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C E N T E N A R I O
R E C U E R D O S D E L A G
U E R R A
D E L P A C Í F I C O
p o r D a v i d V a l j a l o
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Los recuerdos
directos son breves. El primero de ellos fue un corvo, guardado
en casa, perteneciente a mi abuelo. No lo alcanzó a emplear
porque con sus 18 años y su falta de instrucción militar, lo
sorprendió el término del conflicto. El viejo murió antes de
que yo naciera, por lo tanto, en lo que a la familia respecta,
la guerra quedó reducida a un cuchillo. Al dispersarnos, creo
que mi hermano menor lo heredó, sin consultar a nadie. Sin
embargo, uno de mis tíos, el más huevón, perteneciente al sector
de los chileneros –crestas, mejor es decir chilenudos, se me
pueden enojar los del grupo de las cuecas- se mandaba la parte
diciendo que había participado en la toma del Morro, en el
desembarco de Pisagua, y póngale también Chorrillos y
Miraflores, y para no quedar corto, en la campaña de la Sierra.
La verdad es que
consultamos con mamá y la respuesta fue categórica. El abuelo,
lo único que hizo, fue cuidar prisioneros en la retaguardia. Lo
demás son inventos del loco. Por supuesto que el loco para
ella, es el huevón para nosotros. El otro, es la figura de don
Wenceslao Vargas, al comienzo de la década de los 30.
Acostumbraba a sentarse en las mañanas en la Plazuela de la
Merced. El lugar, tranquilo a esa hora, estaba formado por una
ancha vereda, previa a la única sala de cine, el cuartel de
bomberos, con una torre a punto de caerse y repleta de lechuzas
y luego, la Parroquia, que visitaba por algunas razones.
Consultar y revisar de vez en cuando sus archivos, pues con
anterioridad a la dictación de las leyes del Registro Civil y
Cementerios Laicos, son los únicos documentos disponibles
válidos para certificar nacimientos, matrimonios, defunciones
y la amistad del sacristán, músico-cómico por excelencia, quien
posteriormente terminó formando un dúo jocoso, que adquirió
fama. Pero volvamos a don Wenceslao. Pocos cabellos canos
cortados por algún vecino, que más bien daba la impresión que
había empleado una tijera podadora, una camisa de color,
chaqueta corta de mangas y pantalones cortos de pierna. Estos,
además de cortos, parchados en las rodillas y en el culo.
Siempre lo veíamos,
repito, en las mañanas. Hasta hoy no puedo decir qué hacía o a
qué lugar concurría por las tardes o por las noches.
Pasados los años
leí en la prensa, que el cabrón de González, junto con remozar
la ciudad, entre otras cosas, también lo remozó a él,
nombrándolo vicealmirante, en vista de que era el único
sobreviviente de la Esmeralda. Es claro que este nombramiento,
con su reconocimiento monetario correspondiente, ocurrió el día
de la maduración del membrillo por la tarde, cuando el pobre
viejo ya pasaba los 90, y después de haber vivido en toda su
larga vida, de sus heroicos recuerdos y de la caridad pública.
El tercer recuerdo
del Centenario, ya en Santiago, muchos años después, tuvo lugar
cuando apenas quedaban ejemplares de ese viejito que apenas
se mueve / es un veterano del 79, de acuerdo con el infantil
verso de Vicente. Infantil por contenido y forma, y por haber
sido escrito casi en la infancia. Por supuesto, después de
Altazor, olvídate si se mueve mucho o poco. |
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Fue fortuito. Mi
novia de aquel entonces, profesora, para un 21, llevó a la
escuela a dos de ellos. Más bien dicho, ella hizo los arreglos
y yo fui a buscarlos. Bueno, una manito y todo por la patria.
Los muchachos, para esa recordación de aquel Mayo glorioso,
tendrían la presencia de dos de los escasos sobrevivientes.
En el taxi iban
felices. Mis preocupaciones me absorbían y no les presté mayor
atención. En la escuela la cosa fue diferente. Mi novia me
obligó a participar. Lógicamente, la Canción Nacional, que en
aquel entonces no incluía la estrofa de “los valientes
soldados”, De una cosa estoy seguro. Don Eusebio no pensó
en los actuales delincuentes cuando escribió que “lo sabrán
nuestros hijos también”. Yo creo que ni nuestros nietos los
van a olvidar. Luego el discurso del Director, etc., etc., y la
intervención del más viejo, quien tomó parte en la toma del
Morro, y en su discurso se refirió a ello. “Mi coronel dijo
que mantuviera las fogatas encendidas y ordenó gran algazara a
los pocos que quedaron en el campamento, mientras el grueso del
regimiento avanzaba sigilosamente en la noche. Antes del
amanecer iniciamos el ataque. Las primeras trincheras fueron
tomadas con facilidad, pero a medida que se avanzaba, la lucha
era más dura”. Sobre la improvisada tarima el viejo
accionaba físicamente, respaldando sus palabras. “Sí
–decía- tomé la bayoneta y avancé” un arma imaginaria
estaba en sus manos y daba un par de pasos, agazapándose, pronto
a saltar sobre el enemigo. Hubo que sujetarlo en su avance,
porque su entusiasmo casi lo hace caer. “Claro, avanzamos,
seguimos subiendo. Yo delante de todos. Cuando de improviso,
frente a mí, apareció un soldado enemigo, con su bayoneta en
alto. Bueno, me dije. Hay que morir por la patria, apretando
el fusil, así, ven ustedes, con las dos manos. Di un paso
adelante”. (Lo dio y casi se cae otra vez de la tarima. Su
rostro estaba rojo, por el esfuerzo, sus manos y mandíbulas
temblaban). “Y traté de cargar al enemigo de frente y… y… me
cagué”. Ante su sorpresiva sinceridad, hubo silencio
absoluto. Narrar su participación en un hecho histórico, con
esa honradez, es algo inusual. Claro, cualquiera se caga en un
trance así, pensé. El viejo, después de reflexionar un
instante, agregó: “Me cagué, digo que me he cagado”, y se
llevó ambas manos al trasero.
Recuerdos de la Guerra del Pacífico, escritos por David Valjalo,
editor de la revista “Literatura Chilena en el Exilio”. Valjalo
fue un querido amigo de Lakúma-Pusáki, autor de diversos libros
de poesía y un gran activista cultural-político contra la
dictadura cívico-militar de pinochet. Falleció en 2005.
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