M A N U E L   M A G A L L A N E S   M O U R E   ( 1 8 7 8 - 1 9 2 4 ).

E l   s e r e n o   á c r a t a   d e   l a s   t a r d e s

                              o t o ñ a l e s   d e   S a n   B e r n a r d o .


p o r   E u g e n i o   B a s t í a s   C a n t u a r i a s

 

 

 

 

Eugenio Bastías Cantuarias es Diplomado en Gestión Cultural, músico, escritor y miembro de la Sección Folclore dependiente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

 


 

 

 

Lo conocí, por cierto, en verso, no en persona. También anduve explorando su muy cercana relación con la rebelde Gabriela a través de su intenso carteo, que dio para una edición en libro, no hace mucho. El carteo dio cuerda, además, a los embrollones y casamenteros de oficio para especular con un sublimado romance con la maestra de Elqui. Ellos se encontraron en Santiago, el uno nacido en La Serena, tierra rojiblanca de claveles y campanarios, la otra, de valle adentro, rugoso de cerros ocres y arbustos inhóspitos. La rebelde y magnífica Gabriela, escondida en la última fila de un teatro santiaguino, escuchó su nombre como el de la ganadora de los Juegos Florales de 1914, con sus "Sonetos de la Muerte", certamen donde Manuel Magallanes fue jurado.

Siempre me ha intrigado su rostro barbado, sereno, cuasi sonriente de monje ortodoxo ruso. Supe de su casa, que logré identificar y admirar hace una década y media, aún en pie en una serena calle, como el rostro al que aludimos, de la dulce y bucólica ciudad de San Bernardo. Manuel Magallanes Moure y su poesía, Manuel Magallanes Moure y su rostro; ambos son una sola esencia soldada indestructiblemente a la tierra sambernardina, donde sentó sus reales este hombre tan ácrata como manso, tan soñador como interesado activamente en las cosas de sus días. Construyó su hogar y en torno a él convocó a gran parte de la intelectualidad y los artistas del primer cuarto del siglo XX, atrayendo a todos aquellos que osaban bajar de los trenes que paraban en la estación del pueblo, o, mejor, a los que llegaron a vivir a ese pago, como Augusto D’Halmar, Ángel Cruchaga Santa María, Samuel Lillo y Fernando Santiván (todos ellos alcanzaron el Premio Nacional de Literatura). Otros también toparon con Magallanes en su vecindario, sólo por nombrar a algunos, como Federico Gana, Tomás Gatica Martínez, Januario Espinoza y Romeo Murga, el compañero inseparable de aquella ríspida bohemia de un joven Neruda.

 

 

 

El gran escritor D’Halmar topó con nuestro personaje y gozó de sus dotes personales. Supo de su compromiso con las ideas libertarias que se esparcían por el mundo en aquellos primeros años del siglo XX, merced a la potencia seminal del Conde León Tolstoy. Bajo este regio dosel de ideas, surge la mítica Colonia Tolstoyana. Protagonizaron esta singular hermandad los pintores Julio Ortiz de Zárate y Pablo Burchard, el boxeador y escritor Fernando Santiván y el propio Augusto D’Halmar, entre otros nombres velados tras la sombra. El núcleo de esta despampanante promoción, autodefinida como de trabajadores intelectuales-manuales, fue la más atrayente de las iniciativas de superación artística de nuestra historia, el Grupo de Los Diez, cuya cabeza prominente fue el poeta-arquitecto Pedro Prado.

D’Halmar, llamado "El Hermano Errante" por sus hermanos de Los Diez, nos dejó un testimonio del papel jugado por Magallanes en aquellas jornadas de luces esplendentes e infinito entusiasmo por la hermandad de los seres humanos. Venían los tolstoyanos derrotados de su dura experiencia en un gran predio cercano a Villarrica, llegando a parar sus huesos al acogedor oasis de San Bernardo, y a recibir el cálido abrazo del hermano Magallanes. Recuerda D’Halmar: "Habían desertado por inhóspita de la Tierra Prometida y Otorgada, y se acogían a la hospitalidad urbana del camarada Magallanes Moure, quien les brindó en San Bernardo techo, cediéndoles una casita en la Alameda Colón, que ellos bautizaron con el nombre argelino y equívoco de La Kashbah, y, para cultivo, les facilitó dos caballos, uno manso y otro chúcaro, y un predio en la calle San José, a orillas del canal del Molino".

La Kashbah suena a Ciudad de Los Césares, a paisaje humano-divino lleno de placeres y riquezas. "¡Te llevagué conmigo al Kashbah!", recuerdo que prometía, con acento gabacho, un famoso comediante gringo en unas viejas películas de mi infancia.

 

 

 

Pero bajemos del mito placentero a los sueños de aquel serenense por nacimiento y sambernardino por arraigo. Su talento pasó de largo por la poesía, se afincó también en los cuentos, la dramaturgia, el periodismo, la crítica de arte y hasta la pintura. Dijimos que fue el pivote de inolvidables jornadas y atractivo punto de tertulia para muchos artistas y creadores. Tampoco dejó de ser Secretario Municipal, fundador del Ateneo de San Bernardo, estuvo en la Liga Protectora de Estudiantes, fue Presidente del Centro Cultural Victoria (nombre este último que tenía el Departamento –antigua denominación administrativa chilena- del cual era capital la ciudad de San Bernardo), hasta llegó a ocupar el cargo de Secretario del Club de Tiro al Blanco de San Bernardo, aunque no mostrara mayor entusiasmo por ese deporte. Yo estoy en esto con el poeta, porque preferiría tirar al blanco y también al tinto.

Se piensa que la fuente de su carácter melancólico, su pasión mesurada por el amor la heredó de su padre, muerto cuando Manuel era muy niño, quien dejó algunos poemas como ruta a seguir para su hijo. Su madre legó al poeta el gusto por las violetas y su carácter soñador, que obligará al hijo a ir tras un ideal que no se alcanza jamás. Ambos progenitores aportaron dos vertientes étnicas: el padre, lo galaico; su madre, lo portugués. Mas, se afirma que lo lusitano proporcionó al vate una exquisita sensibilidad y amor por el mar, proveniente de generaciones de navegantes. Así, Europa supo de sus largas temporadas transitando sus caminos y navegando sus mares.

Su soledad sólo la sazona con su pluma, papel y pinceles. Pinta y escribe y envía cartas a su amiga Gabriela desde la paz de "El Melocotón", en el Cajón del Maipo o en las proximidades de Cartagena. El romanticismo y la melancolía, que provocan una profunda impronta de evasión, son la espina dorsal de su trabajo, de forma que se le acusó de poco comprometido. Todo un Carlos Pezoa Véliz criticó su poesía de esta forma: "Si el poeta habla del agua con la misma voz del agua, hable también de los sedientos". Vivió en pleno auge del Modernismo, pero no se ciñó estrictamente a ese canon, así como se enfrentó al Criollismo y al Naturalismo del 900. Hace una poesía que responde a su más íntimo anhelo, no se involucra con la protesta social, ni sus versos son gritos destemplados de los que sufren. Mesurado, sublimado, emana de él un dolor apagado, a media luz. Tal vez respondería muy bien al símil con el compadrito del tango argentino, que sufre sin llorar y que llora cantando.

 

 

 

 

 

No obstante sus experiencias lacerantes con el amor, logró caer en las suaves garras de una sambernardina, en la que logró descendencia a través de una única hija. Un buen balance de su existencia se puede ver en las siguientes frases de un gran crítico nacional: "Vivió en una acendrada vida interior, ajeno a las envidias y comentarios de los círculos, en un plácido alejamiento, contando con suavísimos tonos las cosas del espíritu".

Dejó de navegar en las aguas de la poesía un día de enero de 1924, abrazado por su tierra sambernardina.

 


 

Mañana de Abril (fragmento)

 

En el fondo azul del cielo

Vaporosas nubes blancas;

El sol ya no quema, es tibio

Como el beso de una pálida.

 

Caen las hojas fingiendo

Mariposas desmayadas

Y sólo cuelgan despojos

De nidos, entre las ramas.

 

Los pájaros tienen frío

Y sobre las viejas tapias

Al sol esponjan las plumas…

Y se estremecen sus alas.

 

 

 

Marina

Tiembla el agua, se infla lentamente

Y sube, contenida y silenciosa,

Como si el seno de la mar hinchara

Formidable suspiro…

 

Surge la ola

Y dando tumbos, con furor salvaje,

Se precipita entre las verdes rocas

Y revienta en hirviente y blanca espuma

Que los peñascos húmedos azota,

Circulando por quiebras y hendiduras

Con rumor de hervidero.

 

Lacias flotan

Sobre la blanca espuma alborotada

Las algas, como largas y abundosas

Cabelleras de náyades dormidas

Bajo el velo movible de las ondas…

 

La espuma se deshace, el agua corre

A formar nuevos tumbos, nuevas olas,

Y quedan los peñascos verdinegros

Tapizados de líquenes y conchas.

 

Breve silencio. Rumorean sólo

Las cristalinas y risueñas notas

Que producen las aguas al vaciarse

De las concavidades de las rocas,

Hasta que rompen la armoniosa calma

El discorde graznar de las gaviotas

Y el retumbo pesado y cavernoso

De otra ola colosal que se desploma.

 


Bibliografía

 

Círculo Literario Carlos Mondaca. "Homenaje a Manuel Magallanes Moure". Revista de Artes y Letras Clímax Nº 7. La Serena, julio de 1962.

D’Halmar, Augusto. Recuerdos olvidados. Santiago: Nascimento, 1975.

Magallanes Moure, Manuel. Sus mejores poemas. Selección de Pedro Prado. Santiago: Nascimento, 1926. Para leerme, pincha aquí.