G U Í A   H U M O R Í S T I C A   D E   S A N T I A G O

C O N   I L U S T R A C I O N E S   D E   J O R G E   D A H M


p o r   T i t o   M u n d t


 


 

Santiago Mundt Fierro, o mejor conocido como “Tito” Mundt, escritor y periodista, obtuvo el Premio Nacional de Periodismo en 1956 (mención crónica). Trabajó en las revistas Sucesos, Zig-Zag, Ecrán, Margarita, Eva, Vea, Topaze y Pobre Diablo, y en los diarios Las Últimas Noticias, La Tercera, Extra y Sensación. Fallece trágicamente el 10 de junio de 1971.

 


 

"Hay mil maneras de ver una ciudad", nos recuerda Tito Mundt en su "Guía humorística de Santiago", publicada por Zig-Zag en 1966.  En este libro el autor nos muestra su visión de la ciudad capital de Chile, siempre de forma amena y festiva, pero no por eso exenta de una visión aguda e inquisidora.  Un retrato de época de una urbe que ya no existe, suspiro obligado para los eternos románticos que siguen pensando que "todo tiempo pasado fue mejor"; o añoranza de los viejos; o anecdotario para los más jóvenes; o (y como siempre lo ha sido) un registro desechable para los numerólogos, estadísticos y señores de negocios de nuestro país.

 

Pero dejemos que sea el mismo libro de Mundt el que nos hable.  He aquí una selección de la "Guía humorística de Santiago" que en su versión original fue ilustrada por el dibujante Jorge Dahm.

 

UN BREVE SALUDO

 

Hay mil maneras de ver una ciudad.  La gente aficionada a las estadísticas y que toma sopa de cifras en vez de letras, exige números y más números.  Quiere saber exactamente cómo fue el origen de la capital, quien ha vivido en ella,  cuántos minutos se gastan exactamente en llegar de un punto a otro, cuántos litros de agua beben sus habitantes, cuánta luz se consume, etc.

 

Eso es una lata.

 

Nadie lee cosas aburridas que no tienen más mérito que ser relativamente útiles.

 

Una ciudad es otra cosa.  París está mucho más en Balzac y Proust que en la Guía Michelin que nos venden apenas nos bajamos en Orly.

 

Berlín tiene una cara militar con casco y monóculo que asoma en cada novela, cuento, ópera, opereta, balada y verso que escriben los alemanes.

 

Madrid fue "inventado" por Pérez Galdós a medias con el Padre Coloma y no por los jefes de turismo.

 

Nueva York está integro en "Manhattan Transfer" de John Dos Passos, y no en lo que les repiten maquinalmente los guías a los turistas que llegan hasta el bosque de rascacielos que se despliegan ante el encendedor automático de la Estatua de la Libertad.

 

Con Santiago pasa lo mismo.  Hay guías oficiales y tratados completísimos.

 

¡Que horror!

 

Esta guía no es eso ni pretende serlo.  Una ciudad está más allá de los planos, mapas, cuadros y estadísticas.  Una ciudad tiene un alma y un rostro secreto que está escondido en sus esquinas y que hay que captar cuidadosamente para presentárselo a los extranjeros y turistas de paso.

 

Es mentira que Santiago sea fósil y sin vida.  Que no tenga historia ni personalidad.  Que sea frío y gris.  Que nos aburramos en él.  Que no haya nunca nada en sus calles y plazas.  Que no se recuerde con nostalgia cuando estamos lejos.  Y que, finalmente, no le deje un recuerdo imborrable a la gente nacida en otras partes y que ancló alguna vez al pie del pequeño Santa Lucía.

 

No, señor. No. No y no.

 

La capital de Chile es mucho más entretenida que una serie de urbes cargadas de historia y tradición que hay en América y en Europa.  Tiene más vida secreta que una serie de célebres ciudades suizas o de unas famosas villas austriacas, finlandesas, suecas o danesas.  Tiene mas cachet que un montón de poblachos llenos de castillos y fantasmas donde los habitantes son un perfecto bostezo y una siesta absoluta.

 

Claro que es joven.  Claro que anda de pantalón corto.  Claro que tiene poco más de cuatro siglos.  Claro que vista así, a la pasada, no presenta ningún relieve.  Que divisada por la ventanilla del auto, a la bajada de Los Cerrillos, es espantosa.  Y que analizada sumariamente desde el tren, cuando se llega a la Estación Central o a la Estación Mapocho, da vergüenza y pena.  Claro que...

 

Pero no sigamos.  Claro que los "claros" son efectivos, pero eso no es todos.

 

Y como Santiago es más, mucho más, infinitamente más, me va a permitir, amigo lector y transeúnte de esta ciudad, que se la presente a mi manera.

 

Aquí va...

 

Tito Mundt.

 

Santiago de la Nueva Extremadura fue fundado el 12 de febrero de 1541 por un capitán español con cara de estampilla que se llamaba Pedro de Valdivia.  A medida que pasaban los años, a don Pedro se le ponía más y más cara de estampilla hasta que terminó por ser una estampilla perfecta.

 

Don Pedro pudo haber fundado la capital en cualquier parte, pero se le ocurrió levantarla al pie de un cerro horrible que se llamaba Huelén (Amargura) y junto a un río subdesarrollado llamado Mapocho.  Si la hubiera construido en Quillota, habría sido estupendo y nos habríamos demorado sólo media hora en auto en llegar hasta la costa.  Ahora tenemos que tardar una hora y media para poder aterrizar en el Casino y jugar un par de bolitas.

 

EL CENTRO

 

El eje de Santiago es el "Centro", que no queda al centro sino a un lado de la capital, y por el cual transitan los millones de santiaguinos a toda hora y por cualquier motivo.  Las señoras bien de Santiago no vienen al centro porque es feo y no hay dónde estacionar el auto, lo que ha contribuido seriamente a que las peluquerías, casas de moda y tiendas elegantes se multipliquen y proliferen en Apoquindo, Providencia, Las Condes, Pedro de Valdivia Norte, etc.

 

 

 

CIUDAD DISTINTA

 

Nadie puede negar que Santiago tiene personalidad.  Es una ciudad ni fea ni bonita, sino  distinta.  Hay que estar en Madrid, Londres, Moscú o París para medir exactamente la emoción que produce esta capital dispersa y como lanzada al azar desde lo alto de la cordillera, desparramándose en forma incesante y alejándose al galope en dirección al mar.

 

Construida de acuerdo con el viejo molde español, es fácil orientarse en ella porque las casas están agrupadas en manzanas perfectamente cuadradas y no existen los complicadísimos problema que se plantean en Tokio o en Caracas para poder dar con una dirección determinada.

 

PARA BUSCAR UN NÚMERO

 

Todo lo anterior está desmentido en parte con las calles, callejuelas, callejones y avenidas abiertas últimamente y que tienen los nombres más absurdos y disparatados, que no conocen los carabineros ni los bomberos en servicio activo, por lo cual es muy conveniente que, además de leer esta interesantes líneas, amigo lector, se compre una guía turística (ojalá actualizada) para poder orientarse en el laberinto de vericuetos nuevos recientemente inaugurados que forman el cascarón de la capital de Chile.

 

Como muestra un botón:  calle Los Aromos hay cuatro o cinco, y este fenómeno se repite con bastante frecuencia, por lo cual una carrera en auto presupuestada a sólo dos escudos termina costando siete después de una hora y media de desesperada búsqueda del lugar indicado, y la persona invitada a almorzar llega justo a la hora de once.

 

LOCOMOCIÓN

 

Santiago tiene troles, buses y liebres.  Además debería tener taxis, pero nadie sabe por qué, y a pesar de que existe cinco mil inscritos oficialmente, no hay forma humana ni divina de encontrar uno después de las siete de la tarde.

 

Hay horas geniales en esta ciudad: entre ocho y nueve de la mañana, entre una y dos de la tarde y entre siete y nueve de la noche.  En esos tres lapsos no hay cómo subirse a un micro o a un trole.  No hablemos de liebres porque, aparte de que no se ha inventado nada más chico ni más incómodo en el mundo, el chofer que las maneja va generalmente de tan mal genio que no para en las esquinas y se limita a hacer un movimiento despectivo con los hombros.  Cuando va de buen humor (dos días al año), está escuchando un partido de Colo Colo por la radio, por lo cual la atención al público es igualmente deficiente.

 

TEATROS

 

La actividad teatral es enorme y la musical superior a la de Buenos Aires, que tiene seis millones de habitantes.  El teatro más importante es el Municipal, fundado en 1860, y que ha incendiado varias veces.  Frente a él hay un grupo de niñitos piluchos sumamente inmorales y a los cuales una mano casta y caritativa debería colocarles por lo menos un coqueto calzoncito de goma.  El Municipal no tiene fantasmas como el Ópera de París, y fue planeado nada menos que por Garnier, autor del plano de su colega de la Ciudad Luz y del Colón de Buenos Aires.

 

Como el Municipal tenía una escalera monumental en el hall, no faltó alguien que la echara abajo, quitándole una de las pocas cosas bonitas que tenía nuestro primer coliseo nacional.

 

Rápidamente anotaremos los siguientes teatros:  Moneda, Antonio Varas, Camilo Henríquez, Marú, Petit Rex, Comedia, Callejón, etc.  Los teatros son grandes y chicos.  Los que están de moda son los chicos con capacidad para cien personas, pero que resisten la invasión de quinientos espectadores por parte baja los días de estreno, aparte de los críticos, pariente de los actores, periodistas con vale, intrusos, etc.

 

VIDA BOHEMIA

 

Antes los cómicos se reunían en el Fancy, el Bonsy o en el Lucerna.  Actualmente se juntan de vez en cuando en el Jamaica, de la calle Estado con Huérfanos.  Los periodistas no se reúnen en el Club de Periodistas, sino en el Bosco, que es el corazón de la bohemia santiaguina y donde también se reúnen los poetas, los novelistas, cuentistas, ensayistas, melenudos, chascones, barbones y otros ramos similares.

 

El Bosco queda frente a la Iglesia San Francisco y su mayor actividad se registra entre las doce de la noche y las seis de la mañana.  Pretende ser una mezcla de Café Flore y el Deux Magots, de París.

 

Si lo saben los parisienses, nos declaran la guerra.

 

DESNUDOS

 

En materia de piluchas y género frívolo, Santiago cuenta con el Ópera, donde funciona el Bim Bam Bum; el Humoresque y el Picaresque.  El primero es el único que interesa y queda en huérfanos entre San Antonio y Estado.  Antes funcionaba allí un gran restaurante con  números artísticos y shows, que se llamaba Casanova, y que era muy bueno y sumamente refinado.

 

Por ambos motivos quebró al poco tiempo, a pesar de la iniciativa creadora del popular Bob dy Deglané, uno de sus dueños, que prefirió irse de Chile para seguir triunfando en España y no arriesgarse con negocios dudosos en su amada patria.

 

COPIA DEL BOIS

 

El Parque Cousiño fue un verdadero Bois de Boulogne a fines del siglo pasado.  A principios de éste existía al final del tranvía 19 (que entraba al Parque y llegaba hasta la laguna) un curiosísimo "Panorama de Maipú" que era único en el mundo.  Exhibía una enorme tela pintada especialmente por un gran artista italiano y que era una de las más grandes que se había pintado en el planeta.

 

Los santiaguinos que ahora son abuelos o bisabuelos iban todos los domingos a ver cómo O’Higgins se abrazaba calurosamente con San Marín y podían presenciar desde un cómodo mirador a la caballería chilena, a la infantería española y a los húsares y dragones en posición de combate, y a los heridos y muertos hechos con tal fidelidad en maniquíes de cera y con los uniformes de la época escrupulosamente reproducidos, que daban la impresión de que la lucha por la independencia continuaba igual que en 1817. 

 

El estallido de un polvorín a poca distancia del “Panorama” reventó la cúpula y terminó con él.  Más tarde las gallinas se encargaron de comerse los últimos trozos de aquella fabulosa tela rigurosamente histórica.

 

El Parque, que era el paseo obligado en las tardes de primavera y verano, fue siendo abandonado poco a poco, hasta que volvió a hacerse popular, pero de manera muy distinta, al aparecer casi todos los días en los diarios sensacionalistas, y a cinco columnas, los cogoteos y asaltos nocturnos que se realizaban en él con una frecuencia aterradora.

 

Todavía existen la laguna y el cerrito, que por supuesto no han podido robarse pedazo por pedazo; pero el encanto que tuvo en otros tiempos ha desaparecido totalmente.

 

 

LA QUINTA

 

La Quinta Normal, al final de las calles Compañía y Catedral, es apenas la vaga sombra de lo que fue en otros tiempos.  El llamado “progreso” se ha ido comiendo poco a poco el paseo y ahora hay casas y departamentos en los mismos sitios en que antes se levantaran orgullosamente robles y pinos.  Pero algo queda.  Anotamos a la pasada: el Museo de Arte Natural, el de Arte Contemporáneo, la Casa de las Botellas –única en el mundo y construida íntegramente con los cascos de las botellas, equilibrándose por milagro sin ninguna ligazón entre sí-, la romántica laguna con los botes, las pocas avenidas que se mantienen por milagro y el largo trencito que corre por toda la Quinta haciendo las delicias de los ciudadanos sin derecho a voto aún.

 

Los días domingos la Quinta se anima, aumenta el público, llegan gitanas y “canutos” y a ratos da la sensación de estar en el Hyde Park londinense en pleno corazón de Santiago.

 

MEDIANOCHE

 

Después de las doce de la noche Santiago inicia una intensa vida nocturna.

 

Los caballeros de sesenta años dicen que la capital era mucho más entretenida antes que ahora.

 

Esto es falso, como todo lo que dicen los caballeros de esa edad.  Ellos hablan románticamente de la época del Fancy y del Lucerna.  Los santiaguinos de hoy, en cambio, se entretienen en el Tap, el Mon Bijou, el Nigth and Day, Lo Curro, Las Brujas, el León Rojo, La Jaula de los Pájaros, el Drive-in Charles, el Tacora, el Sarao, el Club de la Medianoche, etc.  Aparte de esto, y para las parejas que por diversos motivos no quieren ser identificadas, existen el Domus y la Posada del Corregidor, donde pueden entrar con toda confianza, guiados sólo por una pequeña linterna, en la profunda oscuridad que reina en ambos sitios.  El Domus está en Bandera al llegar a Agustinas, y la Posada –verdadera maravilla histórica que se mantiene inalterablemente abierta desde las siete de la tarde hasta las tres de la madrugada-, en Esmeralda al llegar a San Antonio.  Allí usted puede besar o ser besado con toda comodidad, tomando un agradable vino caliente y escuchando un tango compadrón o un disco con nostálgicas melodía francesas.

 

LA TORRE

 

En la segunda cuadra de la calle Santa Rosa se eleva una torre cuadrada que sólo conocen los muy entendidos en materia literaria.  Allí vivió el Grupo de "Los Diez", algunos de los cuales pertenecieron a la célebre Colonia Tolstoiana de San Bernardo, y cuyas paredes cubiertas por esculturas y tallados recuerdan las obras de Pedro Prado, D’Halmar, Santiván y además grandes artistas que integraban el grupo.

 

Pero hay que ser un verdadero habitante de esta ciudad, un verdadero enamorado del pasado y un conocedor a fondo de estos sillares colocados hace 425 años por don Pedro de Valdivia, para gustar el sabor de una capital con un encanto secreto y tan poco a la vista como el que tiene Santiago.

 

La capital tiene rincones encantadores, esquinas de cuento, calles de novela y avenidas de leyenda que sólo una persona dotada de auténtica fantasía y sensibilidad puede comprender y gustar a fondo.

 

 

EL METRO

 

El gran sueño de los santiaguinos es tener un metro al estilo de los de Londres, París, Madrid o Nueva York.  Desde hace sesenta y seis años se está hablando del Metro y periódicamente se comenta a varias columnas en los diarios y en la radio.  Claro que sería lindo que hubiera uno que recorriera de este a oeste y de norte a sur con sus combinaciones respectivas, pero existe una pequeña falla, un minúsculo inconveniente que hay que tener en cuenta:  el día que haya Metro y venga un terremoto, vamos a tener medio millón de víctimas por parte baja.

 

 

TERTULIAS

 

Tertulias y reuniones con cierto cachet y alguna historia, hay pero pocas.  Don Humberto del Canto reúne a sus amigos los miércoles a hablar de política; los socios del Club del Corcho se juntan los viernes; los redactores de "Topaze", los lunes; los de "Ercilla", los viernes a tomar té con algún político, etc.

 

Algunas viejitas "reciben" al estilo parisiense (y concretamente de Proust) a determinados escritores levemente apolillados y nada más.  La vieja bohemia de la época de Neruda, el chico Román, Acario Cotapos, Vicente Huidobro, Julio Barrenechea y Rocco del Campo ha desaparecido lentamente de la capital, que se ha vuelto burguesa y correcta.

 

Los periodistas suelen verse en el Roxy o en el Nuria.  En la única parte que no están habitualmente es en el Círculo de Periodistas de la calle Amunátegui.

 

La gente de teatro, en el Jamaica, y los melenudos de extrema izquierda, en el infaltable Bosco, que sirve para todo.

 

Antes había una tertulia literaria a base de escritoras transparentes y con cara de tuberculosas, refugiados españoles y melancólicos jugadores de ajedrez en el Sao Paulo.  La picota del progreso se llevó el café, y con ello a sus habitués.

 

Igual pasó con el Miraflores, de la calle del mismo nombre, entre Merced y Monjitas, que fue una verdadera "peña" al estilo madrileño y que recientemente cambió de cara y de estilo, mudándose media cuadra más allá, pero dejando la capa y el estilo español por el camino.

 

CONSEJOS

 

Y ahora unos breves consejos a los turistas:

 

No saca nada con consultar la hora en los relojes de las iglesias.  Los buenos curitas han decidido ahorrar y la mayoría de las torres no tienen reloj.  Y si lo tienen, está descompuesto hace diez años por lo menos.

 

No piropee en la calle.  Las mujeres chilenas (a diferencia de sus hermanas sevillanas o cubanas) se indignan cuando uno las halla macanudas y contestan con un "¡No sea roto!"…

 

Si usted es extranjero y está con amigos chilenos, no trate de pagar la cuenta en un bar o un restaurante.  Está pagada antes de que usted llegue.

 

No busque taxi.  La desoladora verdad es que no hay.  Y los que hay los usan los dueños para sacar a pasear a la familia.

 

Si quiere pololear, no vaya al Santa Lucía ni al Forestal.  Los rotativos son mucho más cómodos y calefaccionados.

 

No pierda tiempo preguntando por calles raras o recién inauguradas.  No las conoce ni el alcalde.

 

No busque sopaipillas, cola de mono, aloja de culén, pequenes ni huevos duros.  Hace un siglo que desaparecieron precisamente por ser criollos.

En cuanto a los dulces llamados "chilenos", los puede encontrar con toda seguridad en las pastelerías austriacas, alemanas y francesas que funcionan en la capital.

 

Cuecas y tonadas hay pocas, pero hay.  Se pueden escuchar y cantar (entre yanquis, italianos e ingleses) sólo en El Pollo Dorado, que queda en pleno centro (Agustinas y Estado).

 

Finalmente, según las estadísticas, Santiago tiene dos millones setecientos mil habitantes, que son aficionados a hablar por teléfono.  No trate de hacerlo.  Están malos, ocupados, en reparación o fuera de servicio.

 

Aparte de estas ligeras anomalías, la progresista capital de Chile es bastante habitable.

 

Hay una serie de casas ignoradas en Santiago, o por lo menos que no son conocidas por el público corriente, sino únicamente por los especialistas en la materia.

 

El millonario Meiggs, cuya casa de invierno quedaba y queda aún en Alameda con Lord Cochrane, dónde está el Liceo de Niñas N° 3, tenía una casa de verano en la misma Alameda frente a la avenida Cumming y que tenía una particularidad:  se movía con un sistema especial que le permitía seguir el movimiento del sol para que su exigente propietario pudiera tostarse ocho horas al día.  Por ese sentido histórico que caracteriza a todos los chilenos, la casa fue echada abajo para construir un barrio que tiene de todo menos de atractivo.

 

LIBRERÍAS

 

La gente lee mucho en Chile.  Lee más que en cualquier país de América y que en algunos de la vieja y culta Europa.  Una red de librerías mantiene al día al santiaguino corriente.  Las más curiosas son la de Manuel Bianchi, en la calle Los Serenos, en que se sirve coñac a los clientes, y la que está en la calle Nueva York y que vende únicamente novelas policiales.

 

Igualmente, los amantes de los libros viejos con papel amarillo y olor a moho y a pasado se sentirán felices en la segunda cuadra de San Diego, en la calle Agustinas y en Miraflores, amén de otros sitios que equivalen un poco a los célebres "bouquinistes" de París.

 

BARES

 

El santiaguino es hombre de bar.  ¿Por qué?  Porque tenemos los mejores vinos del mundo después de Francia, según entendidos, y por que nos encanta la charla en la vara y a la pasada.  Los negocios, la política y la actualidad diaria se discuten y comentan frente a un trago mejor que en la casa:  Bares como el Roxy, el Nuria, el Lyon d’Or, el Bodegón, el City, el Oriente y el Agustín, pasan repletos.  El Club de la Unión, a pesar de lo relativamente exclusivo, es el más bonito y elegante de todos.  Goza de fama de contar con la vara más larga del planeta.

 

 

LO MALO

 

Los santiaguinos simpáticos y dicharacheros de otro tiempo son los ágiles ciudadanos de hoy que practican la gimnasia bancaria de la mañana a la noche.  Las santiaguinas estupendas del “paseo” de las calles Huérfanos y Ahumada han dado paso a las niñas de jockey, medias color tiza y ojeras verde Nilo que montan guardia a la salida de las radios para robarles los botones de los calzoncillos al cantante colérico de moda.  Los choferes de micro se sacan tres coloradas en mala educación por tratar con la punta del pie al pobre y paciente pasajero y realizar verdaderas cacerías de colegiales cuando no muestran a tiempo el carnet.  Siguen los jubilados tiritando de indignación frente a las ventanillas de las Cajas, donde se supone teóricamente que deben ser atendidos con toda gentileza.  Surgen unos mendigos demacrados que no figuran ni en las páginas de "La Divina Comedia", y que, fingiendo ser cojos, tuertos, mancos, zuncos, turnios, mudos o lo que sea, cobran una respetable pensión vitalicia a la salida de todas las iglesias de Santiago.

 

LO BUENO

 

Pero así y todo esta capital, que ya se empina sobre los 425 años, es un rincón encantador.  Su clima, el cielo que luce como una alegre camisa azul en el verano, esas pequeñas nubes vacilante que se enredan en los árboles desnudos en el otoño, la placa gris y amenazante que se cierne sobre la ciudad en los días de invierno, los copos que flamean alegremente como proclamas cuando nieva en la cordillera; los picachos andinos, que son infinitamente más elegantes que el Fujiyama y que todas las montañas con que cuentan los suizos; ese río optimista y campesino que viene culebreando por los Andes, que pasa fugazmente por el centro de la capital y va a perderse entre los cerros vecinos camino a la costa; las muchachas con pantalones, pelo rubio y ojos azules que viven en el Barrio Alto; los estudiantes que todavía mantienen el sentido del humor, los viejitos melancólicos de la Plaza de Armas, los ochenta mil fanáticos que brincan y saltan dentro del Estadio Nacional, el pequeño bosque de Galerías de Arte que surgen todos los días, los quince teatros que muestran lo mejor de Europa, ensayando y estrenando casi al mismo tiempo en Santiago de Chile, y sobre todo un aire especial que no es de Buenos Aires, de Río, de Nueva York, de Londres ni de Madrid, sino de aquí y sólo de aquí y que se mantiene a pesar de los terremotos y catástrofes que sacuden al país; el tono irónico de sus habitantes, que son capaces de sortear la mala suerte y burlarse de las permanentes desgracias con un chiste oportuno y certero que queda temblando como un puñal en medio de la conversación; la burlona familiaridad que tenemos los chilenos para tratar cualquier problema, por grave que sea, sin el menor protocolo y usando los términos más habituales de la vida corriente; el "santiaguinismo", en suma, que es difícil definir, pero mucho más difícil no sentirse tocado por él cuando se ha estado mucho tiempo fuera de la capital, hacen de Santiago una ciudad inolvidable que se maquilla, se embellece y se adorna como una mujer cualquiera cuando estalla la primavera como una especie de guerra relámpago en las hojas del calendario y se enciende toda la batería eléctrica de las flores en los parques y las muchachas caminan con unas caderas recién entrenadas por estas calles de Dios.

 

Esta es la ciudad, amigo lector, que he querido presentarle físicamente en estas líneas y que mi amigo Jorge Dahm ha tenido la gentileza de ponerla ligeramente en solfa para que usted aprenda a conocer a los habitantes de una villa que un día perdido por allá en 1541, un capitán español, después de atusarse el bigote y alisarse la perilla, decidió colocar definitivamente en el mapa bajo el nombre de SANTIAGO DE LA NUEVA EXTREMADURA.

 

Santiago, junio de 1966.