U n a c r í t i c a a l a p r á c t i c a f u n c i o n a l d e l a s o c i o l o g í a c o n t e m p o r á n e a e n C h i l e c o n p i n t u r a s d e A d o l f o V á s q u e z R o c c a |
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"…El funcionario moderno nos ha obligado a encasillar toda nuestra existencia, todos los supuestos básicos de orden político, económico y técnico de nuestra vida en los estrechos moldes de una organización de funcionarios especializados, de los funcionarios estatales, técnicos, comerciales y especialmente jurídicos, como titulares de los funcionarios más importantes de la vida social…" (Max Weber) |
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I N T R O D U C C I Ó N
La pertinencia de una interrogante sobre el rol del sociólogo en nuestra sociedad se inscribe en una crisis disciplinaria, en un momento del declive de las epistemologías normativas, tras la debacle de paradigmas y de certezas que, de una u otra manera, también se expresan en la fragmentación del tejido social en sus distintas "esferas" o "niveles" de reproducción. Ello comprende una serie de transformaciones culturales, sociales y políticas que afectan directa e indirectamente el ethos clásico de la sociología, a saber, el rol del sociólogo y su objeto de estudio, en el marco de aquello que el discurso de la modernización ha denominado como sociedades complejas y diferenciadas.
Es preciso consignar que la crisis del imaginario crítico de la sociología y sus prácticas de intervención metodológicas y de análisis textual (método, medición, evaluación y teorización) responden fundamentalmente a mutaciones socio-culturales que no sólo radican en la pérdida del objeto del discurso sociológico, sino también de la pérdida del sentido social que, bajo diversas perspectivas, informó los imaginarios del cambio social en América Latina e igualmente en nuestro país (1). |
Nuestra argumentación en esta ocasión, hace mención a los complejos procesos de racionalización de la vida moderna y cómo esto último se traduce en una especie de "jaula de hierro" que escinde el análisis critico del instrumental de medición y que ha terminado por desvirtuar el oficio sociológico resignificando la práctica sociológica hacia una funcionalidad utilitaria despojada de horizonte crítico-normativo, sin un carácter propiamente humanista o emancipador. De otro lado, adelantamos aquí una crítica a la racionalidad científica comprometida con los nuevos "paradigmas" cognitivos, a saber, como el quehacer sociológico ha devenido –especialmente en las últimas dos décadas- en una tecnología de medición y control social que se expresa como un poder legítimo sobre la esfera social, sin mayores interrogaciones críticas o resguardos epistemológicos respecto a su funcionalidad en el campo instrumental de las ciencias sociales. Ello nos obliga a esbozar una reflexión que intenta restituir el ethos sociológico para reivindicar –críticamente- la condición política del "enunciado sociológico" como forma de impugnar la profesionalización tecnocrática de la tradición sociológica.
Frente a la pregunta, ¿cuál es el rol del sociólogo en la sociedad chilena? (más allá de tipologías consagradas en la figura del académico, el consultor y el especialista) es conveniente reflexionar sobre la funcionalidad del profesional y cientista social en el capitalismo racionalizado. En otras palabras, nos preguntamos, ¿Es la sociología una ciencia social (2) cuyas lógicas de conocimiento operan funcionalmente al servicio de la dominación?. De otro modo, ¿en qué medida la funcionalización del discurso sociológico se establece como una clave explicativa y angular respecto de la connivencia entre saber y dominación? |
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E l s a b e r c i e n t í f i c o e n e l p r o c e s o d e d o m i n a c i ó n a l i n t e r i o r d e l o s p r o c e s o s d e m o d e r n i z a c i ó n c a p i t a l i s t a e n C h i l e
Para responder preliminarmente a estas interrogantes –que arrojan más preguntas que respuestas- interesa desarrollar una lectura teórica sobre la labor científica en nuestro país. Para ello se hace imprescindible comprender el contexto socio-cultural en el que nos encontramos inmersos, ya que los procesos de modernización individualista constituyen un fenómeno de carácter estructural que ha generado un debilitamiento de la histórica relación entre el sujeto clásico anclado a estructuras de representación que van desde el partido político hasta la expansión la burocracia estatal. Tras ello se impone un mercado simbólico como regulador de las relaciones sociales y la reconfiguración del diseño estatal como garante legítimo de esta situación a través de una multiplicidad de políticas públicas de carácter focal (sectorialización) (3). |
A partir de lo último, tiene lugar la articulación de nuevas singularidades locales que explican la nueva base de constitución del actor social. Ello se vincula al paso que va de formas orgánicas o colectivistas de representación a procesos de individuación donde el mercado también coacciona la mediatización del discurso teórico, concibiendo los nuevos sujetos bajo dinámicas fragmentadoras y no –como hasta hace algunas décadas- en las formas colectivas de la acción social. Ello ha contribuido en la configuración de un escenario nihilista, de micro-relatos, que prescinde de los grandes proyectos de emancipación, a saber, de aquellos relatos que generaban un lazo social donde la política era el campo de representación y solución de los conflictos sociales, ahora, en cambio, ha devenido un discurso cuya fragmentación es el resultado de un proceso donde las subjetividades se encuentran internamente desarticuladas. En palabras de Álvaro Cuadra (4), "… sin megarrelatos de legitimación, la cultura contemporánea hace suya la lógica mercantil renunciando a dos grandes competencias del saber narrativo: Una visión del mundo holística y al significado psíquico y emocional arraigado en el sujeto" (5).
Actualmente las ciencias sociales no han podido salir "ilesas" de estas transformaciones culturales y normativas que han afectado al mundo contemporáneo y en especial nuestro |
país, por lo tanto, asistimos a un escenario donde gravita un tono post-moderno en la discusión, cual es un estallido del campo sociológico en un nivel intelectual, institucional y profesional (6).
Antes bien, lo social hoy se ha complejizado (7) en una diversidad de redes que, como señalamos anteriormente, modifican las bases de constitución y representación del sujeto moderno. Todo ello se traduce en una fuerte irrupción de ciencias que tratan de explicar la multiplicidad de los conflictos del sistema social, como es el caso de la biología, la lingüística, la cibernética, entre otras, las que han intentado exitosamente posicionarse dentro las disciplinas de lo social, referidas al sujeto y también las estructuras económico-sociales. Con ello se ha deslegitimado a las ciencias sociales de toda comprensión global del mundo moderno. Esto ha fragmentado el conocimiento científico mediante un conjunto de "sociologías particularistas", ello es posible toda vez que el orden social se ha erosionado en una multiplicidad de identidades y relatos localistas que estimulan la constitución de campos profesionales autónomos, "compartimentalizados", orientados a un nivel de especialización institucional, desagregado de todo discurso político-profesional comprometido con el imaginario emancipador de las ciencias sociales. Esta es, fundamentalmente, la situación de la sociología en Chile. Nuestra tradición ha perdido legitimidad y credibilidad pública para poder intervenir científicamente en algunas estructuras de la sociedad, como es el caso de la misma comunicación, el urbanismo, la ecología, etcétera (8).
La
sociología como ciencia social crítica desarrollada principalmente entre
la década de los años 60' y 70', en sus dos grandes corrientes teóricas,
a saber, el funcionalismo y el marxismo, han devenido en "espectador"
pasivo de las grandes transformaciones sociales que ha experimentado
nuestro país en las últimas tres décadas. Ello se explica, entre otras
cosas, por el ajuste estructural implementado bajo la Dictadura
(1973-1989), perdiendo su carácter crítico e intelectual, para
transformarse en técnica instrumental sobre distintos fenómenos de la
cuestión social (exclusión, marginalidad, desempleo, desigualdad social,
etc.) Sin embargo, cuando el saber queda subordinado a una operacionalización
empírica que carece de sustrato crítico-discursivo, la sociología se
constituye en una tecnología social que contribuye a fortalecer
los hábitos de consumo y modernización de la sociedad civil. Ello es
posible identificar en el auge exponencial de los estudios de mercado
que hace la sociología y también en los procesos de racionalización
social en los que incurre el Estado y una serie de dispositivos
institucionales, los que buscan en nombre de la "neutralidad
valorativa" acrecentar los indicadores cuantitativos, bajo conceptos
como "equidad", "crecimiento económico" y una serie
de conceptualizaciones de orden técnico más que político. |
Ahora bien, las transformaciones en curso han devenido en una multiplicidad de "objetos" y "perspectivas locales" que no sólo han dejado a la sociología al margen de constituirse como una ciencia crítica de la realidad social, sino que al mismo tiempo, ha perdido su carácter político sobre las formas de construcción del orden social y cómo desarrollar un marco de interpretación para lograr sus fines de comprensión y acción, características perfectamente compatibles con el imaginario nacional-desarrollista que vivió nuestro país hasta el año 1973 (9). A partir de lo anterior nos preguntarnos lo siguiente: ¿de qué forma ha afectado al campo sociológico las transformaciones socio-culturales hasta aquí descritas? La respuesta podría hipotéticamente estar asociada a una tecnificación del oficio, es decir, a la expansión y desarrollo de una serie de herramientas de carácter técnico-instrumental, que no responden a una comprensión dinámica del orden social y menos aún a la constitución de actores cuyos proyectos globales "impugnen" las actuales formas de dominación. Por el contrario, se han instituido criterios técnicos que sólo evidencian, falsamente por lo demás, la carencia de sustrato político-ideológico de nuestra tradición sociológica. |
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L a r a c i o n a l i d a d c o m o m a t r i z a n a l í t i c a d e l a m o d e r n i z a c i ó n
Al
respecto, pretendemos hacer un primer acercamiento teórico que busca
interrogar el tipo de racionalidad que se ha cosificado como matriz analítica
actualmente, con el fin de comprender porque esta cristalización del
conocimiento –en el marco de una nueva economía cultural- es la base
cultural que informa el discurso de la modernización.
Max Weber fue claro al respecto,
pues el híper
desarrollo de la racionalidad instrumental
es el sustrato de todo proceso técnico- burocrático de
conocimiento y especialización que muchas veces pueden ser comprendidos
bajo la difícil asimilación de marcos interpretativos que pretenden
instalar el apogeo cultural y económico de la modernidad ilustrada
europea. La metodización
de la experiencia que Weber interpretó,
se constituye como la herramienta del progreso social y
que sólo se habría desarrollado de forma peculiar en Occidente (10).
Sin embargo, aquí la idea principal es que sólo es posible un desarrollo
capitalista bajo la base de la cientificidad de las relaciones sociales,
políticas y culturales, es decir, la confianza en la razón ilustrada
como encarnación del espíritu del capitalismo. Para nuestros fines
comprensivos, es elemental entender que la racionalización representa un
modelo normativo de desarrollo técnico-instrumental característico de
las sociedades industriales. Ello se representa modernamente en la ciencia
de una forma visible, como proceso metódico de acumulación de
conocimientos que la modernidad ha tomado
y que le han permitido
operar bajo estos criterios. Entonces, comprenderemos a la racionalidad
como aquel proceso de matematización
progresiva de toda la
experiencia y de todo el conocimiento, que a partir de sus
espectaculares éxitos en las ciencias naturales,
se orientan a la conquista de las ciencias sociales y por último a
la del propio modo de vida, es decir, a una cuantificación universal. La
insistencia en la necesidad de la experiencia y de las pruebas racionales
tanto en la organización de la ciencia como de la vida y la constitución
y consolidación de una organización universal y especializada de
funcionarios, que tiende hacia un "control de toda nuestra existencia
al cual sería absolutamente imposible sustraerse" (11).
En este sentido, la racionalidad sería la disciplina sistemática
que se sobrepondría al
"irracional deseo de ganar" y estaría orientada a la
rentabilidad, que a su vez podría transformarse en un cálculo sistemático
y metódico; "el balance". Para Max Weber esta funcionalización
universal que toma la forma de valor de cambio se convierte en la
condición de eficacia calculable. El concepto de razón que Weber
instala está asociado a un control que se traduce en una razón que ahora
contiene un "carácter
técnico" Al presente, el saber se constituye en la tecnicidad y esto
constituye un quiebre con las formas de racionalización clásicas que
concebían el saber como producción social de conocimiento: a saber, la
regulación de la producción y transformación de materiales físicos y
humanos, regulados metódicamente y cuya racionalidad organiza y controla
en un mismo movimiento, cosas, hombres, fábricas, trabajo y ocio. |
Una vez explicitado el concepto de racionalidad de matriz Weberiana, es necesario comprender que ésta es la base de todo proceso de modernización social en el contexto de la modernidad y como el quehacer sociológico en nuestro país ha homologado racionalización, tecnificación y especialización, que esta vez resultan solidarias de la nueva matriz sociocultural de nuestra sociedad. He ahí la insistencia en la necesidad de matematizar el conocimiento experto con el fin de controlar el orden social a través de tecnologías de cuantificación, tanto en el campo político-económico, cultural y social. Las universidades, centros académicos de formación científica e intelectual, pauteados por las exigencias del Estado y del mercado, buscan precisamente desplegar científicos sociales, especialmente sociólogos para desarrollar precisamente una racionalidad técnica que permita un crecimiento económico (12) basado en criterios científicos y ya no en registros teóricos emancipadores de la humanidad, bajo patrones simbólicos como la libertad, el fin de la explotación del hombre por el hombre, o el fin de la lucha de clases, la desigualdad social, el desarrollo social y económico, conceptualizaciones añejas que estarían asociadas a superestructuras ideológicas desacordes con el progreso técnico-instrumental de la humanidad.
Entonces, ante el escenario descrito, cabe forzosamente la pregunta crítica sobre el rol del sociólogo en nuestro país y un cuestionamiento a la figura operativa de la actual dominación capitalista. |
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É t i c a d e l a c o n v i c c i ó n e n l a s o c i o l o g í a
Para tratar de responder a las preguntas anteriormente instaladas, es que nos adentraremos –grosso modo- en el pensamiento social de Max Weber, autor que instala una discusión que nos permite iluminar en una de las tantas tensiones que actualmente aquejan al rol del científico social en nuestra sociedad. Esta discusión está asociada a la labor del Funcionario moderno y su introducción en el campo de lo político. Para Weber el funcionario no debe hacer política, sino limitarse a administrar, sobretodo imparcialmente (13). A partir de los insumos que ofrece la reflexión de Weber, respecto de la relación entre saber y administración imparcial, nuestra pregunta es la siguiente ¿Es el sociólogo en nuestro país el nuevo funcionario moderno, en tanto, técnico social? Nuestra idea apunta precisamente a eso; a la figura del profesional (14), de aquel individuo dotado de competencias técnicas que le permiten ajustarse a su ética de la convicción. El sociólogo en Chile se nos presenta como la figura por excelencia del técnico social (burócrata), de aquel profesional dotado de herramientas científicas de análisis de lo social, despojado de valores sociales y de la connotación público-política que comprende la construcción política del orden social. De allí que la figura del técnico es representada "…como aquella figura que honra con su capacidad de ejecutar, precisa y concienzudamente, como si respondiera a sus propias convicciones, una orden de la autoridad superior que a él le parece falsa, pero en la cual, pese a sus observaciones, insiste en la autoridad, sobre la que el funcionario descarga, naturalmente, toda la responsabilidad…" (15).
Este
sería el vínculo a-crítico o instrumental del sociólogo sobre la
producción de conocimiento. Desde Weber esta argumentación nos permite
adentrarnos en la problemática que plantea este congreso: "El rol
del sociólogo en Chile". El sociólogo entendido como un técnico
social, se convierte en una pieza clave de la administración racional que
al negarse a politizar el discurso metodológico, clausura ineludiblemente
el espacio del deber ser de la construcción política de la sociedad,
tanto a nivel de construcción material, como a nivel de las ideas
dominantes. Este mismo movimiento racional, que lo constituye como hombre
de ciencia y "no ser político", sería la razón sustantiva que
lo transformaría en un funcionario moderno, aquel que permite la
administración de la burocracia pública y privada en el capitalismo y
que sin esta negación política de si mismo, ésta administración
racional técnico-instrumental no sería posible.
A raíz de lo anterior, nos parece pertinente interrogarnos del siguiente modo, ¿El funcionario moderno se constituye como la figura de un autómata al negarse a si mismo como ser político? Nuestra hipótesis precisamente éste último se constituye como un ejecutor a-crítico de su acción social, ello toda vez que no genera una reflexión respecto a su procesamiento y consecuencias. Por el contrario, la rutinización de su vida intelectual, su "posición de clase" (16) y asalarización e interdependencia económica-simbólica del capital, ya sea de la burocracia estatal o la empresa privada (ONG, consultoras, centros de investigación autónomos), lo restringe a un operador de ciencia, donde priman sus convicciones utilitarias (interés privado), ante el interés público. |
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B u r o c r a c i a e s t a t a l , r a z ó n d e E s t a d o y c o n t r o l s o c i a l
Una
vez constatado esto, se hace imprescindible explicitar que la crisis de la
vocación política y la reificación del funcionario en la administración
racional, en este caso del sociólogo, no son un fenómeno aislado, ni típicamente
chileno, sino que está asociado a los problemas que constituyen al Estado
moderno y a las relaciones económico-sociales que operan legítimamente
al interior de las sociedades postfordistas. En este sentido habría
que entender que los dispositivos de poder-saber como el "Estado",
cuya institucionalidad burocrática por medio de su estructura política
genera el desarrollo de la sociedad civil a través de la planificación pública
y el mercado, como aquel espacio de intercambio de bienes simbólicos y
económicos entre los actores sociales, con el
fin de perpetuarse legítimamente en el tiempo e incrementar
racionalmente su poder, desarrollando simultáneamente prácticas y
discursos que coaccionan lo social bajo criterios científicos
y también fines políticos, cual es
mantener es, gobernar eficientemente, en pos de su mantención como
institución. |
La racionalidad del Estado, en este sentido, persigue también su propia extensión y reproducción bajo ciertos medios legítimos de operatividad. Así por ejemplo, para el filósofo francés Michel Foucault, el gobierno no es posible si la fuerza del Estado no es conocida y sólo de esta manera puede mantenerse (17). En esta interpretación, el Estado chileno como estructura de poder y de coacción aparentemente neutra –el cual, según el discurso político dominante, no responde a los intereses de las clases dominantes- se permite operacionalizar su política pública hacia la sociedad a través de una diversidad de políticas focales que se orientan a la sectorialización del conflicto, bajo ciertos patrones conocidos desde el ámbito del derecho privado, la tecnificación y la modernización de una serie de categorías socio-históricas que le otorgan la legitimidad de un saber estatuido, el cual sería un saber concreto y específico. Ahora bien, el Estado moderno, según Foucault, ha desarrollado dispositivos de control de alta sutileza, como por ejemplo la estadística o aritmética política (18). En otras palabras, a tal nivel ha llegado su matematización de la experiencia y sus pruebas racionales a la hora de operar en un complejo proceso de cuantificación de lo social, que se permite conocer las fuerzas respectivas de otros Estados, a fin de poder mantenerse como tal. |
Una vez comprendido lo anterior nos interesa entender el valor simbólico que posee la figura del profesional y cientista social en la sociedad moderna, en especial, la práctica sociológica como actividad que ex ante en el marco de la sociología latinoamericana cultivó la articulación de la esfera intelectual, científica y política (19). Un autor que nos permite visualizar el tipo de poder que ejercen los profesionales (restringido al saber técnico-instrumental) es el filósofo Francés Michel Foucault, que reflexionó críticamente sobre las tácticas y estrategias del poder-saber y a su vez, en como "éste deviene en sutilidades de control que alteran históricamente su forma y estética, mas no su razón de ser, en tanto, de existir y operar como control sobre los cuerpos". Estrategias y tácticas del poder que aparecen con caracteres "neutros y despojados de valores y arbitrariedad", como lo son las cárceles, razonamiento desarrollado en su texto Vigilar y Castigar (20) o también la figura del Psiquiátrico en su texto Historia de la Locura en la época Clásica (21), como el nacimiento de estructuras de confinación más allá de lo "político", sino como espacios de articulación de lo social, desde un discurso del deber ser de la sociedad, discurso ético-político moralizante que nace en las conciencias analíticas (22) desplegadas en sus análisis sobre las relaciones de poder-saber en los psiquiátricos y que posteriormente serían conocidas por nosotros, hombres modernos, como racionalidad científica.
De acuerdo a lo anterior, el discurso ético-político puede ser comprendido como una nueva forma de control sobre los cuerpos dóciles (biopolítica) que se manifiesta modernamente en una nueva práctica de "castigo" y represión subcutánea, a saber, un dispositivo de confinación denominada "cárcel" como aquella institución que despliega dentro de si, un equipo altamente racional y neutro que no responde a fines políticos ni ideológicos, sino más bien al saber científico y técnico, donde la figura del psiquiatra, del psicólogo, del trabajador social, del médico, incluso del sociólogo como aquel científico que posee las competencias técnicas tanto de administración, de evaluación e intervención, se establecen como figuras de poder-racional que intentarán intervenir directamente sobre el cuerpo de los "condenados", de forma impersonal y metódica. En este sentido, Foucault reivindica los saberes locales, aquéllos no legitimados, que no han sido jerarquizados por la racionalidad científica y que tampoco han sido tomados como verdaderos por los discursos modernos, por el contrario, su razonamiento antimoderno lo hace necesariamente adentrarse en estos eventos y relatos "no considerados" por los expertos, pero con un fin político claro: mostrar que la ciencia y su discurso operan como poder legítimo normalizando al cuerpo social con una serie de prácticas y racionalidades.
Al subrayar la articulación entre Foucault y el conocimiento biopolítico se despliega una lógica de conocimiento propia de la actual práctica sociológica. No pretendemos en este ensayo dar cuenta de la complejidad que comprende la problemática planteada, sin embargo, nos aventuramos a hipotetizar que precisamente, la jaula de hierro, descrita por Weber, como aquel espacio instrumental de relaciones solamente motivadas por su finalidad y no por sus medios se transforma necesariamente en una burocracia que controla a la sociedad en su conjunto, en todas sus esferas, desde el campo de la política, lo económico hasta lo cultural, en un amplio proceso de cuantificación universal del espacio. Por otro lado, el razonamiento de Foucault se despliega como el develamiento de una serie de dispositivos que efectivamente dan cuenta de un control que se tiene sobre los individuos, tanto en el espacio público, como la esfera privada (autovigilia o el examen de sí), representándose con una sutileza como el mismo derecho legítimo y estructuras profesionales (burócratas, técnicos, científicos) que pautean los actuales procesos de subjetivación. |
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R e c u p e r a r e l e t h o s t r a d i c i o n a l d e l a s o c i o l o g í a
Ante
semejante escenario de racionalización del saber y de una práctica
profesional cuyos niveles de instrumentalidad precisamente se importan
desde modelos de racionalidad de países altamente burocráticos, nos
atrevemos nuevamente a preguntarnos ¿cuál es el rol del sociólogo
cuando utiliza marcos conceptuales, cuyo marco de referencia histórico
son formas de modernización típicas de racionalización burocráticas? |
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De
allí que bajo esta interrogante nos permitimos adelantar una reflexión
crítica respecto de la figura profesional del sociólogo en nuestro medio
académico, en el contexto de una creciente incomunicación entre
el registro metodológico y el nivel crítico-conceptual. Tensión que
también tiene su contraparte en una dualidad estructurante entre la ética
de la convicción y la ética de la responsabilidad que Weber
sistematizó en su célebre texto El Político y el científico y
que han restringido progresivamente el rol público del sociólogo en las
nuevas lógicas de administración. A
partir de esto último y en afinidad con las tesis de Manuel Antonio
Garretón, la sociología debe retomar su ethos clásico, a saber, una
ciencia que debe preocuparse por interpretar el sentido de
lo actores sociales a la hora de realizar la acción social, pero siempre
con un carácter crítico (23). Ello implicaría,
entre otras cosas, restituir al sociólogo en la interrogación crítica
de su práctica profesional, hacia un registro ético-político que
permita a esta nueva figura constituirse como un científico social cuya
acción contenga un componente social integrado a la "producción de
conocimiento". Esto implica que el sociólogo haga un
cuestionamiento reflexivo respecto a su oficio y ejecución técnica,
entendiendo cuáles son las implicancias y consecuencias de su acción.
Con ello, nos arriesgamos a sostener que eventualmente se podría
cuestionar la figura del autómata restringido a las estrategias de medición
empírica y, en cambio, contribuir a reponer –gradualmente- la figura de
un intelectual crítico de sus dispositivos metodológicos
y de sus prácticas profesionales. Por lo tanto, el sociólogo en
nuestra lectura, podría ser aquella figura que |
apela a una politización de su discurso y de sus prácticas, que comporte una serie de valores que han estado arraigados originalmente en el ethos clásico o emancipador de la sociología. El sociólogo podría tener acceso al discurso público que lo constituye como sujeto de habla y ello necesariamente se traduce en la constitución de un sujeto político (24).
Actualmente
la misma figura del sociólogo o de cualquier profesional del mundo
moderno, permite que su operación social construya un tipo de sociedad
y no otra, por lo tanto, es necesario comprender que el sociólogo no
es ajeno a éste fenómeno social y que siendo autoconsciente de la
situación del escenario
estructural coercitivo, adquiera una vocación pública y una ética política
discursiva, las que serían trascendentales para constituirse en un actor
social con sentido público, cuestión que
permita guiar su acción ya no hacia un fin estrictamente técnico-instrumental,
sino con la responsabilidad de que su acción contenga un elemento crítico,
es decir, una
subjetividad singular con un sentido mentado justo, virtuoso y
de carácter público. |
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Referencia
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