F U E G O S   Y   D E S T I E R R O S

D E   E D M U N D O   H E R R E R A


p o r   M i g u e l   M o r e n o   D u h a m e l

   

 

 

Hace cinco años que Edmundo Herrera colocó en mis manos su libro Fuegos y destierros.  Después de recorridas todas las estaciones que contiene un lustro, siento la necesidad de escribir algo sobre esta obra del poeta de Renaico.

 

Abro el libro al azar, un libro que ya he leído en un par de ocasiones, y me encuentro con siete poemas escritos para César Vallejo.  Más adelante algunos otros para Violeta Parra, Víctor Jara, James Joyce, Gonzalo Rojas, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Pushkin y un largo etcétera.  Es que Fuegos y destierros es un volumen habitado por el cuerpo y el alma de distintas personas que caminan actualmente o han recorrido otrora la humanidad.  Se viaja desde París, Rusia, pasando por Nicaragua, Argentina, hasta descender en el fogón que junto a Marino Muñoz Lagos, comparte el poeta bebiendo vino y contando historias.  En estas páginas conviven en un mismo espacio de tiempo distintos nombres de la familia humana, como es el título de uno de sus poemas que ya habíamos tenido la posibilidad de escucharlo en el CD Naipes Marcados, una familia rica en experiencias al límite; encuentros políticos, sensoriales o sexuales.  Son muchas las voces que componen este canon literario.

 

Edmundo Herrera tiene una voz característica que me lleva invariablemente a las décadas en que la guerra fría nos hacía tomar una posición política determinada.  Los versos hablan por las bocas de otros que no tienen voz.  Hay un sentir latinoamericanista, una opción por la lucha y el justo derecho de la autodeterminación de los pueblos.  Un compromiso real con las causas sociales.  No ese llenarse de un discurso vacuo tan nueva mayoría hoy por hoy, tan falso cuando se habla de las brechas sociales y se permiten bajo cuerda (o por sobre ella) sueldos millonarios para familiares y amigos, dando una definición de academia a la palabra nepotismo.  Herrera enfrenta estas deslealtades con la vida de la Comadre Rosa, por ejemplo,  mujer amiga de Micaela, de Doña Juana, de la Elcira y la Práxedes; mujer que cocina un hijo cada año, que siempre en la mañana es más pobre, pero que sin embargo le crecen flores en las manos todas las noches.

 

Edmundo no se queda sólo en describir, él es sincero y, si tienen la posibilidad de conocerlo como lo conozco yo, comprenderán que realmente es un angurriento y un vagamundos.

 

 

 

 

Prolífico en escribir, tal parece que sus ochenta y tantos años a cuestas los lleva en los bolsillos, y que estos están rotos, porque la vitalidad que demuestra, la diablura que habita en sus ojos, ya se las quisiera cualquier jovencito achacoso.  Estoy seguro que nos entregará más libros, más nuevos poemas, más talleres y más historias.

 

De este libro me llaman siempre la atención dos poemas-autorretratos, uno incluso donde toma la distancia de un tercero y se refiere a sí mismo como el Edmundo Herrera que es y que será siempre, aunque no sé, como dice el texto, si morirá en el olvido.

 


 

 

Organillo y Ceniza para Edmundo Herrera

 

Ahora conoces, Edmundo Herrera, el terrestre

rostro del organillo, los espantapájaros

que persiguen tu nostalgia; lejos del sur,

de su salmuera y mordedura, perdido en París,

con lluvia y ventoleras pegadas a la piel,

náufrago extraviado en tu desgarradura,

como una antigua campana tocada en viejas islas.

Eres ciego, Edmundo Herrera, con la semilla a cuesta,

levadura de difícil amarra, la sangre del exilio vagamundo

en alto te circula; eres un aparecido detrás de todas

las puertas.  París lo sabe y te acoge con ternura.

Aquí la paz y la esperanza, la libertad te acosa

de nuevo en madrugadas.  Como iluso navegante,

Edmundo Herrera, perdido entre la niebla, cazador

de luces prisioneras, no conoces brújulas peregrinas;

buscas raíces de la patria delgada.  Ella está muy lejos,

herida, sojuzgada, acuchillada; acorralado, como siempre,

te encuentra el otoño, perseguido el que canta.  Eres

vagamundo sin memoria en los costados y los pájaros del sur

vuelan su última canción en soledad.

Un día morirás en el olvido, Edmundo Herrera,

y tu ceniza no cruzará el aire de tu patria lejana.

 

 

Post Scriptum: Si quieren conocer el otro poema-autorretrato, busquen el libro y cómprenlo, creo que está en la librería de la Sech, Almirante Simpson 7, providencia, Santiago, horario indeterminado.