C a r l o s P e z o a V é l i z ( 1 8 7 9 - 1 9 0 8 ) P E D A Z O S D E L A L M A C H I L E N A p o r E u g e n i o B a s t í a s C a n t u a rias |
Eugenio Bastías Cantuarias es Diplomado en Gestión Cultural, músico, escritor y miembro de la Sección Folclore dependiente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.
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"Me han dicho que nací el 21 de julio de 1879", dice el hombre que fue identificado con el nombre que preside esta columna. La vida fue su mala querida, "hembra traidora de sus más íntimas congojas". Sus apellidos, los que el mundo conoció y aún recuerda en íntima unión, dado que no basta decir sólo Pezoa para recordar al poeta muerto antes de la treintena de su edad, también eran prestados por la pareja que fueron sus padres, dueños de una carbonería sita a la vera de la vieja plaza Almagro, actualmente absorbida por el tráfago del centro de la ciudad, barrio llamado "bravo" en la última veintena de años del siglo XIX. Allí fue recogido por sus padres adoptivos de una madre empleada doméstica, quien tuvo sus amoríos diz que con un español. Es la pequeña y gran historia de nuestro mestizaje, la cruza entre el conquistador europeo y la mujer del pueblo impedida de pensar siquiera en la palabra futuro. Nuestro poeta, reconocido como el primero que vertió la poesía popular de tradición oral chilena al ámbito de la poesía "culta", tuvo un origen revelador de su sustancia absolutamente popular. Decíamos que nuestro poeta, allí en la antaño pecadora plaza Almagro, actual pulmón verde de la no menos linajuda calle San Diego, se sumergió en las sucesivas olas de los bajos fondos que lo llevaron a la existencia callejera, sólo hecha para los fuertes o los que se doblan como bambúes frente al ventarrón. Allí comenzó a vivir la vida de los oficios precarios y momentáneos, donde se gana el día, o menos. Pero pronto se le dieron las oportunidades para educarse y llegó al colegio San Agustín, de donde lamentablemente no pudo egresar terminando sus estudios. Pero se le reconoce su gran capacidad, cultura y tuvo la suerte de contar con un gran apoyo en la persona de su profesor Enrique Oportus, un hombre de su tiempo, ya que un biógrafo de nuestro poeta lo describe como un "bohemio incorregible, pasaba las noches bebiendo y charlando en burdeles de mala muerte". Y para precisar más el día a día del profesor, agrega: "En la mañana dormía y consagraba la tarde al estudio, en la Biblioteca del Instituto Nacional, porque no tenía dinero para costearse los libros". Profesores, a no dudarlo, de otros tiempos. Por esta etapa de su vida, alrededor de la quincena de edad, comienza la redacción de un diario, único referente concreto de su vida. |
¿Y cómo venía por fuera el poeta que vamos describiendo? La referencia que nos da ese escritor generoso y nada de vanidoso que fue Nicomedes Guzmán, consiste en describir a nuestro autor como huraño, enjuto, de cabellos rebeldes, ojos azules acerados, cara tallada con rudeza, un gesto despectivo en la boca, manos finas, uñas toscas, andar desacompasado; y era de genio impaciente, sarcástico y mordaz. He ahí, en unas cuantas pinceladas, el carácter y algunas formas externas del poeta que no alcanzó a ver en vida ningún libro publicado de su genio creador. Pero antes de dejar esta vida, dejó patente su deseo a sus amigos de que se publicara una recopilación de sus poemas bajo el nombre de "Campanas de oro", denominación extraña a la temática y a la forma de la poesía de Pezoa, reconocidamente directa, desprovista de la tradición modernista, más preocupada de exóticos paisajes, atmósferas de otros mundos, flores, faisanes, damiselas vaporosas y mucho cuidado en las formas estróficas. No, Carlos Pezoa hizo trizas esa tradición y se volcó a hacernos ver lo que no quería ser visto en la sociedad chilena del novecientos, previa al centenario de nuestra independencia, con ciudades atestadas de conventillos y otras pocilgas donde sub-vivían los habitantes más pobres, con trabajo altamente precario, mal alimentados, mal vestidos y con nula atención de salud, y, en contraposición, una burguesía altanera y derrochadora, preocupada de gastar las fortunas que extraían del salitre para costear sus palacios en la Alameda y sus viajes de ensueño a Europa. Pezoa es el arquetipo chileno, por el origen oscuro e incierto que describimos, por su posición proletaria y su crítica social altamente corrosiva, del sujeto disconforme, mal visto por la sociedad y aislado en su medio de trabajo. "Vivo en un pueblo donde es peligroso demostrar talento. Se le envidia brutalmente. El medio es infernal. No hay con quién conversar de arte". |
Después de haber hecho "las de quico y caco", al decir de ese otro gran poeta popular que es Roberto Parra Sandoval, pasando de oficio en oficio, desde calar sandías a ayudante de profesor en una escuela de curas, de donde finalmente lo expulsan, según Pezoa por "envidias del director", la vida le da un respiro cuando, al asumir la Presidencia de la República Pedro Montt, el que iba a "celebrar" nuestro centenario pero se lo impidió la parca, no sin antes dejar su respectivo reguero de sangre, el más notable de ellos, en la Escuela Santa María de Iquique, cuando, decíamos, cuando nuestro poeta logra un puesto de secretario en la Municipalidad de Viña del Mar. Allí tuvo algún tiempo de buen vivir, casa propia, buena ropa, orden vital y paz. Según otro grande, Augusto D’Halmar, quien podría ser calificado como uno de sus mejores amigos, en esta etapa de la vida Pezoa hizo su primer intento de todo burgués: tener un hogar. Sin embargo, la tormenta interior no cesaba. De esta época son los largos paseos nocturnos a pie que Carlos Pezoa hacía entre Viña del Mar y Valparaíso, para calmar las angustias que trae el insomnio. Con todo este breve caudal biográfico, ya es hora de echar una breve mirada a su obra. En un comienzo, dado el contexto de refinamiento y perfección de la forma modernista, se le juzga como tosco, imitativo, demasiado agreste y árido en su estética. Sin embargo, ya sus mejores amigos comienzan a constatar sus progresos cuando, desde una rudeza rítmica, tono desigual y pobreza en rimas forzadas que le achaca su colega y amigo Ernesto Montenegro, surge el poeta que mezcla con señorío y naturalidad la poesía de la tierra, de la Lira Popular, la décima y la cuarteta del diario acontecer y del mudo sobrenatural subyacente en la cultura del pueblo, con la libertad creativa de su estro, donde cabe perfectamente la ácida crítica, la denuncia social descarnada, y también la expresión de un requiebro amoroso, el ansia de allegar el alma a otra gemela, porque desde el Quijote de la Mancha en adelante, tras la coraza, el yelmo y el escudo, siempre hay un corazón que palpita. En nuestra generación se conoció en las escuelas un par de composiciones de Pezoa Véliz, primero la muy famosa, por sí sola, "Tarde en el hospital alemán", que apareció con ese título en su primera publicación, lo que luego se modificó quitándole el gentilicio al hospital, quedando simplemente como:
T a r d e e n e l h o s p i t a l Sobre
el campo el agua mustia cae
fina, grácil, leve; con
el agua cae angustia; llueve… Y
pues solo en amplia pieza, yazgo
en cama, yazgo enfermo, para
espantar la tristeza, duermo. Pero
el agua ha lloriqueado junto
a mí, cansada, leve; despierto
sobresaltado; llueve… Entonces,
muerto de angustia, ante
el panorama inmenso, mientras
cae el agua mustia, pienso.
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La segunda obra más conocida, esta vez con algo de la última ayuda que le prestó el poeta y cantautor Mauricio Redolés, es "Nada", casi una visión de su propio destino y un autorretrato de su vida desolada y fatalista, una pequeña acuarela sencilla, llena de rítmica musicalidad, sobre la fragilidad de la vida y la omnipresencia de la muerte en los comienzos del siglo XX chileno:
N a d a Era
un pobre diablo que siempre venía cerca
de un gran pueblo donde yo vivía; joven,
rubio y flaco, sucio y mal vestido, siempre
cabizbajo…¡Tal vez un perdido! Un
día de invierno lo encontraron muerto dentro
de un arroyo próximo a mi huerto, varios
cazadores que con sus lebreles cantando
marchaban…Entre sus papeles no
encontraron nada…Los jueces de turno hicieron
preguntas al guardián nocturno: éste
no sabía nada del extinto; ni
el vecino Pérez, ni el vecino Pinto. Una
chica dijo que sería un loco o
algún vagabundo que comía poco, y
un chusco que oía las conversaciones se
tentó de risa…¡Vaya unos simplones! Una
paletada le echó el panteonero; luego
lió un cigarro, se caló el sombrero y
emprendió la vuelta…Tras la paletada, nadie dijo nada, nadie dijo nada…
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Tras
la paletada, nadie dijo nada….Y así fue que se cumplió su propio
designio cuando fue sepultado en Santiago, en 1908, acompañado de
discreta comitiva. He aquí lo que se reconoce como la obra mejor conocida de Pezoa Véliz, afortunadamente incluido en muchos de nuestros textos de lectura escolar; pero, visto lo expuesto, este poeta ha de explorarse mucho más, aunque aquello no convenga a quienes gusten y necesiten domar y limar las asperezas de los creadores que dicen su verdad. Nos referimos a obras de profundo calado social, como su "Alma chilena", donde, a través del relato de una pequeña historia de un inmigrante español, denota la existencia de la vida del puerto.
A l m a c h i l e n a (fragmentos)
Todo
calla, todo calla… Sólo
desde el mar, del dique llega
un resplandor de hornalla y
redobla la metralla del
martillo junto al pique. ……………… Son
los trabajos del dique… Es
el formidable cántico, el
clarinazo, el repique del
martillo junto al pique en
que se halla el trasatlántico. ……………… Son
los rotos de alto rango. ¿Son
de dónde? Nadie sabe: uno
recuerda que en Tango hundió
el cuchillo hasta el mango por
cierto asuntillo grave… ……………… Y
el maipino Juan María, Juan
José, Pancho Cabrera, huasos
que fueron un día, hoy
ya en la secretaría de
un Centro de Unión Obrera. ………………. Todos
temple de machete. Cada
uno un buen muchacho con
el buen humor de siete, que
arroja como un cohete la
pulla o el dicharacho. ………………... Y
era del mar, de la sierra si
la suerte era reacia, de
la patria allá en la guerra; en
paz era de la tierra y
del pobre en la desgracia. Que,
desde Ercilla a hoy, caso no
hay de aventuras o éxodos en
que, misérrimo o craso, el
pan del indio o del huaso dejara
de ser de todos.
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En otra composición se devela, tras la atmósfera campechana, la existencia del huacho, el hijo del patrón no reconocido, pero que todos conocen y callan, un retrato de una vieja verdad en Chile, las apariencias y las formas son las que cuentan, mientras que el fondo de la verdad se relega bajo la alfombra.
P a n c h o y T o m á s Pancho,
el hijo del labriego, y
su hermano el buen Tomás, serán
hombrecitos luego: Pancho
será peón del riego y
su hermano capataz. Son
ya mozos. Pancho lleva cumplidos
veinte y un mes. Es
un mozo a toda prueba: ¡no
hay bestia, por terca y nueva, que
no sepa quién Pancho es! Porque
el muchacho es bravío; rubio
como es el patrón; como
él detesta el bohío; ama
el poncho, el atavío, y usa un corvo al cinturón.
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Y
otro retrato de su época lo contiene su "Teodorinda", otra verdad de
su tiempo y de todos los tiempos, donde el patrón es el amo y señor de
la vida de sus empleados e inquilinos, sea en la ciudad o el campo.
T e o d o r i n d a (fragmentos) Tiene
quince años ya Teodorinda, la
hija de Lucas el capataz; el
señorito la halla muy linda; tez
de durazno, boca de guinda… ¡Deja
que crezca dos años más! ………….. Linda
muchacha, crece de prisa… ¡Cuídala,
viejo, como a una flor! Esa
muchacha llena de risa es
un bocado que el tiempo guisa para las hambres de su señor.
También
crea su alter ego, el Pintor Pereza que
Ni
piensa, ni pinta, ni el humor ingenia. ¡Qué
ha de pintar, si halla todo sin color! Tiene
hipocondría, tiene neurastenia, Y hace un gesto de asco si oye hablar de amor.
Estas líneas son muy acordes con su propia biografía, con las desgracias que no le dieron tregua, salvo cuando tuvo su empleo de secretario municipal, pero aún allí no había paz para el poeta. Primero la eterna inconformidad, la soledad porfiada, luego la hipocondría que lo hacía imaginar cómo avanzaba la cruel tuberculosis por sus pulmones, luego la caída de un muro de su habitación sobre sus piernas durante el terrible movimiento sísmico de 1906, lo que lo dejó paralítico a los 27 años de edad; finalmente, una operación con mal resultado a su sistema digestivo. Todo ello lo lleva a esa habitación de hospital en Santiago, donde entrega su "Tarde en el Hospital" a un amigo para publicarlo. Un testimonio artístico en una sencilla cuartilla. Luego, tras la paletada, nadie dijo nada. Aunque su obra ha hablado por él, y lo seguirá haciendo.
Bibliografía
Obras del autor
Bibliografía General
Crítica
Literaria
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