La Momia de Carlos Martel.

                                                                                             Por Julio Cárdenas V.

 

                     Sabiendo de mi interés sobre la historia, me presentan una mañana de Mayo a Amanda Fuller, quién luego de una amena conversación me obsequia su colección de libros  “Huella y presencia” que relata historias sobre la Facultad de Medicina escritas por sus propios protagonistas. En estos relatos uno me llama poderosamente la atención tanto por su relación con la Anatomía, puesto que imparto dicha disciplina en nuestra facultad, cómo también por su contenido.

 

                      Escrito por el Dr. Raúl Echeverri B. nos ilustra el aspecto romántico de principios del siglo XX, así nos dice:

                      

                      “ Todos teníamos menos de 20 años. En un edificio contiguo funcionaba la Escuela de Farmacia en espera de su nuevo local, el 90 % de los alumnos eran mujeres que, sumadas a nuestras compañeras de medicina ( primer curso con tantas mujeres) explica que el jardín de nuestra escuela se matizara prematuramente de flores no sésiles de los más variados colores, con sus vestidos de alas de mariposa y que el aire se poblara con el parloteo interminable o loco trinar de alborozados pájaros cantores, llenos de proyectos, esperanzas e ilusiones. Los estudiantes de Medicina de la Universidad de Chile vivían en pensiones en el perímetro de la Escuela, Independencia, Carrión,  O’higgins, (Gamero actual), Bezanilla, Santos Dumontt, Panteón (actual Zañartu).

 

                        La calle Carrión por el 1915 era de tierra, luego huevillos (piedras de río) y finalmente de asfalto, formaba parte del barrio de la Cañadilla en la época de la Colonia, cuando Manuel Rodríguez transitaba entre Hornillas ( Vivaceta ) y la Cañadilla

(actual Independencia). Calle obscura, tenebrosa con sus serenatas nocturnas, reminiscencias del siglo anterior, eran frecuentes en esos tiempos, como homenaje a la veinteañera en flor del barrio, que provocaban el natural descontento de los trabajadores y jornaleros del barrio, que veían interrumpidos sus descansos por estas prácticas, hasta que en una ocasión “invitan a pasar” al conjunto musical que esa noche estaba dando un concierto a la rubia del altillo de la casa de la curtiembre. Se arma una batalla campal, puños y palos se entremezclan con guitarras. Los guitarristas a la Posta del Hospital San Vicente de Paul; los otros a la décima Comisaría, allí mismo dónde se encuentra en la actualidad, en Carrión. De la curtiembre hoy, nada, existe una iglesia mormona en su lugar.

 

                        Existía en esa época un “quitapenas”, el primero de su estilo  donde habría sido ideado la creación de un importante club de futbol, hoy se atribuye su legado el Restaurant “Tres puentes””de calle Zañartu.

 

                          Ese era el ambiente estudiantil del barrio Independencia cuando entra en escena don Carlos Martel, aventurero francés que llega a Chile en la segunda década  del siglo XX, una vez que finaliza la Primera Guerra Mundial. No se sabe si ese era su nombre de pila, si adoptó el de un general de esa Guerra o, si tomó el nombre de Carlos Martel ( 687-741 dC) , hijo de Pepino Heristal, padre de Pepino el Breve y abuelo de Carlo Magno, que rechazó a los árabes que pretendían invadir Francia en la Batalla de Poitrier, o el de Carlos Martel d´Anjou, rey de Hungría ( 1923-1328). Tampoco queda claro cómo se integró al grupo de estudiantes de Medicina sin serlo. Lo que sí queda claro es que Carlos Martel rápidamente se constituyó en el coordinador de las actividades extraprogramáticas y actividades sociales. Así transcurría el tiempo hasta que en un momento se pierde la pista de Carlos Martel. Nadie lo había visto. Como todo tiene su fin, varios años después sus compañeros de parranda encontraron a don Carlos en una de las mesas del pabellón de Anatomía, tal como vino al mundo, desnudo pero pálido, rígido y frío. Quizás como resaca de una fría noche de invierno. No teniendo familiares su destino final era la fosa común, pero ¿ Cómo abandonar a su compañero de parranda? Tras una breve deliberación deciden plagiar su cuerpo eviscerándo y formalinizando su cadáver para embalsamarlo.

 

                De esa manera Carlos Martel podría  seguir acompañándolos, pero no como “convidado de piedra “, sino de carne y hueso  en sus libaciones y comidas, sentado a la cabecera de la mesa del comedor, como antes, con una copa en la mano, accionada por una roldana, alzando su brazo al hacer un brindis al coro unísono de ¡Carlos Martel, salud!. Así también transcurrió el tiempo, pero, también esta aventura tuvo su fín. El último integrante de esta cofradía se lleva la momia a su fundo y lo aloja en una bodega. Al morir, su viuda decide regalar dicha momia al  director del Museo de Historia Natural Humberto Fuenzalida,  quién gustoso le acepta, pues tenía una momia preincaica “la indiecita del Cerro el Plomo” (por las trenzas inicialmente se pensó que era de sexo femenino).

 

                 Más, grande fue su sorpresa al encontrarse con un cadáver embalsamado, insepulto; de momia incaica nada. Por ello, después de muchas cavilaciones, y no pudiendo sepultarle porque  no tenía certificado de defunción, decide dejarle en dependencias del Museo, así, evitaría explicaciones interminables y otros líos judiciales que podrían involucrarle incluso en la participación o encubrimiento de dicho plagio, situaciones difíciles de aceptar por su estado de salud, le deja por tanto transitoriamente al lado de la momia del Cerro el Plomo.

 

                 Visita a comienzos de la década del 90 el Museo el Dr. Echeverry, pero no ve a Carlos Martel  junto a la momia del Cerro el Plomo, por ello piensa que quizás alguien le dio cristiana sepultura para el descanso de su alma errante, aventurera.”

 

                  Al leer el relato, mi primera impresión fue la de no darle crédito al relato del doctor, más, nos señala al final que él da fé de los señalado pues esta historia se la contó directamente su amigo y paciente Humberto Fuenzalida, el Director del Museo de Historia de ese entonces. Por ello decido  ubicar al Dr. Echeverri quién ya está jubilado del Hospital Salvador, y me relata la misma historia, sin otro aspecto que agregar. El paso siguiente es ubicar a Humberto Fuenzalida pero está fallecido. Su hijo, del mismo nombre, me señala que la historia no se la contó su padre sino  su suegro, al preguntarle por el nombre de él, me menciona al doctor Echeverri. Se habia casado con la hija del doctor de su padre.

 

                   Por ello, no habiendo más información que esa, decidimos ir al Museo de Historia Natural, donde se perdían los rastros de Carlos Martel, más, los funcionarios no recordaban haber visto dicha momia, pero sí haber escuchado relatos sobre ella. Que la sacaban en vehículo por Santiago en las correrías nocturnas , que venia de Valparaíso, lugar desde donde llegó en barco proveniente de Europa, que la momia era el cuerpo de un doctor de medicina, etc. Más nadie la recordaba, o casi nadie.

 

                   Con Miguel Soto, académico también de Anatomía, recibimos la información que una momia había sido llevada años antes a la sección de Zoología, pero el encargado no estaba, se encontraba enfermo; tuvimos que esperar cerca de un mes para ubicarle finalmente. Al hacerlo, nos señala que efectivamente la momia había sido llevada a ese lugar por cuanto al no ser momia preincaica, no correspondía dejarle al lado de las otras, y deciden dejarle entonces al lado de unas tortugas gigantes de las islas Galápagos como “ Homo Sapiens ” para así clasificarle de algún modo. Volvimos posteriormente con el fin de analizarla y constatamos su abandono en una vitrina de vidrio, llena de polvo. Se procede a embalarla y solicitamos mediante permiso escrito  traerla a la Facultad de Medicina para su estudio, lugar de donde habría salido hace más de 80 años atrás. Aquí, los primeros estudios señalan que sí habría sido formalinizada, con una incisión suturada a nivel de la yugular derecha y otra en región femoral derecha,  pero no eviscerada. La articulación del miembro superior no está en el hombro derecho sino en su codo, donde es posible evidenciar claramente los pliegues producidos en el brazo al flexionarlo, y, cuando la momia se

puso rígida, apreciar el corte en la cara anterior del codo. El Brazo, momificado en flexión del antebrazo sobre el brazo, con flexión de la muñeca, dejando los dedos flectados también, en oposición al pulgar,  permitiendo claramente el poder sujetar una estructura larga en su mano.

 

            En el Museo de Anatomía,que inauguraremos próximamente en la sede Norte de la Facultad de Medicina, expondremos esta momia a nuestra comunidad universitaria.

 

 

Dr. Julio Cárdenas V.

Académico Anatomía Facultad de Medicina

de la Universidad de Chile