C o n t i n u a r   e s c r i b i e n d o ,

p a r a   s o b r e v i v i r   a   l a   m u e r t e


x   F e s a l   C h a i n

 


Fesal Chain, es poeta y narrador. Nació en Santiago en los años 60, vivió su niñez en el sur de Chile, en la Araucanía. El año 1985 estudia castellano en la Universidad Católica de Valparaíso. Desde el año 1986 hasta el año 1989 estudia Sociología y se titula en ARCIS. Durante los años 2001 al 2004 fue Jefe de Proyectos del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile e impulsor y colaborador de la Revista Calíope, medio de los estudiantes de la Facultad de Letras. El año 2006 edita el Libro "La sociología como arma de la resistencia", junto al artista visual Mauricio Bravo. Durante su trayectoria ha escrito 21 libros, parte de ellos editados en la editorial Lulu.com de la red Internet y en Book and You: 17 libros de poesía, un ensayo de sociología, dos novelas breves y un libro de crónicas. Hoy trabaja en la Novela "Trilogía de Chile", una suma integrada de sus tres novelas breves: "La Mariposa y la Rebelión", "El Módulo" y "Tarde Quemada", en el Libro "Obra en Construcción", anteproyecto de su poesía completa y en un libro de sus artículos políticos publicados en la página de Generación 80.


 

Aquellas personas que no son artistas, rara vez entienden lo que Faulkner plantea como la angustia suprema del creador: "El artista es responsable sólo ante su obra. Será completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe librarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro. Si un artista tiene que robarle a su madre, no vacilará en hacerlo...".Lo ejemplifica descarnadamente, probablemente muchísimo mejor que lo que yo podría hacerlo y por ello ocupo sus palabras.

El sueño, ¿cuál es mi sueño? Cuando era más joven, pensaba un tanto presuntuosamente, que la literatura chilena era por sobre todo una literatura oligarca. Es decir que los grandes novelistas nacionales, aún cuando eran capaces de mostrar la miseria y el sufrimiento del hombre y la mujer común, lo hacían desde la particular mirada de ellos como dominantes. Dominantes que no deseaban serlo o dominantes (valga la reiteración) que deseaban tener una mirada panóptica, más amplia que la de cualquiera que escribe solamente desde y para su tribu.

Así, mi sueño literario era más bien desarrollar una literatura clasemediera, supuestamente inédita. Claro, literatura proletaria no podía ser, ya que no soy proletario, así de simple. Sin embargo, en el intertanto es decir en más de veinte años, me encontré con fantásticos novelistas y narradores, que por supuesto ya habían cumplido la misión. Carlos Cerda, por nombrar al que considero uno de los exponentes más brillantes de una literatura de la clase media chilena. Claudio Giaconi, por nombrar a quien fue capaz de sacarnos abrupta y genialmente de una literatura naturalista. De la proletaria o social, basta con nombrar a Manuel Rojas o a Nicomedes Guzmán.

 

De esta manera, mi sueño no sólo lo habían soñado otros, sino que lo habían puesto en marcha verdaderos gigantes de la palabra. Por otra parte me adentré en la poesía como un camino "natural", pero la dictadura hizo su trabajo y me convocó a la sociología y la política con la misma pasión con la que me había llamado la palabra. Fueron años de un tira y afloja monumental entre la acción y reflexión política y los textos literarios propios y ajenos. Como decía Volodia Teitelboim al respecto, y guardando las enormes distancias en todo ámbito, la política pasó a ser mi esposa y la literatura mi amante. Pero posteriormente hice una ecuación simple: antes de la dictadura existía en mi la literatura, durante la dictadura, no murió realmente, y posterior a ella, entre evaluaciones de proyectos, estadísticas inferenciales y de correlación y trabajo social comunitario, siguió la literatura empujando el carro interior con una fuerza avasalladora. Así que me dije a mi mismo: la literatura es permanente en ti Fesal.

 

Pero, ¿que es lo que empuja a la literatura que hay en mi? No podía ser entonces el sueño de hacer nueva literatura que ya existía y acaso esa racionalización, aún cuando ya estaba cumplida por otros, no ha detenido la fuerza y el ímpetu de escribir día a día. Vivimos en

 

un mundo material, no cabe la menor duda, las relaciones sociales se imponen a rajatabla por sobre cualquier consideración. Y es bien sabido que la palabra escrita no es meramente reflejo de aquello, es también una cierta anterioridad a todo. No como sería la existencia del dios de los cristianos, ni como una historia naturalizada, en donde el destino luminoso esta garantizado. Es anterior, como una especie de fuerza intelectual que niega el dolor.

Escribo para superar el dolor. Escribo para negar mi dolor y el de los que me rodean. Ese "de los que me rodean" no es ni mucho menos una opción anterior a mi mismo como un mesías sufriente. Es efecto de la supresión de mi propio dolor. Como me decía Jorge Marchant Lazcano en una breve conversación telefónica, y lo cito esperando no ser infidente, que los escritores somos personas infelices, con nosotros mismos y con los que nos rodea. Y digo yo, pero esta infelicidad no es una insatisfacción egoísta, ni tampoco una incapacidad de superación de nosotros mismos, no es producto de que el mundo no sea como nosotros queramos y de una cierta frustración infantil. No. La infelicidad del escritor es la infelicidad de la supresión de la belleza, del dominio de la fealdad y del sable, como decía Camus.

El mundo se ha ido transformando en una horrible creación humana. Parafraseando a Fidel Castro en la entrevista de Oliver Stone, me temo que no habrá un orden mundial y que todo será ingobernable y lleno de violencia y muerte. Los escritores aborrecemos la fealdad del mundo, no solamente las grandes devastaciones humanas, como los genocidios, la tortura, la muerte, el silenciamiento de las ideas, la cárcel y los psiquiátricos, el dominio de los mediocres, el sufrimiento de los pobres y de las grandes mayorías. También nos parece angustiante las pequeñas miserias a ojo común. La mujer vieja y desdentada pidiendo monedas en la escalera del metro, el niño vagabundo vendiendo flores en las veredas de una ciudad alcoholizada. La juventud popular deambulando por calles oscuras regetoneando y hablando grotescamente, en un argot carcelario muchas veces. El perro pitbull del narcotraficante y al narcotraficante mismo caminando como un perro pitbull por las calles de un país fascista.

 

Pero sobre todo nos parece aborrecible nuestra propia fealdad, la distancia que podemos imprimir entre las hojas de nuestros libros y nuestra vida cotidiana. Nuestro desamor, nuestras egolatrías, nuestras querellas intestinas, nuestros automatismos y neurosis. Es que el mundo pareciera ser una criatura impulsada por bacterias y demonios, que lucha por no descomponerse y que la salida que ha encontrado es meramente un placebo, una aspirina al dolor de cabeza permanente de los humanos arrastrándose entre seres humanos no dirigiéndose la mirada, con la cabeza en el suelo, como reptiles de un tiempo ido.

Escribo contra toda fealdad y me gustaría que la belleza adornara balcones y plazas, pero no aquella hecha solamente de estatuas y figuras blancas muertas. No. Tampoco aquella de una igualdad radical y de masas siempre luchando contra bestias existentes e inexistentes. Tampoco la de la democracia perfecta, la del ágora en que todos y todas llegan a hermosos acuerdos y a desenterrar el amor definitivo. Nada de aquello ni todo lo contrario. La belleza de un nuevo ser humano, auto convencido de que vale más un diálogo donde esté presente ante todo, la búsqueda del sentido de la vida, del ser de las cosas y de uno mismo, que el obtener y controlar. Pero no es esto el deseo tan típicamente pequeño burgués de la negación de la fealdad como mero maquillaje, como esconder la mierda bajo los callejones o lavar al pobre y perfumarlo con un agua de colonia barata.

 

Se trata en virtud, de desentrañar la realidad contradictoria, de escudriñar en la más profunda carroña humana y desenterrarla para ponerla al sol y secarla hasta su agonía. Se trata de vernos y verme en la totalidad de nuestras contradicciones y de ser capaces de entender, de que aquello que enarbolamos como principios y valores rectores, no son sino meros deseos de aquello que no somos. No amamos la belleza sino porque no existe realmente, porque somos monstruos sagrados, pero monstruos al fin. No amamos la igualdad sino porque somos desiguales y antagónicos, no amamos la libertad y la fraternidad sino porque somos esclavos de nuestras intensas pulsaciones y dominios pre conscientes y no creamos deseos nuevos y relaciones que los destierren y porque quisiéramos darle una cuchillada metafórica o real a nuestros enemigos y también a nuestros amigos.

El sueño, ¿cuál es mi sueño? ¿Que empuja a la literatura que hay en mi? La necesidad de sobrevivir al mundo muerto y que se descompone día a día y de quedar en la vida de los sobrevivientes con mis textos. Pues como también dice Faulkner: A la vida no le interesa el bien y el mal. (...) Puesto que los seres humanos sólo existen en la vida, tienen que dedicar su tiempo simplemente a estar vivos. La vida es movimiento y el movimiento tiene que ver con lo que hace moverse al hombre, que es la ambición, el poder, el placer. El tiempo que un hombre puede dedicarle a la moralidad, tiene que quitárselo forzosamente al movimiento del que él mismo es parte. Está obligado a elegir entre el bien y el mal tarde o temprano, porque la conciencia moral se lo exige a fin de que pueda vivir consigo mismo el día de mañana. Su conciencia moral es la maldición que tiene que aceptar de los dioses para obtener de éstos el derecho a soñar".