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T R I S T Á N T Z A R A
L A A V E N T U R A D A D A
t r a d u c
c i ó n d e R o s s a n a C
á r c a m o
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La actitud de
Dada frente al arte y a la literatura está impregnada de ese
espíritu que él cultivaba más o menos intencionalmente y si el
tono irrefutable, imperativo, que él empleaba para imponer su
duda, prueba ante todo su dinamismo, es en esta misma
contradicción que es necesario buscar la riqueza de su propio
carácter.
Dada ha tratado no tanto de destruir el arte y la literatura,
sino la idea que se han hecho de ellas. Reducir sus fronteras
rígidas, bajar las alturas imaginarias, ponerlas bajo la
dependencia del hombre, a su merced, humillar el arte y la
poesía, significaba asignarles un lugar subordinado al supremo
movimiento que sólo se mide en términos de vida. El arte, con A
mayúscula, ¿no inclinaba a tomar sobre la escala de valores una
posición privilegiada o tiránica que lo llevaba a romper todos
los lazos con las contingencias humanas? Es en eso que Dada se
proclamaba anti-artístico, anti-literario y anti-poético. Su
voluntad de destrucción era más bien una aspiración hacia la
pureza y la sinceridad, que la tendencia hacía una suerte de
futilidad sonora o plástica contentándose de la inmovilidad
y de la ausencia. La presencia de Dada en la actualidad más
inmediata, la más precaria y provisoria, era su estocada a esas
búsquedas de la eterna belleza que, situadas fuera del tiempo,
pretendían alcanzar la perfección.
En tanto que expresión de la individualidad, Dada aceptaba
perfectamente, e incluso preconizaba, el uso de diferentes
disciplinas plásticas o poéticas. Si, en parte, él las usaba
como un Caballo de Troya, para penetrar al interior de
los recintos sagrados y perturbar la disposición con la ayuda
de los propios medios del arte, es sin embargo a través de sus
realizaciones en ese dominio, donde una fuerte inclinación para
el mal gusto siempre era admisible, que se puede
descubrir la crítica que Dada manifestaba sobre las
instituciones espirituales así como la línea de conducta, la
concepción generalizada de los fenómenos humanos que él
proponía.
Es notable –y ese es un trazo común en las diferentes tendencias
de Dada – que los medios artísticos que pasaban por
estrictamente definidos por su naturaleza, pierden poco a poco
su valor especifico. Estos medios son intercambiables, ellos se
pueden aplicar a cualquier forma de arte y, por extensión,
apelar a elementos heteróclitos, materiales despreciados o
nobles, clichés verbales o clichés de viejas revistas, lugares
comunes, eslóganes publicitarios, chatarra lista para tirar a la
basura, etc., elementos heteróclitos cuyo ensamblaje se
transforma en una coherencia imprevista, homogénea, desde que
toman lugar en una composición nuevamente creada.
En los collages y en los objetos de Max Ernst y de Schwitters,
hay que agregar el azar del cual Marcel Duchamp hizo una
fuente de creación (el vidrio quebrado, por ejemplo) así como
los confeccionados, esos collages de la apariencia
sobre la realidad de las cosas que ya no tienen necesidad de la
confrontación con otros objetos para hacer valer la eficacia del
proceso en transformación del significado de las imágenes. En el
mismo sentido, los proverbios y los sonidos, las falsas
palabras, la sintaxis quebrada, los harapos de frases y las
seudo-canciones tanto sórdidas como imbéciles, han servido de
materia prima a Éluard, Aragon, Breton, Soupault, Arp, Picabia,
Ribemont-Dessaignes y otros poetas dada. La campaña de
desvalorización de la obra de arte y de poesía estaba en pleno
apogeo. Se sabe que tanto los Cubistas como los Futuristas
emplearon elementos de la publicidad, fenómeno moderno, como
componentes plásticos o valores poéticos. Dada, también usó la
publicidad, pero no como una coartada, una ilusión, una materia
utilizable con fines sugestivos o estéticos. Él puso la realidad
misma de la publicidad al servicio de sus propios objetivos
publicitarios. La época constructivista de Schwitters, si bien
toma nota de una factura original, se refiere a esta concepción
de Dada.
Pero, más que preconizar el uso de los medios fuera de su
especialidad, Dada tiende a confundir los géneros y es allí, me
parece una de sus características esenciales
(cuadros-manifiestos o poemas-dibujos de Picabia, fotomontajes
de Heartfield, poemas simultáneos a la orquestación fonética,
etc.). Si es evidente que el uso de materiales diferentes deriva
de los Cubistas y éste de los lugares comunes de Apollinaire, de
Cendrars, de Max Jacob y de Reverdy, no son únicamente las
mismas razones de orden plástico o literario que toman en cuenta
para Dada. Es el sentido polémico atado al proceso que prima y
éste no es de orden descriptivo o explicativo, pero incluye en
la concepción misma del objeto que de ella resulta, en cierto
modo como las demostraciones heracletianas son actos que forman
parte de un movimiento ininterrumpido. Hay, en la base de esta
visión, una especie de humor que, ni blanco ni negro, es un giro
de espíritu, una manifestación de la verdadera virtualidad de
las cosas, una manera desagradable de enfrentarlas. |
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Raoul Hausmann, Hurra! Hurraa! Hurraaa!,
Berlín, 1921. |
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Francis Picabia, 391, Nr. 8,
Zürich, 1919. |
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Dada preconizaba la confusión de las categorías estéticas como
uno de los medios más eficaces de dar el juego a ese rígido
edificio del arte, tomado el mismo como un juego, con esa noción
bastarda sirviendo a cubrir, detrás un supuesto desinterés, la
mentira y la hipocresía de la sociedad.
Se puede afirmar entonces que el significado de las obras de
Dada, su valor de ejemplo, tenía prioridad sobre toda
preocupación estética o moralizadora. Y es al desenvolvimiento
mismo de ese principio que es preciso atribuir el carácter
irrisorio de esas obras de las cuales ningún dada auténtico
pensaba que ellas debían durar o servir de modelos. Dada no
predicó porque él no tenía teoría que defender, él mostraba
verdades en acción y es como acción que de aquí en
adelante será necesario considerar eso que se llama comúnmente
arte o poesía. Ni lo bonito ni lo feo, ni lo justo ni lo
injusto, no son más determinantes cuando se trata de juzgarlos.
Pero ¿se puede aún hablar de juicios a propósito de producciones
tiradas, por así decirlo, en la plaza pública como deshechos
naturales desprovistos de toda pretensión?
Como fue el caso para Wagner quien, yuxtaponiendo las diferentes
artes, quería llegar a una especie de matrimonio entre ellos sin
mermar en nada su particularidad. El Orfismo de Apollinaire,
fundado sobre la búsqueda de una esencia común de todas las
artes, no adelantaba la creación de una nueva expresión,
fuertemente impregnada del “modernismo” futurista. No es en vano
que Dada haya proclamado siempre que él no era moderno.
Lejos de declararse partidario del “viejo juego”, Dada tendía a
la novedad por el movimiento libre de toda prevención, negando
la validez de las búsquedas formales o ilustrativas en ese
sentido.
Sí, para Dada, la sorpresa, que Apollinaire recomendaba
como un factor poético importante, se volvió un escándalo,
no es por cierto un procedimiento artístico que pensaba
preconizar en él, sino porque Dada era él mismo el escándalo que
se identificaba con su modo de vivir y de manifestarse.
El desprecio de Dada por el “modernismo” se basó sobretodo en la
idea de relatividad, toda codificación dogmática no podría
llevar más que a un nuevo academicismo. Es en virtud de esto que
él combatía ya el Futurismo, el Expresionismo y el Cubismo.
Pronunciándose por el movimiento continuo y la espontaneidad,
Dada que se quería en movimiento y transformable, prefería
desaparecer antes que dar lugar a la creación de nuevos tópicos.
La interpenetración de las fronteras literarias y artísticas era
para Dada un postulado. Ella debía ser arbitraria, dejada a los
azares de la invención y del humor. Como si era igual a
no, orden y desorden encontraban una unidad en la
expresión momentánea del individuo. Allí reside esta aspiración
de Dada hacia una verdad indiscutible que era aquella del hombre
expresándose fuera de las fórmulas aprendidas o impuestas por la
comunidad, la lógica, el lenguaje, el arte y la ciencia. Dada se
encaminaba hacia una suerte de absoluto moral que,
suponiendo una imposible pureza de intenciones y de
sentimientos, lo emparentaba con el Romanticismo.
La compleja
evolución de Dada, sus tendencias diferentes en los centros
donde él se desarrolló, son el corolario de su anti-dogmatismo.
Por tanto, en Zurich, Dada osciló entre una especie de pureza
del arte abstracto y la revuelta, entre la confusión de las
corrientes artísticas y la voluntad de crear nuevas. En Berlín
es el carácter popular que domina, es político y utilitario,
violento y más especialmente publicitario, mientras que en
Colonia y Hanover las preocupaciones del orden del espíritu y
del arte están llenas de humor, la crítica teniendo por objetivo
los hechos de la civilización más que aquellos del orden
temporal. En Paris, Dada fue anti-filosófico, nihilista,
escandaloso, universal y polémico, pero el espíritu anti-burgués
y anti-académico se expresó por todas partes con igual
virulencia. A veces lo absurdo de Dada, a distancia, aparecía
como un tipo de para-lógica respondiendo a exigencias subjetivas
y azarosas. Y es el mundo, tal y como por su organización fue
derivado de sus premisas originales, que revelan su absurdidad a
la luz de Dada. Aunque los puntos de gravedad no hayan sido los
mismos en los diversos lugares donde Dada batalló, esta
consideración puede ser tomada como una constante a través de
las formas prestadas. Poniendo voluntariamente fin a su
actividad, Dada aportó la prueba que, si la experiencia se
justificaba, su continuación, una vez alcanzado el punto de
saturación, habría sido la negación pura y simple de su profunda
naturaleza. Pero su fin mismo no era más que relativo. Sus
prolongaciones en el Surrealismo y más allá, por los cuales su
fertilidad en el dominio del espíritu fue ampliamente afirmado,
llevando el testimonio de su razón y de su necesidad históricas,
tanto así como reflejo de la época como enlace en el largo
recorrido de la transformación de las ideas.
Tristan Tzara
Vorwort zu Georges Huguet, La aventura Dada, Paris 1957, Seite
7ff.
Rossana Cárcamo es escritora chilena y amigaza nuestra,
avecindada en Bélgica. Escribe bajo el seudónimo de
Verónica Rocasé.
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