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D o s c u e n t o s d e B o
i t e R e g i n e
d e
R o n a l d G a l l a r d o D u a r h t
t
s e l e c c i ó n d e A n t o n i o
G a s t e l ú |
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Poeta, narrador,
sociólogo. Ronald Gallardo Duarhtt ha publicado, entre otras
obras, el poemario Azul de diamantes (Cizarra Cartonera,
2009), el pre-plaquette poético Cabaret (Ventana Abierta,
2010), el plaquette de poesía Cabaret, palabras malescritas
(Ventana Abierta, 2011), el libro de cuentos Ciudad Nómade
(Ventana Abierta, 2012). Habita junto a su pareja, la también
escritora, performista literaria y traductora ruso-español
Ineska Varas Largo, el litoral central de Chile, frente a las
costas de El Quisco, viven en la que fuera la casa de Manuel
Rojas. Desde allí nos disparan con municiones de palabras.
Boite Regina (Mago editores, 2014) es su más reciente libro
de cuentos que reúne breves historias de la provincia de San
Antonio.
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Sin salida
Bajé del bus en el
terminal de Algarrobo, sentado y al volante de su camioneta está
Emilio, impaciente como siempre -¿Qué por qué demoras tanto en
llegar?- Y esas pelotudeces que me grita desde su ventanilla,
como si yo viniera por las mías. El tiempo que demora el
Pullman de Santiago a la costa, no varía y cada vez este
imbécil, me dice lo mismo, me tiene chata este hijo de puta.
Subo a su camión frío como la nieve, porque así le gusta a
Emilio, bien frío para que yo le meta la mano bajo su jeans y se
lo caliente al rojo vivo. Y si no, me pega el muy cobarde. Le
entrego los encargos de la capital y partimos a su casa donde
vive su madre, sus hermanos con sus mujeres, críos y su abuela.
Por suerte Emilio tiene una pieza de construcción ligera en el
patio donde puedo descansar un poco de las habladurías de su
familia, que me enferman. No tengo otro lado donde ir, si no ya
lo habría hecho hace un rato. Y si bien sé que estoy sola en la
life, debo reconocer que soy muy insegura, muy temerosa. Pero
tengo una idea que me viene rondando la cabeza hace rato, romper
con la rutina de mierda en la que estoy metida y mandar a la
cresta a Emilio de una vez por todas y para siempre.
Todos los miércoles
debo partir a Santiago, llegar a casa de una tía de Emilio,
hacerme la weona todo el rato, abrir bolsas grandes de
polietileno en el living en las que supuestamente al día
siguiente lleno con matute –ropa china, que traslado a la costa
para distribuir a un par de comerciantes y las ventas en la
feria libre del fin de semana-. La vieja Julia que es la tía de
Emilio, se la come completa. El jueves salgo temprano y me voy
a comprar la merca a una población del extremo norte de la
ciudad, donde ya está todo organizado con anterioridad y me
esperan a la bajada del Transantiago y ya está, la cosa es
rápida, me meto la bola entre los calzones y me dejan en otra
calle donde abordo un taxi que me lleva al terminal.
-Es hora- me dice
Emilio- estamos listos, salgamos de casa-. La noche ladra con
los perros de la calle que se reúnen en la esquina del pasaje,
las manos en el barrio azul de Algarrobo se ponen moradas de
frío. Nos aguarda el auto de Carlos y Sonia, esta última es una
chica nueva para mí, no la conozco. -¿Cómo te llamas? –me dice-
y yo miro a Emilio buscando su consentimiento para responder.
Me guiña el ojo izquierdo, eso significa que debo mentir –me
llamo Camila- digo con seguridad, mirándola a los ojos. -¿Te
gusta “Arcángel”? –pregunta, mientras sube el volumen del DVD.
Me carga el reggaetón, pero le digo que sí, que es magnífico.
–El más guacho y caliente de todos –replica Sonia, soltando una
carcajada falsa. -¡Carlos, estaciónate ahí! -ordena Emilio,
-espérenme aquí –dice, y se pierde entre el choclón de gente en
la entrada de la discoteca Subsuelo.
Carlos e pasa al
asiento de atrás y sin decir nada, empieza a meterle mano a
Sonia, quien se entusiasma con rapidez. Yo quedo arrinconada
junto a la ventana empañada. Miro de reojo y veo como Sonia se
sube sobre Carlos y éste mientras tanto de manera descarada
extiende su mano derecha y comienza a acariciarme la teta
izquierda, le hago el nquite un par de veces, hasta que Sonia me
encara -¿qué te pasa perra cartucha?-. Yo tuve puras
ganas de escapar, pero el miedo me paralizó, quedo en silencio y
otorgo el desenlace de los deseos de Carlos.
Me dejo ir en ese
triángulo de juego sexual violento. Nos besamos y acariciamos
enteros, la música de Arcángel efectivamente es muy ardiente,
tomamos un respiro y seguimos en el ruedo, esta vez soy yo quien
se sube sobre Carlos, mientras Sonia busca sus labios, su
lengua. Golpean la ventana con urgencia, Carlos desactiva los
seguros automáticos. Es Emilio quién toma el manubrio y sale
quemando llantas por la avenida, atrás dos autos nos persiguen.
Nos reincorporamos haciéndonos los lesos. Carlos se pasó al
asiento delantero, abre la guantera y saca un pistola. Emilio
lo mira con rabia y ordena -¡déjala ahí concha de tu madre!-.
-¿Qué pasa? –dice Carlos, nervioso y tartamudeando. -¡Cállate
mierda, se nos vienen encima “los del faro”! –volvió a gritar
Emilio. El auto dio vueltas por varias calles hasta perdernos y
quedar estacionados en una casa abandonada. –Bájense –dijo
Emilio, mientras tomaba el arma. Corrimos hasta el fondo del
patio. Emilio apuntó a Carlos y disparó. Sonia y yo quedamos
mudas, en cuclillas y sin salida.
Algarrobo, 24 de
Julio del 2014. |
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El capitán Beto y yo
El tipo manejaba
como un loco de atar por la carretera del litoral de los
poetas. El tramo entre El Tabo y San Carlos se convirtió en una
montaña rusa, subíamos despacio y bajábamos a alta velocidad.
El colectivo iba repleto, todos en silencio e impactados por la
actitud del chofer. Una mujer de edad avanzada comenzó a
increparlo, que cómo era posible tanta irresponsabilidad, que no
viajaba solo, que debía disminuir la velocidad, que para por
favor, “¡me quiero bajar!” –dijo a gritos. El tipo detuvo el
auto de una sola chantada, dio vuelta la cabeza diciendo –mire
señora, yo no obligo a nadie a subir a mi nave, si usted decidió
hacerlo fue por su propia voluntad-. Con toda calma abrió la
puerta desde su comando junto al manubrio y la señora se bajó
amenazándolo –anotaré su patente, ya verá. El tipo nos miró a
los tres quienes íbamos aferrados a nuestros asientos,
preguntando -¿Quiénes son ustedes? ¿Cuál es tu nombre? un
pasajero dijo –me llamo Marco, el mío Juan Carlos –dijo el
otro. Me quedó mirando fijamente. –Me llamo Alicia –dije.
-¿Vives en el país de las maravillas? –preguntó, lanzando una
carcajada y continuó diciendo –Yo soy el capitán Beto de esta
ruta, quien quiera se puede bajar al igual que la señora, pero
quienes decidan quedarse son bienvenidos, no les cobraré el
viaje y los dejaré en sus domicilios. Nos volvió a mirar
esperando una respuesta, todos asentimos moviendo la cabeza
afirmativamente. Yo iba sentada en el asiento del lado de Beto,
me di cuenta que ninguno de nosotros nos conocíamos, por un
momento dudé de estar en mi provincia, en mi costa amada, todo
me parecía distinto, como si hubiese entrado en un mundo
paralelo o algo así, cuestiones que le he escuchado decir a mis
amigos místicos.
El capitán, abrió
la guantera y sacó un CD, al retirar su mano, rozó mi pierna y
me miró nuevamente a los ojos, cuestión que me gustó, vi en su
mirada un fuego cálido, verdadero, me sentí segura, no sé por
qué, pero le sonreí. Comenzó a sonar “The Crying Game” de Boy
George y me mató con eso. Recordé mis tiempos de liceana,
cuando con un pololo hacíamos la cimarra y nos veníamos a Punta
de Tralca a tirar sobre la arena, ocultos entre las rocas y
liberados por la brisa del mar. El capitán, como decía
llamarse, abrió una ventana por donde mirar una aventura futura
que quizás viviría y sin darme cuenta me dejé ir en esa
realidad. Sin que nadie le dijera nada se metió por un camino
hacia lo alto de Las Cruces, se detuvo de manera exacta afuera
de la casa de Marco, quien se bajó agradecido, regalándonos una
palabra de suerte queridos. Mientras eso ocurría, Juan Carlos,
preguntó al capitán si podía encender un pito, a lo que
el capitán asintió diciendo –si es yerba verde ok, si no te
bajas enseguida. Juan Carlos, rio, diciendo –es Mayo,
hermano-. Y encendió un fruto que perfumó todo el coleto y
nuestras aventuras se fueron elevando para llegar a lo que nadie
permite, un amor furtivo e indecente. La nave hizo un giro y
otro más, para dejar a Juan Carlos más allá de la laguna El
Peral, casi cayendo al mar, paró en las afueras de una casona en
la parte baja de San Carlos. –Vengan, bájense –dijo-,
acompáñenme. Entramos a un gran salón cerrado por ventanales
hasta el piso y el mar que se venía encima como nuestra
aventura. Juan Carlos comenzó a bailar solo, acercándose cada
vez más a mí, insinuando sus deseos. |
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El capitán tomó mi
mano sacándome de ahí. Ya sobre su nave y todos sus conceptos,
con “el anillo del capitán Beto” sonando en el estéreo, nos
entrelazamos en un juego sexual eterno que nos hizo uno, sobre
esta costilla vital inundada de agua, de amor y salvajes
fantasías. Despertamos al amanecer, con el sol dentro de la
nave, el capitán encendió el motor y seguimos viajando por la
ruta espacial de todos los tiempos.
22 de Mayo del 2014.
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