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E L S Í M B O L O E N L A
P O E S Í A D E
M I G U E L H E R N Á N D E Z
p o r C l a u d i a C a r m o n a
( S e l e c c i ó n)
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En torno a Miguel Hernández
parece estar todo dicho. Esto tanto en lo relativo a sus poemas, a su
técnica depurada, o al arco conceptual y formal seguido por él en su
brevísimo paso por el mundo de la lírica, por una parte; como a su
compromiso político, o a su vida apagada con una sucesión de cárceles y
despojos, por otra.
No obstante, en lo que
concierne a los elementos simbólicos presentes en su obra, si bien hay
un volumen relevante de estudios, nos parece que aún resta por explorar,
pues se trata de una veta riquísima que puede ser abordada por varias de
sus muchas aristas. (…) El símbolo parece atravesar no sólo toda la
producción lírica de Miguel Hernández, a nivel temático y como recurso,
sino además a nivel de estructuras métricas. Más aun, parece
determinarlo como persona, al punto de convertirlo en símbolo per se.
(…) Abordamos la simbología que
cruza la obra de Miguel Hernández (…) reconociendo distintos niveles.
El primero de ellos es el nivel
lírico. A saber, los elementos y conceptos que Hernández como vehículos
de expresión, su forma de cantar cuanto le rodea e inspira. Algunos son
símbolos de evidente universalidad; otros dan cuenta de su particular
concepción del mundo y la vida, con el sesgo que se desprende de su aquí
y ahora.
Por lo mismo, en este nivel
podemos identificar un simbolismo existencial, que es el que utiliza
Miguel Hernández en su intento por comprender y asumir su calidad de Ser
Humano y su posición en el mundo. Esta categoría está representada muy
particularmente por los símbolos vida, amor y muerte, que él mismo
enuncia en uno de los poemas de Cancionero y Romancero de Ausencias
y que utiliza muy frecuentemente en otros poemas, otorgándoles incluso
una predominancia que atraviesa las diversas etapas de su creación:
Escribí en el arenal
los tres nombres de la vida:
vida, muerte, amor.
Una ráfaga de mar,
tantas claras veces ida,
vino y los borró.
(Escribí en el Arenal) |
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Del mismo modo, y casi como
resumiendo el ciclo vital que se desprende de “vida - amor – muerte”,
hace uso permanente del símbolo “luna”, un elemento omnipresente en la
vida del hombre sobre la tierra. En efecto, la universalidad de estos
símbolos radica en que constituyen, desde el principio de los tiempos,
preocupaciones del hombre en las más diversas culturas, sea que éstas se
hayan desarrollado en el Oriente Medio, en África o allende del
Mediterráneo, en las tierras levantinas que vieron pastorear a Miguel
Hernández. En toda cultura conocida, los misterios de la vida -vegetal,
animal y, dentro de ésta, la humana- sólo arrojan unas pocas certezas y
ellas son que todo nace, se reproduce y muere. Los ciclos vitales que
de ello se desprenden son aplicables a toda realidad circundante a los
grupos humanos, la agricultura, la ganadería, la sucesión del día y la
noche, cuál más, cuál menos, bajo el influjo del gran rector de los
ciclos, este cuerpo celeste que llamamos “luna”, al que Hernández cantó:
Hay un constante estío de ceniza
para curtir la luna de la era,
más que aquella caliente de aquél ira,
y más, si menos, oro, duradera.
Una imposible y otra alcanzadiza,
¿hacia cuál de las dos haré carrera?
Oh, tú, perito en lunas, que yo sepa
qué luna es de mejor sabor y cepa.
(Horno y Luna)
…y del que sirvió, metonimia de
–por ejemplo- las gitanas:
¡Lunas! Cómo gobiernas, como bronces,
Siempre en mudanza, siempre dando vueltas.
Cuando me voy a la vereda, entonces
Las veo desfilar, libres, esbeltas.
Domesticando van mimbres, con ronces,
Mas con las bridas de los ojos sueltas,
Estas lunas que esgrimen, siempre a oscuras,
Las armas blancas de las dentaduras.
(Gitanas)
Así también ocurre con otro de
los símbolos transversales de la obra de Hernández: “casa”. La casa es
el sitio que construimos para protegernos, para preparar nuestra salida
al mundo, para abrigar nuestro cuerpo y nuestros sueños; es el lugar al
que el guerrero regresa a lavar sus heridas; es el espacio contenedor
por antonomasia, la frontera entre el ser y el estar en el mundo. Lo
mismo si nos referimos indirectamente a ella, como lo hace el poeta
oriolano al referirse al vientre de la mujer, a la sazón, casa que
acoge, cuida y prepara al hijo.
(…) se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
Y el sol nace en tu vientre, donde encontró su nido.
(Hijo de la Luz y de la Sombra) |
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En este plano de cosas, los
diversos ethos y cosmovisiones que puedan determinar la
interpretación que de un poema de Hernández se haga, parecen converger
más que divergir. Un árabe musulmán, un judío, un mesoamericano o un
hombre de la Polinesia, tenderán a interpretar de manera similar en la
lírica hernandiana los símbolos vida, amor, muerte, luna, casa u otros
no mencionados hasta aquí, pero igualmente universales y relativos a la
existencia, como solo, aire, tierra, cuerpo, sangre.
Otros símbolos aluden a
significados más particulares, a nivel de comunidades, y constituyen el
simbolismo cultural, esto es, el uso de imágenes que apelan a un
conocimiento más acotado, ya sea en términos geográficos, religiosos,
lingüísticos, o relativos a una actividad humana específica y local.
Tal como es el caso de vino, sudor, yunta, rayo, hacha, estalactita,
trigo, azahar, hortelano, ruiseñor, toro, aguijón, hierro, arado. Cada
cual adquiere matices de significación a partir de cosmovisiones
particulares y dotan al canto hernandiano de una identidad determinada,
de una pertenencia a un espacio físico, temporal, pero principalmente
cultural.
(…) la puerta de mi sangre está en la esquina
del hacha y de la piedra,
pero en ti está la entrada irremediable.
(Mi sangre es un camino)
Más adelante, ya devenido en
poeta del pueblo, ya convertido él mismo en instrumento y medio,
Hernández incorpora nuevos símbolos, en especial derivados de su
compromiso político, y también nuevas significaciones a conceptos ya
acuñados. En el simbolismo social de la obra hernandiana, en el que,
más que de identidad, hablamos de identificación.
(…) Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.
(…)
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.
(Sentado sobre los muertos)
Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada (…)
(Me llamo Barro aunque Miguel me llame) |
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Aparecen aquí, con mayor o
menor incidencia, libertad, sepultura, cárcel, pueblo, unas veces
significando exactamente lo que significan en lengua española, pero muy
frecuentemente como símbolos, como tropos, desviando la dirección de su
contenido original. En este punto lo más destacable es, sin embargo, la
resignificación que adquieren elementos simbólicos tales como madre,
tierra, hacha, árbol, trigo, por nombrar sólo algunos ejemplos. Madre
es ahora España, un regazo que no se agota en los límites del individuo
hijo, sino que se articula en lo social, regazo de hombres y mujeres de
esa patria:
(…) Mi casa es una ciudad
con una puerta a la aurora,
otra más grande a la tarde,
y a la noche, inmensa, otra.
Mi casa es un ataúd.
Bajo la lluvia redobla
y ahuyenta las golondrinas
que no la quisieron torva.
En mi casa falta un cuerpo.
Dos en nuestra casa sobran.
(Era un hoyo no muy hondo)
La tierra ya no es la fuente de
fecundidad surcada por el arado y pródiga en manjares, sino el polvo que
cubre los huesos de los muertos amados; el hacha ha dejado de ser
instrumento del amor que penetra el corazón, enamorándolo, para devenir
en herramienta del odio que siega la vida del camarada.
Lucho contra la sangre, me debato
contra tanto zarpazo y tanta vena,
y cada cuerpo que tropieza y trato
es otro borbotón de sangre, otra cadena.
(…)
Todas las herramientas en mi acecho:
el hacha me ha dejado
recónditas señales,
las piedras, los deseos y los días
cavaron en mi cuerpo manantiales
que sólo se tragaron las arenas
y las melancolías.
(Sino sangriento)
La esencia del árbol no se
limita a dar protectora sombra en el huerto de infancia, sino que hace
gala de su capacidad de retoñar tras la tala homicida: y el trigo no se
basta a sí mismo como alimento vital del hombre, se convierte –en un
ejercicio de metonimia- en vida per se, en los versos:
Herramienta es tu risa
luz que proclama la victoria
del trigo sobre la grama.
(Con dos años, dos flores)
Por lo general, las expresiones
hernandianas reflejan dicotomías o dualismos entre cuyos polos el
hablante lírico se debate, logrando un dramatismo que enriquece sus
versos. Sea que nos refiramos a los elementos simbólicos existenciales,
culturales o sociales, Hernández suele articularlos entre dos planos, o
en la contraposición de dos realidades, o simplemente recurre a pares de
símbolos que se definen por oposición.
(…) |
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Un segundo nivel en la
simbología de Miguel Hernández es el que puede reconocerse
directamente en la métrica, es decir, en la forma escogida por
el poeta para exponer determinados versos. No es ya el símbolo
como metáfora, sino el reconocimiento de lo que de simbólico
pueda tener el escribir un soneto endecasílabo o un terceto
encadenado, o el optar entre la sujeción y la prescindencia de
la forman. Es el nivel estructural del símbolo hernandiano.
Afirmamos, pues, que el símbolo
en Hernández alcanza el ámbito de la métrica. Y lo hacemos
sobre la premisa de que el poeta oriolano hizo gala de una
competencia tal en el uso de estructuras líricas clásicas y que
no cabría asumir como azarosa la elección del formato en las
distintas etapas de su creación, o para cada poema que su genio
concibió.
Según la opinión autorizada de
Agustín Sánchez Vidal en Miguel Hernández, desamordazado y
regresado, la elección que el pastor levantino hace de la
octava real en su primera etapa, es significativa de quién y qué
era Hernández cuando Perito en Lunas, su primer libro,
salió a la luz. Era por entonces un novel poeta que exaltaba lo
redondo, y, a través de ello, lo cíclico de la vida
ejemplificado a la perfección en la luna. La métrica de la
octava real, estrofa de 8 versos endecasílabos con rima
consonante dispuesta en AB ABAB CC, refleja una factura limpia,
cerrada en sí misma, coherente con el mundo redondo –y pequeño,
cercano, local- del que el poeta da cuenta.
Le sucede, luego, el soneto. Y
nos parece que Hernández lo escoge, a sabiendas o no, de su
necesidad de simbolizar en esta estructura bipartita el inicio
de este oscilar de uno a otro de los polos que la vida se
empeñará en mostrarle. Nos referimos a sus primeras
vacilaciones entre los criterios convencionales, conocidos y
dominados por él, y el vendaval de emociones y sensaciones que
comienza a experimentar con el descubrimiento de nuevas
realidades y el despertar ideológico que contradice sus
creencias. Dicha forma métrica constituye un verdadero espejo
del devenir interior del poeta.
Posteriormente, el soneto cede
ante el verso libre, reflejo de la lírica impura que comenzaba a
imponerse en el círculo surrealista que dominaba España. Era el
permitirse la expresión sin barreras de contención, dejar de
lado los purismos, las formas y contenidos que habían hecho de
la poesía una realidad algo distante, para volcar en canto
cuanto de humano hay en el corazón del vate levantino.
Con el uso de los versos
alejandrinos, amplios en extensión y en matices épicos,
simboliza y rinde homenaje a su pueblo y sus luchas. En versos
de catorce sílabas, dispuestos en dos hemistiquios, Hernández
inflama su pecho para dar cabida al canto comprometido y
esperanzado de Viento del Pueblo.
Sin embargo, la realidad cada
vez más cercana de la derrota de la República le empuja a un
pesimismo descorazonador, que se ve plasmado no sólo a nivel
temático en sus versos, sino también en la estructura. Se
vuelca al verso más intimista, el octosílabo, el romance, para
finalmente volver al origen, al resumen de su vida y de asir el
mundo, en la forma de metros breves que provienen de la
tradición popular. En Cancionero y Romancero de Ausencias,
parece alcanzar –en el qué y en el cómo- la esencia de su paso
por el mundo.
Finalmente, el símbolo no se
limita a dominar la obra de Miguel Hernández, sino que la
trasciende para instalarse en su plano vital. El poeta
oriolano, a fuerza de metáforas y métricas, ha elevado el
símbolo a un último nivel, el nivel vital. Cuando se le
recuerda, se lo hace también en base a representaciones de lo
que él fue y de la huella que dejó. Pablo Neruda lo describe
así:
“Miguel era tan campesino que
llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de
terrón o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva
frescura subterránea (…). Su rostro era el rostro de España.
Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo
rotundo de pan y de tierra. Sus ojos quemantes, ardiendo dentro
de esa superficie quemada y endurecida al viento, eran dos rayos
de fuerza y ternura”.
Vicente Aleixandre, en
Elegía (a la muerte de Miguel Hernández) le canta:
Él supo,
sólo él supo. Hombre tú, sólo
tú, padre todo
de dolor. Carne sólo para
amor. Vida sólo
por amor
(…) cuerpo augusto,
(…) Sofocaron
ese caño de luz que a los
hombres bañaba.
Esa gloria rompiente, generosa
que un día
revelara a los hombres su
destino; que habló
como flor, como mar, como
pluma, cual astro.
Es así que Miguel Hernández y
su lírica corren a la par con un universo de símbolos. Para
cantar la vida escogió, desde su mundo interior, determinados
símbolos/metáfora; lo hizo a través de símbolos/métrica, y –no
sabemos si gratuitamente, pues no podemos reescribir la
historia- inferimos que precisamente debido a su opción por esos
símbolos logró identificarse con un compromiso social que ha
creado en torno a su figura y a su obra una suerte de
identificación inversa, por lo que hoy se le refiere a través de
símbolos. Más aun, quienes han llegado a la poesía por su
intermedio, tanto como quienes ven en él un referente
ideológico, erigen hoy al poeta de Orihuela como símbolo en sí
mismo. Un símbolo en torno al cual se escribirán aún páginas y
páginas.
Extraído de Leucade, gaceta estética
Año 1, número 11. Del 19 de Nov. al 2 de Dic. de 2012 |
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