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Es 1985, soy estudiante, voy al teatro a ver Cinema Utopía, es
la primera vez que oigo el nombre de Ramón Griffero, su autor,
me sumerjo en la obra, olvido la dictadura. Solo existe el
teatro y la obra, lo que dice y la manera de hacerlo, es una
maravillosa provocación. Al salir siento que nos ha abierto una
puerta a otra realidad.
2020, pandemia, la tarde de un día en medio de la cuarentena, ya
oscurece, es la hora en que la conexión al trabajo no logra
ocultar las angustias, las dudas, el miedo a la enfermedad y la
muerte. Por wasap me cuentan que hay una convocatoria a
participar en un taller de narrativa de Ramón Griffero, empieza
ese día a las siete de la tarde, son las seis y cuarentaicinco,
envío un correo pidiendo participar, espero frente a la
pantalla, cinco para las siete llega el enlace.
Hay unas sesenta personas conectadas, el autor les habla a esos
rostros enmarcados en sus cajitas de zoom, miradas expectantes,
nos cuenta su proyecto, es un barco, estamos zarpando en una
nave que va a atravesar el tempestuoso mar de la pandemia y
llevaremos bitácora de lo que suceda, nos invita a ser parte de
la tripulación, vamos a narrar juntos este momento único en la
historia.
Griffero tiene las dotes de un Capitán, su discurso inicial
seduce y desafía, pronto sobre cubierta se siente el entusiasmo,
los enganchados son un grupo heterogéneo, salvo en un aspecto,
quieren escribir, quieren expresar lo que sienten ahí encerrados
en sus casas, este único instante, en que los seres humanos
tenemos un mismo miedo, el virus, la muerte.
Por cinco meses divididos en dos barcos, el autor y sus dos
ayudantes, Dolores Reina y Pablo Videla, van a llevar adelante
esta experiencia, no hay que olvidar que Griffero es sociólogo,
dramaturgo, director de teatro, va guiando el proceso en todos
sus roles.
Los relatos individuales reflejan el estado de ánimo de cada uno
de los participantes, todos están encerrados sin saber cuándo
podrán retomar sus vidas, algunos sin trabajo, sin ingresos, con
familiares enfermos y en un momento, mientras la Bitácora se
escribe, con el virus ellos mismos, ahí la solidaridad y los
afectos los acogen, se recuperan y siguen a bordo. La muerte
ronda el barco, no es una metáfora.
Escribir sobre la muerte es una especie de exorcismo y a la vez
una peligrosa invocación, reunido con sus alumnos cuatro veces
por semana Griffero dialoga con la parca, los obliga a mirarla a
la cara, en un momento en que catorce mil chilenos morían en
silencio y soledad. Los nombres de la muerte, sus formas, las
agonías y los duelos son descritos en la Bitácora.
Cada cual desarrolla personajes que van entretejiendo historias
con los de los otros, odios, amores, rivalidades, motines,
honras fúnebres, el barco es un mundo a cabalidad.
Griffero habla de la política del arte, los textos aluden el
trasfondo social de la pandemia y se remontan a las causas de la
movilización social de octubre, se escribe desde el feminismo,
la diversidad sexual, la discriminación, la pobreza y la
marginalidad.
A septiembre el barco es uno, treinta los tripulantes, se han
hecho lecturas cada jueves abiertas al público, el sentimiento
es el mismo que en un estreno, los nervios, la preparación. Unos
tras otros leen, el ritmo, la cadencia, el lenguaje, comunica
verdad, Ramón Griffero consigue darles un sello común, es
narrativa visual, el lenguaje es poético, la percepción
cinematográfica.
Este segundo encuentro en mi vida con Ramón Griffero ha
significado mucho desde todo punto de vista. En lo literario y
estético nuevamente abre puertas, libera la imaginación, rompe
límites, todo es posible. En lo personal, en el peor momento de
nuestras vidas, encontrarse en un espacio de creación y
crecimiento que nos hizo sentirnos inmunes.
Paulina Correa es escritora, abogada y gestora cultural.
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