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M A U P A S S
A N T
E L
R E A L I S T A A L U C I N A D O
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A menudo somos un
juguete de nuestros propios sueños. Son pocos los terrores
esenciales que no nacen en el fondo de nosotros mismos… ¿Quién
recuerda esos miedos infantiles, el estremecimiento provocado
por el chirriar de una puerta, por el viento que golpea algún
lejano postigo, por el crujido de un entarimado o por una voz
sorda amplificada en la noche?
Por otra parte, no
hay nada peor que el silencio: está cuajado de pequeños ruidos
misteriosos. Nuestra conciencia, que actúa como caja de
resonancia, entra entonces en acción y origina en nosotros
ciertas sombrías inquietudes.
Soñador despierto,
Guy de Maupassant puso su obra a la escucha de esta conciencia
profunda y de los demonios familiares que en ella se
atrincheran. Sin artificios ni escapadas filosóficas, el
universo de Maupassant es humano, simplemente humano.
¡Demasiado humano! Para él, el miedo es un "espasmo horrible
del pensamiento y del corazón", tortura que únicamente surte
efecto "en determinadas circunstancias anormales, bajo ciertas
influencias misteriosas, frente a riesgos vagos".
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En una de sus
narraciones, L’auberge (El albergue), el protagonista
pasa un invierno entero a solas con su perro para custodiar un
refugio de alta montaña. Su compañero ha desaparecido. Por la
noche le parece oír la llamada de la muerte. Teme encontrarse
con el fantasma de su amigo. Se atrinchera sin lograr mantener
su sangre fría: "Le pareció como si el silencio, el frío, la
soledad, la muerte invernal de estas montañas penetraran en su
interior, como si estuvieran a punto de detenerle y de helarle
la sangre, anquilosarle los miembros, transformarle en un ser
inmóvil y helado".
En pocas palabras:
consigue crear un clima sin llegar nunca a vulnerar el sentido
común. Maupassant no emplea ningún artificio, y rechaza
cualquier tipo de floritura para describirnos estos mundos
extraños y reales a la vez; eso se debe a que hallaba en sí
mismo la fuente de su inspiración… Maupassant nació en el
castillo de Miromesnil, cerca de Tourville-sur-Arques, en agosto
de 1850. El divorcio de sus padres hizo que su educación
dependiera exclusivamente de su madre, mujer culta y liberal,
que le inculcó muy pronto el gusto por la lectura. Aparte un
breve periodo que pasó en el seminario de Yvetot (a partir del
cual no quiso saber nada más de la religión), su infancia le
pareció siempre el periodo más feliz de su vida. Empezó a
escribir en París, junto a Flaubert. El éxito llegó muy
pronto. Llevaba una vida alegre, de acuerdo con su temperamento
desbordante, y a la vez desarrollaba su carrera de escritor con
esmero y perseverancia.
Una enfermedad,
probablemente hereditaria, modificó considerablemente su
temperamento. Hastiado y agotado, Guy de Maupassant se entregó
a la morfina, al éter, al achís y a otras drogas, intentando
escapar del avance ineluctable de la enfermedad que le
consumía. Empezó a padecer alucinaciones y desdoblamiento de
personalidad. Sin embargo, iba anotando minuciosamente todos
estos fenómenos con la serenidad del observador realista que
nunca dejó de ser.
Maupassant fue un
verdadero maestro de lo que después se ha llamado "realismo
fantástico". La narración En canot (En barca) da
testimonio de ello: durante la noche, un hombre va en barca por
un río. Contempla el paisaje extraño que dibuja, bajo la luz de
la luna, la bruma que se acumula en las riberas. De repente
siente el deseo de detenerse. Echa el ancla y espera…
"Durante algún
tiempo estuve tranquilo, pero pronto unos ligeros movimientos de
la barca empezaron a inquietarme. Me pareció como si diera unos
bandazos gigantescos llegando a tocar alternativamente las dos
riberas del río; luego, creí que un ser o un objeto invisible la
atraía poco a poco hacia el fondo, levantándola luego para
dejarla caer de nuevo". |
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Con su obra Un fou
(¿Un loco?)
Maupassant rebasó
los límites
de la razón (dibujo de
Caillaud). |
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Ilustración de Cortazzo
para Le garde
(El guardia),
relato en que lo realista
desemboca en lo insólito. |
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Maupassant escribió
frecuentemente bajo la influencia
de sus propias
alucinaciones, provocadas por la droga.
Ilustración de Michel
Otthofer para La main gauche
(La mano izquierda). |
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Al protagonista no
le queda otro remedio que burlarse de su "yo" cobarde que, a
pesar de todo, no deja de salir victorioso de cada prueba…
¿Quién no ha vivido nunca una experiencia semejante?
En La peur
(El miedo), Maupassant analiza el sentimiento irracional que se
adueña de un alma ansiosa y que la hace temblar
inexplicablemente, como si sobre ella pesara una oscura
amenaza. No es nunca la realidad la que pierde pie: es el alma
humana, en lucha con su imaginación y con su interpretación de
la realidad.
El escritor lo
confiesa: "Pertenezco a la vieja raza ingenua, acostumbrada a no
comprender nunca, a no intentar saber". Esto explica el tono
adecuado que utiliza para introducirnos en los dédalos de
nuestro "yo", sin juzgar nunca ni sacar conclusiones
precipitadas. Los hechos hablan por sí mismos.
Si llega a
burlarse, como en Magnétisme (Magnetismo), de la tesis
del profesor Charcot, no deja de admitir la posibilidad de que
existan correspondencias secretas entre el hombre y el Universo.
Con Le Horla
llegará más lejos. Se trata de la descripción de un poseso,
descripción que recuerda forzosamente su propio calvario. En
aquel período, Guy de Maupassant estaba enfermo. Como el Horla,
cree ver a un extraño sentado en su mesa o en un sillón.
Escucha a otro "yo" que le susurra palabras de desánimo.
Este malestar
acentuó su pesimismo natural. Cada vez más, se sentía víctima
de un impotencia congénita de la que no le libró ni el amor ni
la amistad. Qui sait? (¿Quién sabe?) marca el final de
este itinerario que él había deseado alegremente trágico desde
el principio hasta el fin. Enfermo, pero lúcido, solicitó que
le internaran en una casa de salud. Allí murió, sumergido en su
locura, en 1893.
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