D e s h e c h a R o s a
Extractos del poema que Manuel Rojas le dedicó a su primera
esposa, María Baeza,
tempranamente fallecida.
Tomados
de la Revista Babel, número 14, noviembre de 1940
III
Fuiste mía y fui tuyo "en el oscuro pensamiento de la noche".
Sin reservas, con locura y con ternura,
unidos en la sangre, en el aliento y en la piel
buscamos aquello que nos unía
y que nunca supimos que era.
Las largas noches eran nuestras, y nosotros éramos de la noche,
trabajadores fervientes, entre murmullos
y silencios de reposo y espera,
como mineros que buscaran o como joyeros que pulieran.
La piel fina y caliente de tu cintura,
la áspera piel de mis piernas;
mi boca impaciente y tu boca deseosa de obedecer;
mis manos como hormigas entre tu cuerpo de panal nocturno;
tu espalda que se arqueaba y mis largos y tenaces brazos;
tus duras piernas y mis insistentes rodillas entre ellas;
mi lengua y su apasionado itinerario.
Y tu recato y mi persuasión,
y tu arrullo y mi contenido grito
de hallazgo o de sorpresa:
en la alta noche, creando, latiendo, buscando,
trabajando con su propio material
su gozoso y limpio destino, esmeradamente.
Y de tu vientre
los abejorros brotaban chillando y mamando,
entre mis lágrimas de hombre y tus sonrisas de mujer.
V
Ahora,
desde el fondo de mi ser,
desde donde el aire se transforma en sangre
y desde donde la sangre se transforma en semen;
de más allá aún: desde donde río y desde donde lloro,
desde donde hablo y desde donde enmudezco,
desde donde me detengo y desde donde camino;
de en medio de los oscuros líquidos,
del centro de las blandas médulas,
desde la corriente de las linfas
y desde el bullir de los glóbulos;
desde donde tú puedes vivir en mí
y desde donde yo puedo vivir en tí:
tu recuerdo surge y me lame como una dulce llama,
como una dulce lengua,
¡oh, mujer mía!
VI
Y busco tu rostro y tu cuerpo más allá de la muerte.
Inútilmente. La muerte no me da sino tu boca abierta
y el coágulo de sangre que salió de ella.
¿Eres tú? No lo eres. No te reconozco muerta.
Busco después tu rostro y tu cuerpo
antes de que la muerte te entreabriera la boca.
Inútilmente también. Imágenes dispersas acuden:
las manos con blandos hoyuelos,
la piel clara de los muslos,
el vello dorado del pubis,
los ojos de íntimo reflejo verde,
el vientre de niña que mi amor marchitó
y que yo amaba por sus estrías:
expresión de mi hombría y de tu feminidad.
Imágenes táctiles, olfativas, de sabor:
mi mano siente a veces el calor de tu cuerpo,
mi lengua el sabor de la tuya,
mi nariz tu olor nocturno.
Repartida a lo largo de mis recuerdos y mis sentidos,
estás en todas partes y no estás en ninguna. |