L a d o l
o r o s a c o n t r a d i c c i ó n d e
K i l k u W a r a k ’ a p o r O d i G o n z á l e s |
Kilku Warak'a, seudónimo del poeta Andrés Alencastre; Cuzco 1909 - 1984. en 1952, cuando se publicó su primer libro Taki Parwa / Canción en Flor, José María Arguedas consideró a Alencastre "el poeta quechua más grande del siglo XX", y añadió: "Este poemario puede ser considerado como la contribución más importante a la literatura quechua desde el siglo XVIII. Es comparable con Ollantay en cuanto al dominio del autor sobre el idioma".
Odi Gonzáles, poeta y profesor universitario cuzqueño, ganador en 1993 del Premio Nacional de Poesía César Vallejo.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Mar con Soroche, en noviembre de 2006. |
Feroz y ritualmente ejecutado por una turba de campesinos enardecidos — sus propios ahijados — el poeta (y hacendado) peruano Andrés Alencastre, que escribía con el seudónimo indio de Kilku Warak’a, llegó en cuanto al manejo del lenguaje quechua a un nivel más alto que el propio Arguedas, quien lo distinguió como el más grande poeta quechua del siglo XX.
Andrés Alencastre o Kilku Warak’a pertenece a ese impetuoso séquito de intelectuales cusqueños o cusqueñistas que, no obstante ser mayoritariamente blancos o mestizos, hacendados o señorones de antiguo linaje, promovieron — en la primera mitad del siglo XX — el movimiento indigenista que propugnó una revisión del problema del indio, reclamando sus derechos, ensalzando sus virtudes heredadas del inkario, cuando no magnificándolo en exaltadas composiciones literarias, pinturas y piezas musicales; una impostergable causa que si bien cundió, no siempre fue secundada por la consecuencia, pues lo que con vehemencia se afirmaba en el discurso no se aplicaba en la realidad, ni siquiera en el entorno de sus propios peones o servidumbre.
Desde luego que para quienes continuamos escribiendo en quechua, en aymara o en las lenguas amazónicas, o recreamos en castellano el subyugante universo andino, el mayor obstáculo es, sin duda, el lenguaje: cómo hacer verosímil — mediante la palabra — lo que de por sí es increíble en ese arcano territorio donde las fronteras entre vida/muerte, mundo natural/sobrenatural, no existen y es común, más bien, toparse en un cruce de caminos con un ángel andariego o recibir, tal vez, en una siembra de papas, la visita inesperada de un familiar muerto que viene — del más allá — a prevenirnos sobre el clima o porque simplemente tiene sed y desea un poco de chicha de maíz. No obstante ello, la poesía quechua contemporánea, la escrita por Alencastre por ejemplo, tiene autor y códigos propios y ya no más ese carácter colectivo, anónimo y oral de los inicios, cuando estaba conformada por oraciones e himnos que, de acuerdo a su naturaleza, eran wawakis (invocaciones para enterrar a un infante muerto), hayllis (poesía épica), harawis (poesía amorosa), qhaswas (cantos de regocijo), wankas, entre otros. Ni siquiera la luminosa personalidad de José María Arguedas confinó al limbo al poeta Alencastre, de quien dijo era el más grande poeta quechua del siglo XX. |
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Nacido en 1909, en la
hacienda familiar de Parq’o, a orillas de la relumbrante laguna Langui-Layo,
provincia de Canas, Cusco, el pequeño Kilku — diminutivo quechua de
Andrés —, luego de aprender las primeras letras en el centro estatal
unidocente de la zona, se traslada a Cusco para cursar estudios, primero
en el parroquial Salesianos y después en el Colegio Nacional de
Ciencias, del que egresa en 1929. Años atrás, en el fragor de las
rebeliones campesinas motivadas por el levantamiento del legendario
caudillo mestizo Rumi Maqui, en Huancané, el adolescente Andrés pierde a
su padre, que muere ritualmente ajusticiado por una turba de peones que,
ante la confabulación de autoridades y patrones — para quitarles sus
tierras —, decide hacerse justicia por sus propias manos. Este cruento
suceso — ocurrido ante los ojos del púber Alencastre, en 1921 —
desgarrará para siempre el espíritu del poeta, mas no servirá — según
propia confesión — para urdir una venganza que, de todas maneras, se
consumó con la feroz represión desatada tras la muerte de don Leopoldo. |
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En 1952 sale a la luz Taki parwa, su primer libro, conformado por treinta poemas de rotundos tercetos, cuartetos, sextillas y décimas. El libro — cuyo singular diseño incluye una cinta delicadamente urdida por alguna tejedora de Chinchero — tiene notables poemas líricos y épicos en los que por un lado se hace una especie de prosopografía de algunas animales de la mitología andina, como el puma, y por el otro se ensalza la fastuosidad de las diversas deidades o apus de la madre naturaleza, pero también — y sobre todo — se honra sutilmente al amor. El puma, primer poema del libro y acaso el más conocido, inspirado en el felino que habita en los páramos y nevados del Vilcanota, revela desde ya la fuerza y riqueza de imágenes — común a todo el libro —. pero que por momentos decae cuando el poeta intenta ideologizar su transcurso.
"Este poemario puede ser considerado como la contribución más importante a la literatura quechua desde el siglo XVIII. Es comparable con el Ollantay en cuanto al dominio del autor sobre el idioma. Creíamos que tal dominio era ya inalcanzable para el hombre actual del habla quechua…Taki parwa es la expresión de un hombre nacido y formado en una aldea de la alta región andina, de un autor que después de haber sido compositor de waynos, tocador de charango y actor de comedias orales — por él mismo creadas — ingresa a la universidad e ilumina su exposición, enriquece sus medios de expresión con la sabiduría de la cultura occidental" sostuvo un entusiasmado Arguedas en un lúcido ensayo al que habría que agregar, tal vez, el particular manejo que el poeta hace del quechua, con únicamente tres vocales (a, i, u), así como su recurrencia y tenacidad para emplear la consonante c en lugar de la ch. |
En lo 60’, el bachiller Andrés Alencastre Gutiérrez se gradúa de Doctor en Letras con la tesis "Fonética, semántica y sintaxis del quechua". Asimismo, publica Taki ruru, su segundo e intenso libro conformado por 32 poemas disímiles, precedidos por litografías y dibujos de Mariano Fuentes Lira, más un texto de presentación donde manifiesta: "este poemario quechua que lo he denominado Taki ruru es la continuación de Taki parwa en el que ofrecí a los hombres que sienten la emoción quechua, la flor del canto; en Taki ruru les ofrezco el fruto de esa canción".
Ocho años después, en 1972 y no obstante sus recargadas labores — que incluyen obligados viajes a su hacienda —, publica su tercer volumen de poemas, Yawar para/Lluvia de sangre, profético y desgarrador libro, una mazorca lírica del que se desgranan la muerte, el pesimismo y el fantasma del padre muerto que lo atormenta. Quizá por ello acepta viajar invitado a diversos encuentros de literatura étnica en Chile, Bolivia, Argentina y México. Son memorables sus participaciones como expositor en el Congreso Internacional de Lingüística realizado en Bucarest, en Quebec, o su comentada conferencia en quechua en la radio y TV de Moscú en 1968. |
Retirado ya de la docencia, el sexagenario Dr. Alencastre se instala definitivamente con su familia en "El Descanso", desolado cruce de caminos que el irreductible amor del poeta por los indios le había impulsado hasta convertirlo en todo un pueblo con capilla y ferias sabatinas. En este páramo, cerca de la provincia de Yawri, habría de vivir intensos años, ejerciendo el poder y la impunidad — no ajena a su casta de patrón y cacique —, pero también, hay que subrayarlo, consagrado al ordenamiento y corrección de sus entrañables waynos y poemas, en una actitud dolorosamente contradictoria: dos lenguajes irreconciliables: el discurso y los hechos que, por cierto, jamás convergieron en su espíritu.
Lo imagino en noches de vela, asomándose a los bordes más espeluznantes; retornando a casa de madrugada (tal vez húmedo de sueño y de lujuria), mas, siempre, con el corazón desgarrado y los ojos empañados por hogueras que nunca veremos.
Así, la noche del 22 de agosto de 1984, en Pacobamba (alturas de Canas), seis décadas después de la escalofriante muerte de su padre, el poeta Kilku Warak’a muere igualmente ajusticiado por una turba de campesinos — sus peones —, que ante el inminente despojo de sus tierras por parte de éste y las autoridades cómplices, se organiza en rondas y, luego de sitiar la choza donde el poeta-hacendado se había parapetado escopeta en mano, proceden a incendiar su refugio y, muerto ya, le arrancan ritualmente la lengua y los ojos; le cercenan el miembro viril a su mentor y padre espiritual, el mismo que en su último libro había dicho: "El Ausanqati y el Salkantay son mis antenas receptivas. Yo escucho en sus cimas la queja de los hombres que sufren y que piden, pero esta petición, justa y tenaz, recibe en respuesta solamente lluvia de sangre y ríos de lágrimas". |
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