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Veinte años antes de que Juan
Rulfo y Gabriel García Márquez nos invitaran a adentrarnos
respectivamente en el mítico universo de Comala y Macondo, el
vanguardista escritor y pintor chileno Juan Emar, nos llevaba de
la mano por las calles de San Agustín de Tango, ciudad de
821.697 habitantes, junto al río Santa Bárbara, a 32 grados de
latitud Sur y 2 de longitud Oeste. Sus calles llevan por nombre
“El señor es contigo”; “Corderito Pascual” o “La Tierra”. El
sitio de reunión alcohólica más concurrido es la famosa Taberna
de los Descalzos y para los espíritus bohemios y de ideas
avanzadas, está el Club Cero, que es el centro marxista de la
ciudad. San Agustín de Tango se presentó en 1935 con la novela
Ayer. Durante sus primeras 20 páginas iniciales, escritas de
forma amena y vertiginosa, nos muestra el caso de Rudecindo
Malleco, afortunado ciudadano preso de la lujuria que siente por
su esposa, a la que siempre le fue fiel; sin embargo, ese loco
afán que demostraba en cualquier vera del camino con una sonrisa
inundándole el rostro y una mirada que a todas luces denunciaba
sus calenturas, fue la causa de la envidia de la mitad de
población de San Agustín de Tango y de sus poderes
eclesiásticos, que poseían una policía independiente del mundo
secular, una cárcel católica, un juicio religioso y la capacidad
de mandatar la pena de muerte, el máximo suplicio. Rudecindo
Malleco es condenado a ser ejecutado en la guillotina. La hoja
asesina le parte la cabeza por la mitad, pero su cuerpo sigue
vivo, tratando de agarrarse a combos y patadas con el verdugo,
un hombrón que apenas le da importancia al ejecutado. Hasta
existe un mapa de San Agustín de Tango, dibujado por la entonces
esposa de Juan Emar, Gabriela Emar.
Juan Emar es el seudónimo de
Álvaro Yáñez Bianchi (1893 – 1964), hijo del periodista y
abogado liberal, Eliodoro Yáñez Ponce de León, quien fue el
fundador del diario La Nación, periódico expropiado por la
dictadura del General Carlos Ibáñez del Campo y que nunca pudo
recuperar. Claro está que la acomodada posición socio económica
de su familia, le permitió al joven Álvaro desarrollar sus
afinidades culturales y artísticas con tranquilidad. Se casó a
los 25 años con su joven prima Herminia Yáñez, a quien todos
llamaban Mina. En 1919 viaja con su mujer a Europa,
específicamente a Francia, instalándose en París, epicentro de
todos los movimientos de vanguardia que cambiarían la forma del
arte del siglo XX. Desde entonces comenzó un ir y venir entre
el viejo mundo y su patria natal, situación que se mantuvo por
el resto de su vida.
Ingresa a las clases de pintura
y dibujo en la Academia de la Grande Chaumiére, en
Montparnasse. Se rodea de toda la fauna bohemia de ese
entonces, junto a su amigo de andanzas, el poeta Vicente
Huidobro.
Ya en parís, como muestra de la
genialidad que lo caracterizaba, crea su seudónimo a partir de
un juego de palabras. Álvaro Yáñez necesitaba estar en constante
movimiento creativo, por lo mismo alegaba estar siempre
aburrido, cansado de todo. La expresión francesa “J’en ai
marre” significa justamente “estoy harto”. El artista
metamorfoseó esta frase y la transformó en Jean (J’en) Emar (ai
marre), que después castellanizó transformándose en Juan Emar,
su personalidad literaria definitiva con la que firmó toda su
obra, ya sea cuentos, novelas, artículo o ensayos. Sin embargo,
siempre signó su abundante trabajo pictórico como Yáñez.
A su vuelta a Santiago, comenzó
a publicar como Juan Emar sus Notas de Arte en el diario
La Nación. Llegó a publicar en ese medio un anticipo de
Altazor de su amigo Vicente Huidobro, traducido del francés
por el mismo Emar. En 1927 se separa de su mujer. Por otro
lado, su padre, Eliodoro Yañez, se ve obligado a vender La
Nación al gobierno del General Ibañez, que lo transforma en una
plataforma de propaganda gubernamental. Eliodoro Yañez debe
salir deportado hacia Europa.
Por esa época es donde comienza
una de las más interesantes historias de vida y amor dentro del
vasto mundo literario chileno. Juan Emar conoce a Álice la
Martiniére, modelo de alta costura y muy asidua a los círculos
de intelectuales vanguardistas en Francia. Con el tiempo ella
será su amiga, musa, amante y mecenas. Él la llama Pépéche y
será la mujer que más tiempo anidará en el alma del artista.
Nunca pudieron formalizar un matrimonio, aunque lo intentaron en
1927, ya que Álice era la esposa de un soldado desaparecido en
acción por lo que no pudo divorciarse. Tenía un hijo, Jean
Marc, a quien, con el tiempo, Juan Emar reconocería como
propio.
Emar se casa por segunda vez en
1929, con Gabriela Rivadeneira, 17 años menor que él y cuñada
del escritor Eduardo Barrios. Entre Barrios y Emar se cultivó
una amistad de gran cercanía, incluso fueron vecinos y
consuegros al casarse la hija mayor de Barrios –Carmen- con
Eliodoro, el hijo mayor de Juan.
Con el derrocamiento del
general Ibáñez, vuelve al país don Eliodoro Yáñez junto a su
familia, pero retorna abatido de salud. Muere a un año del
regreso en 1932. Tres años después, en 1935, Juan Emar publica
las novelas Miltin 1934; Un año y Ayer con
ilustraciones de su mujer quien firma como Gabriela Emar. En
esta última novela es donde el universo de Emar nos entrega los
acontecimientos en San Agustín de Tango, un lugar cuyo poder
literario debería bastar para existir en la realidad. En 1937,
publica el libro Diez, obra que contiene el mismo número
de relatos: cuatro animales, tres mujeres, dos sitios y un
vicio. Una prosa que atrapa. Hay que detenerse en el cuento
El unicornio, simplemente una historia magnífica que
comienza así: Desiderio Longotoma es el hombre más distraído
de esta ciudad. Se vio obligado a enviar a todos los periódicos
el siguiente aviso: “Ayer, entre las 4 y 5 de la tarde, en el
sector comprendido al N. por la calle de los Perales, al S. por
el Tajamar, al E. por la calle del Rey y al O. por la del
Macetero Blanco, perdí mis mejores ideas y mis más puras
intenciones, es decir, mi personalidad de hombre. Daré
magnífica gratificación a quien la encuentre y la traiga a mi
domicilio, calle de la Nevada, 101”. El resto del relato no
decae, por el contrario es un festín creativo que es un placer
leerlo. En el prólogo de la primera edición, realizada por
ediciones Ercilla, se puede leer: “Wilhelm Mann, en su excelente
panorama literario de Chile, inserto en “Chile luchando por
nuevas formas de vida”: También ocupa, dentro de la
literatura excéntrica, un sitio aparte Juan Emar. En sus libros
inteligentes y amenos asistimos al fuego artificial de fenómenos
maravillosos que son grávidos de significación simbólica y de
tendencia satírica”. Luego de Diez, Emar deja de
publicar voluntariamente, aunque sigue escribiendo y pintando.
Seguramente en su cabeza estaba desarrollándose su más extensa e
inacabable obra literaria, esa que lo mantendría ocupado por
miles de páginas mecanografiadas para la posteridad.
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