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Daniela Sol nace en Talca en 1983, es poeta y académica.
Profesora de Filosofía y Licenciada en Educación por la
Universidad Católica del Maule, y Magíster en Estudios
Latinoamericanos (mención Letras Latinoamericanas) por la
Universidad Nacional Autónoma de México. Doctora en Filosofía y
Letras por la Universidad de Alicante, España. Es autora de los
poemarios Sonidos Errantes (Xaleshem, 2014); Postales
y Espejismos (Helena Ediciones, 2016) y del soliloquio
Fractura (Alauda, 2015) Chile. Su obra ha sido incorporada
en las antologías La Palabra Escondida, homenaje a Stella
Díaz Varín; Ludwig Zeller: Componiendo una ilusión. Un
diálogo antológico en sus noventa años; Luna llena, 80 años de
Susana Wald, publicaciones editadas por Xaleshem entre 2017
y 2018.
Es la compiladora de la antología Verbo Latente, poesía
social reciente (Helena, 2017) e Ixquic, Antología
internacional de Poesía Feminista (Verbum, 2018).
Integra la Sociedad Chilena de Estudios Literarios y el grupo de
Investigación Literatura y Escuela.
Se cumplen 100 años del
surrealismo ¿Qué importancia le das a este movimiento en la
actualidad?
Creo que la importancia del surrealismo radica, básicamente, en
la necesidad de su existencia. Estamos viviendo tiempos tan
dolorosos, donde a nadie le interesa lo que pase con el resto,
donde a diario mueren niños en las guerras, donde se sigue
matando a las mujeres, que el surrealismo nos permite las pausas
necesarias para la introspección y la sana manifestación del
inconsciente. Creo que el surrealismo sigue plenamente vigente,
y ahora, más que nunca, lo necesitamos, porque necesitamos de
los sueños, de la imaginación, los silencios, de las rupturas y
las disidencias.
El escritor Enrique de
Santiago te incluye dentro del surrealismo chileno. ¿Te sientes
parte de este movimiento, por qué?
No sé si me sienta una surrealista más, pues en la búsqueda del
ejercicio poético he emprendido diversos caminos, experimentando
maneras, situaciones, estertores que no siempre han
correspondido al surrealismo. Tal vez soy una hija pródiga del
surrealismo chileno, pues varios representantes de este
movimiento siempre me han considerado para sus proyectos, aunque
a veces los míos sean más mundanos y se alejen del imaginario
surreal. Le debo mucho al surrealismo y no sé si le he pagado
como El lo merece. Desde Ludwig Zeller, quien me enseñó a tejer
los versos, Susana Wald, Rodrigo Hernández Piceros, Zebrah y el
propio Enrique de Santiago, que creo ha sido muy generoso en
considerarme una surrealista más, mi cercanía al surrealismo es
mi gran referente en el inicio de mi carrera como escritora.
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El
escritor Carlos Leiton, Daniela Sol y Dámaso Rabanal,
profesor de la PUC |
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¿Cuáles son tus referentes
literarios?
Ludwig Zeller, sin duda. Stella Díaz Varín, Teófilo Cid, Juan
Luis Martínez, Stella Corvalán, Omar Cáceres, Gabriela Mistral,
Jorge Cáceres, Piedad Bonett, Nestor Perlonger, Rosario
Castellanos, Leonora Carrington, Francine Masiello, Diamela
Elttit, Teresa Wills Montt, Helene Cixous, Judith Butler, Julia
Kristeva, Gabriel Weisz, y un largo etcétera.
¿Tienes alguna metodología
para escribir? ¿Existe un momento especial, algún estado de
ánimo al momento de crear tus poemas?
No utilizo mayores estrategias que el ejercicio de soltar y
dejar de esperar que “baje la inspiración”. Jamás he podido
forzar la escritura y ya asumo que ella fluye cuando menos lo
espero. No obstante, un buen aliado para estimularla es el
silencio y la soledad.
En relación a los estados de ánimo, todos los que habitan
nuestra condición humana son buenos objetos de escritura.
Háblanos de tu estadía en
México y de tu amistad con Ludwig Zeller y Susana Wald.
Viví ocho años en México. Estudié en la UNAM el magíster y
comencé un doctorado que no terminé (posteriormente realicé el
doctorado en España). Durante esos años tuve la oportunidad de
recibir lecciones de vida valiosísimas, y además de todo tipo.
Me fui muy joven de Chile, y sola, y México me enseñó de
sobrevivencia económica y emocional.
Conocí a Ludwig Zeller cuando realizaba mi tesis de Magíster
sobre el grupo Mandrágora. Él y Susana Wald viven en un pueblo
zapoteco llamado San Andrés Huayapam, en el estado de Oaxaca.
Les escribí para entrevistar a Ludwig sobre su cercanía con
Mandrágora y me invitaron a pasar unos días con ellos. Desde ese
momento (2009) se formó entre nosotros una amistad imborrable en
mi vida. Comencé a frecuentarlos, al menos dos veces al año, en
estancias que duraban semanas en su maravillosa casa. Ellos no
sólo me abrieron las puertas de su hogar, sino que me dieron un
amor legítimo, que fue retribuido y agradecido por mí en mi
tesis doctoral, que estudia la obra de Zeller.
Frecuenté por muchos años la casa de los Wald Zeller. De dichas
instancias atesoro tanto, en especial las sesiones de
automatismo y estructura poética que mantuve con Ludwig. Él ha
sido mi maestro, quien me enseñó a escribir la poesía de manera
mucho más profunda. |
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