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E L
F A L S O P R O F E T A
p o r J o r g e E t c h e v e r r y
A r c a y a |
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Jorge Etcheverry Arcaya. Nacido en Chile, vive
actualmente en Canadá desde 1975 donde trabaja como traductor.
Perteneció a la Escuela de Santiago y al Grupo América,
agrupaciones poéticas de los 1960 y fue uno de los editores de
Ediciones Cordillera. Es poeta, prosista y crítico.
Cronipoemas, su sexto libro de poemas fue publicado en
Canadá en 2010. En 1993 apareció su novela De chácharas y
largavistas. Su antología de narradores chilenos en Canadá,
Northern Cronopios, también fue publicada en 1993. Ha publicado
prosa, poesía y crítica en Chile, Canadá, México, Cuba, Estados
Unidos y otros países. Escritos suyos aparecen en antologías
como Cien microcuentos chilenos, Armando Epple, Chile, 2002; Los
poetas y el general, Eva Goldschmidt, Chile, 2002; Anaconda,
Antología di Poeti Americani, Elías Letelier, Canadá, 2003;
Latinocanadá, Hugh Hazelton, 2008 y The Changing Faces of
Chilean Poetry.
A Translation of Avant Garde, Women’s, and
Protest Poetry, Sandra E.Aravena de Herron, USA., 2008.
Es embajador en Canadá de Poetas del Mundo. Su
antología Chilean Poets: A New Anthology fue publicada por
Marick Press, USA, 2011. Recientemente fue antologado en la
Antología de poesía chilena I. La generación de los 60 o la
dolorosa diáspora, de Teresa Calderón, Lila Calderón y Tomás
Harris, 2012, en Alquimia de la tierra, de Santiago Aguaded
Landero, Dante Medina y Sarah Schbabel, España, 2013 y en Elogio
del Bar, bares y poetas de Chile, Gonzalo Contreras, Chile,
2014.
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I
Cada año es otra gota que cae sobre mi cabeza.
Eso dijo antes de entender las palabras del mentado profeta.
Proferidas como cintas de colores, como confeti que cae desde
balcones en carnaval.
Vestido con ropa heterogénea y barata, como la de
millones de jóvenes a los que así pretendía llegar. El mentado
profeta (no por propia elección pero saboreando el término) se
ponía una piel de oveja para acercarse y ser creído y querido
por esos jóvenes al margen y posteriores a todas las religiones,
todos los ismos, que se aglomeraban en los malles o sus
cercanías.
Es que la urbe crecía pese a la oscura
resistencia en su entraña o periferia. No importan las
invocaciones a dioses, los automartirios que a veces asolaban
los paseos públicos, la megaciudad se traga otro poblado, acoge
en sus barriadas otra horda de recién llegados que a los pocos
años ya no se distinguirán del resto si no es por un cierto
acento, una reliquia familiar cuyo mismo origen se tornaba
borroso.
La preparación de la chapa del profeta (falso)
duró un tiempo largo casi incalculable. En una dura decisión
para salvaguardar su desvaneciente ancestro, sus tradiciones,
esa tribu o secta que lo originara había optado por abolir el
execrable calendario para volver a orientarse por el ciclo de
las estaciones.
Eso no les impedía la compra de armas de todo
calibre de preferencia portátiles y de fácil uso igualadas o
superadas por las de otras tribus que también las recibían—u
otras ligeramente diferentes. Los ex países se desglosaban en
variadas regiones de bordes tenues que se sembraban de anécdotas
sangrientas e ignotas flores rojas de batallas y escaramuzas.
Los mercaderes de armas mantenían el perfil más
desdibujado posible en sus tratos con todos los
poderes—políticos y adquisitivos, desde imperios a jefes locales
con acceso a recursos—en vastas y complicadas cadenas
comerciales. Los sacerdotes y ancianos de las diversas tribus y
sectas urgían a la reproducción de sus vasallos para contar con
nuevas huestes para las guerras del futuro. O Acaso la misma
guerra que seguía su curso desigual al recorrer las décadas.
Pero eso no entraba en los cálculos de la
obsesión del falso profeta que como una flor roja de pétalos
carnosos le comía la vida mental ya desde la temprana
adolescencia
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II
Otra cosa sería si alguien me viera a mí desde la
vereda del frente. Otra cosa yo mismo que me salgo al encuentro
en escaparates, desde espejos, desde ventanas súbitas que
reflejan sin permiso.
Una figura delgada de edad indefinible. De más
cerca un rostro magro, sin las gafas negras los ojos oscuros, la
frente medio saliente, las cejas ya blancas que se hirsutan un
poco y muestran el corte de unas tijeras baratas—ya no estamos
para muchas pretensiones.
Tengo que mencionar ropa oscura de preferencia
negra, más bien ajustada, el paso más bien rápido.
El falso profeta se caracteriza en cambio por la
ropa clara, de tonos pastel, más bien holgada, los músculos un
poco salientes de tanto hombre joven esteróidico. Una cara
abierta de rasgos quizás un poco acentuados, que se ofrece al
mundo.
Con paso rápido, un animal de presa desatado por
las calles, entra en los cafés con su tableta portátil, con ojos
predadores estima su efecto en las jóvenes que toman café y
estudian y se ostentan desde las mesas, los sillones. Su disfraz
lo mimetiza en ese círculo normal y a la moda. Breve es el
examen que aprueba la marca de sus zapatillas, el corte de su
pelo, el logo de su polera. Esas mentes y ojos nacientes lo
aceptan como uno de ellos. El jubilado que lee el diario solo
levanta un segundo sus desdeñosos ojos azules y su mirada
resbala apenas con tedio sobre esa imagen que pasa, una de
tantas. |
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Al tiempo que se toman fotos vía satélite de los
afectados, esas diminutas sombras que parecen danzar
enarbolando fusiles en la meseta gélida a muchos kilómetros del
poblado más cercano—alrededor de las cabezas cercenadas, los
cuerpos con miembros doblados en imposibles ángulos esparcidos
sobre la tierra—ahora encienden un fuego donde parece que asan a
un enemigo capturado. La resolución del video que pasa casi
directamente a las redes noticiosas más grandes, con más
audiencia en la hora de mayor sintonía, permite ver incluso el
blanco del ojo y de los dientes de las figuras ahora casi al
alcance de la mano cuando la gente se toma su café—el
primero—mientras ve las noticias en la mañana.
Simbólicos pájaros de todos los colores del
arcoíris, otros infrarrojos, ultravioletas o de gamas de colores
nunca vistas por humanos pero que sí perciben los insectos
Quieren ser desplegados sobre páginas sobre todo
electrónicas para desde allí sobrevolar los hechos capitales o
no que como una cinta sin fin se suceden uno tras otro no tan
sólo en los medios y pantallas más oficiales sino por la red
intangible pero tupida que comunica entre ellos a quienes portan
estos nuevos aparatos de funcionalidad múltiple que ahora casi
están al alcance de cualquiera.
Desde el inconsciente de los hombres (y las
mujeres) a la postre y en definitiva y aunque se pretenda y
piense lo contrario.
Se han levantado siempre los pájaros/las aves
que copian a sus homólogos y análogos concretamente alados que
surcan esa atmósfera, cercanos al cielo que es abierto y en el
peor de los casos vacío, pero carente de esas pulsiones de la
carne que rodea al inconsciente—genético, ancestral colectivo—
lo que se quiera que dé más plata y publicaciones.
Entonces se dice en los artículos revisados por
colegas (en inglés peers) que esos símbolos quieren decir
algo, apuntan hacia algo, refieren a algo—siempre respecto a la
vida concreta que se desarrolla afuera en esa carne ciega, en
las calles y plazas de las sociedades, bajo la forma humana.
La adicción se cernía sobre el profeta (falso
entre los otros por su necesidad de disfrazarse) y sobre mis
propias entrañas, mi cabeza, cuando elucubraba, mi cuerpo
cuando me movía inmerso en rutina cotidiana—siempre igual a sí
misma no importa dónde. Puedo mencionar al alcohol y los
cigarrillos en mi caso.
En algún momento la cosa llegaba un poco a
mayores. Ni siquiera debo mencionar el sexo, resquicios de una
temprana educación cristiana me lo prohíben.
Ni tampoco los sueños y ensueños a que solía
entregarme y que no tematiza casi ninguna literatura.
Me pregunto quizás un poco retóricamente sobre
los sueños y ensueños a que se entregaba (y se entrega) el
falso profeta.
III
Invernando en el confinamiento artificial pero
bastante vivible que el Hemisferio Norte Desarrollado otorga a
gran parte de sus habitantes durante los días gélidos de los
extremos inviernos aún no conjurados por el Progreso, la
Tecnología, la doma y usufructo de la Naturaleza por los que
bregaban, rezaban y sudaban los cristianos protestantes de todos
los pelajes y más aún aquellos provenientes de sectas, profetas,
escisiones, cenáculos y confraternidades de origen calvinista
que veían en todo signo del éxito personal (material y
monetario) una huella del dedo benévolo de la Divinidad. Todo
como una bandada de pájaros ambiguos el eco de cuyo graznido
percibimos a la distancia. Pero a lo que iba, el falso profeta
estaba biding his time como se dice por
aquí—inadvertidamente estoy señalando cosas que lamentaré más
tarde, que mis persecutores sabrán aprovechar, por ejemplo esta
confesión involuntaria de mi ajenidad y arribo tardío a ciertos
parajes.
Haciendo tiempo como decimos nosotros en el Otro
Hemisferio, preparando sus armas psicológicas, su discurso
engañador, asimilando más aún a este medio su aspecto común y
corriente de joven de apariencia imprecisa pero agradable y
franca, con el que uno se podría topar sentado en un bus o en el
metro, trabajando en un MacDonald’s o un Harvey’s o en la
sucursal de su barrio del banco cuando va a pagar una cuenta.
Bastándole y sobrándole para los menesteres del Diario Vivir los
fondos a que nos referíamos antes, recolectados en variadas
partes del mundo por manos maldecidas y abundantes en parajes
sumamente reluctantes a toda imaginación occidental, incluso la
nuestra que por otro lado no carece de límites ni mucho menos y
que pese a lo que pudiera parecer nos hace guiños traicioneros
revelándonos como invento, quimera, delirio o falsa memoria esos
contenidos tan anecdóticos como vastos en los que basábamos
nuestra próxima movida.
Que se derrumba entonces como castillo de naipes
o las piezas de ajedrez que vuelan por los aires junto con el
tablero gracias al palmotazo irritado y súbito del mal perdedor.
Pájaros oscuros y salvajes eran los que se
agolpaban frente a su ventana o parecían anidar en los recovecos
de concreto y hielo que proporcionaba el alero del techo—porque
el Falso Profeta también tiene a su haber un cierto comando o
alianza o pertenencia con una parte de ese todo (o a lo mejor
nos parece) de la naturaleza que según las visiones maniqueas
desde los Neardental a estos días tendría dos caras, pero de la
misma moneda, entonces él sería el sello y yo y nosotros la
cara, o el revés y el derecho, concepción que obviamente no
podemos aceptar.
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