L O S   H I J O S   D E   L O S   H O M B R E S

D E   R U B É N   S I L V A

 


E L   D E S C A L A B R O

D E   L A   M O R A L

p o r   L o b o   V i k e r n e s


 

 

 

 

 

Así como Ariadna, Hija de Minos, le enseñó a Teseo el sencillo truco de ir desenrollando un hilo mientras avanzaba por el laberinto con la finalidad de poder salir de él una vez hubiera matado al Minotauro, es necesario construir el propio ardid, la propia estrategia, para poder entrar y salir de la confusión que se nos presenta en Los Hijos de los Hombres.  Un libro de cuentos, quizá, una novela, tal vez.  Eso no interesa.  Lo que importa es el cruce de voces, el diálogo, la polifonía que se va tejiendo a medida que el lector avanza por los caminos que propone el autor.  La tarea es ardua, puede no tener sentido.  La paciencia para con cierto tipo de literatura se demostraría al intentar sumergirse en un texto que invita al caos, al desorden, a la totalidad de la experiencia de la muerte, el desquicio y la locura.  Aquí no interesan los nombres, los espacios, tampoco el tiempo.  Interesa sólo la práctica conmovedora de la brutalidad, el sinsentido de la moral humana, la tortura como forma de auto-perversión.  En este libro no hay Dios, hay infierno; no hay cielo, hay un león que acecha a sus presas.  El texto propone al hombre contemporáneo como un ser que no se escapa de la bestialidad, que su cultura actual es sólo una herramienta para aplacar su maldad, para sobrellevar, de mejor manera, la maldición de ser una creación impulsiva e irracional.  La tecnología, material e inmaterial, no transforma al hombre, sólo lo oculta, sólo esconde a un ser caído, a un ser condenado a la muerte.  Después de hacer un trabajo de ficción y quitar toda la cultura y la tecnología del corazón humano, no queda nada más que Caín matando a Abel, no queda más que el asesinato, físico, discursivo, mediático, de una raza que se aniquila sin piedad y sin un por qué.  Sin embargo, el amor, el humor y la nostalgia, no tienen por qué excluirse del teatro de la maldad, no tienen por qué escapar a las páginas de un libro.  Porque todo se ha trastocado, todo se ha enfermado después de un pequeño acto de soberbia en el inicio de los tiempos.  Todo puede contarse dentro de los límites del bien y el mal.  Entre conversaciones, recuerdos y música, se pretende inaugurar un nuevo estado de conciencia del daño y la miseria.  Enmarcado en una línea que va desde Thomas Pynchon a Foster Wallace, de Isidore Lucien Ducasse a Bruno Vidal, y por qué no, desde Human Condition de Mortification a Demented Aggression de Cannibal Corpse, Los Hijos de los Hombres intenta dejar en evidencia la poesía y el sinsentido que hay en la creación humana.  De ahí la importancia del salmo que es epígrafe de este libro: recuerda cuán breve es mi vida; ¡con qué propósito vano has creado a todos los hijos de los hombres!

 

 

 


 

 

 

 


 

1

 

Por la ventana sucia y mojada

que en uno de sus vidrios tiene una mosca que camina

sin dirección alguna por el cristal es posible ver entrando en

la pieza

a dos hombres que llevan entre ambos a un tercero algo

moribundo algo golpeado

que es echado sin delicadeza encima de una cama de

metal y una vez ahí son amarradas sus extremidades

a los cuatro ángulos de la cama con alambres de púa y

acero para que no se mueva y

se quede quieto para el sufrimiento y el castigo por

consiguiente después de estar bien sujeto

y con los ojos tapados y la boca atada con un trapo mal

oliente

este hombre más bien un chico hecho un bulto

es sometido al acto por medio del cual

(sin antes quitarle los zapatos la chaqueta y la camisa los

pantalones los bóxer y los calcetines haberle echado agua

fría en el cuerpo después de conectarle en la sien en las tetillas

en los dedos en el pene y en el ano los electrodos

correspondientes)

la electricidad viaja a través de los huesos de los músculos

de las venas de las arterias de los órganos de los pelos

y estremece el cuerpo y lo agita

y lo sacude

y esta convulsión que se ha producido en una frecuencia

y ritmo determinado

por simple azar o mal gusto

se entrelaza con un motete de Carlo Gesualdo que suena

en el lugar

y que deja relucir la disonancia

que en el mil quinientos estaba prohibida

por los hijos del Papa que apurados por encerrar a Dios

en una polifonía cristalina y piadosa

consiguieron satanizar el sonido destemplado y

ensordecedor y con ello someter a la mitad de la humanidad

a la divinidad

 


 

 

 

 


 

pero a los interrogadores la disonancia no les molesta al

contrario les causa emoción y placer

porque al igual que muchos otros estos hombres

nunca se han convencido de la teología el dogma y la

espiritualidad musical

la disonancia juzga uno de los interrogadores

en tanto vuelve a presionar el interruptor contribuye a

que la electricidad

se expanda y abarque todos los recovecos del cuerpo

mientras su compañero que fuma mira con ansiedad la cara

contraída

del chico que aún no ha dicho palabra

que aún no ha dado la pista que ellos buscan porque sea

preciso mencionar ninguno de los interrogadores le ha

preguntado nada porque aún no quieren o prefieren

seguir escuchando el sonido chillón

de las descargas eléctricas en la cama metálica

que no habían escuchado antes pero uno de los

interrogadores ha decidido

que es suficiente y le quita la venda de los ojos y desata el

trapo mal oliente y lo retira

de la boca del chico que lo mira con cara de perro herido

tratando de decir basta pero el interrogador que en esos

segundos de meta-comunicación

se mete el dedo en la nariz

sacando un grotesco moco verde con negro que pega en

la pared

le pide que le diga dónde está su amigo

lo que el chico al borde del llanto contesta que no sabe

de lo que hablan

que no sabe a qué amigo se refieren

pero el interrogador no lo escucha y toma un palo de

escoba y le da dos golpes

en el rostro que de inmediato

empieza a sangrar a la altura del pómulo y los labios

y mientras aquel interrogador le sigue preguntando el

otro bárbaro aburrido de mirar la escena

comienza a prepararse un café y unas galletas con

mermelada que una vez devoradas

le provocan retorcijones en la guata y ganas de cagar.