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M A N D R Á
G O R A O C T O G E N A R I A
p o r Ó s c a r O r t i z V
á s q u e z
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Óscar Ortiz Vásquez es
académico, historiador, escritor y editor de libros. Durante
mucho tiempo trabajó de manera muy cercana con el dirigente
sindical Clotario Blest. Este escrito pertenece al libro
"Breve introducción a la literatura chilena", aún inédito, cuyos
capítulos son entregados en formato cartonero por Editorial
Taller Colectivo Anartistas.
En un clima de Frente Popular
(pan, techo y abrigo) cuyo abanderado era Pedro Aguirre Cerda,
sumado de solidaridad con la naciente República española que
atravesaba la cruenta Guerra Civil. En medio de la hegemonía
del nacionalismo chileno y de un criollismo literario, encarnado
en la bisoña Generación Literaria del 38, una nueva propuesta
estética marcó una escisión.
Ubicado en las antípodas del
realismo social, tres jóvenes que apenas llegaban a los veinte
años (ex alumnos del Liceo de Hombres de Talca) y origen social
mesocrático, deciden adherirse al surrealismo impulsado desde
Francia por André Breton. Son: Braulio Arenas (1914-1988),
Teófilo Cid (1914-1964) y Enrique Gómez Correa (1915-1995).
Aspiraban a que el espíritu estuviera en una permanente rebelión
y afirmaban el derecho a creer en la utopía. Su estreno público
fue el 12 de julio de 1938, en la Universidad de Chile, momento
en el cual expresaron sus textos y poesías.
Escogieron su nombre por el
prestigio poético y mágico de la planta Mandrágora, que con su
raíz gruesa de apariencia antropomórfica, sus hojas grandes y su
fruto de olor fétido, se inscribe en una estirpe de
supersticiones y creencias que se arrastran desde el Génesis
(las olorosas que se mencionan en el Cantar de los Cantares de
la Biblia), la que crece al pie de los patíbulos del Medioevo,
la que provoca efectos alucinógenos y letárgicos en Cleopatra y
Antonio. La planta que puede producir la muerte cuando se
arranca, pero que también permite as quien la posea, acceder al
poder y al conocimiento.
Por tanto, el bautizarse así
implicaba asumir un rótulo misterioso y fantástico, pero también
hacerse cargo de un enorme desafío. Poéticamente, la Mandrágora
representa a la Poesía Negra, cuyo estado se transmite tanto en
poemas como en actos revolucionarios. Haciendo suyas las
manifestaciones del humor negro y del surrealismo. Reconociendo
en Chile la apertura a estos senderos en Vicente Huidobro,
señalando en la revista número cuatro “Él ha sido quien ha
liberado a la poesía de nuestro idioma de la bajeza, de la
retórica y de la prisión. Y la ha puesto en su rol de
perfeccionamiento y de pureza activa”. Como maestros
reconocían a Dante, Bandello, Marlowe, Lewis, Young, Von Armin,
Mallarmé, Rimbaud, Lautremont, Breton; Péret, Apollinaire, entre
otros grandes. Y si bien, no está mencionado por el grupo como
una influencia, es a mi juicio, importante al menos destacar la
existencia anterior de otras publicaciones experimentales,
rupturistas y genuinas en este país, estas son: “Agú” y “Cartél
Runrúnico”, entre otras, pues no olvidemos que la década del
veinte es rica en ediciones de revistas y hojas poéticas,
algunas con notable sello dadaísta.
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Collages de Ludwig Zeller para el libro "Mother darkness" de Enrique
Gómez-Correa
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Como una manera de interiorizar
al lector del devenir literario de este original grupo, revisé la
principal fuente primaria existente en la Biblioteca Nacional: las
mismas revistas Mandrágora. Se publicaron números irregulares desde
diciembre de 1938 y hasta 1943. Usualmente es una revista “mal
diagramada” con formato no convencional.
La primera publicación se
tituló “Poesía, filosofía, pintura, ciencia y documentos”. Se trata,
sin embargo, de una revista poética. Los autores de los artículos son
los miembros del comité directivo, que edita tal órgano de expresión:
Arenas, Cid y Gómez Correa. Desde el punto de vista del contenido, está
ordenado en tres áreas: declaración de principios o manifiestos, luego
poemas y reseñas de libros, hay trabajos de Rimbaud, Jarry, Breton,
Éluard, entre otros extranjeros, mientras que de nacionales destacaron a
Jorge Cáceres, Gonzalo Rojas, Mario Urzúa, Fernando Onfray y Vicente
Huidobro. Las reseñas las efectuó casi siempre Braulio Arenas. El otro
tercio de la revista llevaba visiones críticas y polémicas de distintos
temas.
En esa época tres grandes
autores consagrados destacaban en Chile, Vicente Huidobro, quien
a pesar de ser reconocido como una inspiración, en la última publicación
de la revista, es señalado por Gómez Correa como alguien que “Intenta
en vano resolver puramente problemas estéticos de una manera simplista…a
pretexto de avanzar hacia el infinito se aparta de los problemas más
candentes de la moral y de la época”. Pablo de Rokha con
quien mantuvieron amistad, aún cuando también en la revista número 7 se
le indica como “Empecinado en identificarse con el alma del campesino
chileno y sólo ha conseguido una falsificación risible”. Pero, sin
duda, fue el tercero, el otro Pablo con quien encarnaron la protesta y
alarma…
Desde el primer impreso queda
claro su carácter de espadachines contra algunas figuras del Olimpo
local. El primer sableado fue Neruda, al que definieron como
“Cierto pez opaco que vive sembrando el odio y la calumnia”. De un
personaje que tiene “alma y cuerpo de bacalao” y cuya
especialidad es “lamer los pies y aferrarse a la solapa de
personajillos que suben o se asoman al balcón para así poder escalar”.
Le imputan ser falso y hablan de sus “plagiados veinte poemas de
Tagore”. También emprenden contra la Alianza de Intelectuales de
Chile, organización de lucha antifascista, vinculada al Frente Popular y
a la solidaridad con la República española. La describen como “un
revoltijo de tontos, de incultos, de soplones de policías, de
intrigadores, de carteristas, una organización que no tiene más programa
que hacer propaganda a cierto bacalao que la preside”. El once de
julio de 1940 en el auditorio de la Casa Central de la Universidad de
Chile, durante un homenaje a Pablo Neruda, que se le rendía por su
designación de Cónsul de Chile en México. Estos “tres mosqueteros”
demandaron cuentas a Neruda del resultado de la colecta a favor de los
niños españoles, en su calidad de Presidente de la Alianza de
Intelectuales de Chile. Braulio Arenas arrebató de las manos de Pablo
el discurso que leía y lo lanzó por los aires, dando origen a una gran
batahola entre los asistentes, por lo que se suspendió el acto. En el
número cuatro de la revista Mandrágora los protagonistas narran lo
sucedido.
En las revistas informan
igualmente que “la Alianza de Intelectuales ha enviado a España a
Juvencio Valle, uno de los más representativos intelectuales, es decir,
un señor perfectamente cretino, mediocre como escritor y como hombre”.
“Sepan los soldados del glorioso Ejército español –escribe Braulio
Arenas- que Valle no expresa a los intelectuales chilenos, puesto que
es un señor que en su vida no ha hecho otra cosa que darse vueltas
siguiendo la huella de su propia baba”. Alejándose de esta
escritura denostativa, al examinar los manifiestos insertos en su
protot0abloide, se percibe una estética que rescata la idea surrealista y
una poesía al borde del abismo que trabaja en las zonas más profundas y
misteriosas del yo interior: el sueño, el inconsciente, la locura, lo
cabalístico de las regiones más inhóspitas de lo desconocido. Una
escritura más allá del bien y del mal. Una poesía negra. |
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Collages de Ludwig Zeller para el libro "Mother darkness" de Enrique
Gómez-Correa
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Poesía no es sólo escribir, es
una actividad vital, es cerrar los ojos a la realidad boba y mediocre,
mostrando para vivir ese estado de pánico, volcado hacia el precipicio
de un yo interior oscuro, asediado por el misterio del placer y del
terror. Es en la zona del terror cósmico, donde los instintos cortan
todos los puentes y donde el lenguaje lírico es desde la poesía, donde
debe buscar sus raíces y dar testimonio de su existencia. Abogaban que
el poeta debe incendiar el cielo para poder llegar a decir: “la
historia de la poesía negra es la historia de mi vida”.
El tenor de los manifiestos no
pretende ser sistemático: son textos individuales en algunos números de
la revista Mandrágora, donde hay un cueteo de ideas: uno por cada uno de
los miembros del grupo, pero no en común; en suma los Mandrágora, como
libertad profunda son predominantemente personales e irrepetibles. Fue
en lo fundamental una publicación vanguardista, eminentemente estética,
más que política contingente, a diferencia de las revistas que dirigía
en esos tiempos Vicente Huidobro.
Otras actividades que
desarrollaron fueron recitales públicos, collages, dibujos y
exposiciones pictográficas. Formaron su propia editorial donde impulsan
el libro objeto como valor cultural, que reúne textos, dibujos, collages
en un tiraje generalmente de no más de cincuenta ejemplares.
Mandrágora recibió a varios
jóvenes a quienes les fascinaba el peculiar surrealismo nacional. Entre
ellos Cáceres, Zeller y Onfray.
Jorge Cáceres (1923-1949) “El delfín” fue un surrealista
con una poesía de grandes imágenes y de versos luminosos. Además de
poeta era artista plástico, escultor y bailaría del Ballet Nacional
Chileno, fue uno de los fundadores del Club de Jazz de Santiago. Expuso
en París en 1948, en la Galería Bard. Sólo publicó cuatro libros de
poesía y por ser ediciones de no más de doscientos ejemplares, su obra
es hoy casi desconocida, sin embargo, el investigador Luis Mussy ha
logrado recopilar y adentrarse profundamente en su obra. Según Enrique
Gómez Correa, la llegada de Cáceres fue un deslumbramiento, con un
instinto pocas veces visto durante la historia de la poesía chilena. En
circunstancias poco claras, fue encontrado muerto en la tina de su baño,
en tiempos donde su talento tenía sin duda mucho aún por efervescer.
Fernando Onfray a pesar de sólo permanecer tres años con
Mandrágora y publicar dos libros con pinturas y collages de Braulio
Arenas, no olvidó este referente: “Yo era muy solitario, nunca quise
perder mi independencia, reconozco la deuda que tengo con ellos pues me
abrieron las puertas de un mundo muy interesante. Así pude salir de un
orbe cerrado a las grandes corrientes de Europa”. Stefan Baciu, en
su libro Antología de la Poesía Surrealista Latinoamericana, en el
capítulo dedicado a Chile, cita en varias oportunidades a Onfray como
partícipe esencial de este grupo.
En el intertanto, a mediados de
la década del cuarenta, la fallida Internacional de los surrealistas,
con sede en París y coordinada por el galo Breton, integraba a sus filas
a los poetas chilenos. Permanentemente Braulio Arenas le escribía al
francés donde le informaba lo realizado y sus proyectos. Gradualmente
–a pesar de la adversidad existente en Chile contra ellos por buena
parte del mundo de la cultura, por ser antinerudianos- iban ganando
espacios públicos y prosélitos.
Sin embargo, Teófilo Cid, uno
de los vértices del triángulo surrealista, decide “vivr la poesía”
alejándose del grupo, transformándose así en el máster de la noche o
dandy de la miseria, que alimentaba de fuego las conversaciones
madrugadoras de Il Bosco y bares en los años cincuenta. Dejó además los
versos para incursionar en otros géneros literarios, el periodismo
esencialmente. En septiembre de 1949 los otros dos integrantes
anuncian mediante comunicado público la disolución de la entidad. Esta
situación facilita en ese momento al núcleo duro nerudiano existente en
la poesía chilena entre los años 1935 a 1973, a que cualquier otra forma
poética sea ignorada. Eso explica el mutismo literario que padeció esta
corriente estética. Recién en octubre de 1957 fue publicado el primer
libro clave de este movimiento “El AGC de la Mandrágora”, estas
tres letras del título no son otra cosa que las iniciales de Arenas,
Gómez y Cáceres, donde se da a conocer los pensamientos y poemas de
ellos. Ese mismo año “Antología Crítica de la Nueva Poesía Chilena”
de Jorge Elliot aborda a Mandrágora objetivamente: “Es justo, sin
embargo, reconocer que los poetas chilenos que aceptaron los postulados
de la escuela surrealista se distinguen por su seriedad ante los
problemas que plantean.
La poesía de Arenas, Cáceres, Cid y Gómez Correa, contiene siempre
elementos que germinan con mucho vigor en nuestra imaginación”.
En 1970, Enrique Lihn en la revista Nueva Atenea escribió: “Nuestro
surrealismo chileno duplicó, pero a la manera de una sombra, el
hermetismo de aquel (el europeo)”. |
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Collages de Ludwig Zeller para el libro "Mother darkness" de Enrique
Gómez-Correa
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Ludwig Zeller que fue curador de la Sala de Exposiciones
del Ministerio de Educación en Chile por más de veinte años, librero,
poeta, artista y discípulo de los Mandrágora, se ha encargado a través
de su editorial Oásis (Canadá y México) de difundir la obra del grupo.
En 1979 editó material desconocido de Jorge Cáceres. Ha exhibido un
sinnúmero de pinturas surrealistas basado en la poética de Mandrágora,
obteniendo varios galardones por su trabajo. De este artista tengo la
añoranza de su Centro de Cultura y Editorial “La Casa de la Luna”,
fundada en compañía de su mujer, la artista visual húngara, Susana Wald,
ubicado en pleno barrio Lastarria el año 1968. Su funcionamiento sólo
duró seis meses, pues cierta prensa lo estigmatizó como punto de
encuentro de drogadictos.
Durante la última década del
siglo veinte patrocinado por Zeller, emerge un pequeño conglomerado de
jóvenes de menos de 30 años aglutinados como el Grupo Derrame,
inspirados en Mandrágora, irrumpiendo como una expresión del
surrealismo, su ámbito de acción cubrió literatura, performance, teatro,
pintura, música y publicaciones.
Como evaluación final, creo que
los mandragoristas propiciaron una estética contestataria a las ideas
predominantes de la época. Fue una energía cultural discutible para
algunos y estimulante para otros, pero que contribuyó sin duda a
vitalizar la poesía chilena en la vanguardia nacional. Esa tradición
fue inaugurada con Vicente Huidobro, en la primera década del siglo 20
continuada con un hálito diferente por Mandrágora y más tarde en una
nueva inflexión con Nicanor Parra y su antipoesía.
¿Y qué ocurrió con el trío que
dio vida a Mandrágora?
Enrique Gómez Correa fue
abogado y diplomático de corbata y colleras, durante el día, pero
manteniendo encendida la vela nocturna del surrealismo hasta su muerte
en 1995. Su última obra, Las cosas al parecer perdidas (1994)
atesoró plenamente la arquitectura literaria de los poemarios de su
juventud.
Teófilo Cid, continuó su
cercanía a Huidobro, se dedicó a escribir cuentos, novelas, ensayos y
críticas literarias, estuvo encargado de la página de cultura del diario
La Nación y de las revista Vea y Ercilla. Realizó también guiones de
cine y una obra de teatro, Alicia ya no sueña, por la que fue
galardonado el año 61 con el Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral.
Murió en 1964, alcoholizado, teniendo en las bancas de las plazas,
muchas noches, su morada nocturna.
Braulio Arenas, una vez
terminada la revista Mandrágora, realizó dos publicaciones más bajo el
nombre de Leit Motiv. Recibió el Premio Nacional de Literatura el año
1984, con una vasta producción literaria donde destacan notoriamente sus
novelas, siendo Los esclavos de sus pasiones, señalada como una
obra maestra desconocida de la literatura. Murió en 1988 componiendo
versos al dictador Pinochet y a sus soldados. Compuso Chile eres tú,
himno de la Junta Militar. |
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