5 0   A Ñ O S   D E   P O E S Í A   C H I L E N A

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p o r   A n t o n i o   C a m p a ñ a


 

 

ANTONIO CAMPAÑA nació en Santiago (Chile) en 1922. Poeta y ensayista, cursó estudios de filosofía y letras. Ha ejercido la docencia como profesor de Introducción a la Historia del Arte en la Universidad de Chile. En 1952 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por La Cima Ardiendo; en 1957 el Premio Pen Club por El Infierno del Paraíso y en 1964, el Premio Sociedad Bolivariana de Venezuela por El Regresado

 

Fue Director del Taller Literario de la Revista Occidente y encargado para los Asuntos de la Cultura de la revista Américas de la OEA. Ha sido Secretario General de la Sociedad de Escritores, Vicepresidente del Sindicato de Escritores de Chile, Presidente del Ateneo de Santiago y en la actualidad es Presidente del Instituto de Estudios Poéticos de Chile.

 


 

PANORAMA LÍRICO ANTES DE 1944


 

 

Si hay algo en que la especialidad crítica nacional sostiene una constante, no hay duda que ella es la unanimidad en señalar la trascendencia - o relieve - que alcanza la poesía chilena del presente siglo.  Conviene recordarlo:  después de Darío, quien produce el temblor lírico con el modernismo, son los poetas chilenos, junto a otras figuras foráneas, quienes alrededor de los años veinte han determinado el legado que gravitará hasta nuestros días en la obra de los nuevos poetas.  La materia lírica es bajo el influjo de las vanguardias europeas de la época, una circunstancia epocal que se descarga con variadas formas de comportamiento en la obra de aquellos que nacen en las cercanías del siglo, esto es es :  la Mistral, Huidobro, de Rokha, Prado y Neruda.  A ellos hay que agregar a Juvencio Valle, Ángel Cruchaga Santa María, a Humberto Díaz-Casanueva, Rosamel del Valle, poetas estos últimos que cultivan un simbolismo extremado.

 

Estos autores someten las estructuras poéticas a remecimientos nuevos que la sensibilidad del idioma recoge como fruto nutriente.  Ellos, a través de pliegues ensayantes, quebrantan las viejas formas y posibilitan una realidad del ser como primera función.  Y al contemplar su penuria de soledad y desamparo buscan la forma de redimirlo.  Para ello tratan de consultar sus potencias íntimas, tentar las posibilidades aún no esclarecidas de la esencialidad del hombre.  Pero a estos poetas dichas facultades no les llegan del aire.  Existe en el cosmos que ha rodeado a la poesía chilena una feliz consecuencia de elementos originales.  No es por azar que aquí, en estos litorales de finis terrae, prospere una realidad de arte que asoma y luego se sostiene como naturaleza inédita que apasiona, en particular a quienes la observan desde fuera.  Byron Gigoux creía, entre sus in promptu exagerados, que la poesía chilena contemporánea era una explosión semejante a la que tuvo en su tiempo la filosofía griega de los inicios.  A lo mejor Gigoux pensaba o se asombraba de la turgencia lírica de los pensadores presocráticos.

 

Se considera con razón que los vasos comunicantes en que circula la poesía chilena comienzan en las hechuras fundacionales de la chilenidad, esto es:  con la llegada de Ercilla.  Porque si no es de ahí  ¿de dónde arrancan los primeros pasos de nuestra lírica en este siglo, en particular la que se produce en su primera mitad y prosigue hasta hoy ?  ¿ Es una tradición o son relámpagos del genio e ingenio de algunas figuras excepcionales ?  ¿ Existen en verdad estos nexos que iluminan la historia del ars poética chilena ?   Creemos de primer menester tratar de poner en claro estas interrogantes antes de proyectar un panorama de los cincuenta años de producción lírica a los cuales nos avocamos, de aquellos que se inician después de la segunda guerra, entre 1944 y 1994.

 

Pues bien, vamos a repetir aquí la pregunta que ya alguien antes se había dicho:  " ¿ Es posible que esta abundancia lírica de la Mistral o de Neruda haya surgido espontáneamente sin raíces en una tradición literaria ?  ¿ Acaso no hay nada en cuatro siglos de historia de Chile que pueda considerarse como un antecedente de esta poesía actual ? ".   Desde luego que la hay :  la tradición existe y el hilo conductor pasa de Ercilla a Oña, un poeta lírico de excepción que por circunstancias históricas y regionales cultiva la poesía épica.  Y así este hilo ha llegado sin mancha hasta los poetas que surgen después de la segunda mitad del siglo XX.  Como muy bien anota Andrés Bello, "Chile es el único de los pueblos modernos cuya fundación ha sido inmortalizada por un poema épico"

Es decir, por obra de Ercilla, Chile es alumbrado por una epopeya, por un canto épico en el cual el paisaje y el hombre se constituyen en los héroes y donde un poeta toma conciencia de un hecho telúrico que es el punto de partida de su poesía.  No olvidemos que La Araucana es elogiada por Cervantes y que Voltaire juzgó superior la arenga de Colo Colo a la de Néstor de la Ilíada. Por otra parte, la obra de de Oña acrecienta esta aura con el valor poético de El Vasauro y El Arauco Domado.

 

Más adelante, los nombres de Francísco Núñez de Pineda y Bascuñán, poeta del sentimiento íntimo;  de Manuel José de Oteiza nos recuerdan que el principio estaba en la conquista y la colonia, que la fuente inaugural era profunda y determinadora.  El interregno lírico que sufre luego la nacionalidad tiene como razón de ser el lento proceso cultural del país, en que predominan sobre todo la función de la enseñanza y el salón señorial.  De ahí que el repentismo irrumpe con tanto ingenio como superficialidad en la vida chilena y el cultivo de la poesía toma un neblinoso contacto.  Es la época de los versificadores y la afectividad descriptiva.

 

Con el cambio social y libertario que adviene de la emancipación del régimen monárquico español, llega también la renovación y perfección del medio, lo que da paso a que emerjan poetas como Mercedes Marín del Solar, de Salvador Sanfuentes quien introduce figuras y elementos que toma de la naturaleza autóctona como el roble, la menta, el raulí, por ejemplo.  Luego la transformación del país y su desarrollo, dan paso a una enorme actividad cultural.  Francisco Santana llama a este ciclo lírico  oleaje romántico en que junto a organizaciones culturales surgen diarios y revistas que recogen las ideas y las nuevas producciones poéticas.  Destacada es la obra de Guillermo Matta, Eusebio Lillo, Guillermo Blest Gana, Narciso Tondreau, Martín José Lira, Domingo Arteaga Alemparte, Eduardo de la Barra, José Antonio Soffia  (" Que grande que viene el río "), Rosario Orrego, Blanco Cuartin y, al fondo, la figura rectora de Andrés Bello, instigador ilustre de la época.  De aquella que va desde la era republicana a la del romanticismo y que nos entrega la obra trascendente de Pedro Antonio González quien, a la vez, es un claro precursor del modernismo.   Con él "se inicia en Chile la poesía moderna" nos recuerda oportuno, Yolando Pino Saavedra.   Así es en efecto la que inunda, al mismo tiempo, la maestra luz de Darío.   Éste publica en nuestro país (1888) su obra Azul que es el punto de partida de la renovación de la poesía de la lengua.  Y ello no sucede por casualidad.  Existe en el ambiente literario un fervor renovador que impulsa desde el palacio de gobierno Pedro Balmaceda Toro, amigo y admirador de Darío y de los poetas franceses creadores del simbolismo.

 

Además de Pedro Antonio González, son poetas del periodo Gustavo Valledor Sánchez,  Francisco Contreras, voz señera y lúcida, y Gerónimo Lagos Lisboa, entre los más representativos.  De este modo, la renovación de la lírica chilena tenía su suerte echada.  En ese momento se produce un acendrado movimiento vernaculista, de tonalidad social en que se distingue la obra de Antonio Bórquez Solar, de Samuel A. Lillo, Diego Dublé Urrutia, Victor Domingo Silva, Jorge Gozález Bastías, Augusto Winter y Antonio Orrego Barros.  Pero quien se alza como el desocultador de las escencias de la raza es Carlos Pezoa Véliz; es quien luce el humor y la ironía dentro de un lenguaje cotidiano, sorprendente, así como dueño de un sentimiento pesimista que se vincula de alguna manera al comportamiento del hombre de esta tierra.

 

Pero esta poesía regionalista sufre luego el asedio del período neomodernista o postmodernista;  se observan como figuras nítidas Manuel Magallanes Moure, Carlos R. Mondaca y la aguda sensibilidad de Pedro Prado, quien anuncia la belleza y originalidad de su obra posterior.  Siguen los nombres de Ernesto A. Guzmán, Max Jara, Julio Vicuña Cifuentes y el angustiado Alberto Moreno.

 

No es pues, sino muy fidedigno decir que los poetas chilenos que comienzan la realización de su obra alrededor o en medio de la segunda mitad del siglo sostengan la dignidad de esta combustión lírica que se inicia en el periodo colonial, que pasa por dificultades en la época republicana, por el romanticismo, el modernismo, el vernaculismo y los petas de la vanguardia hasta llegar a las generaciones líricas de 1938, del medio siglo y las nuevas promociones.  Pensamos que el discurso lírico que parte con Pedro de Oña se sostiene a través de las épocas.  La trama, el tejido, de la poesía chilena, su sentido de renovación trascendente que aporta vivificaciones que animan la realidad del poetizar el idioma, es una tradición que los actuales poetas nacionales reafirman en su desarrollo, acentúan en sus tonalidades autóctonas y la musicalidad de sus estructuras.  La discusión de que si tenemos o no tenemos una poesía propia ha sido contestada por las realizaciones de enorme cantidad de poetas chilenos, desde Oña a los actuales.  Es lo que Fernando Alegría denomina con razón como el gran estilo barroco chileno, que de algún modo se sitúa como el suceso lírico de la nacionalidad y el punto más alto de su arte.

 

 

POETAS DE LA GENERACIÓN DE 1938


 

 

La trascendencia que revela el movimiento de la Escuela Poética de Santiago y que no es otra que lo que nosotros llamamos el suceso lírico de la nacionalidad, es el alto registro que alcanzan las obras de Huidobro, la Mistral, De Rokha y Neruda, las que han adquirido con el paso del tiempo un valor memorativo.  Esta circunstancia en la cual se advierten la renovación de los cánones líricos existentes, pasa a constituirse en la alta muralla del poetizar por ellos levantada.  Esta será la historicidad que encuentran los poetas de la generación de 1938 o del Centenario, como a veces se les individualiza y registra a los autores nacidos entre 1910 y 1920, los que comienzan a publicar sus primeros libros en las cercanías de 1940.

 

Estos poetas inician una lucha casi dramática por desprenderse de la influencia de la obra de los maestros locales a quienes toca suceder.  No es este un pequeño empeño ni un minúsculo impulso.  Por el contrario, les corresponde como sentimiento generacional iniciar la búsqueda de nuevos caminos y llegar a ser continuadores de la tradición poética chilena que, como hemos visto, alcanza con sus antecesores el registro iluminador que inunda el mundo lírico de los pueblo hispanos.  Fernando Alegría, hombre de esa generación, nos señala sobre esta materia:  "de los hombres y mujeres que crearon esa riqueza heredamos nosotros un concepto estricto de la obra artística, un poder de discernir la elaboración responsable y profunda de lo improvisado, una voluntad de superar todo localismo superficial y fácil para comprometernos en la aventurada creación de mitos que expresen el genio de nuestro pueblo, así como el destino individual del poeta.  Heredamos también la conciencia del valor de la palabra y la seguridad que al forjar su estilo el poeta no está urdiendo una trampa para ocultar sus fracasos, sino que contribuye a revelar la belleza poética a la luz de un entendimiento original que constituye la gracia de la creación".

 

Pero los poetas de 1938 no reciben sólo esta carga de revelaciones de tierra adentro.  Junto a ella sufren el asedio de los poetas de la generación española de 1927, aleaciones y tentáculos que les ofrecían elementos para admirar  y que a la vez debían rechazar para evadir sus influencias tentadoras, en especial, la de Garcías Lorca y otros que eran sustantivas.  A ellos se agrega la voz poderosa de César Vallejo desde nuestros aires sudamericanos.  Recordemos, de paso, que éste, con su libro España aparta de mí este cáliz producía entre los jóvenes mayor embrujo aún que España en el corazón, de Neruda.

 

Esta excepcional situación en que el suceso lírico es visto tan de cerca, esto es: dentro de la propia casa, urgen a estos poetas a entrar resueltamente a estados de singularización.

 

Es así como propugnan una vuelta a la realidad aun cuando ésta ya no es sentida sólo a la usanza de sus predecesores sino buscando dentro de ella la expresión del mundo que no sea la misma que encuentran y a la cual, razonadamente, necesitan violentar.  Se dan así varios signos de desvinculamiento: aparece el movimiento de la antipoesía de Nicanor Parra; el superrealismo criollo que mira a París a través de Bretón, pero que es nativamente envuelto por el alrededor y que encabezan Enrique Gómez-Correa, Braulio Arenas y Jorge Cáceres.  Otros poetas penetran la realidad más directamente, como encadenada al sentimiento junto a una ebullición de las formas en el cultivo de los metros octosilábicos, endecasílabos y alejandrinos.  Figuras destacadas son Luis Merino Reyes, Antonio de Undurraga, Roque Esteban Scarpa, Óscar Castro, Andrés Sabella, Julio Barrenechea, Alberto Baeza Flores, Mafhud Massís y María Silva Ossa; Carlos René Correa, Mila Oyarzún, María Elvira Piwonka, María Cristina Menares.

 

Algunos poetas en los cuales es posible advertir ciertos lineamientos líricos existenciales que hurgan dentro de un orbe que se acerca a la magia, a claves esotéricas, a profundizaciones sensoriales, estadios metafísicos que ya habían incursionado Díaz-Casanueva, Rosamel del Valle y Omar Cáceres, son Gustavo Ossorio y Eduardo Anguita, quien se separa pronto de sus devaneos por el superrealismo.  Ambos dejan una obra breve pero trascendente.

 

Un autor de ímpetus renovadores, a veces desconcertantes, nos trae el movimiento runrunista, el que sostiene modos de identidad que luego se difuman: él es Benjamín Morgado.

 

 

Nicanor Parra es el poeta que alcanza un mayor registro de expansión entre los líricos de la generación de 1938 al levantar las estructuras de la antipoesía o del antilirismo, con la cual logra un rol individual notable que se expande hacia el exterior.  Parra necesita provocar mutaciones violentas y lo consigue luchando contra el barroco nerudiano que llegaba a su más alta expresión en Alturas de Machu Picchu, de la obra Himno y Regreso. Por medio de prosaísmos elegidos con audacia y bien distribuidos quebranta no sólo las formas líricas sino los modos de contemplación de la realidad.  El antipoema asoma así cual negociación del lirismo puro y no se despega de los hechos cotidianos.  Ya antes Huidobro, desde otros puntos de vista muy diferentes, ligaba el creacionismo con la antipoesía: "Aquí yace Vicente, antipoeta y mago"  decía el autor de Altazor, términos a los cuales mucho se había adelantado Croce en su Estética cuando define con tanta precisión lo que es poesía y lo que significa la antipoesía.

 

No sucede lo mismo con los numerosos epígonos de Parra que lo siguen por las aguas  del antilirismo.  Éstos como que carecen de la capacidad lírica del maestro y, de entre ellos, hasta hoy, no se alza ninguna voz relevante.  Sin embargo, otros poetas de la generación de 1938, al sentir en carne propia los sucesos de la guerra civil española y la proliferación de hechos apocalípticos de la segunda guerra, promueven e intensifican los lineamientos del poetizar a los acercamientos sociales.  Además, a ello hay que añadir la repercusión que produce en la vida nacional y, por consecuencia en el arte, el advenimiento del Frente Popular en 1938.  Estos acontecimientos suscitan la noble tendencia a ver la realidad no sólo a través del impulso lírico para indagar sus recintos secretos sino, a la vez, a mirarla frente a frente.

 

Alegría nos esclarece más el punto: "Los poetas del 38 sienten la respiración agónica del barroco chileno y, apartándose del derrumbe, se vuelven hacia la realidad del mundo contemporáneo para expresarla con claridad, con economía de imágenes, con furia y, por sobre todo, sin retórica.  La poesía del 38 es analítica, existencial, directa, revolucionaria.  Convierte el absurdo en punta de lanza contra la decadencia de las instituciones".  A su vez, Antonio de Undurraga, en su afán de disipar dudas sobre la función del poeta de este tiempo, dice que ella no es otra que la de "libertar al hombre de los mitos que enajenan su libertad"  y  junto con ello "defender  las condiciones de libertad y evolución de la fantasía y el pensamiento humanos".

 

Con la generación poética de 1938 entran en juego directo los conceptos de la responsabilidad del escritor ante su tiempo, las cuales ya venían gestándose con sus predecesores.  Noblesse oblige a decir que son estos poetas, quienes se apropian más directamente del sentido de época.  La suya es, o tiende a serlo, una expresión que trata de remover las consecuencias, de mostrar los desmoronamientos sociales y desplegar las hálitos acogedores que disipen las sombras que se cruzan a su paso.  Pero, del mismo modo, buen número de ellos se da cuenta que la poesía ha de hurgar entre las médulas del ser, más allá de la simple recapitulación de la cotidianidad o de la linterna metafísica.

 

 

LOS POETAS DEL MEDIO SIGLO


 

 

El impulso lírico de la poesía chilena que adviene con el siglo XX tiene, además, otras regulaciones importantes, como ser: aquella que tiene lugar en la obra de los poetas nacidos entre 1915 y 1924, a los que hay que agregar aquellos otros que nacen entre 1925 y 1934 fechas que, entre ambas, forman un cuadro aproximado de los poetas que comienzan la publicación de su primer libro alrededor del medio siglo.

 

ANTOLOGÍA 10 AÑOS DE POESÍA CHILENA (1)


 

 

En su obra 10 años de poesía chilena (1915-1924), el ensayista español Dr. Teodosio Fernández, reúne la primera parte de esta generación que sucede a la de 1938.  El autor, quien lo es de varios textos sobre el tema de la literatura hispanoamericana y, en particular, de la chilena, incluye los nombres de veintiún valiosos poetas que comienzan a dar a conocer sus obras en las cercanías de 1950.

 

Los veintiún poetas seleccionados por el catedrático español son, por orden alfabético:  Cármen Ábalos, Carlos Bolton, Antonio Campaña, Enrique Gómez-Correa, Ángel Custodio González, Fernando González-Urizár, Carlos De Rokha, Mario Ferrero, Emma Jauch, Jorge Jobet, Venancio Lisboa, Mafhud Massís, Ester Matte, Julio Molina, Eliana Navarro, Francisca Ossandón, Luis Oyarzún, Gonzalo Rojas, María Silva Ossa, David Valjalo y José Miguel Vicuña.  El estudio de esta generación de poetas posterior a la de 1938, es claro y bien orientado como, igualmente, lo es el panorama general de la poesía chilena que realiza el ensayista.  No son menos certeros sus apuntes interpretativos individuales sobre los poetas así como su advertencia reiterada "que las fechas de nacimiento no significan una ruptura con el pasado o con el futuro" puesto que el espectro de "orientaciones" es amplio y registra entrecruzamientos de tendencias que van desee un simbolismo existencial al superrealismo.  El crítico considera que el ambiente que recrean estos poetas "iniciaba así un camino distinto al del creacionismo de Huidobro, y a la ruta abierta por el Neruda residenciario y a las demás posibilidades que brindaba la tradición nacional".

 

Valiosos son estos juicios del autor de 10 años de poesía chilena, los que junto con confirmar que el caudal lírico del país no ha sido un fenómeno aislado o de determinada época sino que es la identificación con las esencias del país lo que las nuevas corrientes renuevan y fortalecen sin decaer.  Antes del Dr. Fernández, otros españoles como Ginés de Albarreda y Francisco Garfias ya nos lo habían indicado en la presentación de su Antología de la poesía hispanoamericana al decir que "la máxima manifestación artística de Chile es la poesía, la música autóctona, elemental y primitiva, influye de manera profunda en la curva melódica del verso", agregando que la muestra es una poesía "que tiene tónica y expresión diferente a la de los demás países latinoamericanos".

 

Hemos traído al recuerdo estas expresiones porque ellas vienen desde fuera, es decir:  desde observadores que, junto con ser exigentes, clavan a veces mejor la realidad lírica chilena que los que estamos dentro.  Este caudal enorme de materia poética echado sobre el idioma por los poetas chilenos es vivificante para el arte nuestro.  Con justa razón se reitera que la poesía chilena junto con la pintura mexicana son las dos manifestaciones más latas del arte contemporáneo latinoamericano.

 

Estos poetas, sucesores de aquellos que integran la generación de 1938, sienten en cierto modo, al igual que ellos, una identificación con las formas no obstante el cultivo central del versolibrismo.  No es por casualidad entonces que les atraigan las formas, que sientan cierta predilección por el soneto quizás tanto como los poetas de 1938 lo hacen con el verso octosilábico.  No hay duda que estos poetas entienden o no quieren olvidar que no es posible en la poesía lírica desdeñar la correspondencia de las formas con el sentimiento o la perplejidad ante la naturaleza.  Es decir, algo que ha sido rechazado y vuelto a instaurar a través de la lucha de las generaciones poéticas.

 

En otro lugar hemos resaltado que estos poetas que arriban al panorama de la poesía nacional al medio siglo con sus publicaciones, le añaden a ésta una dimensión varia, de recursos estructurales novedosos y un aire repriztinado por el encadenamiento audaz del endecasílabo, el cual se sitúa en muchos de ellos como un medio más de desentrañar o, simplemente, de buscar aquellos espacios cerrados que se ocultan dentro del ser por su intermedio.  Esto nos hace pensar en la atmósfera con que envuelven a estos líricos las filosofías de la existencia.

 

La mayoría de ellos van nuevamente a trabajar el soneto con pasión adánica y a darle a la vieja forma luminosidad actual así como lo hacen con otros metros.  Igual que los poetas de 1938 creen que ellos no son materia de naturalezas muertas ni claves pasadas de moda.  Que en la vida del arte es más lo que se renueva que lo que se crea.  Es tal vez por ello que se produce en su poesía esta aclimatación de las formas a las que singularmente introducen, depuradas y decantadas, las conquistas de los poetas de la vanguardia de principios del siglo XX, a la que agregan una sustentación profunda del sentimiento mediante la indagación de símbolos o "verdades esenciales".

 

Por su parte Teodosio Fernández considera que "la variada personalidad de sus autores justifica la diversidad de registros utilizados que oscilaron entre el hermetismo de un discurso poético oracular y la claridad de quienes trataron de compartir su experiencia cotidiana de soledad y angustia".  Cierra el ensayo con que abre su antología con esta definición certera de los poetas que suceden a los de 1938: "lo cierto es que los poetas chilenos aquí antologados ofrecen una infinita variedad de matices, una obra de extraordinaria riqueza".

 

El antólogo no obstante nos advierte que sin menoscabo de la eficacia de la selección de sus 10 años de poesía chilena, a más de los poetas incluidos y de méritos no inferiores a estos, es necesario destacar los nombres de: Jorge Millas, Alfonso Alcalde, Fernando Onfray, Rodrigo Amauro, Irma Astorga, Víctor Castro, Luis Droguett Alfaro, Armando Solari, Enrique Gray, María Elvira Piwonka, Caludio Solar, Ernesto Murillo, Víctor Franzani, Julio Moncada o Alfonso Gómez Líbano.  Agrega que su "número es la mejor prueba de la dificultad de reunirlos a todos, y también de la extraordinaria riqueza que en un determinado momento pueda ofrecer la poesía chilena".

 

A estos nombres del ensayista quisiéramos agregar por nuestra cuenta la de los poetas Carlos Sander, Heriberto Rocuant, Emilio Oviedo, Claudio Solar, Hugo Zambelli, Luwig Zeller, Valeria de Paulo y Sergio Tauler.

 

ANTOLOGÍA VEINTICUATRO POETAS CHILENOS


 

 

El estudio y antología de los poetas que nacen entre 1925 y 1934, Veinticuatro poetas chilenos (2), no sólo enlaza sino que es un indispensable complemento de la obra de Teodosio Fernández.  Como se dice en uno de los prólogos estos poetas junto a los que se antologan por el Dr. Fernández, "forman una selección sustantiva y una realidad bastante precisa en cuanto nombres y obras de los autores nacidos a partir de los años veinte en la poesía chilena o alrededor de esta fecha".

 

Basta recorrer los nombres incluidos en esta antología para convenir que, si bien pueden subsistir por sí solos, unidos forman una sólida fuerza, puesto que los ligan redes líricas que los acotan así como es notoria la coetaneidad tanto de escritura como de materia poética.  Valjalo dice en el primero de los prólogos: "ésta comienza con Manuel Francisco Mesa Seco, trágicamente fallecido, y termina con Armando Uribe Arce".

 

 

El otro alcance que estas dos antologías que se corresponden complementándose entre sí es el de no insistir como objetivo central que no hay dos generaciones entre estos poetas del medio siglo sino únicamente una.  Valjalo al insistir sobre la materia clarifica:  "si el texto de Teodosio Fernández (poesía de 1915 a 1924) sumamos el presente (1925 a 1934) tendríamos entre la gran generación de fines de siglo y comienzos del actual únicamente el vacío correspondiente a los diez años comprendidos entre 1905 y 1914.  El objetivo de antologar así, es producir un decantamiento generacional".  Este vacío o interregno es aquel en que nacen la mayor parte de los poetas de la generación de 1938 de la que dimos cuenta en este panorama.

 

Por nuestra parte señalamos en otro lugar nuevas alternativas y decíamos "que el enorme caudal de materia poética que acumulan los autores que nacen de 1920 adelante y que publican alrededor del medio siglo sostienen lineamientos líricos alejados de la influencias de Huidobro, de De Rokha, de la Mistral y Neruda".  Y agregamos:  "una de las improntas que las distinguen de otras generaciones es su aclimatación a las formas y la insistente penetración que realizan por las interioridades del ser".  Esto es:  una actitud que podríamos denominar como generacional y que también es acorde o mantiene nexos con la de los poetas de 1938 y que son los primeros sacudidores de influencias.

 

Después de lo que llamamos el suceso lírico - Neruda, la Mistral, De Rokha, Huidobro - que aporta los elementos de ruptura con el modernismo y el simbolismo, lo cual unido a los que nos habían dejado las vanguardias y sus ismos, es lo que desarrolla una enorme influencia en las primeras décadas del siglo.  La poesía que irrumpe cercana a los años cincuenta se va separando como disposición natural, se va desvinculando, sin olvidarlas, de las audacias y evoluciones de la de estos maestros.  Insistimos que se ve nítidamente en ellos una inclinación, no obstante la prefiguración de las individualidades, a profundizar sobre los grandes temas que han dado vueltas y seguirán haciéndolo en torno a la especie humana.  Estos poetas querían o necesitaban transitar a la vez tanto las nuevas como las viejas formas;  tal vez para repriztinarlas por una suerte de las circunstancias históricas que en ellos se dan.

 

No hay que olvidar que por esos años Neruda daba a conocer Alturas de Machu Picchu, éxtasis del barroco; que Juvencio Valle obtenía el premio del Cuarto Centenario de Santiago con Nimbo de Piedra; que Julio Barrenechea publicaba Rumor del Mundo y De Rokha Morfología del Espanto; que Díaz-Casanueva remecía con su Réquiem y Nicanor Parra con Poemas y Antipoemas.  Todo ello hacía renacer un sentido de obligatoriedad de emancipación ineludible para los nuevos poetas.

 

 

Esta generación del medio siglo que representan tanto la obra de Teodosio Fernández como los Veinticuatro poetas chilenos contiene claves profundizadas de compromiso con las altas tensiones del sentimiento humano.  Esta última obra registra los nombres de Manuel Francisco Mesa Seco, Miguel Arteche, Cecilia Casanova, Stella Díaz-Varín, Hugo Montes, David Rossenmann Taub, Guillermo Trejo, Alberto Rubio, Edmundo Herrera, Enrique Linh, Ximena Adriasola, Alfonso Calderón, Eugenio García-Díaz, Alejandro Isla Araya, Efraín Barquero, Delia Domínguez, Raúl González Figueroa, Alfonso Larrahona, Raúl Mellado, Sara Vial, Rosa Cruchaga de Walker, Patricia Tejeda, Armando Uribe Arce y Pedro Lastra.

 

Como siempre acontece no todos son los que están:  faltan nombres  - exigüidad de espacio que los contenga a todos dicen los antólogos -  que deben ser agregados o que pueden constituir un nuevo tomo antológico, como ser:  Ana María Vergara, Pablo Guiñez, Juan Lanza, Ricardo Navia, Raúl Rivera, Claudio Solar, Marino Muñoz Lagos, Matías Rafide, Rolando Cárdenas, Raquel Jodorowsky, Hernán Valdés, Raquel Señoret.   Ellos son figuras representativas que nos ofrecen en su obra aquello que mantiene una "tónica y expresión diferente", que no es otra que la tradición nacional que acentúa el aporte intimista de su poetizar.

 

 

SIGUIENTES PROMOCIONES LÍRICAS


 

 

Aquellos poetas que nacen después de 1935 nos conducen hacia raíces hondas y añaden a su registro vislumbres de poesía lárica, en algunos muy acentuadas, en que el sentimiento de nostalgia  es notorio, así como lo es la inasistencia en asir realidades cercanas o distantes no despegadas tampoco de lo social.  Son aquellos líricos que empiezan a publicar hacia 1970, con algunas mínimas excepciones que las hacen un poco antes.  Se acentúan en ellos los rasgos epocales que los unen a la tradición lírica chilena.  Se trata de poetas que nos traen no sólo sólidas estructuras, un acto escritural pulcro en que las formas expresivas encuentran cauces de claridad, sino elementos que robustecen aún más el acervo lírico nacional dándole nuevos aires renovadores.

 

Se cuentan entre los nombres elogiados de estos poetas a Jorge Tellier, Óscar Hahn, Waldo Rojas, Juan Luis Martínez, Omar Lara, Gonzalo Millán, Manuel Silva Acevedo, Enrique Volpe, Leonel O'Kuinghttons, Carlos Mellado, Aristóteles España, Federico Schopf, Naín Nómez, Juan Antonio Massone, Ariel Vicuña, Carlos Cortínez, Ronnie Muñoz Martineaux, Jaime Quezada.

 

A ellos hay que sumar la obra lírica de la mujer, la que nos sorprende con ímpetus y resonancias vivificadoras.  Los principales nombres son:  Paz Molina, Teresa Calderón, Isabel Velasco, Magdalena Vial, Carmen Gaete Nieto del Río, Gloria Célis, Daisy Bennet, Elisa de Paut, Agnes Wasley, Verónica Zondeck, Rebeca Navarro, Gloria González Melgarejo, Leonora Vicuña, Marjorie Agosin, Heddy Navarro, Carmen Berenguer, Amanda Fuller.

 

 

LA TRADICIÓN COMO CONSTANTE


 

 

Este apretado panorama de cincuenta años de poesía, más bien dicho: esta delgada síntesis debe despertar en cualquier estudioso de los eslabones que la poesía chilena mantiene entre el presente y el pasado una visión clara:  que la tradición opera como constante.  Es decir, volver al punto de partida:  la poesía chilena no nace para ser sólo un hecho circunstancial en nuestro idioma.  Los poetas nacionales responden, unos más que otros no cabe duda, a ciertas formas propias del mundo del extremo sur, cualquiera sea el lineamiento que siguen en la expresión de la obra.  Están a la vista ciertas multiplicaciones naturales que han ido desencadenando en las estructuras líricas y en el lenguaje del hombre del sur.  Es evidente la música autóctona del discurso lírico que le dan tanto la corporeidad ambiental como la tonalidad de las palabras.  A propósito de estudios sobre otras formas del poetizar, nosotros insistimos que los poetas chilenos del presente sólo hincan su afán en llegar a la esencia humana memorable y que, tanto la precariedad del ser como la movible realidad social, son los elementos sustentados por su valor como arte superior.

 

El esfuerzo de los hombres y mujeres del país ha logrado por medio de sus poetas alcanzar un arte trascendente e individualizarse entre los pueblos latinoamericanos.  No es casualidad pues, que la poesía chilena sea la primera de ellos que obtiene dos premios Nóbel en la segunda mitad del siglo XX con la Mistral y Neruda y que, en justicia, deberían ser más.

 

Pensamos que ella ha respondido a las exigencias del siglo y a lo que Jaspers define como la esencialidad lírica en su obra Esencias y formas de la trágico, esto es:  "La poesía es, en el elemento del lenguaje por cuyo intermedio todos los contenidos se conciben como representaciones, la comunicación de más vasto alcance de lo que ha sido revelado.  Desde la magia de las palabras de uso en el acto de sacrificio, hasta la representación de los destinos humanos, pasando por la invocación de los dioses, en himnos y plegarias, la poesía penetra todas las manifestaciones del ser humano.  Ella es el ámbito medular del lenguaje mismo, la creación primera en el proceso de enunciar, conocer, ejecutar.  En la forma de la poesía irrumpe la primera filosofía".

 

Nada más justo entonces que evocarla con sentido de homenaje en los poetas chilenos que siguen el suceso lírico y que son los autores de las generaciones de 1938, los del medio siglo y las siguientes promociones, que dentro de individualidades poderosas conocen  - o quieren hacerlo -  "los destinos humanos"  como los describe el filósofo alemán.

 


(1)   Teodosio Fernández, 10 años de poesía chilena (1915-1924), Ediciones Orígenes,  Madrid, España, 1991.

(2)  David Valjalo y Antonio Campaña, Veinticuatro poetas chilenos, Ediciones de la Frontera, Santiago de Chile, 1994.

 

Este artículo, 50 años de poesía chilena, fue publicado como una separata de la Revista Occidente, año L,  Nº 352.