El cantor de telón despliega el mapa de América Latina, el
ensombrecido Cono Sur, una fábula de islas, poblados en la
selva, arrabales, puertos, y de pronto saca una postal, la foto
de un amor o un compañero muerto, la nostalgia de una ciudad (de
ese mar de la Martinica que yo conozco y amo tanto como aquel
negro de Paris en el cuento de José Luis González), y el mapa se
vuelve loco de signos, de señales oscuras, y entonces la patria
del exilio borra sus fronteras: es el chileno Délano el que
evoca un tango, el argentino Orgambide quien hace hablar a su
mulata de Cali, o a su exiliado español o yugoeslavo, y el
panameño Pitty el diario de todos, y el nicaragüense Chávez
Alfaro y el ecuatoriano Donoso Pareja sumando a ese lenguaje,
que es de todos y ya no es de ninguno, la persistencia del
lenguaje común y comunal del exilio.
De este feliz intercambio, de este trastrueque de lenguajes,
modos y entonaciones de la Babel Latinoamericana surgen los
cuentos de estos narradores. Ninguno de ellos pierde, por
supuesto, su signo personal. Sin embargo, y en esto, al menos,
lo autobiográfico es engañoso: estos inventores de historias
inventadas disimulan bien sus errancias y penurias y se las
endilgan a personajes suyos que andan por el libro como por un
puerto. En todos hay un afán coloquial que les viene de la
habladera sin término del exilio, todos tienen algo de
narradores orales que saben solicitar la atención y quieren ser
recompensados por ella, todos tienen mucho del arte del merolico
de mercado dominical que antes de darnos sus amuletos y brebajes
comienza la labor de encantamiento encadenando los fuegos
artificiales de sus palabras que estallan en el cielo sombrío de
las verdades de su cuento. Algo los une, además o más que la
desdicha: el humor. Hijos del Periquillo Sarniento, picaros o
amigos de otros picaros, estos cuentistas cuenteros manejan el
humor como procedimiento literario, se burlan de la solemnidad,
saben reír, ¡qué carajo!
Dicen que después de los treinta años cada hombre tiene la cara
que se merece. En la literatura, esta cara debe ser el estilo,
el lenguaje, la forma en que cada quien hace hablar el universo
por su boca, como querían sin conseguirlo los presocráticos.
Estos escritores han pasado esa edad y ya hablan por sí mismos.
Vienen de la borrasca, de tumultuosos pleitos en los países que
han abandonado. Son pasajeros de tránsito, pero el pasado crece
en todos ellos como una forma de lucidez, de compromiso con las
luchas y expectativas de otros hombres, de otros combatientes de
América Latina. Por pudor, aluden a ellos sólo en forma
ocasional, pero ellos están presentes de alguna manera, ellos
son los testigos silenciosos que avalan estos cuentos. Así,
estas producciones literarias, estas hierbas medicinales de la
imaginación también pueden verse y pampadecerse como una tenaz y
apasionada forma de resistencia frente a las ideologías
criminales del neofascismo de América Latina. Algunos de los
hombres que escriben estos cuentos tienen sus puestos en otros
frentes de lucha, fuera de la literatura, pero no la desdeñan
como algo auxiliar ni la usan como mera forma de propaganda. Van
a ella y vienen de ella porque es la buena madre que ha de
darnos de mamar otra vez a todos los hombres en la hora de la
muerte y ella les cuenta viejas historias de esta parte del
mundo y les dice la verdad de que aún la poesía es posible, y
que la alegría y la esperanza, a la sombra de las bayonetas, no
están perdidas para siempre.
(Nota:
Este trabajo constituye el prólogo del libro 'Exilio' y fue
extraído de la revista
Literatura Chilena en el Exilio. N 11 julio 1979)
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