos buscando el fuego remoto en la divina

sangre de la vid; vamos buscando la energía

para ahogar la hidra de la melancolía!

 

Porque el hogar es triste, y en el hogar hay frío!

Porque anidó en las almas el reptil del hastío!

Y porque en la conquista del pan hemos vertido

lo mejor de nosotros: por eso hemos venido!...

 
 

 

 

Y ahora vamos a la calle del poeta:

 

Mi Calle (fragmentos)

 

Estas calles amables tienen un gesto amigo.

Mi calle me conoce. Cuando vuelvo a su abrigo,

los árboles se mueven con largos movimientos

pausados, y las hojas, donde suspira el viento

su oración musical, dormidas bajo el rayo

del sol, me dan sus sombras en un lento desmayo.

 

Sus casas blancas tienen un aire de pureza,

un aire humilde y bueno, que reconforta y pesa

tan blandamente…Calles con aire provinciano,

tranquilas, silenciosas…

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Y en estas calles buenas,

maternalmente buenas, ni recuerdo que hay penas;

y cuando en las entrañas traigo el horror del Centro,

parece que estas calles me salen al encuentro!

 

Y veamos, en contrapunto, qué dice el poeta provinciano, a quien pesa el horror del Centro, sobre ese mismo punto capitalino.

 

El Centro (fragmentos)

 

Aquí, cuando la noche ya se escombra,

guarda el negro tesoro de su sombra.

 

Y en cada corazón y en cada vida

la fiera de la noche halla guarida.

 

Por aquí van en triunfo las mujeres,

como una procesión rumbo a Citeres,

 

bajo la apoteosis de la lumbre

que aniquila las selvas y las cumbres.

 

Y los hombres en pos, torvos, ceñudos,

la caravana de los pies desnudos.

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Esclavos del dolor y la tristeza,

cuándo se acabará nuestra pobreza!

 

¡Cuándo será, Señor! Cuándo tus ojos

dejarán de mirarnos con enojos!

 

¡Cuándo será que tu celeste incendio

venga a purificar el vilipendio!

 

¡Señor! Y las trompetas formidables

no abatirán los muros miserables!

 

Nos quedamos con este último verso preguntándonos, avanzando algo el sentido de lo que nos deja el poeta: ¿cuándo vendrán esas trompetas formidables a derribar los muros de la colusión farmacéutica, los de los créditos con aval del estado, los del caradurismo de las grandes tiendas, et caeteris?

 

Y ya que alcanzamos este clima, dejaremos con ustedes un trozo desconocido (por razones obvias, hay una élite que mantiene al grueso de la población en la ignorancia de ciertos hechos políticos de la historia chilena) de una dictadura que afectó a nuestra democracia (dentro de los limitados marcos en los que se ha desarrollado a lo largo de nuestro devenir), la de Ibáñez durante la segunda mitad de la década del '20. Y adivinen quiénes lo echaron de La Moneda: los estudiantes. Y vamos a ese poema:

 

 

 

Elegía Civil (fragmentos)

 

Tú que eres niño, busca, con tus ojos sin mancha,

en esta noche inmensa una estrella de paz,

dime si entre los resplandores rojizos de los montes

la blancura del alba no comienza a flotar.

 

Dime si tus oídos, que no saben de engaños,

oyen de tus hermanos el suave caminar,

si tus manos intactas encontraron sus manos,

y si todos llegaron al materno solar.

 

Pacían los ganados sobre sus cordilleras,

y en manso caminar hasta la mar venían;

pero malos pastores corrompieron las fuentes

y enturbiaron la vida.

 

Cien años, hijo mío, levantó su palacio

hacia el cielo infinito, junto a la mar bravía!

Pero qué aguas de muerte bañaron los cimientos

qué vientos humillaron sus almenas erguidas!

 

Lloremos, hijo mío y no nos consolemos

jamás.

 

 

Y estas palabras podrían aplicarse a tragedias, cual más, cual menos, como la ocurrida en el golpe de estado de septiembre de 1973, que abrió las aguas a la "felonía y la traición" de los mercaderes y uniformados que aún subsume a nuestro pueblo.

 

Y en la despedida citamos a la magnífica y rebelde Gabriela, su coterránea de valle adentro, a ver qué nos dice sobre el gran Mondaca: "¿A qué música se apega el tono de la poesía de Carlos Mondaca? Ni al violoncello patético, ni a1 órgano grandilocuente, ni a1 arpa un poco meliflua, sino a la quena, que he venido a conocer en París y que me ha parado la sangre atenta como un encuentro insospechado con algo propio. Noble monotonía, aire de gran fatiga y estupenda intensidad en la quena y en la estrofa de Mondaca. Ojalá el escultor (de una futura estatua o busto del poeta)  no se ponga a españolizar esta cera que queremos verídica, y acierte a ver las líneas que yo miro en este momento: las de la boca, las de los pómulos. Descanse en paz el buen poeta de su raza".

 


 

 

Bibliografía

·        Obras del autor

Mondaca, Carlos R. Por los caminos. Santiago de Chile: s/e, 1910. 121 p.

_________. Recogimiento. Santiago de Chile: Imprenta Universitaria, 1921. 68 p.

_________. Poesías. Santiago de Chile: Balcells & Co., 1931. 154 p.

 

·        Bibliografía General

Cruchaga, Ángel. “Carlos Mondaca”, Letras, (26/27), noviembre-diciembre, 1928.

Díaz Arrieta, Hernán (ALONE). Panorama de la Literatura Chilena durante el siglo XX. Santiago: Nascimento, 1931. 181 p.

Latorre, Mariano. La literatura de Chile. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1941. 152 p.

Lefebvre, Alfredo. Poetas chilenos contemporáneos. Santiago: Zig-Zag, 1945. 185 p.

Lillo, Samuel A. Espejo del pasado. Santiago: Nascimento, 1947. 424 p.

Molina Núñez, Julio. Selva Lírica. Santiago: Soc. Impr. y Litogr. Universo, 1917. 485 p.

Montes, Hugo y Orlandi, Julio. Historia y antología de la literatura chilena. 7ª edición, Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1965. 683 p.

 

·        Crítica Literaria

Cruchaga Santa María, Ángel. “Recogimiento”, Zig-Zag, (841), 2 de abril, 1921.