M I E N T R A S   P I E N S O   E N   E L   B I G   B A N G

D E   M I G U E L   Á N G E L   G U A J A R D O   G U E R R E R O

p o r   J a i m e   G a l g a n i


 

 

 

 

Asomarse a la poesía una invitación y un desafío.


 

 

RESPIRAMOS Y DEJAMOS DE RESPIRAR

 

Aristóteles dijo que “la felicidad es una actividad del alma orientada por una recta virtud” (Ética a Nicómaco). Quizás hay quien tenga problemas con el término “alma” y otros, con el concepto de “virtud”, pero todos tenemos problemas con la dichosa y esquiva “felicidad”. Hay quienes la reducen a frivolidad, a indiferencia por los desheredados, a vanidad, a desdén y superficialidad. A veces se piensa que ella es un derecho, un azar, una fortuna aleatoria arrebatada por los dioses… pero pocas veces se la piensa como una “actividad”. Existen dos tipos de actividades: la imitativa y la creativa. En la imitación hay talento, destreza, virtuosismo, mientras que en la creación hay vida nueva. El imitador es un artesano, pero el creador es un artista. Mímesis y poiesis, dos ámbitos que representan la tensión cotidiana del hacer humano. La poesía se inscribe en la creación como un modo de hacer, en el mundo, un nuevo lugar para el hombre. “El poeta es un pequeño Dios”, dice Huidobro.

 

Poco se cree que los poetas sean felices. Nos quedamos con la imagen de Hölderling encerrado en su torre, o de Rimbaud oscilando en su delirio autodestructivo, o de ciertos atormentados buscando, en las tinieblas de la naturaleza o de la bohemia, una esquina del sentido. Sin embargo, debemos a esos visionarios una cuota importante de la dicha que nos brinda la contracara del acto creativo, es decir, la lectura.

 

Así pues, Mientras pienso en el big bang se nos ofrece como una obra lírica contundente destinada a darnos algún tipo de felicidad, en la medida que nos introduce en la actividad interpretativa de lectores invitados a ser provocados por un decir que, socavando las primeras espesuras del sentido, nos permita encontrar algo de nosotros mismos en el fondo de estas palabras. Vivimos en un mundo de lecturas breves y nos cuesta ir más allá de una columna de opinión, de un post de Facebook o de un nimio twitter, y, si bien es cierto que leemos más que antes, leemos más brevemente. Necesitamos pasar rápidamente de un mensaje a otro, de un tema a otro. Hemos acostumbrado a nuestra inteligencia a digerir pequeñas cápsulas de información como un estómago empequeñecido a fuerza de acostumbrarlo a dosis pequeñas de alimento. Ese divagar lector en el que nos dejamos llevar día a día, y a veces por horas, sin embargo, no nos produce felicidad, sino más bien la sensación de vacío comunicativo, de ansiedad insatisfecha; la sensación ruinosa de llevar adelante un alma apuntalada por pequeños golpes eléctricos de ánimo, diminutas píldoras de sentido. Asomarse a la poesía es, por tanto, una invitación y un desafío, una necesidad de volver a buscar alimento sólido y a entusiasmarse nuevamente con los motivos que han nutrido la lírica y la vida de todos los tiempos.

 

Hechas estas consideraciones, quiero detenerme en cinco aspectos propios de este poemario. En primer lugar, se advierte la constatación del mundo como un sumario de realidades dobles que caminan pudiendo no ser notadas simultáneamente. Es lugar común pensar que el universo no comienza ni termina en las penurias o felicidades individuales, pero también es experiencia cotidiana que las sombras y asombros personales nos obnubilan e impiden ver el concurso de lo fantástico del mundo vivo que gira en torno a nosotros. El hablante de estos poemas, sin embargo, logra ver en la estabilidad del gran universo, un alivio a la tela de araña que atrapa sus días: “un dolor que soporto tan sólo mirando el universo”.

 

En segundo lugar, el hablante de estos poemas tiene conciencia de su contexto de producción. Sabe que no escribe poemas en los tiempos del gran esplendor de la palabra lírica, es consciente de que vive en las fronteras de otros decires que sí tienen gran potencia hoy en día, no ignora que su posición ante el mundo de la creación no es la que tuvieron los señalados prohombres de las letras de otro tiempo como Ernesto Cardenal que pudo escribir en sus epigramas: “Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan (mis versos), / un día se divulgarán, tal vez por toda Hispanoamérica”. No, el poeta de estos versos vive en tiempo desfasado y sabe lo que siente con ello:

 

No creas que no me siento estúpido

Elaborando poemitas

En mi fábrica de desesperanza.

 

Es importante considerar que, con ello, se da cuenta de la conciencia posmoderna que recurre a los tópicos de la modernidad, sus símbolos, sus imágenes, pero no con la esperanza de otro tiempo.

 

En tercer lugar, cabe señalar que, en estos poemas, se hace presente la mujer, las mujeres, toda mujer, como un destino y una inquietud del hablante, como un sujeto que provoca en él movimientos, mareas, revueltas y contravueltas, representando la necesidad y la búsqueda del hombre hacia ella como una búsqueda de sentido, de esperanza y de liberación. El género masculino mantiene grandes deudas con el lugar que ha dado a la mujer incluso en la poesía, puesto que, muchas veces ensalzándola como “amor idealizado” o como “amor divinizado”, no hacía otra cosa que seguir tratándola como un venerado objeto a su disposición narcisista. Estos versos, en cambio, entienden la relación particular que se establece entre el hablante y la mujer en términos de necesidad de redención:

 

 

Para mi vida

No había otra salvación que la de tu cuerpo.

 

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Lo repito una y otra vez ¡SOBREVIVO!

Y tú sabes que necesito tu cuerpo para no hundirme

Para renacer de la única verdad que soporto.

 

En cuarto lugar, se entiende que otras cuestiones vitales se hacen presentes y que establecen sus vasos comunicantes con la temática del amor y el desamor. Así, por ejemplo, la muerte: “la muerte acecha y hay que prepararse”, y el perdón: “Y por fin yo entendí / que la vida no es más que perdonar / para que otros también te perdonen". En efecto, es así; las palabras son el impulso del aire interior que nos permiten distraernos de la esencialidad del existir, tal como lo dijo en su momento Jorge Teillier:

 

 

me despido de estos poemas:

palabras, palabras -un poco de aire

movido por los labios- palabras

para ocultar quizás lo único verdadero:

que respiramos y dejamos de respirar.

 

Finalmente, me parece ver que el camino del hablante es el de todo aquel que, decidido a vivir en este mundo, acepta el amor como su destino de plenitud pero, al mismo tiempo, su horizonte de carencias, de sufrimientos y vacíos. El hablante no es un asceta que haya renunciado a estas búsquedas para detenerse y concentrarse en un destino centrado en lo absoluto. Aquí hay distintos tipos de amor, distintos momentos amorosos, intentos, búsquedas, aciertos y pequeños momentos en que pareciera que el amor y la felicidad se abrazan, pero finalmente, es cierto que:

 

 

 

Todos en la vida pagamos por un poco de amor

Por sentir por un momento que la muerte

Puede ser tan sólo un bufón que se equilibra en el miedo

O en la cruz donde los ángeles construyen sus nidos.

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Porque allí nace toda la ansiedad de este niño

Que sopla remolinos para que el mundo se mueva

 

Nace la histeria y la tristeza

De no encontrarse nunca bien sujeto a tu seno

 

Nace el verso que nunca sabrás que escribí

 Sobre las ásperas mejillas de los muros de Santiago.

 

En fin, he aquí un movimiento más en búsqueda de “La poesía, sus “espíritus esquivos” y sus “virtudes de adivinación” como dijo García Márquez refiriéndose a la gran creación literaria de todos los tiempos (Discurso ante la Academia Sueca, 1982). A esa poesía, venturosa y rebelde, van dedicadas estas páginas de un poeta de nuestro mundo, de nuestra ciudad, de nuestra comuna, de nuestra galaxia y del mismo universo por donde hemos coincidido más de un par de veces con fines relacionados con lo humano, con lo divino, con lo cotidiano, con lo menudo y lo trascendente. Que ellos sean inspiración para no renunciar a este doble caminar entre sombras y luces, entre la nimiedad mezquina del cotidiano acontecer y el proceder generoso de un mundo que marcha en torno y con nosotros.

 

 


Jaime Galgani es académico de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación.


 


 

 

 

 

 


 

Miguel Ángel Guajardo Guerrero. Santiago de Chile, 1975.  Ingeniero en ejecución industrial de la Universidad Tecnológica Metropolitana y analista químico de la Universidad de Santiago de Chile.  Fue alumno del taller dirigido por el poeta Floridor Pérez (Café literario de Providencia). Ha sido incluido en diversas antologías como: "Tercera Antología de poesía Rayentrú"; "Muestra (anti) antológica de nuevas voces: por si acaso alguien quiere llorar"; además de ser publicado en la revista de poesía "Safo".  Su obra ha sido premiada por el concurso literario "Escritores de Chile", de la comuna de La Florida, con el primer lugar en poesía (2008 y 2011) y numerosas menciones honrosas.

 

Mientras pienso en el Big Bang.  Mago editores.
88 pp. 12×19 cms.
Poesía / 2018