D e    Á n i m a s    y    A n i m i t a s


p o r   O r e s t e   P l a t h

 

 

 

Nace una "Animita" por misericordia del pueblo en el sitio en el que aconteció una "mala muerte"

                                                                                                                                 -Oreste Plath-.

 

A n i m i t a    d e    A l i c i a    B o n


 

Al atardecer del 11 de junio de 1944, el doctor Guy Pelissier Fehrmen de 31 años, y Alicia Bon Guzmán de 17, veían caer el atardecer desde un automóvil cerrado en el camino El Pedrero (camino de tierra y piedras, de aquí su nombre, en los límites de lo rural), cuando de entre la zarzamora que bordeaba las orillas del sector el sector sintió detrás del coche un ruido y luego vio a un desconocido que se puso al lado de la puerta y, detrás de él, la figura de otro que lo acompañaba.  Inmediatamente tomó a su compañera y la escondió cerca de sus piernas.  Aquí sonó un disparo y recibió el impacto en el pecho.  Herido, salió del vehículo pistola en mano y disparó un balazo huyendo los desconocidos.  Sangrando, intentó una persecución, pero luego regresó al automóvil, donde se percató que su joven amiga estaba herida.  La bala había hecho doble fama.  La bajó del auto y pidió auxilio.  Después estimó ponerla en la parte posterior del automóvil, ayudado por tres personas que acudieron a socorrerlo, y partió en busca de un centro asistencial o de carabineros.

 

En la desesperada carrera y confundido por el estado de la niña, cree encontrar ayuda ayuda en una pareja de carabineros, los que estimaron que debía ir al retén Santa Elena para que el sargento jefe resolviera lo que había que hacer.

 

Después de lentas y largas gestiones policiales y a pesar de su herida, y sintiendo que ella se desangraba, partió hacia un puesto de primeros auxilios; manejaba confuso y ennublado.  Guiado por un carabinero llegaron a la Posta nº 2.  Se le atendió profesionalmente:  un trozo de proyectil se había incrustado en su pecho y otro troza en el cráneo de Alicia.  A los pocos minutos fallecía ella de anemia cerebral.  Un cura le administró la extremaunción a Alicia Bon y confesó a Pelissier.

 

De la posta la noticia se expandió a toda la ciudad; la prensa y radio informaron el drama.

 

El día 13 de junio se efectuaron los funerales de Alicia Bon; las calles cercanas al Cementerio General se hicieron estrechas.  Lágrimas quemantes resbalaron por la cara de las mujeres.  Los puños de las madres se levantaron en alto pidiendo sanción por el crimen de la bella niña.

 

Las honras fúnebres tuvieron el significado de una protesta.

 

Miles de personas rodearon el ataúd para darle su adiós; la sepultura quedó convertida en pleno invierno en una montaña de flores.

 

El día 14 de junio, el siguiente del entierro, los habitantes de Santiago que andaban por las calles céntricas se detuvieron impresionados.  Un inesperado desfile de mujeres vestidas de negro pasó silencioso, caminando lentamente frente al Palacio de La Moneda, firmaron una solicitud y la elevaron al presidente de la República Juan Antonio Ríos.  En ella exigían justicia rápida.  Luego, sin decir una sola palabra, se detuvieron ante las puertas de los Tribunales de Justicia.  Una comisión se netrevistó con el Presidente de la Corte Suprema.

 

Los diarios lanzaban grandes tiradas, las informaciones hablaban del crimen pasional de Pedreros y se entregaban versiones de asombro.  Todos dudaban del asalto.

 

El doctor se había declarado voluntariamente incomunicado en la Clínica Santa María, con diagnóstico reservado, y los médicos negaban el acceso a su colega herido.

 

Las dudas persistieron.  A través de todo el país se levantaron airadas voces de madres que pedían castigo para el que ellas consideraban como legítimo culpable.

 

¿Existía una tercera persona?   ¿Tenía o no responsabilidad moral al llevar a una colegiala a un lugar tan peligroso? ¿Ignoraba el doctor la existencia de "voyeros" que actúan en sitios descampados y que proceden contra las parejas en un auto con los cristales subidos?  Ninguno de los testigos habóa visto huir a los asaltantes.  Y se preguntaban ¿por qué la sacó con hemorragia de la parte delantera y la tendió en el suelo con gran esfuerzo y después la subió al piso de la parte interior del auto?  ¿Y las huellas de lucha?.   Hubo ultraje, decían, lo prueban las ropas desgarradas, las lesiones de los muslos, en el pecho y en la cara.

 

¿Intervenía en su favor don Juan Esteban Montero, ex Presidente de la República, tío político del doctor?

 

El doctor Sótero del Río, Ministro de Salubridad, dio a conocer los deseos del señor Presidente de la República :  "Tengo hondo interés en que este suceso se aclare cuanto antes".  Esta actuación del señor Ministro fue interpretada como una maniobra del gobierno tendiente al desarrollo de la investigación en favor del doctor.

 

El 8 de agosto de 1944, al mes y días del drama, ingresan a la cárcel pública periodistas que cumplían con su deber de informar, acusados de desacato.  Ellos eran rené Olivares, Mario Planet, Enrique Castro y Carlos Barrios.

 

Una serie de interrogatorios, redadas de sospechosos y otras espectaculares diligencias, hicieron que la muerte de Alicia Bon tomara extraños perfiles.

 

A los dos meses del crimen, el 11 de agosto, son detenidos y confesos el parcelero Castro Bulboa y Guillermo Gómez Gómez.  El abogado Zoroabel Rodríguez, que asumió gratuitamente la defensa de Castro y de Gómez, anunció a la prensa que la confesión de ambos gañanes nada tenía que ver con la realidad.

 

Castro depuso su actitud y de acusado pasó a convertirse en acusador.  Una carta suya, con mala caligrafía y peor ortografía, con su firma vacilante, fue entregada a varios diarios.  Acusaba al Prefecto de Investigaciones, Eustaquio Canales Rodríguez, de haber inventado la culpabilidad de los reos;  Castro especificaba que Canales lo había sobornado con el ofrecimiento de 30 mil pesos, para que se acusara como culpable.

 

El Prefecto Canales, cuando ocurrió el caso de Alicia, estaba preso en la cárcel de Santiago por un asalto comprobado al diario "La Opinión", empastelamiento y destrucción de las máquinas, junto a otros personajes de este organismo que obedecían al poder político.  Salía en libertad aquellos días de las pesquisas, tomando parte activa en esta gestión con sus leales agentes subalternos.

 

Investigaciones no estaba en buen pie de credibilidad, por lo que tenía a toda la opinión pública en contra.

 

El investigador estaba a punto de jubilar y siempre había sido un hombre de éxitos y se dijo que no le convenía coronar su carrera policial con un estruendoso fracaso.

 

Cierto o no, el doctor salió absuelto de toda culpa, los dos campesinos fueron condenados :  Castro a 20 años de presidio y su cómplice a 15 años; el Prefecto Canales logró realizar su sueño de jubilar en forma impecable.

 

A n i m i t a

 

En el camino de Pedrero, en el sitio preciso, se levantó la tumba simbólica en que agonizó Alicia la buena hija, la mejor estudiante y amiga.

 

La señora madre de la víctima declaró que su hija encontró trágico fin por defender el más puro tesoro con que cuenta una muchacha soltera :  la honra.

 

Al pie del recordatorio, una cruz de madera ostenta frases quemante.  Alicia Bon se transforma en "milagrosa animita" a la que se le pide toda clase de favores en la seguridad que los concederá.  El recinto de su sangre y de su agonía, donde una tarde de invierno perdiera sus 17 años, se ve rodeada de fieles creyentes que poden con religiosa unción remedie los males de amor.  Lo adornan flores de papel y naturales.  Velas y placas expresan los agradecimientos por las mercedes concedidas.

 

El drama se hizo canción.  Los poetas populares, como los poetas cultos, documentaron sus producciones en el hecho.

 

Así se oyó :

 

Alicia Bond  mujer maravillosa

que la vida querías conocer

y te fuiste a pasear a punta de rieles

acompañada del doctor Pelissier

 

Veinte mil madres claman ¡justicia!

¡justicia social!

 

El poeta Juan Florit publica por aquellos días este romance :

 

Romance de Alicia Bon

 

Para un camino extraviado

vino la muerte a invitarla.

tenía la tarde, sombras.

Alicia Bon, esperanzas.

 

Cruzaban el cielo triste

pájaros de largo vuelo.

Los ojos suaves de Alicia,

los encontraba el ensueño.

 

Alicia soñaba, lejos.

Alicia estaba en la infancia.

Jugaba alegre su vida,

como una flor y una estampa.

 

Pero la muerte acechaba

para invitarla a otro juego:

juego de angustia y letargo,

juego de pena y de duelo.

Murió el paisaje, la tarde,

el camino en la penumbra.

Alicia se fue durmiendo,

buscando en la muerte, cuna.

 

Romance de Alicia Bon,

hecho de sangre y con lágrimas.

La tarde tenía sombras.

Si corazón, esperanzas.

 


 

A n i m i t a    d e    l a   M a r i n i t a


 

El 24 de mayo de 1945, una pequeña niña aparece degollada en el parque Cousiño, al pie de un árbol, frente a la calle Antofagasta, entre la avenida Beaucheff y la tribuna de la elipse.  El cuerpo de la víctima presentaba heridas profundas en la región del cuello inferidas por arma blanca.  La cabeza se encontraba casi completamente separada del cuerpo.

 

El hallazgo macabro ocurrió a las nueve de la mañana.  Como a las doce horas se logró identificar a la víctima, quien resultó ser Marina Silva Espinoza, domiciliada en calle Roberto Espinoza nº 1641, de tres años, a quien se buscaba a raíz de una denuncia de desaparecimiento hecha por su padrastro Pedro Castro San Martín a la Cuarta Comisaría de Carabineros.

 

A los pocos minutos de descubrirse el cadáver de la niñita acudieron al sitio su madre, doña Regima Espinoza Pavez, y el padrastro.  Llamó la atención de la policía la tranquilidad de estas dos personas al contemplar el cadáver de la chica con la graganta cortada.  Fue esta situación lo que dio la pista para descubrir al autor de este crimen.

 

En efecto, interrogada severamente, la medre dijo al poco rato que el autor era su marido.  Este, a su vez, fue sometido a otro interrogatorio, confesando con toda frialdad su terrible delito.

 

Relató a la policía que desde hacía algún tiempo venía planeando la muerte de su hijastra, a quien odiaba profundamente, pues, según dijo, era la causa de las frecuentes desavenencias entre él y su esposa.

 

Así fue como ese día 23 de mayo, poco después de las 18 horas, llevó a la pequeña al Parque con el pretexto sencillo de dar un paseo.  Esperó a que oscureciera, se internó con ella hasta el sitio que estimó y allí sacó su cortaplumas que había afilado premeditadamente.  Tomó a la niña, que en esos momentos empezó a llorar, y despiadadamente empezó a cortarle el cuello.  Relató que a los gritos de la niñita introdujo más la hoja homicida hasta que hizo una profunda herida de la cual manaba la sangre a borbotones.  Ya la la párvula no pudo gritar más y expiró.  En seguida limpió el cortaplumas y sus manos en el pasto y tranquilamente volvió a su casa dejando el cuerpo inerte de su indefensa y débil víctima entre los matorrales del Parque.

 

El hecho llenó de indignación y horror a todos los que se impusieron y sólo sabían pedir todo el peso de la Justicia.

 

 

A n i m i t a

 

La muerte horrenda la convirtió pronto en "Animita" en el mismo lugar, al pie del frondoso olmo del degüello.

 

Empezó a ser conocida como la "Animita de María Silva Espinoza", "Animita de la Marinita", "Animita del Parque" y "Santa Marinita".

 

Con el tiempo se levantó una glorieta con numerosas pilastras, rodeada de un muro bajo que se cubre de placas.

 

De las cruces una se destaca por tener en el centro una fotografía de la niña.

 

En un mástil cuelgan juguetes:  baldes, cascabeles, muñecas, zapatos de criaturas, lo que indica que las madres agradecen favores otorgados a sus hijos.

 

Testimonio de males curados son muletas y zapatos ortopédicos.

 

Y siempre los exvotos.

 

Estos se renuevan cada cierto tiempo, y siempre testificando los milagros realizados de personas en mala situación económica, cesantes desesperados, mujeres que han perdido el amor y solicitan recuperarlo u otros infortunios que hieren el  alma femenina; estudiantes en apuros y adolescentes enamorados no correspondidos forman la cofradía en torno a la pequeña martirizada.

 

Los agradecimientos señalan el fervor :

 

"Marinita, te dedico este recuerdo por el favor que me has hecho"

 

"Gracias por haberme mejorado a mi hija"

 

"Gracias por favores que te pedí"

 

"Gracias por la gracia de poder encontrar una casa"

 

"Gracias Marinita.  Irielle V.M."

 

"Gracias por el favor que me concebiste"

 

"Gracias por el favor que me hiciste"

 

"Gracias por los fabores que te pedí"

 

"Gracias por haverme hecho andar"

 

Uno mostró su gratitud colocando un cartel :

 

"Yo el viejo Gutiérrez.  Te doy el nombre de la animita milagrosa más grande del mundo.  Lo digo porque tú me has cumplido diez mandas, y al cabo de la última prometí, a pesar de mis 52 años, dar diez vueltas al Parque que te rodea...".

 

La fe popular transformó a la menor en toda una "santa".  Testimonios de males curados hacen a la "Animita" de un culto.  Le piden favores a cambio de pagarlos con velas, penitencias, oraciones y visitas.

 

Un devoto que vive en las inmediaciones del Parque aseguró que asiste con frecuencia a cumplir con la tarea de asear el lugar porque la fe hacia la pequeña es algo muy especial para él.  La he sentido, me hace vibrar...No soy muy católico, pero creo en "Marinita", yo he sido beneficiado con sus "milagros".

 

Una madre compungida declara que sufre con su conviviente por los hijos habidos por ella en anterior matrimonio.  Soporta inconvenientes que estorban la convivencia.  Y con resignación agrega :  Los padrastros ni en los dedos son buenos, señor, se refiere al pedacito de pellejo que se levantan de la carne inmediatamente después de las uñas de la mano y causan dolor y estorbo, llegando a convertirse en una mortificación.  Recordamos: padrastro, despectivo del padre.

 

Los días sábados y domingos asisten carreristas y jinetes de la hípica impulsados tal vez por la cercanía del Club Hípico y por el culto de milagrosa que se le rinde a esta "Animita".

 

Siempre hay personas acompañándola.  Junto a los creyentes chilenos los hay de Argentina, Paraguay y Uruguay.

 

Penitentes vienen todos los lunes a verla.  Colocan flores, prenden velas, recibe entre mil y mil quinientas diariamente; a la distancia se percibe el olor a cera quemada.

 

Formulan sus peticiones, se escuchan alabanzas y se van.

 

Pocos conocen la real historia de esta tragedia y que este padrastro pagó su deuda en la cárcel y fue muerto por sus compañeros de celda.  Así es la ley de los presidiarios cuando se procede con una menor.

 

Una cuidadora atiende a la cofradía del recuerdo; esta va de aquí para acá, entre las flores y las velas, mientras piadosas devotas en cómodos bancos realizan sus oraciones, junto al olmo donde hace más de 60 años se realizó el drama que ha convertido el lugar en un santuario.

 


 

Extractado de el libro "L' Animita, Hagiografía Folclórica" de Oreste Plath.