L a C o r p o r a l i d a d e n l a H i s t o r i a d e l a s M u j e r e s p o r D r a . R o s a B e h a r |
Rosa Behar, profesora titular del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Valparaíso. Este artículo fue publicado en "Imágenes en Salud Mental". Santiago de Chile : SCSM 2001; 2:117-129. |
P R I M E R A P A R T E
Introducción Las
mujeres permanentemente han visualizado y experimentado sus cuerpos en
referencia a factores culturales externos a ellas mismas.
A lo largo de la historia occidental, desde el arte y la mitología
de las civilizaciones antiguas, la corporalidad de las mujeres ha sido
catalogada tanto como objeto de belleza así como una proyección de los
órdenes políticos, sociales, económicos y religiosos imperantes en un
periodo histórico determinado. Por
otro lado, la identidad femenina está profundamente ligada al sentido de
sí misma y al cuerpo –a modo de arma o herramienta- a través del cual
transa con el mundo en las relaciones sociales. La
temática de la corporalidad femenina es tan vasta como la propia
historia de la humanidad de todos tiempos y tan compleja e
intrincada en sus múltiples aspectos a analizar, que rebasa ampliamente
cualquier metodología y espacio de su abordaje.
Sin embargo, no solamente en honor al atractivo e interés que
representa, sino además por su invariable vigencia en ámbitos científicos,
humanistas y artísticos, es que se ha limitado el objetivo de este
estudio a dos épocas históricas – el medioevo y la contemporaneidad-
en las que fundamentalmente el cuerpo de la mujer ha significado una
evidente dicotomía entre lo somático y espiritual, fenómeno que ha
conllevado profundas conflictivas biopsicosociales. Se efectuará una aproximación descriptiva, comparando ciertas características biológicas, psicológicas y socioculturales respecto a las modalidades de sobrellevar su corporalidad que las mujeres han demostrado y al mismo tiempo de la percepción externa que se ha verificado de lo corporal femenino, de acuerdo a la evolución desplegada por la sociedad occidental. |
I.
LA EDAD MEDIA
El ideal de belleza
La
representación del cuerpo en la Edad Media no sólo es un atributo del
deleite ante el yo y el otro, sino el sitio de un buen y mal uso de sí.
La mujer de esta época –la bella de las novelas artúricas-,
rubia, con el cabello rizado en trenzas o suelto, encandila por su cutis
de nieve que se extiende hasta su grácil cuello largo y finas manos; ese
color revela la virginidad pura y angelical.
Las mejillas, encarnadas, al igual que los labios, muestran unos
dientes muy blancos. La
frente muy abierta, va depilada, y es ancha, profunda lustrosa y pulida.
Las cejas, deben ser morenas, arqueadas y finas.
El entrecejo, hermoso y apetecible, y la nariz firme, derecha y
fina. Los ojos tienen que ser
alegres; protegidos por unos párpados abombados y diáfanos.
El mentón redondeado y partido, aporta el toque de dulzura a este
rostro perfecto. Los cánones
del resto del cuerpo están menos definidos, ya que la preocupación estética
se dirige a lo que va descubierto. La
mujer medieval, delgada y muy encorsetada, luce pechos firmes y tersos,
pequeños y redondeados, talle fino, caderas estrechas, una zona lumbar
arqueada y un vientre prominente. |
En
contraposición, la mujer indeseable, sobrepasa los veinticinco años.
Tiene los cabellos negros rizados, el rostro curtido y manchado,
una nariz bestial, ojos de roedor, la boca apretada, los dientes
lesionados y apolillados. Semejante
bruja encarna el vicio, la alianza con Satán y posee todos los incentivos
de la seducción para atraer al sexo masculino al infierno. La belleza medieval es joven, adolescente; pero la mujer
medieval abrumada por las continuas maternidades, entra en el desamparo
amoroso por los veinticinco años, y diez más tarde ya no es más que una
"vieja acicalada" por los afeites. Con
la cristianización aparecieron el pudor y la austeridad.
El uso de cosméticos era un acto sacrílego que ponía a la mujer
al servicio del diablo. Las
pinturas en el rostro lo hacían feo y vulgar, aludían a la lujuria y la
prostitución. Los ornatus
vanus –los adornos superfluos- eran fuente de pecado, ya que con los
cuidados de belleza se desfiguraba la obra de Dios.
Las
modas femeninas
La
moda en el medioevo permitió a las mujeres un intento de autodefinición
que sirvió como prueba de superioridad de su sexo, pero al mismo tiempo
sirvió para acentuar un contraste religioso entre el espíritu puro y
eterno y la carne corrupta y mortal.
Es más, existía un código suntuario que regulaba el uso de la
moda. El exceso de elegancia en la indumentaria femenina llegó a
simbolizar lo transitorio de los bienes terrenos. Los cronistas monásticos del siglo XII encontraron signos de
decadencia moral en la ropa ajustada y alargada de las mujeres y sobretodo
en las ataduras ceñidas. Se
reprendía a las mujeres por su vestimenta masculina, o bien por cabalgar
en los torneos ataviadas con túnicas bicolores y daga a la cintura. Los pantalones sugerían la venta de placeres sodomíticos y
una libertad que le permitía a la mujer controlar su cuerpo como si fuera
un hombre. El negro se vinculó
a la abstinencia sexual y por ello era distintivo de las viudas y, el velo
implicaba el status de una mujer adecuadamente casada, usanza que se
negaba a prostitutas públicas. El
miriñaque, armazón que sostenía los vestidos separados de las caderas,
era criticado porque además de mantener los embarazos ocultos, permitía
a las mujeres una conveniente licencia sexual. Se
atribuyó su invento a las rameras como medio para mantener sus faldas
fuera del contacto con las ropas interiores contaminadas con la sífilis. Los
cabellos rubios se consideraban el prototipo ideal de belleza y los rojos
tenían connotaciones negativas. Los
cabellos sueltos remitían al erotismo y en general, se recomendaba un
peinado ordenado y modesto. Los
cabellos largos eran el símbolo tradicional de la seducción femenina y
la señal del peligro que las mujeres representaban.
La atractiva sirena con apariencia de pez –que fue una creación
medieval- y las ondinas que ejercían su hechizo encantador en medio de
los bosques, siempre poseían cabelleras largas y sueltas.
Así, para las mujeres si no eran niñas o meretrices, lo
convencional era llevar el pelo recogido en trenzas y las casadas debían
cubrirlo además con una toca. |
La
desnudez de la mujer En el mundo medieval las prohibiciones moralizantes impiden la visión del propio cuerpo hasta el punto en que la desnudez es entendida como personificación de la lujuria. Sin embargo, aparecen en Gran Bretaña, pricipalmente en Escocia, Irlanda e Inglaterra, durante la era céltica cristiana hasta finales de la Edad Media, entre los siglos V a XII, una serie de esculturas de mujeres (denominadas Sheela-na-Gigs), que representaban a diosas de la feminidad y fecundidad ubicadas en las iglesias, castillos y otros edificios principales, en un tiempo en que la cultura pagana estaba siendo erradicada y era fuertemente censurada por las autoridades de la iglesia a través de toda la Europa occidental. La mayoría de estas figuras se mostraba sosteniendo, tocando o apartando la vagina y exhibiendo los órganos sexuales con cuidados detallismo. Se presume que habrían surgido como un emblema de la posición pretérita de las mujeres, en una época en que todo el poder que ellas ostentaban dentro de los antiguos sistemas políticos y religiosos había sido radicalmente arrebatado.
El progreso de la ortodoxia, suprimió cualquier celebración de la belleza concerniente al cuerpo humano. Se pensaba que el cuerpo femenino era sucio e inferior en su apreciación, y sólo valía esconderlo de las miradas ya que tal visión podría parecer una afrenta a la belleza de la tarea divina. En el siglo X, Odon de Cluny (muerto en 942) señalaba: "La belleza del cuerpo sólo reside en la piel. En efecto, si los hombres vieran lo que hay debajo de la piel, la visión de las mujeres les daría náuseas. Puesto que ni con la punta de los dedos toleraríamos tocar un escupitajo o un excremento. ¿Cómo podemos desear abrazar este saco de heces?". |
En
la Edad Media, nadie dudaba que la persona estuviera formada por un cuerpo
y un alma. Por un lado, lo
perecedero, lo corruptible, lo efímero, lo que habría de convertirse en
polvo, lo que por consiguiente estaba llamado a reformarse a fin de
resucitar en el último día y, por otro, lo inmortal.
De un lado, lo que se inclina hacia lo inferior en virtud de lo
carnal, del otro lo que aspira a la perfección celestial.
De tal manera que el cuerpo se consideraba como algo peligroso:
era el lugar de las tentaciones; de él, de sus partes inferiores,
surgían las pulsiones incontrolables; en él se manifestaba lo que tiene
que ver con lo malo, inexorablemente a causa de la corrupción y la
enfermedad, de las que ningún cuerpo podía escapar; y sobre él se
aplicaban los castigos purificadores que expulsaban el pecado o la falta.
Por su parte, el cuerpo denunciaba las particularidades del alma
por sus rasgos específicos, el color de los cabellos, la piel, pero también
por la manera como soportaba el sufrimiento, porque el alma se
transparentaba a través del cuerpo que la contenía.
El cuerpo femenino, más permeable a la corrupción por ser menos
cerrado, requería una custodia más atenta.
Por la naturaleza de su cuerpo, la mujer se hallaba sometida a la
vergüenza, al retiro, a la vigilancia constante.
Se hallaba en peligro y era fuente de peligro porque el hombre perdía
por él su honor y corría el riesgo de extraviarse por su culpa. A
pesar de todo, al menos la clase dominante de la Alta Edad Media otorga suma importancia a los baños en los
palacios y en los monasterios. Lavar
el propio cuerpo y el de los demás en las tinas o baños calientes es una
función específica de las mujeres, ya sean hospederas, sirvientas o
hadas que habitaban las fontanas y, la limpieza del cuerpo era preludio
obligado de todos los juegos amorosos.
No obstante, en la valoración del cuerpo se enfatizan consejos
destinados a desanimar cualquier instigación al exhibicionismo. El desnudo femenino siempre se relaciona en el medioevo con la segregación, con una forma de ruptura con la vida colectiva como sucede con el exilio, la locura o con un acontecimiento traumático. Pero casi siempre obedece a una ley por voluntad de un emperador o rey en su exigencia de exhibir desnudas aquellas entre las que va a elegir su esposa. El único caso de un cometido autónomo y afortunado de la desnudez femenina se encuentra en relatos en los que la mujer utiliza su desnudez como un reclamo, como Lady Godiva (1040-80), cuya leyenda acaecida en el siglo XI, cuenta que ella, benefactora de varios monasterios, intercedió ante su esposo Leofric, conde de Mercia, respondiendo a una súplica de los ciudadanos de Coventry de rebajar los onerosos impuestos. Este accedió a la petición, si ella cabalgaba desnuda, a la luz del medio día ante todo el pueblo. Erguida dignamente en su silla de montar, únicamente cubierto su cuerpo por su larga cabellera a modo de un velo, obtuvo así de su señor lo que había demandado. |
Medicina
y anatomía de la corporalidad femenina
Las
mujeres entre 1250 y 1300 llegan a un 25% de la población, para culminar
en cerca del 30% durante la primera mitad del siglo XV. En la temprana Edad Media la longevidad promedio de vida se
sitúa sólo alrededor de 30 a 40 años para las mujeres, que mueren con
frecuencia entre los 18 y 29 años a consecuencia de partos imposibles o
de fiebres puerperales. La
talla promedio para las mujeres era de 155 centímetros a causa de la
deficiente nutrición. Se creía
que las mujeres poseían poco calor natural y muchas conocieron las
amenorreas por hambruna. El
sabio Alberto Magno comenta que las mujeres pobres que trabajaban mucho,
no tenían reglas, pues lo poco que comían, apenas bastaba para su
preservación. La concepción anatómica sobre la mujer, por la influencia descalificadora de los teólogos y los filósofos que se inclinaban a ver en ella un producto secundario y por tanto inferior, es objeto de importantes limitaciones y la localización de las zonas erógenas es muy impresisa. Se asocia la enfermedad a la impureza, a la culpabilidad de la carne. Los textos hablarán de enfermedades transmitidas por la unión sexual o por la leche materna. |
La literatura científica medieval concede muy poca importancia a
los senos como zonas erógenas femeninas.
Sólo los considera como órganos de lactancia.
Se afirma que la leche materna, es sangre menstrual que poco antes
del parto, y debido a una modificación de la circulación sanguínea, se
blanquea y asciende al pecho. Sólo el Canon de Avicena –famoso conjunto de preceptos médicos
árabes- evoca las caricias de los senos en los prolegómenos del amor y
el derecho al placer. En la
época medieval se piensa –en especial por el influjo de Aristóteles y
Galeno- que la matriz es la forma inversa del pene y los ovarios son los
testículos femeninos. En
cuanto al clítoris sólo se convierte en objeto de observación cuando
está afectado de hipertrofia. Se
admite la existencia del esperma femenino como análogo del líquido prostático,
pero sin ninguna utilidad. Más
aún, una práctica sexual que provoca una "eyaculación" de la
mujer, puede ser objeto de prohibición.
La capacidad sexual de la mujer es siempre particularmente
inquietante y amenazadora. Sin
embargo, Alberto Magno admite las caricias preliminares al acto sexual y
se acepta igualmente con relativa indulgencia, la masturbación femenina
antes del matrimonio. Al
final del siglo XIII y comienzos del XIV se produce un considerable
desarrollo del arte erótico. Se
describe con precisión las caricias que permiten conducir a la mujer al
estado deseado para el cumplimiento del coito y se persigue la
sincronización en la emisión de uno y otro semen en el orgasmo. Pero
al mismo tiempo, las mujeres eran más propensas a somatizar la
experiencia religiosa y a recibir de forma gráfica visiones físicas de
Dios. A partir del siglo XII,
crecen dramáticamente los fenómenos designados como paramísticos o histéricos
conversivos. Los trances, las
levitaciones, la incorruptibilidad del cadáver, los cuadros catatónicos
de rigidez corporal, el prodigioso estiramiento o ensanchamiento del
cuerpo, la hinchazón del cuerpo entendida como "embarazo místico",
la lactancia milagrosa, la exudación de aceite dulce después de la
muerte, las inflamaciones de mucosidades dulces en la garganta (globus
hystericus), las hemorragias nasales y los sangramientos de las
heridas estigmáticas son bastante habituales entre las mujeres de los
siglos XIII y XIV. Algunas
mujeres visionarias suplicaban por la enfermedad como si ésta fuera un
regalo de Dios, muchas de ellas, vieron en la angustia física y mental
una oportunidad para su salvación y la de los demás. Hablaban de saborear a Dios, de besarlo intensamente, de
adentrarse en su corazón o en sus entrañas, de ser cubiertas por su
sangre. Beatriz de Nazaret
experimentó una alegría en Cristo que deformó su rostro y la atormentó
con una risa histérica; la poetisa y mística del siglo XIII Hadewijch
habló de cómo Cristo la penetró hasta perderse en el éxtasis del amor. Desde
una perspectiva moderna y quizás reduccionista, tal vez sería legítimo
reflexionar que todas estas descripciones desdibujan completamente el límite
que separa lo espiritual de lo psicológico por un lado, y de lo corporal
e incluso sexual, por otro. |
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La
dicotomía cuerpo/alma
La
espiritualidad de las mujeres medievales desplegaba una intensa cualidad
corpórea que se debía en parte a la asociación de la mujer con la
carne, establecida tanto por la filosofía como por la teología.
Además, desde el siglo XIII, la noción predominante de la persona
era la de la unidad psicosomática, conformada por el cuerpo y el alma,
ambos relacionados íntegramente. La mujer era pecadora y su salvación sólo podía venir del
arrepentimiento y de la penitencia, con el castigo de su carne culpable. La vida religiosa liberaba de la servidumbre del sexo y conservaba la virginidad de las mujeres que a ella se entregaban. Las santas manipulaban sus cuerpos como escarmientos de sus impulsos sexuales o como castigos por un pecado, mediante conductas de autotortura, frecuentemente descritas como una unión con el cuerpo de Jesús, tales como precipitarse al interior de hornos o de aguas heladas, clavarse cuchillos, clavos u ortigas, azotarse o colgarse. Este vínculo divino poseía rasgos extáticos, incluso eróticos, como por ejemplo, Ángela de Foligno dejando morir de hambre su cuerpo, hablaba de un encuentro con Jesús como "amor y saciedad inestimable, que, aunque hartara, al mismo tiempo generaba un hambre insaciable...". Catalina de Siena afirmaba que desposó a un Cristo de carne circuncisa. Birgitta de Suecia recibió una revelación de Dios que le decía donde se conservaba el prepucio de Cristo en la tierra; y la beguina vienesa Agnes Blannbekin, en una visión, recibió el prepucio en su boca y, al probarlo, lo encontró tan dulce como la miel. Las mujeres religiosas en la Edad Media tenían avalado el control sobre sus cuerpos y el alimento. Aunque algunas preferían la automutilación para expresar su devoción espiritual, otras preferían el ayuno –la así llamada anorexia mirabilis o inedia prodigiosa que Bell ha apodado anorexia santa-, que del mismo modo tenía como fin la mortificación corporal por los propios pecados y los cometidos por la sociedad y, preparar el cuerpo para el descanso del santo Espíritu de Dios.
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