L A S V Í B O R A S E N E L P A R A Í S O A N T I P A R R I A N O L a e n t r e v i s t a k a f k i a n a p o r R o l a n d o G a b r i e l l i algunas fotografías pertenecen al documental "Retrato de un antipoeta" de Víctor Jiménez Atkin |
Rolando Gabrielli nació en Santiago de Chile. Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional durante una década, editor de una publicación científico-técnica y económica, con circulación en 56 países, columnista de la revista alemana D+C (1979-89). Escribió para varios periódicos panameños como Analista Internacional y trabajó en el programa de la Unión Europea-PNUD, Tips On Line. Asesor en estrategias empresariales, editor de Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing. Ha publicado dos libros de Poesía en Colombia: "Entre paréntesis, amor" y "Los Poetas de Chile".
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La nubosidad gris
sobre Santiago a medida que la tarde se recostaba sobre mi viejo reloj
Tissot, presagiaba unas lluvias memorables, de esas que sobrepasan los
paraguas, nos humedecen las entrañas, en los días fríos invernales, que
parecen interminables ataúdes grises flotando en el aire. Pero la misión
periodística era ineludible: entrevistar al antipoeta en su casa de La
Reina, en las faldas de la Cordillera de los Andes, uno de los baluartes
naturales de los chilenos, escogido por Nicanor Parra como un refugio
personal frente a la omnipresente poesía de la Cordillera de la Costa.
Me subí al micro como
un fantasma londinense, un domingo, poco después de las 2:30 de la
tarde, a esa hora en que las calles están desoladas y viven el feroz
Largo viaje hacia las faldas de la cordillera, quizás un poco menos lento, por lo despejado de las avenidas dominicales, iba yo pensando en la antipoesía del antipoeta en este antimomento de la historia chilena, cuando el calendario marcaba el principio de los setenta, ya convulsionado y que ardería de punta a punta, como la milonga borgeana.
Ya Parra gozaba de las mieles del éxito y la controversia, e intentaba bajar del Olimpo al joven Neftalí Reyes Basoalto, empujando aun más al precipicio a Pablo De Rokha y codo a codo en la pelea con Gonzalo Rojas, quien le dedicaría unos versos lapidarios:
"Antiparreando, remolineando que Kafka sí, que Kafka no, buena la cosa roba-robando se va Cervantes entro yo. Publiquen grande lo que escribo que se oiga en USA y en Moscú Sabes que más, Rimbaud: ni tú. Me arrastro, claro, pero arribo". |
Parra, un nuevo
vértigo.
Tinta y sangre de la polémica chilena, esos versos no los he visto en ningún libro de Gonzalo Rojas, pero se dijeron en su momento y difundieron en la revista Punto Final.
En su poema
"Manifiesto", Parra fija posiciones y dice que esa es su última palabra:
los poetas bajaron del Olimpo y agrega que la poesía es un artículo de
primera necesidad. Condena a tres de los cuatro grandes, sólo se le
escapa la Mistral. Sí, condenaba la poesía del pequeño dios (Huidobro),
de la vaca sagrada (Neruda) y la del toro furioso (De Rokha).
Años más tarde, este
huaso chillañejo, que se le escapó a Lucifer cuando le echaba más leños
al fuego infernal de la antipoesía, diría sobre Neruda, a Jorge Teillier,
en una entrevista para Árbol de Letras: "Admiración y respeto religioso
por el hombre y por su obra".
Reconocería que De
Rokha es uno de los cuatro grandes de la poesía chilena del siglo XX. Y
en un homenaje a Huidobro en su centenario, lo calificaría como su
maestro. El troesma, como Teillier le llamaba a Gardel. Pero volvería a
arremeter contra Neruda y De Rokha. "Qué sería de la poesía chilena sin
este duende", se pregunta Parra, y responde: "todos estaríamos
escribiendo sonetos, odas elementales o gemidos". Vuelve a poner sus
picas en Flandes y le toca también a la Mistral. Nadie está vivo para
contestar, ni el homenajeado, de quien Parra confiesa: "prácticamente lo
aprendí todo de Huidobro. Gracias", agradece, el discípulo tardío. Kafka,
había dicho Parra en su oportunidad, es "mi maestro absoluto". Cuando llega Parra, debemos señalar, y reconocer, que la compleja, variada y personalísima poesía chilena, ya estaba instalada en el siglo XX y la cancha trazada con líneas gruesas. |
Un sacristán que tañe a rebato.
El crítico Jaime
Concha da cuenta de algunas cosas al respecto y se hace una pregunta
interesante en 1973, al inicio de su ensayo Poesía chilena: ¿qué
significa que un pueblo pobre y subdesarrollado como Chile pueda darse
el lujo de tener poetas? Concha recurre a la historia, y nos dice que
por Homero, el autor de La Ilíada y La Odisea, sabemos de los griegos,
de su existencia guerrera, de sus pasiones y sus crímenes. Todo eso nos
cantó el aeda ciego a través de la palabra, lo que sigue haciendo el
poeta. Concha agrega más adelante en su ensayo que la poesía
chilena tiene algo de nuestra Cordillera de los Andes. Hay grandes
cumbres, volcanes formándose o en erupción, lagos y ensenadas, ríos e
hilillos de aguas cristalinas. Además en su perfil geográfico y poético,
explica, se debe señalar la existencia de un conjunto de anillos o de
vértebras que van forjando el relieve de este paisaje poético. "Es un
perfil colectivo, en que hebra a hebra, gota a gota, grano a grano, se
va construyendo un gran volumen material que constituye el canto, el
lenguaje de todo un pueblo". Concha apunta directo sobre Parra,
Cancionero sin nombre, subraya, una obra que posee una singular
coherencia poética. Su poesía, acota el crítico, "se potencia y se
electriza con sustancias
Parra ha tenido
tiempo para hacer su obra gruesa y substantiva y ponerse a paz y salvo
con los "monstruos" de la poesía chilena, a los cuales miró de reojo y
con los que tuvo sus pequeños rounds en la vida real, con excepción de
Huidobro que nos abandonó antes de que Nicanor se subiera a su propia
montaña rusa.
La idea de un nuevo
vértigo le hizo poner en marcha la empresa de la antipoesía. El físico
montaría a la poesía en su propia máquina voladora, su objetivo sería la
tierra —el primer, segundo y tercer piso—, el sótano de la psiquis
humana, y con la obsesión del sacristán, cuando tañe a rebato las ciegas
campanas de la aldea, comenzaría a repicar, con autoridad vaticana.
Viva la Cordillera de los Andes.
"Viva la Cordillera
de los Andes, Muera la cordillera de la Costa, eran las ganas que tenía
de gritar", reconoce Parra en Versos de salón, y yo iba hacia su
incrustada casa cordillerana.
"La razón ni siquiera
la sospecho", abría el verso parriano en su segundo cuarteto, pero
repetía los dos primeros con más fuerza. "Hace cuarenta años que quería
romper el horizonte, ir más allá de mis propias narices, pero no me
atrevía", sigue confesando el ladino Nicanor. "¡Se terminaron las
contemplaciones!", remachaba, para que no hubiera dudas, sobre el camino
que esperaba recorrer, ya escogido, frente a la poesía nerudiana. Isla
Negra, igual, cordillera de la Costa, la ecuación parriana perfecta...
Ahí estaba el mensaje. Parra le había encontrado un nombre definitivo al
nuevo cancionero de su poesía, la antipoesía. Con estas ideas iba en el micro camino a La Reina, la lluvia ya era un hecho natural, y el abrigo no impedía que se me calaran los huesos. Al descender de la resbalosa pisadera, sentí los primeros goterones, abrí el inútil paraguas y las emprendí cordillera arriba, entre el lodo y el agua, a casa del poeta, subiendo la loma de quien ya estaba en plena fama, con el Premio Nacional de Literatura bajo el brazo, en una batalla campal contra el presidente de la Sociedad de Escritores de Chile y todo lo que oliera a establecimiento. El hombre demolía lo que encontraba a su paso, y estaba en plena construcción de sus Artefactos. |
Alicia y "La víbora", dos maravillas.
Llegué empapado a las puertas de su casa. Toqué madera varias veces. Nadie abría. Hasta que de pronto, Nicanor, con medias de lana blanca y en un tono misterioso, confesional, dijo: entre, pase, y seguí con mi paraguas y pesado abrigo café, cerrado, de estrujar, hasta el cuarto donde se encontraba viendo televisión. En una pantallita en blanco y negro alcancé a divisar algunos personajes conocidos. Parra, recostado en una dura cama-sofá, me dijo, es Alicia en el País de las Maravillas. Yo seguía con mi abrigo, el paraguas estilando en la mano, de pie, y afuera un aguacero de esos que caen realmente del cielo y mojan sin respeto. Estábamos en la semipenumbra, donde todos los gatos son negros aparentemente. |
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Entre la lluvia y Alicia comenzaron a llover verdaderos peñascos verbales sobre mi pequeña humanidad. ¡Qué hace aquí este degenerado, como lo dejaste entrar!, gritaba su mujer de ese entonces y madre de una de sus famosas hijas. Comencé por hacerme el sueco. No me di por aludido. Recordé el poema maravilloso de Nicanor: "La víbora". En fin, dejé que las palabras se fueran al viento, como el pasto al rocío. Pero seguían cayendo los ladridos, como si la lluvia no fuera a parar. Epíteto tras epíteto. Yo incrustado en el piso, mojado, mirando lo que el viento no se llevaba, ni de a vaina, digo ahora en buen panameño. De pronto, Nicanor abandona su concentración frente a la maravillosa Alicia en el País de las Maravillas, y me dice: compañero, quiero saberlo todo... se recogió en la cama y volvió sobre el filme, en medio de los gritos monocordes, únicos de la mujer, la cuarta, la quinta, la lotería mía en ese entonces. Yo la había conocido en Osorno, en unos trabajos de verano que dirigía el colorín Jaime Ravinet.
Madame Parra.
Aún tengo grabados sus desorbitados ojos azules, echando chispas por el
cuarto húmedo de La Reina, yo, un simple reportero desaliñado por el mal
tiempo y el pequeño temporal de la calle, que me había conducido al
tornado dentro de la casa de Parra.
La mujer no
abandonaba el monólogo, hasta que atiné a decirle, por qué no va afuera
y ve si está lloviendo, lo que la volvió a sacar de las casillas. Parra
ya miraba con unos grandes ojos de huevo frito. Alicia se había ido por
el espejo a la otra realidad, donde yo hubiese querido acompañarla en
ese momento. Pensé en alguna escena de Charles Chaplin para abandonar mi
propia escena, en la comicidad inexplicable del silencio y absurdo. Al
menos contaba con el mágico paraguas.
La lógica se apoderó
de la situación por fin y me indicó el camino de la puerta. Me despedí
de Nicanor, sin bombos ni platillos. Regresé con las manos vacías a la
Agencia de Noticias. Me dije, al subir a la micro: Hemos inaugurado un
nuevo capítulo de la antipoesía, totalmente kafkiano y muy propio de
Ionesco, ambos personajes respetados y conocidos por Parra, y que hoy
convirtieron las aventuras de Alicia en una inocente salida al patio de
la casa en búsqueda del conejo perdido, juego de muñecas, respecto del
show de madame Parra.
Cerrado el capítulo, seguí viendo, conversando, como si nada, con Parra, por los prados del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, una especie de "asilo contra la opresión" de la intelectualidad más radical del Chile de los setenta y mucho antes y hasta el 73. Allí se había instalado el profesor de física a disparar a diestra y siniestra su antipoesía, convencido en la revolución permanente de la palabra, una especie de Trotski del lenguaje, francotirador consciente, con la clara misión del borrón y cuenta nueva en la poética chilena, primero, y latinoamericana, después, hasta estremecer la poesía hispanoamericana. Con su cuaderno de apuntes casaba el idioma que salía del vulgo, escribía con su gótica letra y ejercitaba sobre la poesía al aire libre en un toma y da permanente, con el brillo del juglar, la sabiduría de un clásico griego y la calma contenida de un caballero inglés. Parra apuntaba tan alto como podía, para instalar su propio Olimpo en la tierra de la antipoesía. Cabeza fría, corazón caliente, decía el profesor de mecánica racional en su famoso Manifiesto, con el cual intentaba agregarle la quinta pata al gato de la poesía chilena.
Para Parra, como
Neruda, Huidobro, y la misma Mistral, por hablar de los principales
mitos de la poesía chilena, sin excluir a De Rokha, protagonista
indispensable del siglo XX, al igual que Gonzalo Rojas, más adelante
Lihn y Teillier, el olvidado Alfonso Alcalde, Armando Uribe Arce, Oscar
Hahn, Gonzalo Millán, Manuel Silva Acevedo, Omar Lara, la mujer y el
amor, ocupan un lugar de privilegio en su poesía, vidas, actuaciones
públicas y privadas. Cuenta, entre paréntesis, la leyenda, que una
Mónica Silva devastó sentimentalmente al antipoeta, a la que dice que
perdió de puro pajarón (tonto). El amor es el gran tema en la poesía de todos los tiempos y el folletín clásico y universal, son los 20 poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda. Los poetas chilenos no son la excepción, y Parra tampoco. Neruda, quizás el más devoto y pantagruélico en su obra, con los Cien sonetos de amor y numerosos textos como la "Oda al amor", y tantos otros personalísimos, "Tango del viudo", en Residencia en la tierra, e infinidad de textos alusivos hasta el final de sus días. |
Sun y el triángulo de las Bermudas. Los poetas no sólo escribían, sino que vivían el amor, verdadero desorden de los sentidos en no pocas ocasiones. Parra incursionaba en el amor como en la antipoesía, de manera experimental, acuciosa, obsesiva, sistemática, y la realidad también se hacía poesía, palabra impresa. Quién eres tú repentina / Doncella que te desplomas / Como la araña que pende del pétalo de una rosa, se interroga en Canción, y agregaba: Caes con el sol, esclava / Dorada de la amapola / Y lloras entre los brazos / Del hombre que te deshoja. |
Pero la historia
detrás de la historia está en su poema "La víbora", y de suma actualidad
hoy que el autor de La cueca larga, Canciones rusas, Hojas de Parra, es
nuevamente candidato al Nobel de Literatura, y una selección de su obra
se traduce al sueco.
Es el folletín
parriano, equivalente al famoso poema nerudiano "Tango del viudo", "La
víbora", poema que se decía en su tiempo en Santiago que le dedicaba a
su ex mujer, una sueca, intriga amorosa que hoy adquiere primerísima
plana por tratarse de la reputada poeta sueca Sun Axelsson, quien
convirtió la vida de Parra en un triángulo de las Bermudas. Sun, además,
era la novia del traductor del antipoeta al sueco, Lasse Soderborg.
Cuando Inga Palme, su
mujer, también sueca, se enteró en Chile de la existencia de la
jovencísima Sun, 24 años, arrasó con los muebles de la casa y se los
llevó. Una carta fue el detonante.
Dicen que al regreso
de Parra de Estocolmo, se vio colmado en el asombro, el día que la joven
poeta escandinava, laureada de amores parrianos, tocó a su puerta como
el cartero dispuesta a su to be continued affaire con el hamletiano
personaje. De allí surgiría el texto de marras, "La víbora", porque su
mujer, Inga Palme,
Durante largos años
estuve condenado a adorar a una mujer Sacrificarme por ella, sufrir humillaciones y burlas sin cuento, Trabajar día y noche para alimentarla y vestirla, Llevar a cabo algunos delitos, cometer algunas faltas
A la luz de la luna
realizar pequeños robos So pena de caer en descrédito ante sus ojos fascinantes En horas de comprensión solíamos concurrir a los parques Y retratarnos juntos manejando una lancha a motor O nos íbamos a un café danzante Donde nos entregábamos a un baile desenfrenado
Que se prolongaba
hasta altas horas de la madrugada. Animal silvestre y humano.
Nicanor, en su
conquista sueca, había contado su película que estaba separado, que en
fin, hasta que le llegó ese otro regalito de improviso, como que no
quiere la cosa —abran quincha, abran cancha—, la sueca nada de gélida
entraba a la loca geografía en búsqueda del inefable iceberg antipoeta y
mago en el arte de los triángulos amorosos.
Si bien el verso dice
que todo tiempo pasado fue mejor, hoy se especula en Santiago con la
idea de que Parra sufra una interferencia irreparable en su camino a
Estocolmo, producto de ese amor en que él intentó hacerse el sueco, a
pesar de la insistencia de Sun, quien le dedicó el poema "Estación de la
noche". La joven El antipoeta se defiende y la califica de "animal silvestre y profundamente humano, pero poco fiable". |
No todas las sábanas conducen a Estocolmo
Cuando Sun enfermó
seriamente en Chile, Violeta Parra intervino para hospitalizarla, porque
Parra no creía en la enfermedad. El poeta dice ahora que ya está paz y
salvo con la escandinava, aunque el affaire lo conoce todo Estocolmo y
sus alrededores. Los suecos no entienden, como era de esperar, el humor
parriano, por lo que su candidatura está en capilla ardiente, además del
introito kafkiano con la poeta Sun.
Seguía Nicanor la
tradición tórrida nerudiana, el Capitán y sus versos anónimos en Capri o
de Huidobro en su fuga en automóvil a Buenos Aires, con la raptada
Ximena Amunátegui, un "animal de exportación", de acuerdo con la leyenda
muy apegada a la realidad. El poeta Altazor se abrió paso a balazos para
cumplir su misión dictada por el corazón, a quien nunca le hizo
concesiones.
Y de Pablo de Rokha,
el más fiel de los infieles poetas, que estremeció al Comité Central del
Partido Comunista de Chile cuando raptó a Magda Cazone, esposa de un
dirigente internacional del Partido Comunista, que visitaba Chile en
1937. El escándalo estremeció en ese entonces la propia Cordillera de
los Andes. La quiteña Cazone tenía sólo 20 años, en la flor de la
poesía, y se llevaba por los cachos al huaso de Licantén, el mismísimo
Pablo de Rokha, quien llegó a decir que había inventado el matrimonio. Enrique Lafourcade encuentra, según él, un último amor en el Neruda del ocaso, y nada menos que con Alicia, una sobrina de su mujer Matilde. Nada comprobado, sólo parte de la leyenda del Vate de Isla Negra, que hizo del amor el oxígeno de su poesía y motivó tantas fantasías como realidades, las que aún perduran como cerezos en flor.
El amor, el
amor. |
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Sin amor, la poesía viaja en círculo, se muerde su propia cola. Lagarto de su propio pantano, no tiene mucho sentido para el poeta mirarse al espejo en off. Los poetas quieren sentir el lecho caliente, la humedad insondable, el fruto púber palpable del pozo de estrellas y algo más que las nostalgias amarillas del pasado.
A Parra quizás bien
le venga, como a otros en su momento, los memorables versos de Alfonso
Alcalde: AQUELLOS / que abandonaron sus ropas, / las inexplicables
llaves de los hogares / y borraron toda huella de vida / ultimándose uno
al otro / acusándose de mutua fidelidad / y blasfemaron sobre el único /
cadáver del amor. SEAN ENSALZADOS.
Parra nos sigue
relatando en "La víbora" sus peripecias amorosas, que vivió prisionero
del encanto de aquella mujer, la que se le presentaba en su oficina
completamente desnuda, le separaba de sus amigos, le exigía
perentoriamente que besara su boca, y relata que esa situación de
patético absurdo, agregamos, se prolongó durante cinco años.
Y el absurdo parriano
del amor en el desencuentro se apodera del texto de la atmósfera, la
bruma irónica del desencanto, la frivolidad aparente, el desasosiego
continuo de su palabra. La antipoesía en movimiento, sumando el
subconsciente, entrando en el archipiélago dorado de la última
conciencia, derribando los peldaños para no alcanzar ninguna escalera,
hacia un paisaje que se arma y desarma al ojo, con un Yo despojado de
lirismo, objetivado al máximo, reducido a las fuerzas internas del
propio poema.
La víbora le persigue
por Santiago, viven juntos en un cuarto junto al cementerio, ella no le
deja usar su propio cepillo de dientes, sin embargo, se recibe de
abogado y le insta a que se asocien en un negocio para vivir el amor en
un pequeño nido lejos del mundo. Parra, el poeta, despierta el sueño de
la mujer y le dice en un tono de realismo real: Piensa que de un momento
a otro mi verdadera mujer / Puede dejarnos a todos en la miseria más
espantosa.
Una salida muy de
nuestros tiempos. Corresponda "La víbora" o no a esos amores parrianos,
es una historia. Y sigue la historia en pleno siglo XXI, en el ocaso del poeta, próximo a los 88 años (este artículo fue escrito en 2002), a un paso del Olimpo sueco definitivo. Y se dice que es cuando surge la pequeña gran piedra en el zapato camino a Estocolmo, el precio de su tórrido amor sueco.
Una delicia de oro matutino, Neruda.
En la primera edición de Poemas y antipoemas, solapa, Neruda escribió: "Esta poesía es una delicia de oro matutino o un fruto consumado en las tinieblas".
Gabriela Mistral,
siempre rotunda, adelantada, diría en 1937 con relación al libro
Cancionero sin nombre: "Estamos ante un poeta cuya fama se extenderá
internacionalmente". Parra tenía 23 años. Un pichón que no se asomaba al
Olimpo, ni se codeaba con el pequeño Dios, ni enfrentaba al Amigo
Piedra. Se silenció por 17 años. Perdió la voz o estaba buscando su
propia voz. Emir Rodríguez Monegal, crítico uruguayo, dijo que Parra ha
llegado a la originalidad poética por el método tan simple, tan difícil,
de ser él mismo. Su poesía es anticonvencional en el sentido de que no
trata de ser "poesía". El poeta y crítico chileno, Federico Schopf, uno
de los primeros estudiosos de la antipoesía, concluyó que la obra de
Parra constituye el último momento fundamental de la poética chilena.
Los grandes poetas
norteamericanos lo traducen al inglés: William Carlos Williams, Ginsberg,
Ferlinghetti, al sueco por Artur Lundqvist, como al francés, ruso, checo
y portugués, entre otros idiomas. La cueca larga, dice Fernando Alegría, arranca de una raíz auténticamente popular, y por ende, universal.
Alone, el crítico de
la época, lo calificó del "más pujante y sonriente, floral y festivo de
los poetas nuevos... impetuoso, divertido, soñador de pronto y lejano,
acróbata, imprevisible, inagotable, familiar, exquisito... el
extraordinario Nicanor Parra,... a cuyo lado los demás se disuelven o
huyen, graves, mínimos, inmóviles, presas de su compás...", y siguen los
calificativos. El crítico de recambio en El Mercurio, el sacerdote Ignacio Valente, siempre criticó positivamente la obra de Parra, y los amigos vieron un persistente intento por asociarlo a la cruz, lo que el antipoeta aún rechaza. |
Flores y
espinas en el jardín
Parra, alejado de
"los metaforones de los años 30", también huye de todo convencionalismo,
forma y contenido "conocido", es un cuervo que intenta sacarle los ojos
a la poesía para volver a fecundarla, porque él nos dice que la ve con
nuevos ojos. Armando Uribe Arce, poeta, apunta sobre la obra de Parra cuando dice: desde Residencia en la tierra, ningún otro poeta chileno había dado en la realidad común y ominosa. Esa es una clave en la poética parriana y un punto de arranque y la más elogiosa de las apreciaciones a su obra, aunque se recurra al fantasma de Neruda, el más real de los cuerpos de la poesía chilena. |
Parra escribe, según
el novelista Roberto Bolaño, como si al día siguiente fuera a ser
electrocutado. ¿Sobreviviente de su propia autodestrucción? Conociendo a
Parra, diría: a mí, que me registren. Bolaño deja entre los poetas del
siglo XXI a Parra, Borges, Vallejo y Cernuda. Después de estas rotundas
afirmaciones, me gustaría conocer la poesía de Neruda, la Mistral,
Huidobro y De Rokha. Estas son las flores del bien, para la emergente en ese entonces antipoesía, pero no todo marchó miel sobre hojuelas para el hermano de Violeta Parra, cuya poesía De Rokha calificó de asco y que le inspiraba lástima. "Parra no es nada más que un snob plebeyo y populachero, no popular, un versificador en niveles abominables de oportunista... un pingajo del zapato de Vallejo", concluía su apreciación De Rokha, cuyos comentarios siempre estuvieron más cerca de la lápida que de la obra.
Miguel Arteche, un conocido poeta chileno, católico, se interrogó: "¿Es folclore, es poesía?, ni lo uno ni lo otro", se respondió. "Un mal paso para Nicanor Parra", sentenció. El padre capuchino Prudencio Salvatierra, se preguntó sobre la antipoesía: "¿Puede admitirse que se lance al público una obra como esa, sin pies ni cabeza, que destila veneno y podredumbre, demencia y satanismo..? No puedo dar ejemplos de la antipoesía de esas páginas, es demasiado cínica y demencial. Me han preguntado si este librito es inmoral. Yo diría que no; es demasiado sucio para ser inmoral. Un tarro de basura no es inmoral, por muchas vueltas que le demos para examinar su contenido".
Nadie es profeta en
su tierra
Parra respondió: "Nadie es poeta en su tierra". Chile es un país de poetas, indiscutiblemente. Dos de ellos candidatos a la presidencia de la república: Huidobro y Neruda. Dos premios nobeles: la Mistral y Neruda. Tres de ellos, conmocionaron en su tiempo a la nación con sus diatribas y gran poesía: Huidobro, De Rokha y Neruda. Dos de ellos viajaron por el mundo como poetas, diplomáticos y dieron a conocer a Chile, y un tercer, antes que todos, partió a París, a compartir la gran mesa de la poesía universal: la Mistral, Neruda y Huidobro, en su orden. Parra no había nacido, literariamente hablando, y entraría al ruedo en 1954, y su objetivo sería la poesía del poeta que se encontraba en el Olimpo: Neruda. En todo esto, siempre un común denominador, Neruda y el fantasma real del impacto de sus Residencias en la Tierra. Neruda
fue el que más lejos
"fue" en política, senador y militante activo del Partido Comunista,
amado por sus huestes y odiado por la recalcitrante derecha. Siempre
estuvo el vate de Isla Negra en el ojo de la tormenta. Nunca olvidado
por amigos y detractores.
Hasta que llegó el
tiempo de Parra, con su nueva poética y postura, y en el trasfondo de la
trastienda, siempre Neruda.
El poeta de los
Versos de salón irrumpió a su manera, no sólo con sus cañones llenos de
antipoesía, sino con su presencia de hombre público, sin oficialismo,
pero nada de lo que hacía podía ser indiferente para Chile, un país de
poetas. Además acuñó unos versos memorables cuyo objetivo es barrer con los mitos poéticos chilenos desde la perspectiva de la antipoesía; los cuatro grandes poetas chilenos son tres: Alonso de Ercilla y Zúñiga y Rubén Darío. |
A su manera
Entró en escena, a su manera, como diría Frank Sinatra, pero con esa tradición del poeta que dice lo suyo, y va donde las papas queman. La antipoesía es hija también de la guerra fría. Se puede ser francotirador, pero sin olvidar que el bumerang existe y golpea donde menos se espera. El díscolo poeta, irreverente, rebelde, nuevo sacerdote, disparó sus letales textos y artefactos contra el pequeño burgués y el establecimiento. Desconcertó con sus artefactos: Cuba, sí / Yankis, también; Se vende Chile / tratar con Frei. Su viaje a Washington, que derivó en una invitación a la Casa Blanca a tomar té con la señora Nixon en pleno bombardeo a Vietnam, simplemente devastó al antipoeta. Hubo quienes le hicieron la ley del hielo en el Pedagógico de la Universidad de Chile, y otros le aislaron en diversos círculos de escritores y políticos. Fueron días, semanas, meses, efervescentes y negros en prosa para Nicanor Parra, en la cúspide poética chilena y allende las fronteras. |
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Muchos comentaban sobre la idea del suicidio en torno a Parra, aunque un día Waldo Rojas, mucho después, claro, me dijo desde París: Parra nos va a enterrar a todos.
Treinta años después,
el poeta diría, cero problema, y que sólo espera cruzar el río para
encontrarse con su hermano Roberto, autor de las Cuecas choras y
seguramente Violeta. "Médico el ataúd lo cura todo".
Ya había estado en
Pekín y Moscú. Sí, el poeta del momento se desplazaba en el ojo de la
tormenta, en tiempos de verdadera olla de grillos en la política
criolla, en el compromiso y los gustos literarios.
América Latina
también se polarizaba política y poéticamente. Ernesto Cardenal, una de
las figuras visibles, con su exteriorismo, José Lezama Lima, como un
dragón tocando la flauta barroca de Hamelín en el trópico de la Mayor de
las Antillas, Neruda, siempre omnipresente, Paz, con sus visionarios
ensayos críticos, Borges, el poeta conservador, clásico, cáustico,
anarquista, defenestrador de virtudes y amante de los atardeceres
lúdicos, siempre en primera línea. Ginsberg, aullando en el norte. Sin
embargo, eran los novelistas los que se hacían sentir más, como García
Márquez, Vargas Llosa, Sábato, Cortázar, Arguedas, Carlos Fuentes,
Benedetti y Roa Bastos, entre otros. La corte es más larga que los
propios milagros. La globalización hoy, el mundo mediático, borró,
barrió literalmente
El mundo tenía dos
polos y ahora uno. Se perdió el Polo Sur, ni nos dimos cuenta. ¿Se
derritió por la capa de ozono, el efecto invernadero, porque se cayó el
Muro de Berlín, fue el fin de la historia que se lo llevó al río, qué se
fizo el Polo Sur, dónde quedaron los burgalés de pro, qué se hicieron?. Parra nos había dicho, hace más de 15 años, en su texto Tiempos modernos: Atravesamos unos tiempos calamitosos / imposible hablar sin incurrir en delito de contradicción / imposible callar sin hacerse cómplice del Pentágono. / Se sabe que no hay alternativa posible / todos los caminos conducen a Cuba / pero el aire está sucio / y respirar es un acto fallido... "Todo contaminado de antemano", concluye el texto. Nada nuevo bajo el sol. |
Había confrontación
en tiempos de la guerra fría, posiciones y una cierta efervescencia
intelectual, que en su minuto sorprendió a Parra en el Chile
convulsionado y también en el de Pinochet, el más agitado de todos, con
calaveras, incendios y un hermetismo poético de kafkianos contenidos,
pero aunque hubiese extremos, que nunca se juntan, existía una mayor
presencia de la poesía en la vida y en las cosas. Parra volvía a decir lo suyo en 1985 en Hojas de Parra:
ENTONCES no se extrañen si me ven simultáneamente en dos ciudades distintas oyendo misa en una capilla del Kremlin o comiéndome un hot dog en un aeropuerto de Nueva York
en ambos casos soy
exactamente el mismo |
Vértigo y abismo,
la poesía
José Lezama Lima, un
animal tropical y barroco y clásico de gran instinto poético, muy
alejado de Parra y la antipoesía, dijo a través de su personaje Oppiano
Licario de su novela Paradiso: "un poeta, como tal, es también su
biografía, sus lecturas, sus comidas y su mundo familiar; es esa
realidad sobrenatural que siente actuar dentro de él, que lo modifica a
cada instante y que coexiste de una manera mágica con la realidad
natural". Lezama Lima habría dicho alguna vez: cuando estoy claro
escribo prosa, cuando oscuro, poesía. Sólo se llevaban cuatro años de
diferencia, Lezama y Parra. A ambos, en las antípodas poéticas, les une
sólo el asma. Curiosamente uno hace tomar lecciones de abismo al lector,
el caso de Lezama, y vértigo, Parra. Extremos de una misma cuerda, un
cielo que se cae a pedazos a su manera en el corazón del lector. Parra
aspirando los mortales residuos de los plátanos tropicales y Lezama con
su asma en Trocadero, fumando puros, en una Habana nostálgica, dos
asfixias para una poesía ya clásica, y aunque aceite y vinagre, yo las
junto en mi alcuza para seguir cocinando.
Es tan sólo un
paréntesis, la antipoesía está hecha de otro barro o greda, es un viaje
distinto en presente, sus propias toxinas trae y lleva, a veces en un
pasaje de ida, sin retorno, o casi siempre, porque el poeta concluye
abruptamente su mensaje, y nos deja en el mismísimo aire del aire, pero
en tiempo real, sólo a unos metros del limbo si no nos montamos bien en
el patín.
El esqueleto
fuera del closet
La antipoesía vino a
sacar los esqueletos del closet, a reciclar con su propio lenguaje todos
materiales, humanos y divinos, populares, especialmente, y se inserta en
la gran tradición poética de Chile desde su propia perspectiva,
desinflando el yo lírico, pero muy involucrado su protagonista a todo
cuanto ocurre en las raíces de sus antecesores y en la estrategia de la
confrontación, del aquí vengo yo.
El poeta no es un
artesano ni hace empanadas, recordaba Parra a Benedetti en una
entrevista publicada en Marcha en 1969. Puede haber iluminación y
revelación, y ahí como que se nos quiere aproximar a Rimbaud, en la
actitud, aunque su influencia no es francesa. Parra, su autor, está retratado de pies a cabeza en la antipoesía, que pareciera ser más autobiográfica de lo que se cree, aunque el yo colectivo, y el todos somos el poema, es el que cuenta a la hora de la lectura, y el poeta pareciera estar trabajando con una magra materia llamada lenguaje que objetiva al máximo, al que pareciera previa puesta en circulación haberle hecho la autopsia. |
La antipoesía es
también un intento, experimento, acierto, creemos, logro, sin duda, una
manera de poner ad valorem la propia poesía, con una serie de elementos
que estaban allí o no necesariamente, pero que Parra incorpora siempre
desde esta nueva perspectiva: la ironía, el humor, la paradoja, todas
las contradicciones habidas y por haber, el paisaje verbal, humano,
natural de Chile, porque hay mucha chilenidad en la obra de Parra, en la
cual se topa con Neruda, De Rokha y la Mistral, cada uno dentro de su
propia retórica y manera de apreciar lo chileno, asimilarlo,
transformarlo y cantarlo en su obra. El antipoeta es hombre de tradiciones y ha respetado a sus mayores más de lo que imaginamos, no le da la espalda al pasado, al origen de las cosas, a lo esencial, sabe de dónde partir y tomar impulso, aunque después el velocípedo adquiera otras velocidades y rutas, que el propio autor ignora, pero que investiga y sobre todo, se arriesga a transitar sin saber del todo el paradero. |
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En este carrusel de la antipoesía, hay menos "anti" de lo que muchas veces creemos. Es difícil desprenderse de toda la utilería del pasado, por más que inventemos la pólvora, que ya explotó en la milenaria China o la rueda, que viene rodando de tiempos inmemoriales sin detenerse.
Sepulturero de
metaforones
La antipoesía echa
todo en su saco, pero no roto, en la Caja de Parrandora, recicla los
materiales, inhala desde el estiércol a la primavera, de nada se priva
el poeta, su oficio: boxear con las sombras del mediodía, arrancarle
espuma al verbo, sacar del cuidado intensivo a la "poesía tradicional",
Parra se siente un sepulturero de adjetivos y metáforas, porque si no
dan vida, matan. Hombre de poca fe, pone toda su fe a la antipoesía. El
profesor, hijo mayor de un profesor primario y de una modista de
trastienda, le hace un test a la antipoesía para distanciarse de sus
pares y presentarse en su desnudo diván, solo frente al diluvio azul del
vals poético chileno. Embutido de ángel y bestia, respondió con La cueca
larga, en la mejor tradición popular. No hay mujer que no tenga dice mi
abuelo / un lunar en la tierra / y otro en el cielo. Otro en el cielo,
mi alma / por un vistazo / me pegara dos tiros / y tres balazos.
Siguió los consejos
de Huidobro, cuando dijo: "un poeta debe decir aquellas cosas que nunca
se dirían sin él". Sólo por medio de la poesía, remataba Vicente
Huidobro, el hombre resuelve sus desequilibrios, creando un equilibrio
mágico o, tal vez, un mayor desequilibrio. En eso ha andado Parra, al
parecer.
No hay paraíso, no se
perdió, porque no existió para la antipoesía. Ni nostalgia, y poco se le
ve en el pasado. En algunos momentos podemos atribuirle vínculos, golpes
de dados, con las Residencias nerudianas, ese Neftalí Reyes Basoalto tan
presente en la poesía chilena, poemarios que inclusive elogiaba De Rokha,
en la clandestinidad de su orgullo. No podemos matar al padre sin llevar
parte de su sangre, y en este río de la poesía todos van a dar a la mar.
Parra nos responde a
todos, desde su perspectiva, con "El anti-Lázaro", el último poema de su
libro Hojas de Parra, que editó en 1985, y que recoge la sal y la
pimienta, el aceite y el vinagre, la ironía trascendente, la visión y
los temas de la antipoesía, esa mirada por el ojo de la cerradura que
puede dar con el culo del mundo, en cualquier instante, veamos: Muerto no te levantes de la tumba qué ganarías con resucitar una hazaña y después la rutina de siempre no te conviene viejo no te conviene el orgullo la sangre la avaricia la tiranía del deseo venéreo los dolores que causa la mujer el enigma del tiempo las arbitrariedades del espacio recapacita muerto ¿que no recuerdas cómo era la cosa? a la menor dificultad explotabas
en improperios a
diestra y siniestra no resistías ya
ni la presencia de tu
propia sombra
tu corazón era un
montón de escombros a qué volver entonces al infierno del Dante ¿para que se repita la comedia? qué divina comedia ni qué 8/4 voladores de luces-espejismos cebo para cazar lauchas golosas ese sí que sería disparate eres feliz cadáver eres feliz en tu sepulcro no te falta nada ríete de los peces de colores aló-aló ¿me estás escuchando? quién no va a preferir el amor de la tierra a las caricias de una lóbrega prostituta nadie que esté en sus 5 sentidos salvo que tenga pacto con el diablo sigue durmiendo hombre sigue durmiendo sin los aguijonazos de la duda amo y señor de tu propio ataúd en la quietud de la noche perfecta libre de pelo y paja como si nunca hubieras estado despierto no resucites por ningún motivo no tienes por qué ponerte nervioso como dijo el poeta tienes toda la muerte por delante.
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