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O D A A L A P O L É M I C A
L A G U E R R I L L A L I T E R A R I A E N T R E
D E R O K H A – N E R U D A – H U I D O B R O
P R I M E R A P A R T E
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La convulsionada
polémica de Rokha – Neruda; de Rokha – Huidobro; Huidobro –
Neruda; Neruda – de Rokha – Huidobro, que se produjo a mediados
del siglo XX, estremeció el ambiente literario de la época. En
los primeros instantes tuvo cierto carácter teórico, pero pronto
cayó en el abismo de los improperios, insultos, acusaciones
personales y privadas. Un crítico concluyó: “Existía la
impresión de que no había espacio físico para cuatro poetas tan
importantes (incluyendo a Gabriela Mistral, que tomó parte en la
polémica, pero en forma privada, en especial en su
correspondencia) y por eso los combatientes poéticos perdieron
las proporciones”. A la batalla literaria se fueron
sumando amigos, familiares, expertos en literatura, dividiéndose
los grupos en varios bandos irreconciliables. Gabriela Mistral
recibió el Nobel de Literatura, y cinco años después el Premio
Nacional, lo que sirvió para poner en evidencia el criterio
reticente y dudoso de los jueces (o jureros, como los llamaba
Pablo de Rokha). La Mistral, al ser notificada de la distinción
criolla, les mandó a decir a sus favorecedores que se podían
guardar cuidadosamente el galardón en una parte un tanto
íntima. Después se vio en la necesidad de recibirlo por
problemas de protocolo. También Neruda se incorporó a la lista
de ganadores del Nobel en una decisión que para muchos significó
honrar más el Nobel que al propio poeta. De Rokha por fin fue
distinguido con el Premio Nacional de Literatura. En cuanto a
Huidobro, murió siendo reconocido en forma póstuma y a la usanza
chilena, con el correspondiente culto a la animita: “Nunca
hemos tenido un poeta mejor que Huidobro, pero después de
muerto, naturalmente”.
¿Cómo y cuándo se
inició esta batalla sin cuartel entre los poetas más importantes
de nuestra historia literaria, en abierta contradicción con la
finura y delicadeza de sus versos, en especial cuando cantaron
al amor? Carlos Droguett, Premio Nacional de Literatura,
adelanta la primera pista. Al escritor Francisco Urondo le
confesó: “Pablo de Rokha le abrió las puertas de la próspera
carrera literaria a Pablo Neruda. Cuando éste tenía diez años y
vivía en Temuco, Pablo de Rokha ya estaba en Santiago de Chile
publicando libros como ‘Escritura de Raymundo Contreras’, que en
Estados Unidos compararon con el ‘Ulysses’ de Joyce. Cuando
Neruda llega a la capital en 1921, trae una recomendación para
de Rokha. El poeta lo recibe, lo invita a comer, le consigue
una cama, le da tinta para que escriba sus cartas. Neruda se
hace algo así como un feligrés de Pablo de Rokha, incluso adopta
el nombre de Pablo para su seudónimo, en homenaje al maestro.
Pablo de Rokha era como el otro lado de la medalla de Neruda:
hijo de latifundistas, de huasos ricos, como Ricardo Güiraldes,
con una gran capacidad física, gran capacidad mental, gran
cultura y una potencia intelectual tremenda, muy superior a la
de Neruda; además, totalmente arbitrario. Pablo de Rokha decía
algo y nadie podía hablar. Era muy avasallador. Se peleó con
medio mundo
–testimonia Carlos Droguett-. Cuando Neruda, durante la
dictadura de Ibañez, es nombrado cónsul en Java a los 21 años,
se separan. Regresa al terminar la Guerra Civil Española,
ingresando al partido comunista. En cambio, Pablo de Rokha no
podía incorporarse a la disciplina de ningún partido, porque se
salía de madre.
Más tarde, Neruda es senador, miembro del Comité Central y de la
Internacional que funcionaba en París, y en todas esas partes le
cerró las puertas a Pablo de Rokha, porque en el fondo había
mucha envidia entre los dos y querían conquistar al mismo pueblo
lector. Se pelearon públicamente sacándose la madre, tratándose
de cabrones. Por mi parte pienso que Neruda ha sido siempre un
turista, un turista como hombre, un turista como político, un
turista como poeta; siempre ha estado a caballo de un partido
político o de sus colegas famosos” –asegura Carlos
Droguett.
En el entrevero,
bastante antiliterario, no sólo participaron los protagonistas
propiamente tales, sino terceros y cuartos. Son muchos los que
desde los primeros instantes atizan la caldera del diablo. Por
ejemplo, el curioso crítico Alone (Hernán Díaz Arrieta)
le reprochaba a de Rokha después de leer Los Gemidos:
“Constituye uno de los mejores documentos de literatura
patológica: 800 páginas delirantes, en formato mayor, indican
una agitación interna considerable, añadiendo algunas
obscenidades. Quiere vivir íntegramente delante del lector y
hacerlo testigo de esas operaciones a las cuales se destinan
departamentos secretos en todas las casas”.
Inmediata réplica
de de Rokha: “Usted es el abate joven del escepticismo y la
cerrada aristocracia. Su ‘Antología’ es una colección turbia de
muñecos grotescos, someros y escandalosos de mediocridad, que
dan saltitos de conejos porque a los menos aviesos o
impresionantes, usted los castró y los rapó en efigie, como un
peluquero de cementerio”. |
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Más tarde entra al
baile otro poeta: Vicente Huidobro, que vivió largos periodos
en Europa (especialmente en París), el más aristócrata de los
escritores de la literatura chilena, propietario entre otras
cosas de un caserón ubicado en Alameda y Amunátegui, socio de
una familia propietaria de la Viña Santa Rita, viajero que
sirvió de sorprendido coordinador entre las novedades
literarias que se producían en el Viejo Mundo y Chile, y que
además escribía en francés porque seguramente lo encontraba más
refinado. Huidobro se entretenía atacando a de Rokha,
contratando un avión especial para lanzar sus Sonetos
Punitivos contra el vate de Licantén. Los ofensivos
papelillos inundaban Santiago desde las alturas y la réplica no
se hacía de esperar a través de una enorme revista editada por
de Rokha: Multitud, con impresionantes titulares rojos,
vendida en las calles por los integrantes del bando que estaba a
favor del autor de Los Gemidos. El diálogo aéreo y
terrestre estaba siempre salpicado de ingenio pese a su
procacidad y los epítetos de grueso calibre utilizados por los
polemistas, que en muchas oportunidades hablaban de la cintura
para abajo.
De Rokha disparaba
contra Huidobro en estos términos: “Eres un pequeño gran
burgués, meteque que toma contacto y ligazón con la Europa
imperialista y su arte de bagaje agónico, lleno de astucia,
diablura y debilidad”.
Respuesta de
Huidobro: “Eres especialista y profesional de la calumnia,
carabinero rabioso, marxista, leninista, stanilista, ibañista,
grovista, revolucionario de primera comunión”.
Segunda ronda de
los agravios de de Rokha: “Crees que has inventado el huevo
de Colón, mentecato y zángano que nunca le has trabajado un cinco
a nadie y tienes los pulmones intactos como los de la Virgen
María..”.
Nuevos argumentos
de Huidobro: “Eres un matón de barrio, burgués susceptible,
para ti la poesía es una pelea de perros”.
Respuesta de de
Rokha a vuelta de correo: “Eres un megalómano, patroncito
literato, ocioso millonario, mistificador
imprudente y espadachín en falencia”.
Réplica de Huidobro
desde los volantes aéreos: “Tus poemas de infancia mueven a
risa, porque los terminas de escribir a los cuarenta años. Y tu
‘Jesucristo’, a pesar de los rellenos y salpicaduras
seudorrevolucionarias que le has agregado, sigue siendo un poema
de beatito diablo”.
Inmediata e
iracunda respuesta de de Rokha: “Ya te he dicho, Vicente
Huidobro, que tu arte es un pastiche expresado en la pelea del
bufón y el artista, del histrión y el poeta que coexisten en
ti. Yo no leo tus engendros. Me interesan más tus maestros
franceses a quienes tú copias y plagias según los críticos. A
los que nos ganamos la vida a patadas no nos preocupan las
tonterías de los gandules que viven de la plusvalía, bisnietos
de encomenderos de la Colonia. Te saludo con la hoz y el
martillo”.
Responde Huidobro:
“Afirmas que ni me lees y a cada instante haces referencias a
mis obras…Se advierte tu obsesión de que yo pertenezca a una
familia adinerada. No es culpa mía, y bien se me puede perdonar
si recordamos que Engels vivía de su fábrica de tejidos en
Manchester”.
De Rokha también
atacó a Neruda, arremetiendo contra lo que él llamaba “crítica
oficialista” y contra la mayoría de los escritores que no
estaban incondicionalmente a su lado. Neruda se había disparado
con su poesía universal. En cambio, de Rokha se concentraba en
una búsqueda nacional, chilena, regional, viajando en trenes de
tercera clase, viviendo al salto de la mata con su familia, sus
hijos, las deudas abrumadoras y el apremio de algunos
imprenteros que le abrían crédito para que pagara la edición de
sus libros. Cientos de ejemplares de textos poéticos quedaron
en las bodegas parea siempre, porque el poeta nunca logró reunir
el dinero necesario para retirarlos, y terminaron en librerías
de viejos o en los basurales. La más auténtica obra del poeta
quedó en las bibliotecas de profesionales: abogados, médicos,
arquitectos que le compraban, piadosamente, algunos ejemplares,
para sacarse de encima al odioso energúmeno con su maleta de
cartón a cuestas. De Rokha, en un respiro del camino, confiesa:
“Lo único que yo tengo después de 55 años escribiendo, son
estas cuatro tablas en que vivo, que no son más que cuatro
porque no tengo más plata. Tengo 38 libros publicados y he
escrito para el pueblo honorablemente, no de rodillas. Escribo
para el pueblo porque lo conozco, porque lo he vivido y no para
hacer negocio”. El ensayista peruano Luis Alberto Sánchez
introduce una variante en la polémica entre los tres grandes:
“Tanto Neruda como Huidobro y de Rokha amaron la adulación y la
corte a condición de ser reyes, adonde fueron llevados por un
séquito de admiradores espontáneos, beatos, a veces
inteligentes. Eran extrañas cortes de los milagros”
FIN PRIMERA PARTE
(Artículo aparecido en septiembre de 1983 en la revista La
Bicicleta, posiblemente de Alfonso Alcalde)
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