M a x   J a r a   ( 1 8 8 6  - 1 9 6 5 )

A S O N A N C I A S   Y   R E S O N A N C I A S     D E

U N A   P O E S Í A   E N   V O Z   B A J A


p o r   E u g e n i o   B a s t í a s   C a n t u a r i a s

   

 

 

 

Eugenio Bastías Cantuarias es Diplomado en Gestión Cultural, músico, escritor y miembro de la Sección Folclore dependiente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

 


 

 

Durante seis años, y tal vez más, estuve paseando mi humanidad por los pasillos y oficinas de la Casa Central de la Universidad de Chile. Tenía mi cuartel central y atalaya –desde donde presencié muchos encuentros de boxeo, entre otras disciplinas de la violencia física, efectuados entre el pueblo y la fuerza pública, con nuestra ex alameda "de las delicias" como cuadrilátero- sita en uno de los torreones de dicho antiquísimo edificio, ya bastante golpeado por las fuerzas telúricas, que lo tienen así tanto tantísimo como el actual sistema mercantilista y sus funcionarios públicos vendidos al capital mantienen a la educación pública en Chile, es decir, casi por los suelos.

 

A lo largo y ancho de aquellos recientes años en que transité, trabajé y viví bajo "las vetustas arcadas y los muros plenos de sol universitario", como diría tal cual engolado y bastante extraviado poeta, persistió en mi mente el recuerdo de las actividades que hicieron echar el ancla en ese edificio a tantos hombres y mujeres que pasaron la misma experiencia que yo. Entre tantos episodios que atesora el edificio levantado por la mente del arquitecto galo Luciano Henault, y terminado en la práctica por nuestro Fermín Vivaceta, pionero del mutualismo chileno, siempre recordé algunas referencias a cierto poeta que, en algunas ignotas horas de ensueño, en medio de sus burocráticos quehaceres como Sub Jefe Administrativo de la Casa de Bello, escribiera tal vez allí:

 

Ojitos de pena,

carita de luna,

lloraba la niña

sin causa ninguna.

 

Y ya estoy suponiendo, con un optimismo que podría rayar en la ingenuidad, que la mayoría de los lectores de estas líneas podrán reconocer el poema al que pertenece la estrofa que he transcrito. Se trata de un poeta que definió su obra de una manera sencilla, directa, de alta sensibilidad, dicha en voz baja, lo que dio la clave para que el también poeta Manuel Silva Acevedo, editor en 1997 de la obra poética completa de nuestro autor, titulara este libro compilatorio En voz baja, expresión que define enteramente la vida y la obra de Max Jara.

 

Llegado desde su Yerbas Buenas natal, Región del Maule, –tablado y escenografía de la primera escaramuza entre los ejércitos patriota y realista, allá por 1812, inclusa en su menú la primera de las vivezas desplegadas por el mítico guerrillero Manuel Rodríguez- a estudiar a la capital de Chile la brillante carrera de medicina, pero al poco andar se dio cuenta que se le hacía pesado el estudio en farragosos textos científicos, como tanto más liviana se le hacía la vida bohemia entre escritores, poetas y periodistas del principio del siglo XX santiaguino. De allí se largó a trabajar en la prensa, donde El Mercurio y El Diario Ilustrado –cuyos periódicos salían frescos desde el edificio que ocupa hoy la Intendencia de Santiago de Chile- conocieron su labor como redactor de cables. No los cables que reconocemos hoy y que nos permiten enchufar algo a una fuente de poder eléctrico o de información, sino que era el nombre metonímico que se daba a los datos noticiosos que podían ser conducidos por tales conductos tecnológicos. Prosiguió en la búsqueda del sustento –porque también los poetas comen, beben (¡vaya que sí lo hacen!) y deben atender a otras necesidades básicas que ni hoy están cubiertas para todos los chilenos- como empleado de la Empresa de los Ferrocarriles del Estado, en el Ministerio de Obras Públicas y, finalmente, su embarcación fue a aportar a la orilla de las oficinas de la Universidad de Chile. En todas estas instancias de su vida, nuestro Max Jara debió seguramente destinar un rinconcito sin ruido ni aspavientos, como fue su persona en todo momento, para escribir su notable obra, más caracterizada por su calidad que por su cantidad, porque, siguiendo el decir de Alone, "la belleza no se mide por varas; un átomo desintegrado puede más que montañas vociferantes".  Por eso el jurado, compuesto por el entonces Rector Juan Gómez Millas, el escritor Eduardo Barrios y un cierto poeta llamado Pablo Neruda, concedió el Premio Nacional de Literatura 1956 a Max Jara, quien, paradojalmente, había dejado de publicar hacía 14 años y cuya actitud personal de aislamiento y de bajo perfil lo alejó siempre de camarillas y grupos literarios.

 

Dicen los copuchentos periodistas de la época –que nunca en todas ellas han faltado tales profesionales del irritante fisgoneo, que hoy se mientan "de farándula"- que cuando fueron a buscar sus declaraciones –de seguro mediante el asalto de la intimidad de su hogar-, el poeta se encolerizó por tal invasión, despotricando, según publicaron los profesionales del equívoco y de la distorsión exagerada que da dividendos seguros, contra Gabriela Mistral (¿?), contra el propio integrante del jurado, Neruda (2 x ¿?, o sea, dos veces exijo una explicación), y remachando con la afirmación de que poco interés le inspiraba tal premio. ¿Habrase visto tamaña insolencia, barbarie y alevosía? La de los periodistas, digo yo.

 

Y ya que podemos apoyarnos en el bastón de la sabiduría de alguien que puede reflejar mejor que vuestro servidor la sombra luminosa del poeta que canta en voz baja, recurriremos al completísimo trabajo de Guillermo Quiñónez (sí, terminado en "z"). Parte situando la obra de Jara con la curiosidad de verificar que en ella jamás se presentan los elementos propios del Modernismo, aunque su primer trabajo se sitúa aún, en alguna medida, bajo su alero; en efecto, no hay ni exotismo en los temas ni afán de renovación métrica, principales caracteres de dicha escuela estética, cuya máxima eminencia es Rubén Darío, autor de un poema dedicado a los bomberos chilenos, uno de cuyos extractos se puede leer en el frontis del edificio más antiguo de la institución de los caballeros del fuego, sita en la esquina de las calles Santo Domingo y la vieja arteria del Puente. Sigue nuestro sabio amigo, el de la arcaica ortografía en su apellido, desmenuzando el estilo de Jara diciendo que, si bien la obra del poeta tiene, en general, la intención renovadora, ella siempre está al servicio de "la máxima fidelidad, la más profunda vinculación entre la expresión poética escogida y la realidad del sentimiento que la motiva. Ese es su anhelo renovador y también su ideario poético y su retórica". Dice también que el poeta canta, a no dudarlo, con real humildad, bajo el imperio de una fuerte emotividad. Humildad, sencillez, emotividad que se engarzan, por cierto, con una buena dosis de sensualidad, hasta llegar, diría yo, a una sexualidad semiconsumada en la cuja o el tálamo nupcial de la inspiración.

Vamos a leer un botón de rosa como muestra:

 

El adiós a las mujeres (fragmento)

II

¡Mujeres de mis deseos!,

por las rojas tentaciones

de vuestros duros pezones;

por el vacío del beso

de los rojos labios crueles;

por esos dos embelesos

de vuestros convulsos hombros

donde muerden los lebreles

de virginales asombros

-¡mujeres de mis antojos!-;

para endulzar la partida

que me sigan vuestros ojos

-¡mujeres de mis sonrojos!-,

largamente por la vida.

 

Retórica pura del novecientos chileno, en esta pequeña muestra de un poema proveniente de su primer libro, Juventud, subtitulado Poesía romántica, publicado en 1909. Sin embargo, como insiste en comunicarnos porfiadamente nuestro amigo Quiñónez, aunque Jara participó de cierto vocabulario modernista en éste su primer libro, pronto se deshizo de la relación con esta escuela estilística y tampoco se comprometió con tanta pomposa verbosidad ornamental que abundaba en el Modernismo puro. Yo agrego que aquí se puede ver claramente el creciente desarrollo de un lenguaje que se acerca a una forma de poesía popular conocida como romance, tema ya tratado por vuestro servidor en una edición anterior, que sería bueno tenerla en cuenta más adelante en este breve análisis.

 

Por su personalidad, el poeta no es una voz estentórea, no busca una tribuna desde donde dirigirse a grandes masas, sino que se queda en la interioridad de los jardines de su casa natal, o, a lo más, en el recorrido por la piel que la naturaleza le ofrece como generosa amante; tampoco tiene Jara grandes variaciones, irregularidades o anarquías de que dar cuenta. Paralelamente a ello, el poeta de Yerbas Buenas manifiesta un gran afán por lo vago e incierto, lo cual, según nuestro sabio guía Quiñónez, "no es sino el resultado del hastío o aversión que en el ánimo del poeta causa cuanto lo rodea". Y ahora, por su alto interés, dejaremos transcrita toda la nota que agrega el estudioso del estilo de Max Jara en su interesante trabajo, cuando habla del hastío y aversión del poeta: "Las causas de este desajuste o choque entre el artista y su medio son siempre, a mi parecer, de índole social. Para el caso particular que nos preocupa, es evidente que al artista de nuestra América le fue y le es adverso un medio social en el que no hay mayor valer que el que da el dinero, ni jerarquía que no se asiente en otros signos que los monetarios. Ante tal estado de cosas, nuestras clases altas y nuestros gobernantes han tenido escasísima, si no ninguna, consideración a quienes han forjado nuestra cultura. Añádase a esto el natural desprecio que nuestros intelectuales deben sentir por la incultura e insensibilidad de quienes tienen el poder y el dinero y se concluirá que, a fin de cuentas, nuestro artista se constituye en el plano social, en un neto personaje marginal"[i]. Interesante punto. ¿Alguna vez estos hechos serán considerados al hacer las políticas culturales en Chile? Tal vez, puede ser, roguemos al señor (al señor que designa a dedo a los otros que pergeñan, a tontas y a locas, dichas políticas).

 

Sigamos mejor, después de haber lanzado tal dardo envenenado.

 

Vinculado al afán de sencillez y sobriedad de nuestro vate, una vez madurado artísticamente, estará la tendencia absoluta a decir apenas, a sugerir, a musitar versos, en definitiva, a hablar en voz baja, frase que define muy bien toda su actitud poética. También se dice que su obra es en "tono menor", juicio que ha sido tomado por algún crítico como peyorativa.

 

No obstante su bajo perfil y, en consecuencia, su escasa disposición a interpelar al medio artístico, no dejó el silencioso y pacífico Max Jara de ir a contrapelo de las tendencias posteriores a la primera guerra mundial, donde comenzó a abrir sus alas, entre otros, el alto azor de Huidobro y la voz restallante y castigadora de De Rokha, junto al poderoso ángel titánico nacido bajo los melancólicos crepúsculos de la calle Maruri, un tal Neftalí Ricardo Reyes Basoalto.

 

En la última etapa creativa del poeta, naturalmente donde manifiesta su obra con la debida madurez artística, Jara acerca definitivamente la dalca [ii] de su inspiración al puerto de la poesía popular y tradicional de la lengua castellana, esencialmente al romance, cuya forma estrófica, en su versión tradicional, es una corrida larga de versos, con rima asonante y cuyos versos, generalmente, constan de ocho sílabas. Según la tajante declaración de nuestro varias veces nombrado Quiñónez, "me parece que es Jara quien en idioma castellano primero cultiva el romance en el siglo XX. Por lo menos antecede a Federico García Lorca, el genial andaluz reactualizador y reivindicador del romance castellano". Sería Max Jara, según el estudioso que convocamos continuamente desde nuestra ouija literaria, el primero de los poetas "cultos" en abrevar de las fuentes de la mencionada forma poética popular y tradicional, introduciendo, eso sí, según la propia declaración del poeta, algunos versos con rima consonante, que no corresponden a la forma tradicional del género, pero que sirven el doble propósito de evitar la monotonía y de transferir efectivamente los sentimientos contenidos en los versos.

 

Tal creador nos sume en la incertidumbre y el misterio de su silencio cuando, después de la publicación en 1934 de todas sus obras compiladas, pero rigurosamente revisadas y disminuidas, más una selección en 1942, nunca más volvió a publicar. Era tanto el desconocimiento de su destino, que muchos lo creían muerto antes de ser favorecido con el Premio Nacional de Literatura en 1956. Pero la muerte sí vino a buscarlo para fundir con su carne la estatua de su leyenda en 1965. En 1991, el cuerpo mortal de Max Jara retornó a su tierra natal, Yerbas Buenas, mientras tanto, en todo Chile y para todo aquel que crea en ello, el cuerpo poético de un artista siempre estará donde su obra sea necesaria.

 

Y nos despedimos, al menos por ahora –miren que fácilmente no se librarán de este servidor de ustedes- con un trozo del recuerdo de Max Jara a la beatífica paz de su hogar, a la caricia perfumada de la naturaleza que rodea su querido pueblo, Yerbas Buenas:

 

Yerbas Buenas (fragmento)

I

Yerbas Buenas de Linares:

casas grises entre vegas;

esteros van por rastrojos,

alamedas, alamedas…

Nieves tempranas de abril

bajan por la cordillera.

Campanas llaman palomas

en el vuelo de la queda.

Entre un vaho de neblina,

bajo la primer estrella,

una tonada se va;

acompáñanle la queja

olor de tierra mojada

y chirridos de carreta.

En la falda de la loma

una lucecilla tiembla.

Sin luna viene la noche;

y se adivinan apenas

en la oscuridad del llano

aguas vivas, alamedas…

 


 

Bibliografía

 

Obras del Autor


_________ Juventud: poesía romántica. Santiago: Impr. Barcelona, 1909. 98 p.

________. ¿Poesia...?. Santiago: Imprenta Nacional, 1914. 79 p.

________. Asonantes: (tono menor). Santiago: Minerva, [1922]. 79 p.

-----------. Juventud; ¿Poesía…?; Asonantes; Otros poemas. Santiago: Imprenta Selecta, 1934.

-----------. Camino adelante. Comedia escrita en colaboración con Eugenio Orrego Vicuña, Santiago, 1941.

________. Poemas selectos. Santiago: Cruz del Sur, 1942. 124 p.

________. En voz baja: obra poética completa. Edición, prólogo y notas de Manuel Silva Acevedo. Santiago: Universitaria, 1997. 161 p.

* Además, en 1899, a los trece años de edad, Max Jara publica sus primeros poemas en el diario El Deber del Piduco.

 

Bibliografía General

 

Arratia, Olga. "Con el poeta Max Jara", En Viaje, (275): 68-69, septiembre, 1956

Díaz, Miguel Angel. "Max Jara, poeta de la emoción", En Viaje, (382): 47-48, agosto, 1965

Ferrero, Mario. "El Premio Nacional de Literatura", Simpson 7, (II): 28-31, segundo semestre, 1992

Merino Reyes, Luis. Escritores chilenos laureados con el Premio Nacional de Literatura: desde Augusto d'Halmar (1942) hasta Jorge Edwards (1994). 3ª edición. Santiago: Eds. EURA, 1995. 126 p.

Quiñonez Ornella, Guillermo. "Evolución del estilo en la poesía de Max Jara", Anales de la Universidad de Chile, (124: 95-126), año CXIX, 4º trimestre, 1961.

Silva Castro, Raúl. Retratos literarios. Santiago: Ercilla, 1932. 221 p.

 

Crítica Literaria

 

"Los Premios Nacionales de Literatura, vida y obras", La Mañana, 18 de mayo, 1989.

"Max Jara", La Prensa, 3 de noviembre, 1991.

"Max Jara (1886-1965)", Chañarcillo, 19 de enero, 1997.

Astete Díaz, Alfonso. "Max Jara, linarense es Premio Nacional de Literatura", El Heraldo, 29 de agosto, 1987.

Gómez, Cristián. "Ausente de sí mismo", La Epoca, 21 de septiembre, 1997.

González Colville, Jaime. "Centenario de Max Jara", El Heraldo, 29 de agosto, 1986.

Guzmán Silva, Oscar. "Max Jara, el poeta de ‘Ojitos de pena'", El Mercurio, Antofagasta, 23 de agosto, 1987.

Leiva Oyarzún, Héctor. "Max Jara, poeta del silencio", La Prensa, 2 de septiembre, 1989.

Moreno Monroy, Miguel. "Max Jara, algo más que ojitos de pena", Revista de Educación, (139): 65-67, agosto, 1986.

Morgado, Benjamín. "Max Jara", El Día, 30 de marzo, 1986.

Muñoz Lagos, Marino. "Poesía de la sencillez", La Prensa Austral, 10 de agosto, 1989.

Muñoz Lagos, Marino. "Cuando se tienen 20 años en el corazón", El Magallanes, 2 de diciembre, 1990.

Rafide, Matías. "Autores del Maule", El Centro, 11 de enero, 1992.

Vargas Badilla, José. "Max Jara en el recuerdo", La Región, 7 de mayo, 1991.

Yáñez Cerpa, Silvia. "Max Jara", El Centro, 21 de noviembre, 1993.

"Recordando a dos Premios Nacionales de Literatura", El Claro, 6 de julio, 1984.


 [i]Las frases en cursivas y negrillas fueron destacadas por mí.

 [ii]Pequeña embarcación tradicional del archipiélago de Chiloé que da el nombre a una ciudad de la Isla Grande, Dalcahue, del mapudungun, lugar de dalcas.